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Están en contra de que heredes tú, ¡no de heredar ellos!
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Están en contra de que heredes tú, ¡no de heredar ellos!

Montero pudo comprar porque heredó. Con su dinero y el de su pareja hacen ellos lo que les sale de las narices. Punto. ¡Bravo! No quería yo que se la tragase la historia sin haberle podido dar la razón en algo

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Sergio G. Cañizares)
La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Sergio G. Cañizares)
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Una señora valenciana le chillaba a Montero que si ella y su marido, a base de currar desde los catorce años, no habían podido comprarse el chalet, que a ver por qué Montero se lo había comprado tan pronto. Esto dio lugar a una escena histórica en la que la ministra atravesó la red de propaganda en la que viaja envuelta y, sacando la cabeza cual choni por la ventanilla de pedidos del Burger King, soltó por primera vez desde que hay registros una verdad como un templo.

Ella pudo comprar porque heredó. Con su dinero y el de su pareja hacen ellos lo que les sale de las narices. Punto. ¡Bravo! No quería yo que se la tragase la historia sin haberle podido dar la razón en algo. El diagnóstico es correcto.

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Normalmente, para comprar una vivienda en una gran ciudad lo bastante espaciosa como para criar a tres hijos hay que heredar. Y casi te diría que para comprar cualquier vivienda, tal como están los precios. Varias amigas de Montero, que por serlo están de secretarias de Estado, quizás se podrán comprar cuchitriles en Lavapiés gracias a esos sueldos hipertrofiados. A no ser que hereden, claro.

Adoro los raros momentos en que la política deja aflorar un poco de honestidad pedestre de entre la palabrería moralista. ¡Vaya rebote se pilló Montero con la señora de Valencia! Es como si le escociera decir la verdad. En Podemos la línea de cháchara sobre las herencias se resume en que son el satanismo turbocapitalista por línea sucesoria, así que cuando reconoció lo vital que resulta esto a la hora de comprar vivienda, la honestidad salió por su boca como un espumarajo de furia.

Por cierto: Montero heredó en la Comunidad de Madrid, páramo neoliberal gobernado por el Maligno en persona, lo que significa que heredó ventajosamente, con muy bajo impuesto de sucesiones. De haberlo hecho en otra parte, por ejemplo, en el País Ideal de Podemos, a saber los chanchullos que habría tenido que hacer. Nada grave: las cosas que hace la gente corriente en comunidades autónomas más justas, donde al fruto del trabajo de tus padres le pegan un bocado del 20, del 24 o del 30%.

Tan jodida está la vida económica española que la herencia se ha convertido en uno de los pocos tramos habilitados de la escalera social

Por más que en Podemos hagan ver que las herencias afectan solo a los cayetanos del barrio de Salamanca, esto son problemas reales de gente de clase trabajadora. En Cataluña, donde vivo, conozco el caso de una señora de clase baja que, a base de curro minucioso y austeridad espartana toda su vida, consigue llegar a la jubilación (mínima) con unos ahorros de 50.000 euros, y ahora anda fumando en pipa porque no puede repartir esta esforzada (y pequeña) suma entre sus dos hijos sin que todos pierdan una salvajada en impuestos.

No hereda quien tuvo padres ricos solamente (esos heredan más, y se pelean), sino cualquier hijo de currante boomer que, independientemente de su éxito alcanzado, haya sabido ahorrar o comprar un pisito asequible cuando era posible. De esto es de lo que habla Ana Iris Simón, y va la podemia y la llama falangista. La llaman falangista porque no saben demostrar que no tiene razón. Porque la tiene, vaya.

Tan jodida está la vida económica española que la herencia se ha convertido en uno de los pocos tramos habilitados de la escalera social. Digo escalera y no ascensor, porque no permite al que nace en una clase subir a la siguiente, sino al que tiene padres con lo mínimo tener lo mínimo: una casa, por ejemplo. Entre mis amigos habitantes de urbes están los que pagan alquileres monstruosos porque no han heredado o no tienen de quién heredar, y los que viven tranquilos en su propia casa porque sí heredaron, bien por defunción paterna, bien porque les adelantaron la herencia en donación.

Montero, de no ser por esa herencia, habría tenido que robar, como todo hijo de diputado, a fin de comprarse el chalet deseado

Esto antes no era así. Lo sé por mi propia historia. Mi padre era profe de secundaria en la pública y mi madre no trabajaba. Dos hijos. Con un solo sueldo, pudieron alimentarnos, educarnos, llevarnos de vacaciones en verano y comprarse un piso. Mi mujer y yo traemos a casa dos sueldos, nada bajos además, la tira de horas de curro cada uno, pero por más que pregunto a Idealista si hay alguna casa a mi alcance que no sea un zulo etarra, imposible. ¿Qué me falta?

Pues lo que tuvo Irene Montero: herencia. Así es como se accede al mercado de la vivienda en propiedad en grandes ciudades si has nacido después de 1975. Puedes ganarte la vida diciendo muchas cosas panfletarias contra los boomers y sus valores, mientras esperas a que tus padres boomers se mueran para heredar, y rezas por estar en una Comunidad Autónoma con tramos impositivos para sucesiones lo más opuestos posible a tu forma de decir cómo tiene que ser el mundo.

Y así son las cosas, hasta el punto de que Irene Montero, de no ser por esa herencia, pese a su sueldo inflacionado, habría tenido que robar, como todo hijo de diputado, a fin de comprarse el chalet deseado. La frase anterior contiene una rima involuntaria, un ripio, un error de estilo. Terminemos con otra rima fea, al estilo del modo en que termina la historia de España: triste es heredar, ¡pero más triste es de robar!

Una señora valenciana le chillaba a Montero que si ella y su marido, a base de currar desde los catorce años, no habían podido comprarse el chalet, que a ver por qué Montero se lo había comprado tan pronto. Esto dio lugar a una escena histórica en la que la ministra atravesó la red de propaganda en la que viaja envuelta y, sacando la cabeza cual choni por la ventanilla de pedidos del Burger King, soltó por primera vez desde que hay registros una verdad como un templo.

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