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Jean-Luc Godard: ¿'autor' con mayúsculas o farsa y pantomima insoportable?
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Jean-Luc Godard: ¿'autor' con mayúsculas o farsa y pantomima insoportable?

El director francés fallecido representó todo lo malo que puede tener el cine político y es esa gran farsa del 'épater le bourgeois' que todavía renta a muchos

Foto: Jean-Luc Godard. (EFE/EPA/Christof Schuerpf)
Jean-Luc Godard. (EFE/EPA/Christof Schuerpf)
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Cuando André Bazin y sus colegas de 'Cahiers du Cinéma' fijaron en el imaginario el concepto de 'auteur' como alternativa al sistema de estudios hollywoodienses, no sabían hasta qué punto tenían dentro al que, con el tiempo, sería el 'auteur' con mayúsculas y, a su vez, su pantomima. Jean Luc Godard (1930-2022), con sus gafas oscuras y su pitillo, tan autorreferencial, tan preso de su papel como aquel escritor de 'Al final de la escapada' interpretado por Jean-Pierre Melville (“aspiro a ser inmortal y después morir”), es más 'seseintayochista' que nadie ni nada de lo que podamos recordar: y por eso es a su vez una máscara mortuoria de un tiempo plagado de belleza y de tontería.

Se ha muerto, con todas las letras, un 'autor'. Sea lo que sea eso e incluso si no significa nada.

Foto: Jean-Luc Godard en una foto de archivo de 2004. (Reuters/Vincent Kessler)

En su 'Libro de réquiems', Mauricio Wiesenthal, que vivió los estertores del 68 parisino, distinguía entre dos bandos irreconciliables de lectores que, además, definían por extensión a sus novias: “Los lectores de Camus teníamos novias más guapas, más intrépidas, más audaces, más alegres; novias que se hacían de rogar, pero que nunca discutían después de hacerlo. Y los secuaces de Sartre solo salían con niñas freudianas que apenas se hacían de rogar, pero que discutían y argumentaban mucho después de hacerlo”.

Godard era de los que argumentaban antes, durante y después. En la dicotomía entre la vida y la cultura, la naturaleza y la política, sería posible enmarcar las dos corrientes alternas de la 'nouvelle vague' que, por jerarquías, liderarían François Truffaut y Jean-Luc Godard. Vitalista el primero y político el segundo. Un francosuizo de familia bien, nieto de banqueros, aferrado siempre a la bibliografía de su época (Deleuze, Derrida y la secta de los estructuralistas) y fiel al callejón sin salida de la vanguardia por la vanguardia que, en el camino, dejó sin duda un grupo nutrido de planos míticos, frescos y espontáneos, capaces de resumir su tiempo y hasta despertar nostalgia en quienes no lo vivimos.

Cháchara socialista

Incluso quienes abjuramos de su obrerismo altoburgués (tan Sartre), su ego enmascarado en existencialismo y cháchara socialista interminable, su declive misantrópico, paseado por Zoom en Festivales y reverenciado como contraseña de los gafapasta situacionistas, nos hemos enamorado sin cesar, cada vez como la primera, de los ojos de Anna Karina en el momento justo de romper (atravesar y hasta hacer estallar) la cuarta pared en 'Vivir su vida' y hemos cultivado alguna vez las maneras cínicas de Belmondo en 'Al final de la escapada' porque queríamos encontrarnos con la chica del Herald Tribune en una calle de Madrid.

Es el pop panfletario e irresistible de 'La chinoise', la cara de Belmondo mientras se enrolla un cinturón de dinamita en 'Pierrot el Loco'

Godard es el pop panfletario e irresistible de 'La chinoise', la cara de Belmondo mientras se enrolla un cinturón de dinamita ('Pierrot el Loco'), el baile coordinado de 'Banda aparte'… En su cine, visto hoy, hay retazos del café de la juventud perdida, los chicos amanerados de la cinemateca que corrían delante de los gendarmes para refugiarse en su portón del XIX, soñadores de Bertolucci que con una mano buscaban la playa bajo París y con la otra firmaban panfletos a favor de las masacres de Mao.

Porque Godard también es todo lo malo que puede tener el cine político y es esa gran farsa del 'épater le bourgeois' que todavía renta a muchos. El Godard de 'Le weekend', de 'El desprecio'; el sermoneador militante a mayor gloria de su inteligencia; el creador incorruptible que, en el siglo XXI, seguía dándole vueltas a esas cosas teóricas del lenguaje. Si hay un rey en la filmoteca es él; si dos o más cinéfilos se reúnen, allá está Godard, como Dios, presidiendo el debate. Su cine cogió la naturalidad y espontaneidad del neorrealismo (Claude Lelouch siempre ha insistido en que la 'nouvelle vague' son Rosellini y De Sica) y le plantó más bibliografía que vida, más semiótica que carne, además del cuello alto y la pipa ladeada del estudiante aventajado de la Sorbona que jamás dejó de ser.

Foto: Louis Garrel es Godard en 'Mal Genio'. (Vértigo films)

“El 'travelling' es una cuestión moral”, decía, en un remedo fílmico de aquel “lo personal es político” de Carol Hanisch. En ese posicionamiento se quedó a vivir mientras, alrededor, Truffaut, Louis Malle, Erich Romher y otros iban haciendo camino con menos atención a la doctrina. Pero ese Godard sentencioso tampoco carece de valor: el artífice de frases tan redondas que aún repetimos: “Todo lo que se necesita en una película es un arma y una mujer” o “El cine es una verdad a 24 fotogramas por segundo”. Su tiempo, de alguna manera, fue quedando atrás, superado como el corpus de citas de un alumno de 1968, y él supo acordarlo con su voluntad de recluirse en Suiza y alimentar la fama del “mal genio”.

Aunque aquí seamos más de Truffaut (le pese a Tarantino), no olvidamos que, con 13 o 15 años, cuando uno se enamora de estas cosas (el cine, los libros, las chicas), asistimos al primer pitillo de Anna Karina y corrimos detrás de Jean Seberg temiendo perderla en los Campos Elíseos. Todos, hasta los más escépticos, hemos querido ser de la cofradía de los existencialistas y beber en un 'jazz club' a la salud de algún concepto abstracto mientras al lado susurra un poema la chica que nos gusta. Hacer la revolución aunque sea con un puñado de pijos y filmada por Godard.

Cuando André Bazin y sus colegas de 'Cahiers du Cinéma' fijaron en el imaginario el concepto de 'auteur' como alternativa al sistema de estudios hollywoodienses, no sabían hasta qué punto tenían dentro al que, con el tiempo, sería el 'auteur' con mayúsculas y, a su vez, su pantomima. Jean Luc Godard (1930-2022), con sus gafas oscuras y su pitillo, tan autorreferencial, tan preso de su papel como aquel escritor de 'Al final de la escapada' interpretado por Jean-Pierre Melville (“aspiro a ser inmortal y después morir”), es más 'seseintayochista' que nadie ni nada de lo que podamos recordar: y por eso es a su vez una máscara mortuoria de un tiempo plagado de belleza y de tontería.

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