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Esta semana tuve una pelea absurda; y fue por motivos políticos
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Galo Abrain

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Esta semana tuve una pelea absurda; y fue por motivos políticos

La semana pasada acabé en una pelea y no porque lo fuese buscando, sino porque la política se ha convertido en una guerra que algunos resuelven a insultos y puñetazos

Foto: Carteles electorales de los principales partidos en Gijón. (EFE/Paco Paredes)
Carteles electorales de los principales partidos en Gijón. (EFE/Paco Paredes)
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La semana pasada me di de leches. Sí, quizás no sea la forma más inteligente de descorchar esto, dado que confesar suele atraer las desgracias, pero se me atraganta el desasosiego si no lo suelto. Hoy domingo se decide el futuro de este país para la próxima legislatura. Ha sido una campaña algo barriobajera. Algunos candidatos se han liado la manta a la cabeza mirando solo por el brillo de sus ombligos sin pisparse, o lo que es peor, percatándose y aun así manteniendo la disposición, de que su enfoque belicista se filtraba al estado anímico de los ciudadanos.

Porque fue eso, y no otra cosa, sino una animosidad política intransigente y cromañona, la que me empujó a convertir la terraza de un bar en un ring de asfalto improvisado. Y como hay veces en las que el contexto lo es todo, voy a relatar brevemente lo que sucedió…

Foto: Pedro Sánchez, durante el acto en San Sebastián por el cual se ausentó de la cumbre UE-Celac en Bruselas. (EFE/Juan Herrero) Opinión
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Sentado panchamente en el mirador callejero de un garito con una amiga, nos pusimos a largar sobre ayudas gubernamentales. Ella, liberal en lo económico y progresista en lo social, abogaba por reducir las ayudas del Estado a la sanidad y la educación, alegando que las pagas para cultura son un ocio, no un derecho. Yo saqué entonces a Gramsci, víctima de mi flipado ramalazo politólogo. Le di la tabarra con la superestructura y la importancia de la cultura como motor social primigenio. Concluyendo que, vaya, si algo debía ser la cultura, era todo un derecho. Ella no se encabronó. Al contrario, me rebatió con la agudeza que la caracteriza. El debate, la pelea de ideas, era elegante y educado.

Mientras apostábamos nuestros argumentos, la pareja de la mesa de al lado se levantó. Levemente, como un susurro, oí entonces la palabra "payaso". Pareció salir de la boca del hombre; un tío de unos 40 tacos y físico sedentario. Yo seguí a lo mío, a mi pelotera, porque hasta las cabras tienen todas las facilidades para leer a Céline, e ir una vez a la semana al cine. Segundos después, unos dedos me atusaron el hombro con violencia. Giré la facha y me vi al panzudo operario con cara de anguila dirigiéndose a mí. En su inmensa finura me gritó: "¡Payaso! ¡Eres un puto payaso! ¡A ver si te ganas algo por ti mismo!". Y eso sin siquiera invitarme a una copa antes...

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Como entenderéis lo miré alucinado. Me quedé ojiplático en el sitio, pensando por un instante que la cerveza estaba entripada. El menda se alejó. Pero no contento con su sonada declaración, decidió seguir haciéndolas mientras avanzaba en dirección a la entrada del bar.

Soy un hombre, quiero pensar, bastante sereno. Pero cuando me enciendo se apodera de mí la pasión; vieja enemiga del cálculo. Y, ay, al tercer "payaso" vomitado por el buzón de aquel desconocido, ya no calculé bien... En vez de dejar las nalgas pegadas a la silla y hacer la de los oídos sordos, me levanté y encaré con el tipo.

La papada rolliza, las axilas sudadas y vulpinas, de tipo que se cansa rápido, así como la cabeza que le sacaba, eran argumentos suficientes para que el tipo rehuyera la violencia como apuesta. Pero allí que se lanzó, el muy gavilán, a acercarme la frente de forma caprina para seguir con su "payaso", al que añadió "rojo de mierda", poniéndole de guinda un empujón que lo movió a él antes que a mí. Dicen que las costumbres se adquieren más rápido que el ingenio, y yo me acostumbré muy pronto a no rehuir una pelea. Del ingenio de esquivarlas, jamás se supo.

Soy un hombre, quiero pensar, bastante sereno. Pero cuando me enciendo se apodera de mí la pasión; vieja enemiga del cálculo

Así que la cosa se caldeó. Le devolví el empujón y el menda acabó planchando nalga contra el adoquín. Una vez en el suelo, me giré, como dando el asunto por zanjado. Mi amiga se metió en medio convidándome a retomar mi sitio. El avispado del "payaso" no tuvo mejor idea entonces que, al levantarse, lanzarme una colleja. Aunque a mí únicamente me rozó, pero acabó por aterrizar en la cara de la chica. Imagino que no hace falta que os siga contando, ¿verdad? Se apoderó de mí la mala sangre y el tipo recibió unos cuantos correctivos.

La diferencia física se impuso. El pieza acabó alejándose malherido y berreando improperios. Capeado el temporal, más que la bulla, lo que me martilleó los nervios fueron los motivos del desencuentro. No el "payaso", ni haberme puesto un poco a lo Balada triste de trompeta, sino lo que empujó a un desconocido a meter el hocico en una charla ajena, saltando como un energúmeno a regalar insultos.

Foto: Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder (Getty Images/Rindoff Petroff)

Si por algún casual el mal samaritano a quien regale esos brioches de nudillos lee esto, sepa que no lo perdono. Ni me arrepiento. Pero que tampoco lo culpo. Habitar una zona de batalla como en la que nos alistan algunos políticos crispa los nervios de cualquiera, sobre todo de los que están a dieta de neuronas. Cuando el método del discurso no es el diálogo, sino la confrontación, la desquicia brota como un alien. Cualquiera es sospechoso de ser un enemigo, y son pocas las razones necesarias para atacar. Lo gladiatorio se impone sobre la conversación.

Desconozco las razones personales que lo llevaron a hacer aquello. Quizás se vengara así, de forma grosera y desafortunada, de su desesperación. Pero no puedo evitar pensar que me duele cuando se prima el encontronazo al encuentro. La épica de la participación ciudadana en la política parece relatar hoy cómo ir quemando puentes, más que cómo tenderlos.

La épica de la participación ciudadana en la política parece relatar hoy cómo ir quemando puentes, más que cómo tenderlos

No vengo aquí a reivindicar la del hippy-fuma-plantas al que todo le parece bien. Ese que si no está de acuerdo te despacha un "tranqui, tronco. Todo chill" que ni tranquiliza, ni chillea. Pero sí sé que la ira ciega, el odio, es como una angina de pecho. Asfixia ininterrumpidamente y si no lo atacas acaba contigo, metiéndote hasta el cuello en la miseria que termina por salpicar veneno al poco amor que te rodee.

Admito que no faltan días en los que tengo claro que confiar en el ser humano es dejarse matar un poco. Entonces me vuelvo terriblemente impío y nihilista, y me la trae floja la moral de la humanidad... como a casi toda la humanidad, por cierto. Por eso ver emporcada mi sosegada embriaguez al grito de un cabeza hueca, tildándome de "payaso" fue contraproducente de cara a esa, ya de por sí, escasa confianza en el valor humano. Pero me niego a bailarle el agua a la mala baba. Prefiero vacunarme la inquina con un poquito de reflexión.

Aquel desustanciado que me dijo "payaso", saltó como una liebre vampírica porque le han hecho creer que está en una guerrilla popular

Aquel desustanciado que me dijo "payaso", saltó como una liebre vampírica porque le han hecho creer que está en una guerrilla popular. Se ha vestido en su cabeza de soldado. Quizás olvidando que la guerra mata a los soldados, y empobrece a los ciudadanos, pero hincha las carteras de lobbies y generales. Por eso las contiendas se libran a grito de odio optimista, de esperanza sanguinolenta y de ingenuidad. Porque mientras los directivos políticos van polinizando la vida de saña, amplifican sus posibilidades de que las urnas se llenen con sus nombres, y los sillones, con todo lo que implican, sigan calentitos bajo su culo.

En democracia, la política no debería convertirnos en hooligans dentudos. Eso solo le hace la cama a unos pocos. Hoy es domingo de elecciones y sabe Dios lo que acabará saliendo. Pero que no ardan las almenaras, sean del color que sean, sobre todo entre el pueblo. Darle la residencia fija a la gravedad entre la gente siempre será peor que apuntarla hacia quien saca provecho de ella.

Oh, y un puntito más de diálogo, que lo de "para qué discutir si puedes pelear" de Loquillo, se quede para gente "poco normal, de otra época y corte moral". Mejor que escaseen los trogloditas. Los no musicales, claro. Ah, y nada de llamar a la gente "payaso", hombre, que una profesión tan noble no está a la altura de muchos. Casi seguro, de este que escribe.

La semana pasada me di de leches. Sí, quizás no sea la forma más inteligente de descorchar esto, dado que confesar suele atraer las desgracias, pero se me atraganta el desasosiego si no lo suelto. Hoy domingo se decide el futuro de este país para la próxima legislatura. Ha sido una campaña algo barriobajera. Algunos candidatos se han liado la manta a la cabeza mirando solo por el brillo de sus ombligos sin pisparse, o lo que es peor, percatándose y aun así manteniendo la disposición, de que su enfoque belicista se filtraba al estado anímico de los ciudadanos.

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