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Sé de un lugar… y un tiempo distinto: teatro en un camping y un Shakespeare en una caja
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Nueva edición del FITT

Sé de un lugar… y un tiempo distinto: teatro en un camping y un Shakespeare en una caja

El Festival Internacional de Teatro de Tarragona (FITT) se consolida en su décima edición con una programación que subvierte nuestra concepción del tiempo y el espacio

Foto: Un momento del pasaje de 'Peeping Tom'. (Cedida)
Un momento del pasaje de 'Peeping Tom'. (Cedida)

Todas las noches, en el patio de la Escuela Pau Delclós de Tarragona, comparten mesa actores, directores, programadores, periodistas y público. A veces, construir vínculos y comunidad es tan sencillo como compartir unas sardinas, además de butacas, durante los cinco días del Festival Internacional de Teatro de Tarragona (FITT)-Nuevas Dramaturgias, un certamen que nació como idea y anhelo en 2009, cuando el actor Joan Negrié viajó al Festival de Avignon y, al volver a Tarragona, la ciudad en la que vive y trabaja gestionando la Sala Trono, le propuso a su alcalde crear un festival de teatro contemporáneo que acogiera propuestas internacionales y más arriesgadas.

El FITT, que comenzó siendo bianual, estrenó su primera edición en 2011, con cuatro espectáculos programados y un presupuesto que no llegaba a los 80.000 euros. El pasado miércoles, Rodrigo Cuevas inauguró con La Romería su décima edición, la más ambiciosa, con 15 espectáculos (el abono completo del festival vale 80 euros e incluye tres cenas), un día más de festival —se prolonga hasta este domingo— y un presupuesto de 370.000 euros que, explica Negrié a este diario, dobla el del año pasado y les ha permitido aumentar el equipo y programar piezas como Diptych: The missing door and The lost room, de la célebre compañía de danza belga Peeping Tom.

Un remolque Apache y un Shakespeare en una caja

"Sé de un lugar para ti, abre tu corazón, que hoy vengo a buscarte", cantaba Triana y esos versos definen de alguna forma el espíritu y la vocación del FITT, un festival que este año ha invitado a su público a subvertir su relación con el tiempo y el espacio, a estar y mirar de otra manera, con otra velocidad, desde otro lugar, a habitar, en definitiva, algo que tal vez no es nuevo, pero que seguramente habíamos olvidado.

Ese viaje comienza en una sala a oscuras, ocupada por un remolque Apache con matrícula de León que el público ilumina con unos frontales de luz colocados en su frente. En escena, además, una sombrilla, una tumbona, una silla plegable, un par de ventiladores, una bolsa azul de Ikea con un hinchable dentro, objetos dotados de sensores que, como si estuvieran hibernando, se irán desperezando (quizá floreciendo) a medida que el público los vaya iluminando. Estamos en un camping, un universo familiar y extraño al mismo tiempo poblado de objetos y de gestos, de pequeñas acciones. Suena el ulular de un búho, la emisión de un programa de radio, se abre la sombrilla, se cae al suelo el ventilador, de la bolsa de Ikea sale un flotador con forma de unicornio y, cuando el tiempo ha modificado su textura y se ha convertido en algo elástico, entran en escena los tres miembros de Serrucho, autores de esta pieza hermosa e indefinible llamada Interior noche: Ana Cortés, Raúl Alaejos y Paadín.

La obra, que se estrenó en 2022 en el Festival TNT de Terrassa y se pudo ver después en el Festival de Otoño de Madrid, nació del deseo de Serrucho de trabajar en un proyecto propio, tras dos trabajos de encargo anteriores —Gran Norte y Archivo—, de la decisión de trabajar en torno a la idea del tiempo como materia, y de la aparición en su vida de ese remolque-tienda Apache de los años setenta en cuyo interior encontraron, como si fuera una cápsula de tiempo detenido, varias cajas de Optalidón y sobres de kétchup que caducaban en 1992.

placeholder Un momento de la obra 'Interior noche'. (Alessia Bombaci)
Un momento de la obra 'Interior noche'. (Alessia Bombaci)

Interior noche invita al espectador a ocupar un espacio de contemplación y de cierta inocencia en el que establecer un vínculo lento y distinto con los objetos y con el tiempo, una relación que oponga resistencia a ese tiempo de ocio marcado por un consumo frenético y tiendas de campaña two seconds. Aquí todo sucede despacio, con un ritmo que marca el público, convertido en iluminador y codirector de la pieza. Serrucho, cuyos miembros vienen del mundo audiovisual y el diseño gráfico, propone un teatro "como artefacto capaz de modificar el estado de conciencia o de la experiencia" en una obra que parte de la idea de que "observar el tiempo produce tiempo porque solo eres consciente del paso del tiempo cuando estás realmente mirando, observando, y ese fue el vehículo y el lenguaje con el que desarrollamos toda la pieza", explica el colectivo a este diario.

Y de un camping en penumbra a una caja negra en mitad de la rambla, una cabina que gira 360 grados sobre su eje, una especie de barraca moderna abierta a la calle y por cuya ventana, veinte espectadores en cada sesión de quince minutos, asisten a un espectáculo extraordinario: la vida cotidiana convertida en performance y ficción, en un Romeo y Julieta de Shakespeare, por ejemplo, que resignifica la presencia de los transeúntes, convertidos sin saberlo en personajes en un escenario, la calle, que va mutando al tiempo que gira la cabina. Se llama Panorama y es obra de la compañía suiza Kino Theatre, la "tapada" de todo festival, una de esas propuestas que podría pasar desapercibida en una programación abundante y que se revela extraordinaria. Los suizos, convertidos en una troupe de titiriteros, modifican la acción de mirar y ser mirado: el chaval que va en patinete, las amigas que han quedado para merendar, la familia que se dirige a la playa… también miran a quienes les miran desde dentro de la cabina, y ambas acciones, de pronto, se convierten en algo cómico y nuevo, dotado también de un ritmo distinto, contemplativo, sosegado.

placeholder Momento de la obra 'Panorama'. (Cedida)
Momento de la obra 'Panorama'. (Cedida)

Pánico en el Ártico

Mucho menos sosegada es la propuesta de Peeping Tom, la gran apuesta internacional del FITT, una compañía habitual en los grandes festivales (Grec, Temporada Alta, Festival de Otoño) que nunca había actuado en Tarragona. En su Díptico, los belgas proponen un tiempo no lineal en el que conviven pasado, presente y futuro, que bebe de los códigos cinematográficos para llevar a escena un espectáculo oscuro e inquietante con bailarines que ejecutan movimientos imposibles, excesivos, turbadores y, por momentos, siniestros: se retuercen, caminan doblando sus tobillos, engullidos y expulsados por el propio espacio, con puertas que se abren y cierran, paredes que se inclinan, bajo la mirada de un público, el de este festival, entregadísimo y en pie al terminar la función.

La compañía llegará en octubre a los Teatros del Canal de Madrid con su nueva creación, S 62° 58', W 60° 39', una pieza en la que veremos un barco encallado en un desierto ártico, un paisaje apocalíptico en el que un grupo de personas tendrá que sobrevivir en una situación límite vinculada a la realidad del cambio climático y la crisis energética, pero también a "la idea misma de la creación porque en esa ficción, los propios intérpretes cuestionan al director, cuestionan la propia obra. Lo que hacen, hacia dónde van… y es paradójico porque está esa idea de viajar estando encallados en un sitio, preguntándose ¿por qué?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué quieres de nosotros?, ¿qué buscas con tu obra?", explica a este diario Gabriela Carrizo, codirectora de la compañía, que estos días ha inaugurado en Bruselas un espacio propio en el que trabajar y ensayar, del que no habían dispuesto en sus dos décadas de trayectoria.

Teatro en prisión

También sugerente ha sido la propuesta de la dramaturga y directora uruguaya Jimena Márquez, El desmontaje, un híbrido entre conferencia performativa y falso documental sobre la propia creación teatral. Márquez nutre el texto de su propia biografía y reivindica el teatro como un espacio para el travestismo y el juego que busca dinamitar los tradicionales códigos escénicos.

Además, la compañía suiza KLARA Theaterproduktionen ocupó la antigua cárcel de Tarragona con una pieza de teatro documental y site specific llamada Palmasola, el nombre de la prisión-estado de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, en la que actualmente conviven más de seis mil presos. La compañía, formada por varios intérpretes bolivianos, uno de ellos expreso de este centro penitenciario, aborda en este espectáculo "las estrategias de supervivencia, sueños y pesadillas de los prisioneros en esta cárcel y examina las ‘regularidades’ de ese estado dentro de un estado y la fragilidad de lo que consideramos humanidad frente a la supervivencia básica".

Todas las noches, en el patio de la Escuela Pau Delclós de Tarragona, comparten mesa actores, directores, programadores, periodistas y público. A veces, construir vínculos y comunidad es tan sencillo como compartir unas sardinas, además de butacas, durante los cinco días del Festival Internacional de Teatro de Tarragona (FITT)-Nuevas Dramaturgias, un certamen que nació como idea y anhelo en 2009, cuando el actor Joan Negrié viajó al Festival de Avignon y, al volver a Tarragona, la ciudad en la que vive y trabaja gestionando la Sala Trono, le propuso a su alcalde crear un festival de teatro contemporáneo que acogiera propuestas internacionales y más arriesgadas.

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