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Se acabó el circo en EEUU: Donald Trump comete el gran pecado de ser aburrido
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adiós a las portadas y las cámaras

Se acabó el circo en EEUU: Donald Trump comete el gran pecado de ser aburrido

Los medios estadounidenses y Donald Trump se han odiado, amado y reído juntos. Aunque tras su desaparición de la escena política y su vuelta, algo se ha perdido entre ambos

Foto: El expresidente de Estados Unidos Donald Trump. (Reuters/Jonathan Drake)
El expresidente de Estados Unidos Donald Trump. (Reuters/Jonathan Drake)

Fiel a su espíritu de showman, el republicano Donald Trump nos entregó, entre 2015 y 2021, la tragicomedia política definitiva. La historia de un estrafalario rebelde cuya ascensión fue tan meteórica e impresionante como su caída seis años después, en medio de un fracasado golpe constitucional y un asalto al Capitolio azuzado por Trump en la más pura tradición de los demagogos griegos. Desde entonces, habita en las lagunas de la política. Es un monstruo del lago Ness que amenaza con salir y caminar de nuevo por la tierra. Hace menos de un mes, Trump anunció campaña para 2024 en el peor momento de su trayectoria, debilitado por los malos resultados de las legislativas y desfallecido en las encuestas. Pero, sobre todo, las audiencias están cansadas. La pregunta es: ¿puede Trump volver a entretener, a conquistar las ondas?

Parece una forma de verlo frívola, pues se trata de un expresidente, no de un comediante o de una estrella del pop. Pero buena parte del secreto del éxito de Trump residía precisamente en su capacidad de absorber toda la atención de los medios y, como consecuencia, dominar las agendas políticas. Con una mano atacaba a los urbanitas biempensantes, ganándose la lealtad eterna de las bases rurales republicanas, y con la otra colocaba el acento político-mediático en los temas que a él le interesaban, como la inmigración, el comercio y China. Relato en estado puro.

Foto: Elon Musk. (Reuters/Mike Blake)

Los presentadores de la CNN que lo denunciaban a voz en cuello luego lo entrevistaban y se mondaban de risa con él. Trump era una máquina de proferir comentarios cargados de falsedades y mensajes con claras tonalidades racistas, misóginas y nativistas. Es decir, era peligroso y, a la vez, en el estirado contexto norteamericano, extremadamente original. Un contenido al que las televisiones y los periódicos no podían resistirse, tal y como reflejaban las cifras de audiencia.

Los mejores años de la historia de la CNN coinciden sospechosamente con el auge de Trump, el villano en torno al cual el canal de tendencia progresista reorganizó su parrilla y su identidad. ¿Y cuál fue la cumbre de visionado? El 7 de enero de 2021. Un día después del ataque al Congreso. “No tengas duda: es una relación simbiótica”, reconocía un antiguo ejecutivo de la CNN al portal Digiday. “La dramática ascensión y relevancia de la CNN, para bien o para mal, estaba ligada a Donald Trump”.

Foto: Donald Trump, acompañado de Melania, anuncia su candidatura. (Getty/Joe Raedle)

La fiebre trumpista fue un auténtico fenómeno de masas. Un efecto psicodélico no muy distinto a las modas que se viralizan hasta alcanzar todos los hogares y ocupar todas las conversaciones. Lealtad eterna, odio a muerte. Todo el mundo tenía opinión extrema y apasionada. Decenas de periodistas deben su fama y su estatus, sus buenos empleos, sus charlas remuneradas y sus discursos en las ceremonias de graduación de prestigiosas universidades a Trump. Este informe de Columbia Journalism Review recoge las impresiones de estos reporteros en sus propias palabras: cómo estar cerca del fenómeno transformó para siempre sus carreras.

Luego llegó la caída y, con ella, un baño de realidad. Tanto para Trump como para los medios. “En los meses desde que el expresidente Trump dejó el cargo, las audiencias informativas se han hundido”, escribían Sara Fischer y Neal Rothschild, de Axios, en junio de 2021, en el quinto mes de la Administración Biden. “Y las publicaciones que dependen de la guerra partidista han recibido un golpe especialmente grande”. Los índices de cabeceras consolidadas como The New York Times, Wall Street Journal o Reuters bajaron casi un 20% de media. En otros sectores mediáticos, como a la derecha y a la extrema derecha, el desplome fue aún mayor. Hasta del 44%.

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Para la CNN, que durante la campaña de 2016 retransmitía en directo los mítines del demagogo neoyorquino al que decía combatir, el cambio fue aún más brusco. Entre octubre de 2020, cuando la pandemia de covid y las elecciones presidenciales unieron fuerzas en un momento político psicótico, y octubre de 2021, su audiencia bajó un 73%. Las audiencias de Fox y MSNBC también descendieron más de un 50%.

Pero, así como las audiencias subieron y bajaron, pudieron más o menos restablecerse. The New York Times respondió a la mengua del interés diversificando sus negocios, expandiendo sus mercaderías y adquiriendo nuevos activos, como el portal de deportes The Athletic y el juego de palabras Wordle. The Washington Post se dio cuenta de que, de los 50 artículos más leídos de 2019, todos iban de política. Entre los 50 más leídos de 2021, en cambio, solo 10 iban de política. Así que decidió repensar las prioridades informativas en un paisaje mediático donde ha habido despidos, reconfiguraciones y apuestas similares en los últimos dos años.

Foto: Trump, en un mitin en Michigan. (Reuters/Chery Dieu-Nalio)

Así que su carácter original, provocador y, en resumen, mediático, era uno de los secretos de Trump, a remolque, claro, de haber sabido conectar con un electorado mayoritariamente rural y blanco que sentía que su América, la América de las manufacturas, las grandes extensiones y los sueldos altos sin tener por qué haber ido a la universidad, estaba en peligro de extinción. Y solo un tipo con mala leche como Trump tenía lo que hay que tener para “hacer América grande de nuevo”.

En el ritmo contemporáneo de los acontecimientos, acelerados visiblemente por la tecnología y la hiperconexión, la campaña de 2016 queda tan lejos como la Guerra del Peloponeso. Y la historia antigua no suele ocupar las portadas de los periódicos ni los horarios de máxima audiencia. Cuando Trump lanzó nueva campaña presidencial desde su mansión de Florida el pasado 15 de noviembre, The New York Post, a la sazón el tabloide favorito del magnate, recogió la noticia con gran sorna: “Hombre de Florida hace un anuncio”, se leía, en letras pequeñas y sin foto o detalle alguno, en la parte baja de una portada dedicada a truculentos sucesos.

Foto: El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters/Gaelen Morse)

Trump está sumergido en la laguna como una especie de caimán antediluviano. Su mensaje, que flota por las aguas de la red social ultraconservadora Truth Social, rara vez aflora a la superficie y su diagnóstico electoral es poco prometedor. Hace apenas un mes, seguía siendo el republicano más popular de Estados Unidos. Luego se celebraron las elecciones de medio mandato y vimos cómo sus candidatos afines, aquellos que él había respaldado públicamente a cambio de que estos adoptasen el bulo del presunto fraude electoral de 2020, perdían casi todas las carreras estatales a puestos como el de gobernador, fiscal general o secretario de Estado. Los maltrechos números envalentonaron a los críticos de su propio partido, que apremiaron a sus filas a dar una vuelta de hoja a las agendas conservadoras.

Además de que el público ya se conoce sus triquiñuelas retóricas y su manera de gobernar, Trump ha perdido el aura de invencibilidad que lo rodeaba, como si lo protegiese un embrujo indiferente a las reglas normales de la política. En 2020 extravió la presidencia y en 2022 se demostró que su imagen había quedado dañada.

Foto: Donald Trump en una imagen de archivo. (Reuters/Gaelen Morse)

Una reciente encuesta nacional de Marquette Law School refleja que Ron DeSantis, el victorioso gobernador de Florida, reelegido con casi 20 puntos de ventaja sobre su rival demócrata, también saca 20 puntos de ventaja en popularidad a Trump. Un número impensable hace unas pocas semanas. DeSantis ha logrado cultivar dos vertientes, una pragmática y otra populista. Una lo reconcilia con los gerifaltes de Washington; la otra, con las bases tradicionalmente trumpistas.

La reciente cena de Trump con el supremacista blanco y negacionista del Holocausto Nick Fuentes y Kanye West, o Ye, superestrella del rap con trastorno bipolar reconvertido en conspiranoico antisemita admirador confeso del régimen nazi, solo ha reforzado las críticas desde las filas de su partido. En uno de sus mensajes de Truth Social, por otra parte, Trump dijo que había razones para abolir la Constitución de Estados Unidos, reiterando el bulo de que él ganó las últimas presidenciales.

Las señales parecen estar claras: Trump es un producto de ayer. De los años ochenta. De 2016. Una percepción que, sin embargo, es cuestionada por los más de 100 millones de dólares amasados en presupuesto de campaña y por la probada capacidad trumpista de sorprender y retorcer a su favor las circunstancias políticas. En algo menos de dos años, sabremos si 2024 es o no una cuesta demasiado empinada para el showman y sus “pequeñas artes de la popularidad”.

Fiel a su espíritu de showman, el republicano Donald Trump nos entregó, entre 2015 y 2021, la tragicomedia política definitiva. La historia de un estrafalario rebelde cuya ascensión fue tan meteórica e impresionante como su caída seis años después, en medio de un fracasado golpe constitucional y un asalto al Capitolio azuzado por Trump en la más pura tradición de los demagogos griegos. Desde entonces, habita en las lagunas de la política. Es un monstruo del lago Ness que amenaza con salir y caminar de nuevo por la tierra. Hace menos de un mes, Trump anunció campaña para 2024 en el peor momento de su trayectoria, debilitado por los malos resultados de las legislativas y desfallecido en las encuestas. Pero, sobre todo, las audiencias están cansadas. La pregunta es: ¿puede Trump volver a entretener, a conquistar las ondas?

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