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"¡Ponme otra copa, Panchito!" Joaquín Sabina, una peli, una gira y una amistad rota
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"¡Ponme otra copa, Panchito!" Joaquín Sabina, una peli, una gira y una amistad rota

León de Aranoa estrena 'Sintiéndolo mucho' una ventana abierta a la vida del de Úbeda que se estrena justo cuando Pancho Varona anuncia que el cantante no contará con él para su gira

Foto: Joaquín Sabina en el Festival de San Sebastián (EFE Juan Herrero)
Joaquín Sabina en el Festival de San Sebastián (EFE Juan Herrero)

"Necesito de alguien, que venga a luchar a mi lado sin ser llamado”. La frase de Charles Chaplin define el frío noviembre de un titán de setenta y tres años, Joaquín Sabina (Úbeda 1949), muy poco acostumbrado al escándalo si no se sirve en un whisky on the rocks. Ahora toma una copita de champagne frío y seco, al calor, al verso, al acorde, al foco y al humo incesante de un escenario estrenado en forma de película, Sintiéndolo mucho (2022), dirigida por Fernando León de Aranoa, resultado de más de trece años de rodaje, aviones, ciudades, bolos, emociones, mil cajetas de tabaco, desencantos y retornos, junto al maestro de la canción.

Además de este documental, que se estrenó este viernes en cines, Sabina anuncia su vuelta a los escenarios en una gira internacional que comenzará el 25 de febrero de 2023, en Costa Rica, y le llevará por todos los rincones del español, que tan bien recorremos gracias a la notoria amistad y a la admiración que profesa en cada plano León por el de Úbeda, así, para no bajarnos del tren.

Al mismo paso, el anuncio de Borja Montenegro en redes sociales diciendo que sería el principal guitarrista de la banda, obligó a Pancho Varona (Madrid, 1957), a emitir un comunicado en el que, ironizaba con el título de la gira, Contra todo pronóstico, y anunciaba que no acompañaría a Joaquín “después de cuarenta años, cien canciones compuestas y quince discos en los que fui su productor”. Y sin comerlo ni beberlo, la campaña indeseada de marketing ha sido redonda para un estreno de tales proporciones. Pero vayamos por partes que hay demasiados versos cojos que debemos contar muy bien para entender el poema.

Gracias al documental que —"No irás a empezar con una hostia"— comienza con la fatal caída que Joaquín sufrió en el Wizink de Madrid en 2017, durante la gira con Serrat, León de Aranoa dibuja un perfil del maestro cercano, cuidado, sin escaparates ni máscaras, y eso permite que Joaquín sea él mismo cada minuto de las dos horas que dura la película, recorriendo las principales estaciones de su vida: Úbeda, Madrid, México, Argentina, Salamanca, y la de Linares, —esa estación que era todo, y siempre huía al norte— y que sembró la melancolía en la mirada sucia que tan bien nos ha descrito en la memoria, la vida que son cada una de las canciones de Sabina, “esos amores eternos que duran lo que dura un corto invierno”, que regala, reconociendo que las mejores canciones de amor siempre han sido escritas por villanos, bandidos que caminan demasiado cerca del precipicio, haciendo inevitable que muchos terminaran despeñándose de tanto que se asomaron al otro lado. Pero también nos muestra a un Sabina tocado, lijado en un sueño trasnochado, aunque en el punto exacto del sabio que se ha hecho, en lecturas, miedos, pasiones, dolencias y adicciones, que le han hecho tal y como le queremos nuestro.

Sabina come Sabina

Los escenarios son, valga la redundancia, de película: su galdosiana casa en Tirso de Molina, su biblioteca, sus vírgenes y estampas —luego supimos que su madre, además de Adela llevaba también a la Santísima Trinidad, en una escena entrañable con su hija—, sus noches en Rota, con un Joaquín que por poco se come al propio Sabina de tanto que raja su voz en las penúltimas juergas de guitarra y risas, sus escuderos García de Diego y Varona, ordenándole cuando tocan, Benjamín Prado y él escribiendo en el coche, en el salón; "¿cómo era este acorde, Panchito?, dale a grabar, ponme otra copa, este rima mejor, ¿no?", de mariachis, de tequilas. Así, poco a poco, noche a noche, Sabina les regala un trozo de sí mismo y al cabo, uno se piensa que es tan dueño del jienense como indispensable, cuando se sabe que cada minuto de esa amistad es la que construye esos treinta años que no terminan, sino que empiezan a ser de otra manera.

Ser cantante no es solo hacer canciones. Salir al escenario, hablar a miles de caras sedientas de tus versos no es baladí. Hay que medirse a las emociones y de igual forma que una canción es la llave que abre las puertas que van directas a la memoria, no hay que olvidar lo complejo de subirse a las tablas de un coso que siempre espera el cien por cien de ti, estés como estés o te duela lo que te duela. La gente, muchas veces, es todo menos indulgente, y no debemos menospreciar el reto de las emociones, el miego, que dice Sabina, cuando el público hace sonar los clarines que llaman al orden para controlar desde el micrófono esas miles de emociones que reclaman tan suyas. Y lo mismo con sus canciones.

Salir al escenario, hablar a miles de caras sedientas de tus versos no es baladí. Hay que medirse a las emociones

Como muy bien ha contado Juan Puchades, atendiendo a los créditos de las canciones, se puede apreciar que hay 39 temas compuestos por Sabina, Varona y de Diego; otros 17 que firman Sabina, Varona y otro autor más (muchas veces de Diego y siempre otro autor), y solo 10 canciones firmadas únicamente entre Varona y Sabina. También son 6 los temas compuestos por Sabina y de Diego solos, así como un buen número de canciones más, que están compuestas por Sabina y otros autores, como Jaime Asúa, Antonio Sánchez (Pongamos que hablo de Madrid), u otros. Pero lo cierto es que cuando todo empezó Sabina ya estaba hecho.

Varona, que conoció a Sabina en las noches de la Mandrágora, pasó del público al escenario cuando el guitarrista de Joaquín le cambió por el burle. De ese modo, y según el propio Varona, una de esas noches escuchó Pongamos que hablo de Madrid, y se quedó prendado del de Úbeda. Todo Joaquín Sabina, si no el mejor de todos ellos, cabe entero en esa canción, con lo que la gran aportación de Varona desde el 86 y de Antonio García de Diego, desde el 89, probablemente haya sido dejar a Sabina ser Sabina; aportando sus arreglos, ordenando los ritmos o redondeando los puentes y estrofas, pero siempre dejando que su rima rota y que su voz acribillada fueran las que dominasen y te contasen la historia escrita en canción.

"Meter la pata"

También, como bien se aprecia en la película de Fernando León, ese gesto dylaniano de enchufarse, de pasarse al Woodstock del rock´n roll, al ritmo eléctrico y acelerado de una noche que Joaquín devoraba para así convertirla en nuestro pasado, en otra mella de nuestra pena. Por esa razón Joaquín Sabina es la canción española, como Quevedo es el verso o Cervantes, la prosa. Y aquí se termina la polémica de quién elige a su productor y a su banda.

Este que escribe ha intentado hablar con Varona sobre la polémica y ha preferido declinar la invitación alegando que "teme meter la pata por miedos o tristeza"; noble comentario que sabe a amistad y a grieta. No sería justo menospreciar el papel de Antonio García de Diego, por tanto, como bastón de la otra cojera que Joaquín padece. Quizá se iniciaron los celos cuando Joaquín eligió a Alejo Stivel, como productor de 19 días y 500 noches, en 1999, el que muchos consideran el disco que le convirtió en la banda sonora de todos nosotros. Por lo que sería del todo medido afirmar que Joaquín, tuvo dos escuderos y que de hecho mantiene todavía a uno, mientras que cambia de productores como tantas veces han hecho los cantantes cuando les ha dado la gana. Algo que haría muy bien en saber Leiva, que además de firmar la banda sonora de este Sintiéndolo mucho, de momento no está aportando más que postureo, como bien sentenció el oráculo de la crítica musical, Diego A. Manrique. Como anticipa el propio Sabina en el largo, difícilmente podrá volver a escribir canciones como Contigo, Sin embargo, o Me bajo en Atocha, himnos que, por cierto, todos vienen firmados con alguna coautoría.

Leiva, además de firmar la banda sonora de este Sintiéndolo mucho, de momento no está aportando más que postureo

La película alcanza algunos momentos de auténtica emoción, muy difíciles de describir, como cuando se dibuja en Purísima y Oro, ese homenaje a la muerte de Manolete, un paisaje sobre el que se forja la estrecha relación entre el maestro José Tomás y Sabina, y te muerde dentro al comprobar que trasciende a las palabras porque uno se juega la vida cantando en silencio esos versos, en la misma plaza, el mismo día, bajo el mismo traje de luces y con el quinto toro que mató al diestro, y sigue con la terrible cornada que corta la femoral del de Galapagar en Aguascalientes, delante de Joaquín que aparece como un caballero, entendiendo la distancia y el duelo, el reto y la muerte. Casi lo mata el viento y él en el Auditorio Nacional mientras se pide sangre a gritos por la plaza y el hospital. Y con todo ese nudo, ese pavor a una posible noticia fatal, Sabina borra lo épico, le quita el hierro y reconoce que eso es el toreo. Y ahí te quedas porque no se puede decir mejor ni con tanto miedo. Imaginen lo que sienten entre ellos.

Madurar es saberse estar callado. También volver a su pueblo. Quizá por eso, Joaquín no ha querido decir más de lo que han dicho los que le siguen como escuderos. Lo que no hay duda es que esta película es un homenaje, un fiel retrato que te enseña lo inseguro que es el genio, lo maduro que se ha vuelto o lo petardo que es ser bueno, pero también es una ventana abierta al escritor que cantó sus versos, y que logra en cada tema hacer una película que se pueda ver, escuchar, o quedarse a vivir dentro.

"Necesito de alguien, que venga a luchar a mi lado sin ser llamado”. La frase de Charles Chaplin define el frío noviembre de un titán de setenta y tres años, Joaquín Sabina (Úbeda 1949), muy poco acostumbrado al escándalo si no se sirve en un whisky on the rocks. Ahora toma una copita de champagne frío y seco, al calor, al verso, al acorde, al foco y al humo incesante de un escenario estrenado en forma de película, Sintiéndolo mucho (2022), dirigida por Fernando León de Aranoa, resultado de más de trece años de rodaje, aviones, ciudades, bolos, emociones, mil cajetas de tabaco, desencantos y retornos, junto al maestro de la canción.

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