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Cuidado con esa simpática gente de "campo" que lo sabe todo
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Cuidado con esa simpática gente de "campo" que lo sabe todo

El "campo" no existe, al menos tal y como lo percibe la visión idealizada y romántica que hay en la ciudad. Ese estereotipo amable puede servir a unos intereses muy peligrosos

Foto: Foto: iStock.
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Se lo explicaba el tiktoker rural a la usuaria ignorante: "Muchacha, ¿tú sabes por qué estamos quitando la hierba de las olivas? Porque la hierba se come el condimento de la oliva, que es la aceituna. Si no quitas la hierba, se chupa toda la humedad de la oliva y la aceituna no crece, por eso estamos quitando la hierba, chiquilla". Suena a alguien haciendo la peor parodia posible de un agricultor, pero no, es así.

La gente le dio 5.000 corazones al vídeo porque es fácil empatizar con el pobre hombre de campo que le estaba contando las verdades del barquero a aquella desinformada chiquilla. Sobre todo si uno vive en la ciudad. Por supuesto que sí, tú sí que sabes. Sin embargo, otros usuarios le respondían al titktoker rural, que por cierto sale en otro vídeo pisoteando unos sobres de propaganda del PSOE con el hashtag #quetevotetxapote, que tal vez no sea tan buena idea quitar las hierbas porque se trata de una buena manera de preservar la humedad.

Instagram está lleno de atardeceres rurales y pueblos vacíos

Desconozco quién tiene razón, pero el tira y afloja entre unos y otros refleja bien los estereotipos que manejamos sobre el "campo" como refugio de una sabiduría infinita a punto de perderse. Un conocimiento tan ignoto que les damos la razón de forma acrítica, sin saber si tienen razón o promueven meras supersticiones, como ocurre con el exitazo que han tenido las predicciones de Jorge Rey, el chaval de las cabañuelas, que ahí sigue apareciendo en los programas de televisión día tras día porque para un sector de la población tiene más credibilidad que la ciencia, ese constructo urbano y moderno.

Hoy Instagram está lleno de fotografías de atardeceres en campos de Castilla o de empinadas cuestas rodeadas por silenciosas casas de piedra a la hora de la sobremesa, paraísos perdidos fotografiables que recuerdan a los demás usuarios que seguimos en contacto con nuestras raíces. El "campo" se ha convertido en un refugio para urbanitas con mala conciencia, que conscientes de que no pueden (ni quieren) formar parte de él, solo pueden verlo desde la distancia, callando y asintiendo.

Pero el "campo" no existe, de igual manera que no existe "la ciudad". Mucho menos en los términos que se entiende ahora, como todo aquello que está más allá de los confines de las grandes ciudades. En el "campo" la gente trabaja la tierra, sí, pero también son médicos, profesores o dependientes de establecimientos, son pobres y ricos, viven en capitales de provincia o en pueblos de apenas un puñado de habitantes. Son mujeres y hombres heterosexuales, homosexuales o bisexuales. Blancos o negros. Ven Netflix, van a comprar a la gran superficie que les pilla más cerca de casa o consultan internet en sus móviles tan a menudo como cualquiera. Son más como tú de lo que piensas. De hecho, podrían ser tú.

La diversidad del "campo" es más amplia que la de la ciudad, pero lo percibimos como un todo monolítico construido a partir de esa idealización del buen labriego con azada en la mano que es justo la que está en peligro de extinción. El "campo" visto desde la ciudad es el viejo estereotipo del agricultor arruinado, abandonado por la sociedad y condenado a la desaparición de su forma de vida. El protagonista de La lluvia amarilla de Julio Llamazares, una novela que tiene más que ver con Edgar Allan Poe que con la vida de un hortelano en el año 2023.

Como ocurre con todos los estereotipos, el del "campo" sirve a unos intereses

Estos estereotipos son dañinos porque silencian toda diferencia. Social, económica, cultural y vital. Es más, es posible que ya ni siquiera exista el "campo" más que como un estereotipo impuesto desde la ciudad. Desde luego, lo que no es el "campo" es todo aquello que está a más de tres kilómetros del centro de las grandes ciudades. Y como ocurre con todos los estereotipos, estos sirven a los intereses de unos pocos, aquellos a los que les conviene esta visión idealizada, romantizada y dulcificada del "campo".

El mejor ejemplo es el del asalto de centenares de ganaderos enfurecidos a la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León en Salamanca, que tuvo lugar hace un par de semanas. Desde la distancia, el análisis fácil era dibujarlo como una rebelión del "campo" frente a la incomprensión de las estructuras de poder centralistas. Un escrutinio más riguroso mostraba, más bien, un complejo conflicto de intereses entre los empresarios afectados por las medidas de sanidad sobre tuberculosis, defendidos ante Europa por Juan García-Gallardo de Vox.

placeholder El ridiculizado rural.
El ridiculizado rural.

Un enfrentamiento que resucitó en las bocas salmantinas el término "cuernocracia", que utilizó Miguel de Unamuno para referirse a la oligocracia ganadera y que nos recuerda que las clases sociales también existen dentro del campo, negando aquella máxima de Margaret Thatcher que negaba la existencia de clases. No existía la sociedad, tan solo los individuos. Pero claro que existe la sociedad, como bien se reflejaba en aquellos seculares conflictos entre los dueños de la tierra y quienes la trabajaban que la visión idealizada de lo rural parece querer olvidar.

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El campo, según esta visión idealizada, carece de conflicto interno y su único enemigo es el que lo enfrenta con la ciudad. Con el establishment. Una sensación de desagravio que ha sido estimulada en Estados Unidos por la alt-right para explotar el malestar de la población rural, algo a lo que Vox está aspirando a replicar, y que Christophe Guilluy resumía en No Society. El fin de la clase media occidental como los olvidados de la globalización.

Ajustando cuentas

Si el "campo" se narra así hoy en día es, tal vez, por esa mala conciencia que tiene la urbanizada España tras haberle dado la espalda a su pasado rural, de donde de una manera u otra venimos todos. El "campo" fue tan ridiculizado durante los años de la modernización española, como mostraba esa figura de Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, con la boina en la cabeza y la cesta bajo el brazo, que exigía una reparación. Qué mal, habernos metido así con el abuelo.

No se puede hablar del campo sin vivir ahí como antes no se podía hablar de ETA

Por eso se ha generado una visión condescendiente y paternalista del "campo", en la que cualquier crítica es automáticamente despreciada porque "no sabemos cómo se vive ahí", como se decía en el País Vasco durante los tiempos de ETA. Es por esa incapacidad de criticar los discursos del campo por donde entran los monstruos. Porque si el "campo" no existe, tampoco existe un único discurso del "campo", sino determinadas lógicas, argumentaciones e intereses que son defendidos por aquellos que pueden imponer su visión frente a la de los demás y que, como siempre, suelen ser los poderosos.

Quien dice "campo", dice "España vacía", como el propio Sergio del Molino criticaba en Contra la España vacía, la continuación de su exitoso ensayo en el que enmendaba la plana a todos aquellos que se habían apropiado políticamente del concepto para sus propios intereses, escudándose en ese abandono por parte de la maligna metrópolis. Irónicamente, es probable que los intereses de esas élites, que utilizan esa imagen bucólica e idealizada del "campo", estén mucho más cerca de los de las élites urbanas que los de aquellos que trabajan para ellos.

placeholder Asentamiento de inmigrantes en Huelva. (Foto: EFE/David Arjona)
Asentamiento de inmigrantes en Huelva. (Foto: EFE/David Arjona)

Al igual que ocurre con la clase obrera, reducida al estereotipo de ese operario varón que sale cada día de la fábrica, rudo, iletrado, pero de buen corazón, el agricultor ya no es hoy aquel buen labriego, sino el inmigrante explotado en los campos de Huelva o Murcia que no encaja en aquel estereotipo que tanto interesa a la derecha. Son esos inmigrantes que viven en la miseria los que no pueden crear sus propios relatos, y los que tienen que acatar la visión idealizada y romántica de los urbanitas, que seguiremos pensando que en el "campo" lo saben todo, subiéndonos al coche cada fin de semana para hacernos un par de fotos y volviendo a casa el domingo por la noche pensando qué bonito es el "campo", que no hay conflicto, ni gente mala, ni retrógrada, interesada, ni egoísta ni explotadora.

Se lo explicaba el tiktoker rural a la usuaria ignorante: "Muchacha, ¿tú sabes por qué estamos quitando la hierba de las olivas? Porque la hierba se come el condimento de la oliva, que es la aceituna. Si no quitas la hierba, se chupa toda la humedad de la oliva y la aceituna no crece, por eso estamos quitando la hierba, chiquilla". Suena a alguien haciendo la peor parodia posible de un agricultor, pero no, es así.

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