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Demetrio Carceller Segura, el gigante del petróleo en España (1894-1968)
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Demetrio Carceller Segura, el gigante del petróleo en España (1894-1968)

Este ingeniero textil, que llegó a ser ministro de Franco, se convirtió en el ‘hombre del petróleo’ de España amasando una importante fortuna

Foto: José Luis Arrese condecora a Demetrio Carceller Segura
José Luis Arrese condecora a Demetrio Carceller Segura

Alrededor de Demetrio Carceller Segura hay una potente línea de sombra. Ingeniero textil, alto ejecutivo del petróleo y ministro de Industria y Comercio entre 1940 y 1945, encajado en los primeros gabinetes de Franco entre un buen número de militares. Hábil negociador, industrial de éxito y poseedor de una enorme fortuna vinculada, al parecer, con episodios ocurridos en su etapa de más brillo político. Contrabandista, patrocinador de la autarquía y entusiasta de los totalitarismos son otros de los calificativos que han caído sobre él, en buena parte porque su existencia se ha contado generalmente a través de los ojos de sus enemigos. Su rica personalidad y su intensa trayectoria profesional también han contribuido al carácter volátil y escurridizo de la vida de Carceller, quien quedó definido así por uno de sus colaboradores: “Todo un hombre, difícil de imitar, difícil de seguir, difícil de biografiar”.

De sus orígenes familiares, los rastros más fiables se hallan en la entrevista que el periodista Manuel del Arco publicó en 1959 en la revista Destino. De extracción humilde, Demetrio Carceller Segura nació el 22 de diciembre de 1894 en Las Parras de Castellote, en la comarca del Bajo Aragón de Teruel. “Éramos perfectamente pobres”, llega a admitir. Esas duras condiciones de vida propiciaron, sin duda, la salida a Tarrasa, donde la familia al completo vivió por un año “mejor que en el pueblo” hasta que su padre, un obrero textil, tuvo un grave accidente laboral. En su formación como ingeniero tuvo un papel fundamental el primer conde de Egara, Alfonso Sala Argemí, quien le patrocinó los estudios y le sirvió de eficaz paracaídas en el mundo empresarial. Por esas mismas fechas, también realizó trabajos más o menos esporádicos, todos terriblemente mal pagados.

En la entrevista publicada en Destino, el empresario subraya la importancia que tuvo en su vida el traslado a Barcelona. Allí cumple con el servicio militar y, a su finalización en 1918, casi de forma casual, elige un rumbo laboral inesperado que marcará su futuro político y empresarial. “Entonces, ingreso como químico en el Laboratorio de Refinería de Lubrificantes de Sabadell Henry. A los tres meses me indican que me haga cargo de la fábrica en turno nocturno, alternando con otro”, confiesa Carceller, quien recibe del propietario, Claudio Sabadell, un consejo fundamental para su triunfo en el mundo de los negocios: “Hay que saber tocar a Wagner con un peine”. Sorprendentemente, tres años después, es nombrado director de esta fábrica de Cornellá y, desde allí, reflota una compañía condenada al cierre.

placeholder En el centro Demetrio Carceller Segura
En el centro Demetrio Carceller Segura

De la fórmula que utilizó para tejer ese espectacular despegue poco se sabe, aunque se le llegó a acusar de prácticas fraudulentas, como la bajada intencionada en la calidad de los productos para incrementar el margen de beneficios. Con todo, la gestión de Carceller al frente de la fábrica de Sabadell Henry tuvo que causar gran impacto en el sector hasta el punto de depararle una posición de privilegio en el organigrama de Campsa —una empresa monopolística creada en 1927 bajo la fórmula mixta Estado-capital privado— al incorporar la planta de Cornellá. Todos esos hechos se sucedían mientras que él ya preparaba el lanzamiento de Cepsa, una iniciativa empresarial con muchas posibilidades de ruina que logró poner en la órbita de los beneficios. Desde esa duplicidad de cargos, pudo gestionar la firma de contratos de suministros de una a otra compañía.

Rivalidad con Juan March

Esa ventajosa omnipresencia pareció llegar a su fin con la salida de Demetrio Carceller de la cúpula de Campsa en 1930, realizada con cierto estruendo ante las críticas por compatibilizar su mando en la corporación monopolística con sus intereses privados en el negocio del combustible. Sin embargo, él siempre tuvo a un hombre de Cepsa en las plazas de mando de la primera compañía petrolífera. De esta forma, en pocos años, se convirtió en el “hombre del petróleo” en España, con permiso de Juan March, con quien mantuvo una rivalidad de gran calibre. En ese vertiginoso ascenso, él siempre se movió con soltura en el ruedo de la política: forjó en la dictadura de Primo de Rivera sus mejores contactos financieros, intereses que fortaleció durante la Segunda República hasta llegar a convertirse en uno de los dirigentes de Falange en Barcelona, barajándose su nombre como líder del fascismo español.

A causa de ese sello ideológico, su vida estuvo en grave peligro en los primeros días del golpe

A causa de ese sello ideológico, su vida estuvo en grave peligro en los primeros días del golpe. Aquel 18 de julio de 1936 le sorprendió con su familia en un hotel de su propiedad en El Escorial (Madrid) y, desde allí, tuvo que emprender una huida “monte arriba, despedazado y maltrecho” hasta Burgos. El empresario solía contar una anécdota que le ocurrió durante la atribulada fuga y que refleja, a las claras, su personalidad: “En Peguerinos [municipio de Castilla y León] le ofrecí a un pobre hombre la oportunidad mejor de su vida, diez mil pesetas por un asno, y la dejó pasar; no será nunca nada”. Ya instalado en la ciudad castellana —capital provisional de la España sublevada—, Carceller se integró en la Comisión de Industria, Comercio y Abastecimientos de la Junta Técnica del Estado (una especie de gobierno provisional), bien arropado allí por las credenciales ganadas en las gestiones para el suministro de combustible a la aviación franquista en los primeros días de la contienda.

A raíz de estos movimientos, la valoración de la capacidad negociadora del empresario fue en aumento hasta el punto de acceder el 16 de octubre de 1940 a los mandos del Ministerio de Industria y Comercio, en el tercer gabinete de Franco, donde Serrano Suñer lideraba la plaza de Exteriores. Bajo ese padrinazgo, el empresario siguió al frente de esta cartera en el cuarto gobierno de la dictadura (1941), pero también lo haría en el quinto (1942), cuando el cuñado del dictador ya había caído en desgracia. A Carceller, probablemente, lo sostenían entonces más razones económicas y estratégicas que políticas. En este punto, destacó su relevante papel en las elevadas exigencias que el régimen puso a Hitler para entrar en la guerra y la reorientación de los intereses de la dictadura hacia el bando de los aliados porque, según decía, “los capitalistas de todo el mundo podían entenderse”.

Salida del Gobierno de Franco

Hay quien ha explicado la salida de Demetrio Carceller del gobierno de Franco por su independencia de criterio y por su manera de actuar, que no se ajustaba exactamente a los deseos del dictador. Cabe atribuirle, en buena medida, el arrimo del régimen al bando vencedor en la Segunda Guerra Mundial y la lucha para acabar con el hambre y el desabastecimiento en el interior. “Tengo la tranquilidad de conciencia de que en el balance de mi gestión, compensando los aciertos y los errores, el saldo ha sido favorable para los españoles”, confesó a Del Arco en las páginas de la revista Destino. Su salida del gobierno supuso la continuación de una prodigiosa carrera empresarial. Decenas de consejos de administración se disputaron sus favores, como se comprueba en la relación de responsabilidades que asumió hasta en dieciséis grandes empresas ya en los sesenta, pero, sin duda, una de sus más grandes conquistas fue su entrada en el sector de la banca.

Así, finalizada la guerra en Europa, todas las propiedades alemanas en España fueron congeladas. El gobierno de Franco las confiscó y las vendió, una de las cuales fue adquirida por Carceller, quien, por fin, alcanzaba su sueño de ser banquero. En 1950 inició sus actividades financieras el Banco Comercial Trasatlántico (Bancotrans), la nueva sociedad que se hizo cargo de esos activos. Desde la torre de Bancotrans en Barcelona —un diseño de veinte plantas del arquitecto Santiago Balcells Gorina en la esquina de Paseo de Gracia con la entonces avenida del Generalísimo, hoy, la Diagonal—, el empresario realizó numerosas operaciones financieras e industriales, entre las que destacó la creación en 1965 del Banco Industrial de Cataluña. En paralelo, mantuvo una vida social intensa, asistiendo a inauguraciones, a bodas o a funerales o visitando al Jefe del Estado. Entre sus méritos, consta su condición de patrocinador de Josep Pla, quien alguna vez viajó en sus petroleros.

Un día, en el Teatro de los Sótanos, en la escalera, se cayó y rodó por ella. Murió a los días

Demetrio Carceller Segura falleció el 1 de mayo de 1968. La prensa recogió la noticia con perfiles que hacían hincapié, por lo general, en el protagonismo fundamental que desplegó en un período clave del régimen franquista. José Antonio Torrente Fortuño, su secretario, recordó con tristeza sus últimos momentos y el extraordinario entusiasmo de este “catalán empecinado”, tenaz y disciplinado: “Carceller murió ‘joven’, porque se consideraba en su madurez como eterna juventud. Y murió ante los ojos de su mujer, su “dona” de un modo tonto. Ya hemos dicho que era muy aficionado al cine español, a su trabajo, a la zarzuela. Un día, en el Teatro de los Sótanos, en la escalera, se cayó y rodó por ella. Murió el pobre a los días. Unos meses antes me decía, hablando de política: “Ah, si a mí me garantizaran diez años en la vida de Franco”. Fue Carceller todo un hombre. Brusco y cariñoso (…). Todo un hombre, difícil de imitar, difícil de seguir, difícil de biografiar”.

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El 30 de mayo de 1960, en las páginas de Tarrasa Información, el periodista le hizo una pregunta al empresario que le reiteraron una y otra vez en todas las entrevistas: ¿cómo había conseguido reunir su fortuna? “Lo mío no ha sido amasar millones; ha sido éxito, sencillamente —respondió—. La fórmula de este éxito tiene tres bases: primera, iniciativa clarividente; segunda, audacia; y tercera, tenacidad”. “¿Cuál es de todas la más importante?”, insistió el periodista. “La primera”, la iniciativa clarividente, añadió Demetrio Carceller, quien tuvo para los negocios un instinto extraordinario, todo el que le faltó para salvaguardar su imagen en el futuro. Nunca le preocupó qué iban a decir de él después de muerto. Y fue ese desinterés por la memoria el que le hizo perder su única batalla: la de la opinión.

Alrededor de Demetrio Carceller Segura hay una potente línea de sombra. Ingeniero textil, alto ejecutivo del petróleo y ministro de Industria y Comercio entre 1940 y 1945, encajado en los primeros gabinetes de Franco entre un buen número de militares. Hábil negociador, industrial de éxito y poseedor de una enorme fortuna vinculada, al parecer, con episodios ocurridos en su etapa de más brillo político. Contrabandista, patrocinador de la autarquía y entusiasta de los totalitarismos son otros de los calificativos que han caído sobre él, en buena parte porque su existencia se ha contado generalmente a través de los ojos de sus enemigos. Su rica personalidad y su intensa trayectoria profesional también han contribuido al carácter volátil y escurridizo de la vida de Carceller, quien quedó definido así por uno de sus colaboradores: “Todo un hombre, difícil de imitar, difícil de seguir, difícil de biografiar”.

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