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El cine gafapasta llega al 'mainstream': lo nuevo de Aki Kaurismäki ya no es (solo) de cinéfilos
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El cine gafapasta llega al 'mainstream': lo nuevo de Aki Kaurismäki ya no es (solo) de cinéfilos

Estrena 'Fallen leaves' y todo apunta a que será una de las películas del año. Quizás es una muestra más de la globalización o que ahora estamos más abiertos a otras maneras de ver el mundo

Foto: Fotograma de 'Fallen leaves', la última película de Aki Kaurismäki.
Fotograma de 'Fallen leaves', la última película de Aki Kaurismäki.

Corrían los años 80 y Europa, en cuanto a producción audiovisual, estaba de capa caída. Lo atestigua Román Gubern en su muy interesante Historia del cine, donde explica que la dependencia de Europa de la producción de Hollywood era total, hasta el punto de que a esas alturas se había perdido cualquier atisbo de idiosincrasia del cine del Viejo Continente (donde, al fin y al cabo, había surgido). La circulación intraeuropea de películas era pésima o, por decirlo con otras palabras, en España no se veían filmes alemanes ni en Alemania se hacía lo mismo pero al revés, y así sucesivamente.

Las diferencias de pensamiento entre europeos y norteamericanos (los segundos veían la producción audiovisual como mera mercancía —en palabras de Gubern—, mientras que en Europa siempre se habían contemplado las películas como productos culturales) llevaron a que, para contrarrestar la oferta comercial de Hollywood, se pusieran en marcha coproducciones europeas multilaterales que intentaban satisfacer los gustos de una pluralidad de mercados europeos. Sin embargo, esos productos eran en realidad apátridas, impersonales y descafeinados, "malas imitaciones del esperanto audiovisual hollywoodiense, que daban la razón al Rossellini que había declarado años atrás que el mejor film internacional era un buen film nacional", señala.

En los 80 en Finlandia descollaron los hermanos Kaurismäki, trabajando a veces como codirectores, siendo la obra de Aki superior

Quizá por ello, en aquella época, varios países europeos encabezados por Italia y Francia principalmente comenzaron a desarrollar una política proteccionista de su industria audiovisual. A crear productos de marca personal. En el caso de Finlandia, descollaron los hermanos Aki y Mika Kaurismäki, que trabajaron ocasionalmente como codirectores, pero, como dice Gubern, mostrando la obra de Aki (el benjamín) superior interés con títulos como Leningrad cowboys go America (1989) o la inquietante Contraté un asesino a sueldo (1990). Mediante sus películas trataba de mostrar la idiosincrasia escandinava, la frialdad que tenemos asociada a esa zona del mundo, con un toque interesante de lucha proletaria.

Habitual del Festival de Cannes desde mediados de los años 90, Kaurismäki y su cine han cambiado más bien poco. Personajes fríos, melancólicos y bastante estoicos, escasos diálogos cortantes, miradas lánguidas y sorbos de vodka en los bares para escapar un poco de la realidad más alienante... Todo eso lo tiene también Fallen leaves, su nueva producción después de seis años de silencio, que cuenta la historia de amor entre Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen). Repite además con su habitual director de fotografía (Timo Salminen), que parece suspender el tiempo en los años 50 del pasado siglo, con un cromatismo en el que prima el rojo en la mayor parte de las escenas. Quizá por su fidelidad a sí mismo y a su reconocible estilo, Kaurismäki se consolida así como autor en todos los significados posibles de la palabra. Volver a una película de Kaurismäki es como volver a casa, puesto que siempre nos envuelve un halo de familiaridad.

Quizás él no ha cambiado, pero nosotros sí lo hemos hecho. Fallen leaves se estrenó en Estados Unidos en noviembre (concretamente en Los Ángeles el 22 de noviembre, en San Francisco el 24) y por ahora ha recaudado 3,7 millones de dólares en lo que fue un estreno lento, pero seguro (a nuestro país llega este viernes 29 de diciembre). En Latinoamérica consiguió casi 6.000 espectadores en 22 salas en tan solo tres días. Es candidata a los premios Oscar, está nominada en los Globos de Oro a mejor película de habla no inglesa y a mejor actriz principal, y también se alzó en su día con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Muchos expertos la han calificado como la película europea del año (con permiso de Anatomía de una caída).

La reflexión es curiosa, sin duda. Si Kaurismäki lleva tres décadas siendo fiel a su estilo y, sin embargo, parece que el gafapastismo está siendo desplazado por el cine mainstream, somos nosotros forzosamente los que hemos cambiado. Y en un mundo en el que nos llevamos las manos a la cabeza continuamente porque parece que el cine va a desaparecer por culpa de las plataformas tipo Netflix o en el que llevamos escuchando desde 2020 que la pandemia ha hundido las salas de cine, es una buena noticia que triunfen otras propuestas más allá de Hollywood.

Foto: Aki Kaurismaki en una visita reciente a España. (Efe)
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Dan fe de ello las producciones coreanas de los últimos años que han conseguido hacerse un hueco en la taquilla mundial (Parásitos especialmente, pero también Decision to leave de Park Chan-wook o la reciente Vidas pasadas, que, pese a ser americana, está protagonizada por el coreano Yoo Teo y la estadounidense de ascendencia también coreana Greta Lee), algo probablemente impensable hace tan solo unas décadas. Quizás es una muestra más de la globalización, o quizás estamos ahora más abiertos a otras maneras de ver el mundo, y por ahí pasa también la visión tremendamente original, bastante social, de humor árido y personajes imperturbables de Aki Kaurismäki.

Además de un autor, este director es un personaje por mérito propio. Además de ser extremadamente prolífico (es director y guionista de más de una veintena de largometrajes), parece tener una personalidad introvertida y reacia a las entrevistas. Hace lo que quiere, al más puro estilo rockstar. Puede decir que ha dirigido la mitad de sus películas borracho, desdeñar a Hollywood continuamente o decir que no le interesa en absoluto el cine mientras cae en la contradicción de alabar a sus maestros (Yasujirō Ozu o Buñuel, y Chaplin especialmente en esta nueva película) y decir que tiene toda la historia del cine en su cabeza.

Corrían los años 80 y Europa, en cuanto a producción audiovisual, estaba de capa caída. Lo atestigua Román Gubern en su muy interesante Historia del cine, donde explica que la dependencia de Europa de la producción de Hollywood era total, hasta el punto de que a esas alturas se había perdido cualquier atisbo de idiosincrasia del cine del Viejo Continente (donde, al fin y al cabo, había surgido). La circulación intraeuropea de películas era pésima o, por decirlo con otras palabras, en España no se veían filmes alemanes ni en Alemania se hacía lo mismo pero al revés, y así sucesivamente.

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