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Sabina, un rojo arrepentido
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'TRINCHERA CULTURAL'

Sabina, un rojo arrepentido

Sabina ha declarado que ya no es tan de izquierdas, y yo creo que lo que es cada vez más viejo. Como todos con los años, se rinde a la nostalgia, pero es cierto que la izquierda también ha cambiado

Foto: Joaquín Sabina. (EFE/Fernando Villar)
Joaquín Sabina. (EFE/Fernando Villar)

Hace poco Joaquín Sabina, trovador de la izquierda, mito romántico con ambición nerudiana de poeta del pueblo y del amor, dijo: "Ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando". En cuanto escuché la voz quebrada de fumador de ducados del Flaco de Jaén, ya vislumbré pilas de discos siendo quemadas en algún descampado a lo Tercer Reich de la corrección. También me recordó a aquella película de Garci, Solos en la madrugada, donde decían que nueve de cada diez personas que usted admira son de derechas. Decían, que la derecha es bienestar, confort, seguridad. Decían: "Sea usted de derechas, como Dios manda, y sea feliz". Un eslogan cojonudo, para qué engañarnos…

En fin, no sé si Sabina se ha encomendado a Dios, ese que le quisieron meter en casa con calzador y que él desvistió como un poder espurio, y ya es feliz. Y, por fin, es de derechas. Aunque lo dudo. Para mí que, simplemente, Sabina se ha hecho viejo. Hay quien verá en su viraje ideológico un gesto de madurez. Otros, un exceso de pellejo recubriendo las gónadas con un cerebro que pide pastillitas de Exelon. Yo digo que van de la mano.

Foto:  El cantante Joaquín Sabina, en el festival de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

A todos, tarde o temprano, se nos echa la nostalgia encima. Se apodera de nuestros mejores recuerdos para hacernos creer en un pasado mejorable, pero siempre mejor, y en un futuro empeorable, pero siempre peor. El ayer nos asalta con la droga de los momentos placenteros, mientras en el horizonte tenemos que hacer un esfuerzo por encontrar esperanza. Y, con los años, cada vez somos más perezosos… menos adaptables. Pasamos de la fluida agua que es lo que hay que ser, amigo, a un cacharro de hielo rígido que solo encaja en la forma que se le dio antes de la transición de fase.

Es una perogrullada del copón, pero bien es cierto que los tiempos cambian. La izquierda que conoció Sabina, no es la izquierda que hoy está en el gobierno. Marx se ha quedado acurrucado en un rincón sin mucho que decir. La ideología se azuza ahora por pantallas que conectan, pero no comunican, alumbrando una sociedad muy fragmentada en la que solitarios multiconectados reclaman constantemente un espacio de atención.

Importado desde la tierra de los comedores de Big Mac, el pensamiento crítico claudica frente al pensamiento identitario, haciéndole la cama a eso que Gustavo Bueno llamó "izquierda indefinida" en su libro El mito de la izquierda.

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Sabina mutó de agua a hielo en un momento que lo LGTBIQ+ se defendía como una forma de existencia legítima (¡válgame si lo es!) y normalizada, y no como el objeto de discriminaciones positivas y victimismos rentables. Por eso, durante sus declaraciones termina de mencionar al colectivo entre risas, porque Sabina se ha codeado toda la vida con gais y lesbianas, como Chavela Vargas, de quien decía que compartían dos grandes amores; el tequila y las mujeres. También seguro con transexuales de todo orden y manera. Pero cuando entra en las definiciones de orientaciones y géneros para las que parece que hay que tener una chuleta por su complejidad y longitud, el cantautor se pierde. Dicho sea, yo también…

Por si fuera poco, con el paso del tiempo, la hipocresía va floreciendo inevitablemente y la paradoja se alumbra en todo bicho viviente. Un buen ejemplo es Javier Cansado, diciendo que de joven era marxista y ahora, con pelucos caros y una cuenta bancaria bien nutrida, es socialdemócrata, para no tener contradicciones. A pesar de que el propio cambio sea una bien gorda.

Además, y lejos de estas mutaciones, ya lo dijo nuestro protagonista: "la pasión por definición no puede durar" y hay una emoción inocente por salvar el mundo que con la madurez se desenmascara. No porque no sea una ambición noble, sino porque sus pólipos van quedando cada vez más al descubierto. Por eso es trabajo de la juventud, más ingenua por condición, avanzar hacia la utopía y de la vejez, más sabia por experiencia, de ponerle los pies en la Tierra.

Antes era rebelde luchar porque un homosexual fuera libre para amar. Hoy es rebelde buscar la libertad para poder decir 'marica'

Lo cierto es que, siguiendo este planteamiento, mi preocupación no viene de un titán del rojerío canoso narrando su descontento con la izquierda. Lo que más me inquieta es que los cachorros de España sean cada vez más alérgicos a ella. Una juventud conservadora es una juventud estancada, con olor a naftalina y tubería por los pasillos del instituto, en vez de perfumada revolución.

Pero es que la revolución ha cambiado de bando. Hace no tanto, el amor y el sexo libre, la elección de orientaciones más allá de la heterosexual, la repudia al nacionalismo o el feminismo eran valores rebeldes. Ajenos a la norma. Transformaciones sociales que merecían el ostracismo familiar en las comidas o algún que otro porrazo de un estupa sádico. Ahora, es al contrario. La rebeldía suele ir de la mano de la idea de libertad. Antes era rebelde luchar porque un homosexual fuera libre para amar a quien quisiera. Hoy es rebelde buscar la libertad para poder decir marica. Yo me crie en esa primera rebeldía, pero mucho me temo que las nuevas generaciones están apostando más por la segunda.

¡Ojo!, lo cual no quiere decir que se los deba llamar fachas. Básicamente porque si seguimos banalizando el uso de un término con tanta víscera vistiendo su historia, cuando irrumpe de verdad ha perdido todo su peso, su poder de alarma. Luego pasa lo que pasa, que llega un fascista de verdad y no le escandaliza a nadie.

Aceptar que con los años mutamos es la clave para no ser altivos creídos con complejo de mesías inaccesibles al diálogo

Cambiar de ideología es un duro acto de fe. Antonio Escotado lo hizo, con todo el dolor de su corazón, pero no creo que en el fondo se arrepintiera de ello. De tener que cambiar, digo. Aceptar que con los años mutamos, aprendemos, razonamos, mejor o peor, convirtiéndonos en contradicciones andantes, es la clave para no ser altivos, creídos con complejo de mesías inaccesibles al diálogo.

O también puede que, como decía Cioran: "a medida que los años pasan, decrece el número de seres con quienes puede uno entenderse" y nos refugiemos en nosotros mismos, en lo conocido, para poder entendernos con alguien… Servidor, de momento, aún consigue coincidir. Pero uno es joven y, si la suerte no le tira una teja en la cabeza, tal vez algún día acabe huraño y retraído, no entendiéndose ni con su sombra…

Hace poco Joaquín Sabina, trovador de la izquierda, mito romántico con ambición nerudiana de poeta del pueblo y del amor, dijo: "Ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando". En cuanto escuché la voz quebrada de fumador de ducados del Flaco de Jaén, ya vislumbré pilas de discos siendo quemadas en algún descampado a lo Tercer Reich de la corrección. También me recordó a aquella película de Garci, Solos en la madrugada, donde decían que nueve de cada diez personas que usted admira son de derechas. Decían, que la derecha es bienestar, confort, seguridad. Decían: "Sea usted de derechas, como Dios manda, y sea feliz". Un eslogan cojonudo, para qué engañarnos…

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