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No saldrás de casa para ir al próximo concierto
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No saldrás de casa para ir al próximo concierto

La industria del disco nos va preparando para que todo se quede en una pantalla; la Historia ocurre dos veces, primero como tragedia, después como videoconferencia

Foto: Joaquín Sabina. (EFE)
Joaquín Sabina. (EFE)

Joaquín Sabina ha dicho esta semana que no volverá a dar conciertos hasta que no nos quitemos las mascarillas, desaparezcan las sillas y podamos bailar. Lo que no sabemos es qué parte del gran público volverá a los conciertos —no de Sabina: de quien sea— y cuál, por el miedo a lo vírico, las normas profilácticas y la pereza pospandémicos, se irá decantando por verlos por una pantalla. Si esto te parece una hipótesis muy descabellada, recuerda que el negocio de Netflix era mandar DVD por correo antes de que tú y yo lo convirtiéramos en la perfecta fusión de la televisión, el sofá y la relación de pareja.

Aún estamos en los primeros días del 'streaming', pero hay quienes manejan muy bien la cosa. Esto va por Dua Lipa, que el año pasado puso en línea a más de cinco millones de personas en un concierto en la plataforma LIVENow, o por Jarvis Cocker, que nos alegró la pandemia a muchos con sus sesiones confinadas de DJ Domestic Disco, pinchando desde su casa vía Instagram Live. O por Björk, cuyo próximo concierto, con coro y órgano, es un livestream —el 24 de este mes, desde Reykiavik— al que puedes asistir pagando quince libras esterlinas, unos dieciocho euros. Es obvio que, salvo imponderable pandémico, los conciertos se celebrarán con público: esto no sustituye sino que suma. Abre una nueva vía de ingresos al artista, y a ti te arregla una noche de sábado en la que no te apetece salir. Pero cabe conjeturar que si el 'pay per view' se instala en la música en vivo, le daremos una vuelta más a nuestras cada vez más sedentarias costumbres. Todo incorpora el prefijo tele. La música ya está tardando.

Foto: Abba ataca de nuevo.

Llevamos años escuchando que la música es irremediable y tecnológicamente gratuita, y que al final lo que te llevas es lo que has sentido escuchándola en vivo. Aquel postulado un poco 'loser', pero en el fondo certero de "la experiencia" tenía sentido: no hay dos conciertos iguales ni dos percepciones idénticas del mismo espectáculo. Lo que no esperabas es que esta experiencia iba a ser algo que ocurriera en la pantalla de tu ordenador, tableta o smartphone. La Historia ocurre dos veces, primero como tragedia, después como videoconferencia.

Baila en casa

Algo de eso habrá. Movimientos en el tablero de la industria musical invitan a pensar que algo (mucho) se mueve en el mundo del 'streaming'. Esta semana se produjo la compra de Boiler Room —una plataforma de conciertos de electrónica en vivo que empezó como una webcam pegada a la pared y que, desde 2010, ha transmitido más de 8.000 actuaciones en más de 200 ciudades— por parte de Dice, una pujante empresa del ticket. La operación asegura que esta albergue las transmisiones en vivo de los eventos que requieran entradas. Y que pagues por bailártelos desde casa.

Movimientos en el tablero de la industria musical invitan a pensar que algo (mucho) se mueve en el mundo del 'streaming'

Otro caso a considerar es la alianza, también de estos días, entre Warner Music y la plataforma 'gamer' Roblox. La transacción viene marcada por una operación de medio billón de dólares: un formato de concierto en remoto a cargo de Twenty One Pilots, banda de pop, hip hop y electrónica, que ha estrenado una nueva tecnología virtual e interactiva para la ocasión. En estos conciertos del Takeover Tour todo tiene el aspecto de un videojuego; de hecho tienes que abrirte una cuenta para ver los conciertos. El 'setlist' lo deciden los fans votando durante el show, hay ruedas de prensa con la banda, un 'meet & greet' y merchandising virtual ('verch'), todo ello mezclado con 'hit games' de la casa: Ultimate Driving: Westover Islands, Creatures of Sonaria y World//Zero. ¿Música o código? Puro metaverso. ¿Te acuerdas de Gorillaz, el grupo de dibujos animados de Damon Albarn? Aquello es el pleistoceno. Pero ¿hay alguien detrás de esos avatares en 3D? "Hands up, Roblox!", grita de vez en cuando el cantante Tyler Joseph, y entonces te das cuenta de que sí, hay vida al otro lado. Hay que reconocer que el resultado es alucinante. Sobre todo si eres 'gamer'.

Si notas que cada vez hablamos menos de música y más de tecnología, estás en lo cierto. El 'streaming' se mezcla con la gamificación sumando público, por eso hay tanto artista metido en videojuegos. Por Fornite han pasado Bad Bunny y Alicia Keys, y ahora es el colombiano J. Balvin —que en su tema 'Mi gente' decía: "Mi música no discrimina a nadie... incluso a los que juegan a Fortnite"— quien entra a formar parte de la serie de Ídolos de 'battle royale' a través de una nueva 'skin' y un nuevo baile para disfrute de los fans del reguetonero, del juego o de ambos.

Para hacer la cosa más interesante, las empresas del ticket, vanguardia en todo este asunto, le están dando una vuelta al concepto de entrada. Si tienes los suficientes años como para haber ido a un concierto con una entrada impresa a todo color y con un diseño original, es posible que guardes alguna como pieza de colección. Pues eso es exactamente lo que viene: entradas digitales convertidas en "piezas únicas" como NFT (tokens no fungibles). Entramos en el proceloso mundo de los criptotickets, entradas digitales únicas con valor certificado por blockchain, lo que a la empresa le sirve para controlar los datos del comprador, evitar el fraude o el inflado de precio en la reventa (el llamado "mercado secundario"); en definitiva para poder seguir el rastro del ticket con propósitos varios. ¿Y al dueño de la entrada? Puede guardarla como oro en paño aferrándose a la idea de que tiene un original digital. O venderla en Wallapop.

Joaquín Sabina ha dicho esta semana que no volverá a dar conciertos hasta que no nos quitemos las mascarillas, desaparezcan las sillas y podamos bailar. Lo que no sabemos es qué parte del gran público volverá a los conciertos —no de Sabina: de quien sea— y cuál, por el miedo a lo vírico, las normas profilácticas y la pereza pospandémicos, se irá decantando por verlos por una pantalla. Si esto te parece una hipótesis muy descabellada, recuerda que el negocio de Netflix era mandar DVD por correo antes de que tú y yo lo convirtiéramos en la perfecta fusión de la televisión, el sofá y la relación de pareja.

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