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Conmovedora e inolvidable: 'El chico', de Chaplin, cumple 100 años más moderna que nunca
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Conmovedora e inolvidable: 'El chico', de Chaplin, cumple 100 años más moderna que nunca

La película de Chaplin reaparece en las salas gracias a una copia restaurada que sigue siendo conmovedora y vanguardista

Foto: Charles Chaplin y Jackie Coogan, en el rodaje de 'El chico'. (CP)
Charles Chaplin y Jackie Coogan, en el rodaje de 'El chico'. (CP)

Impresiona la experiencia de ir al cine bajo el estado de sugestión de la pandemia. Y produce especial ilusión hacerlo en una sala nutrida de espectadores. Puede que nos atrajera a los presentes el reclamo de las 4K. Una edición impecable. Una banda sonora imponente. El compositor aparece en las letras de crédito. E identifica una música bastante atípica. Porque se relaciona con la trama más en el contraste que en la afinidad. Quizá porque no resulta sencillo catalogar el género de la película que nos ocupaba a los presentes. ¿Una tragicomedia? Puede ser, como podría una película de aventuras. Un pellizco de cine social. Y un alarde de efectos especiales. Los protagonistas vuelan, por ejemplo, con la misma naturalidad con la que caminan.

Y en cierto sentido podría tratarse de una película autobiográfica. No es cuestión de recrearse en los detalles de dramón, pero su autor evocaba las penurias de su niñez en el barrio londinense de Kennington. Por la pobreza que le rodeaba. Por la ubicuidad de la violencia. Por la intimidación de la policía. Porque a su propia madre la ingresaron en un manicomio. Y porque al propio cineasta del que hablamos pretendieron internarlo en un orfanato.

Estamos hablando de 'El chico', la película que dirigió, protagonizó y compuso Chaplin hace exactamente un siglo. Su primer largometraje. Una película de 60 minutos que puede volver a descubrirse en una sala de cine y hacerlo con la calidad de una copia impecablemente restaurada. Da pena llegar al final, dan ganas de quedarse al siguiente pase. 'The Kid'. Una meta-autobiografía que sacude la cartelera de 2021 con más interés que ningún otro estreno. Impresiona la vigencia de la película. El ingenio con que Chaplin se desenvuelve en un registro imposible, haciéndonos llorar de risa y haciéndonos reír de pena.

Porque no es exactamente una película cómica. Ni tampoco es un 'tragedión'. Es la expresión de una idiosincrasia propia, de un género específico. Tan original y tan poco convencional que Chaplin introduce un delirante sueño cuya dramaturgia convierte a los protagonistas en personajes alados, en ángeles y diablos de fábula de entreguerras. El sueño del vagabundo. La expectativa de reparar dormido todas las desgracias que se viven despierto. Y no puede decirse que Chaplin careciera de razones para evadirse. Había perdido a su hijo. Que nació y murió prematuramente. Y se había divorciado de su mujer, Mildred Harris.

No vamos a negar aquí la predisposición de los espectadores que acudimos a la sala. Estábamos entregados, sugestionados. Pero añado al mismo tiempo que esta celebración devolvía a la experiencia de ir al cine todo su valor litúrgico y toda su dimensión eucarística. Otorgaba a los espectadores un papel activo, como la feligresía de un templo. Y nos mirábamos entre nosotros, sin renunciar a la mascarilla. Como diciéndonos, qué buenos ciudadanos somos, qué espectadores tan cualificados. Y qué película tan bonita. Por eso prorrumpimos en una ovación nada más precipitarse el final con el último letrero: 'The end'.

Prorrumpimos en una ovación nada más precipitarse el letrero: 'The end'

Hay que darle las gracias a la distribuidora, A Contracorriente Films. Suya ha sido la iniciativa de programar 'El chico' en 89 salas españolas. Tiene mérito hacerlo en tiempos de coronavirus, pero la experiencia nos reconcilia con la elocuencia estética de semejante superproducción.

Superproducción quiere decir que Chaplin consumió 150.000 metros de negativo para componer su película. Sacrificó todos menos los 1.800 definitivos. Y esa es la proeza del realizador. Trasladarnos la impresión de que estamos asistiendo a una obra en directo. Que las cosas pasaron tal como se nos cuentan, en ese orden Y que es posible incurrir de lleno en el territorio de la demagogia sentimental —un niño pobre, un padrastro entrañable, unas autoridades hostiles— sin que se resienta la redondez de la obra de arte ni se le pueda objetar la sensiblería.

Jackie Coogan

'El chico', 'El muchachote' o 'El pibe', tal como se ha conocido en diferentes traducciones. Parece ser incluso que las galletas Chiquilín deben su nombre y su renombre a otro de los apelativos que recibieron el carisma y los ojos expresivos de Jackie Coogan. Se convirtió en una celebridad mucho más efímera de cuanto lo fue Chaplin, pero llegó a tiempo de postularse como un antecedente jurídico que garantizaba a los jóvenes actores y a los niños prodigio el derecho a preservar sus ingresos, normalmente gracias a los fondos fiduciarios que podían recuperar una vez cruzado el umbral de la mayoría de edad. A Coogan lo explotaron sus padres, lo estrujaron hasta que la adolescencia y las hormonas malograron el fenómeno.

Foto: Chaplin y Coogan, en 'El chico'. (CP)

Y sigue siendo un icono el chaval, con su gorra torcida y sus harapos. Hasta el extremo de que se ha incorporado al inventario de la cultura occidental. No todo el mundo ha visto 'El chico', pero todo el mundo sabe quién es 'El chico'. Sobre todo si aparece asomado detrás de una pared. Con Chaplin custodiándolo. E ignorando ambos que detrás de ellos hay un policía.

La película era muda. Y la manera de amenizarla consistía en la laboriosidad del pianista a pie de obra, pero Chaplin decidió convertirla en película sonora en 1972. No porque decidiera ponerle voz a los personajes de la peripecia, sino porque reformó la partitura para darle una factura sinfónica y convertirla en el líquido amniótico donde Chaplin acuna al chico.

Impresiona la experiencia de ir al cine bajo el estado de sugestión de la pandemia. Y produce especial ilusión hacerlo en una sala nutrida de espectadores. Puede que nos atrajera a los presentes el reclamo de las 4K. Una edición impecable. Una banda sonora imponente. El compositor aparece en las letras de crédito. E identifica una música bastante atípica. Porque se relaciona con la trama más en el contraste que en la afinidad. Quizá porque no resulta sencillo catalogar el género de la película que nos ocupaba a los presentes. ¿Una tragicomedia? Puede ser, como podría una película de aventuras. Un pellizco de cine social. Y un alarde de efectos especiales. Los protagonistas vuelan, por ejemplo, con la misma naturalidad con la que caminan.

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