El macho testosterónico evangélico frente al 'hombre blandengue' del papa Francisco
El libro 'Jesús y John Wayne', de la historiadora Kristin Kobes Du Mez, analiza cómo los evangélicos de EEUU han construido su modelo de masculinidad, opuesto al de Bergoglio
A los evangélicos americanos siempre les han gustado los hombres de verdad. Su icono de masculinidad ha sido tradicionalmente John Wayne, aunque en las últimas décadas (y por aquello de modernizarse) han elevado a su altar de machos-míticos al personaje de William Wallace, el soldado escocés que dirigió a su país en la lucha contra la ocupación inglesa en el siglo XII y al que da vida el actor que Mel Gibson en la película Braveheart.
En Estados Unidos hay facultades evangélicas en las que esa película se proyecta en bucle, predicadores que durante sus sermones emiten machaconamente escenas de ese film.
La masculinidad evangélica (evangélica blanca, se entiende) glorifica a los tipos duros, a los que en nombre de la ley y del orden están dispuestos a cualquier cosa, incluso a saltarse a la torera la propia ley y el propio orden. Y aunque ese credo se cimienta en el nacionalismo, en la defensa de Dios y la patria, no tiene problemas en estrechar lazos con Vladímir Putin, famoso por alardear de su virilidad con el pecho al aire.
"El modelo de masculinidad más extendido entre los cristianos evangélicos es el del guerrero, el del tipo dominante, con el argumento de que si Dios les ha dado a los hombres testosterona y la capacidad de luchar es para usarlas. Sin embargo, y como no es fácil ir por la vida escalando montañas y llevando a cabo heroicidades varias, ese concepto de masculinidad se traduce al final en la defensa del patriarcado y de la autoridad patriarcal", nos cuenta por videoconferencia desde Estados Unidos la historiadora estadounidense Kristin Kobes Du Mez, autora de
Se trata de un libro que ahora sale en español de la mano de la editorial Capitán Swing y que analiza pormenorizadamente cómo los evangélicos estadounidenses llevan 65 años puliendo ese concepto de masculinidad y difundiéndolo a los cuatro vientos a través de su potente industria cultural, que sin duda jugó un papel fundamental en la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, paradigma de los valores evangélicos más profundamente arraigados.
El potente mercado evangélico
La cultura evangélica estadounidense lleva décadas propagando la autoridad masculina y la subordinación sexual y espiritual de las mujeres. "En las catequesis y escuelas bíblicas de vacaciones, los niños aprenden a ser superhéroes para Cristo y las niñas a ser bellas princesas. En los grupos parroquiales juveniles, se entrena a los niños en el manejo de armas y arcos, y se enseña a las niñas a maquillarse, comprar y decorar tartas", escribe Kobes Du Mez en Jesús y John Wayne. La naturaleza por géneros del mercado evangélico está presente en todas partes: en sus tiendas, en sus librerías, en sus editoriales, en sus emisoras de radio, en sus canales de televisión y cada vez más también en Amazon.
Sin embargo, el modelo de masculinidad que se ha abierto paso entre los católicos de la mano del papa Francisco es básicamente el opuesto. Aunque tanto los evangélicos como los católicos sitúan a la Biblia y a Jesucristo en el corazón de sus creencias, hacen lecturas diferentes de ella. Al fin y al cabo, en la Biblia hay tanto relatos de un Dios guerrero y violento, como de un Jesucristo que cuida de los desesperados. En esa dicotomía, Bergoglio ha apostado por el hombre que, tanto en los espacios seculares como en los religiosos, no es belicoso ni agresivo. Su patrón masculino se ajusta al del hombre blandengue: el hombre que cuida, el hombre comprometido que rehúye el rol que tradicionalmente se le ha asignado.
"En realidad Francisco no está siendo innovador, su visión de la masculinidad tiene precedentes históricos en la tradición católica y en las propias Escrituras. De hecho, la masculinidad cristiana es inherentemente contracultural: la llegada de Jesús no cumplió por ejemplo con las expectativas de sus seguidores de derrocar al poder político, de dar el poder terrenal a los judíos", subraya Kobes Du Mez.
En los primeros tiempos del cristianismo, muchas mujeres se sintieron atraídas por una cultura muy diferente a la del patriarcado que ellas conocían
Eso, por no hablar de que Jesús pedía a sus adeptos que vendieran sus posesiones y se las entregaran a los pobres, que amaran a su enemigo, que pusieran la otra mejilla, que guardaran la espada…
"Todo eso iba en contra de la masculinidad de la época, y explica por qué en la Iglesia de los primeros tiempos había muchas mujeres, que entraron atraídas por una cultura muy diferente a la del patriarcado que ellas conocían", sostiene la autora de Jesús y John Wayne. "Francisco concibe definitivamente la masculinidad dentro de esa primera historia de enseñanza bíblica. Pero siempre ha habido masculinidades en competencia, también dentro de la iglesia católica siempre ha existido atracción hacia una masculinidad más guerrera que se hace con el poder y es recompensada por ello por Dios".
La batalla entre el concepto de masculinidad de los evangelistas y el del papa Francisco se enmarca en diferentes contextos ideológicos. Los evangélicos estadounidenses son orgullosamente de derechas, y su beligerancia exige una sensación de amenaza permanente. Llevan mucho tiempo siendo ferozmente anticomunistas, lo son incluso desde antes de la Guerra Fría, periodo en el cual aún abrazaron con más visceralidad la lucha contra el marxismo.
Tras la caída de la URSS, reemplazaron el miedo al marxismo con el miedo al radicalismo islámico, pero en los últimos años han vuelto a la matraca de señalar como el gran enemigo a batir al comunismo, aunque empleando ese término con bastante ligereza y laxitud. "A cualquiera que hable de justicia social en cualquiera de sus formas, de igualdad de género o de igualdad racial, le etiquetan de marxista", explica Kristen Kobes Du Mez.
El papa Francisco, sin embargo, carga con el sambenito de ser comunista que, sobre todo, le ha colgado la ultraderecha católica estadounidense. El propio Bergoglio ha negado en varias ocasiones serlo, pero no consigue descolgarse esa etiqueta.
El caso de Brasil
Quizás sea en Brasil, el país con más católicos del mundo pero donde los evangélicos no dejan de crecer, donde más patente se hace la batalla entre unos y otros. Una batalla que ha fracturado el paisaje político del país, como ya ocurriera en Estados Unidos.
Los evangélicos brasileños, con la ayuda de sus colegas estadounidenses, ayudaron en enero de 2019 a instalar en la presidencia del país a Jair Bolsonaro, un hombre fuerte, casado en terceras nupcias, famoso por sus declaraciones misóginas, su defensa de los valores familiares tradicionales y su agenda antihomosexual. Bolsonaro y Francisco se han enzarzado en varias broncas, como la que mantuvieron por ejemplo a propósito de los pueblos nativos de la Amazonia.
Sin embargo, el progresista Lula da Silva, actual presidente de Brasil, ha exaltado en varias ocasiones el valor de los mensajes de Francisco, contribuyendo así a extender los rumores sobre las supuestas veleidades comunistas del Papa.
Pero Brasil solo es un ejemplo. "Los evangélicos tratan de exportar su idea de masculinidad a escala mundial", sostiene Kristin Kobes Du Mez. De hecho, esta historiadora asegura que ya han conseguido que sus ideas empiecen a arraigar en lugares como Uganda, India, Jamaica o Belice. Pero también se expanden por Europa. "En el transcurso de la última década, varias organizaciones evangélicas estadounidenses han canalizado más de 50 millones de dólares a organizaciones europeas de corte derechista", asegura.
En España los evangélicos tampoco dejan de crecer. Se calcula que ya suman medio millón de fieles, cinco veces más que hace una década, y ya cuentan con más de 4.000 templos por todo el país, 1.500 más de los que tenían en 2011. Y ya son cortejados políticamente. Dirigentes del PP de Madrid visitaron hace poco varios templos evangélicos y acudieron a un macro evento de ese credo que congregó en Fuenlabrada a unas 3.000 personas y en el que, en la más pura tradición de ese credo, no faltó una curación milagrosa.
A los evangélicos americanos siempre les han gustado los hombres de verdad. Su icono de masculinidad ha sido tradicionalmente John Wayne, aunque en las últimas décadas (y por aquello de modernizarse) han elevado a su altar de machos-míticos al personaje de William Wallace, el soldado escocés que dirigió a su país en la lucha contra la ocupación inglesa en el siglo XII y al que da vida el actor que Mel Gibson en la película Braveheart.
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