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Un verano de historia II | Nápoles, la crucial conquista de Fernando el Católico para el Imperio
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Un verano de historia II | Nápoles, la crucial conquista de Fernando el Católico para el Imperio

Después de que muriera Isabel la Católica con el testamento de la conquista del norte de África, su marido Fernando aseguró el otro extremo del Mediterráneo para la forja del Imperio español

Foto: El Gran Capitán y el Duque de Nemours. (Cedida)
El Gran Capitán y el Duque de Nemours. (Cedida)

Mientras que Isabel la Católica había advertido en su testamento sobre la necesidad de salvaguardar la retaguardia del Reino de Granada con la conquista del norte de África, su esposo Fernando el Católico hubo de enfrentarse al otro gran reto mediterráneo, que consistía en recuperar el Reino de Nápoles. El Imperio español, que surgiría del reinado de ambos monarcas. Necesitaba para su expansión el dominio de la orilla norteafricana, de la que se ocupó Castilla, pero también del otro extremo, Nápoles, que fue la gran aportación de la Corona de Aragón al sueño imperial. Castilla no estaba sola, es la historia de dos reinos que forjaron un imperio.

Nápoles, que los aragoneses habían perdido en 1458, constituía una de las bases de la expansión territorial de la futura Monarquía Hispánica y contenía a su vez al Imperio Otomano en la orilla que no dominaba el corso berberisco. Así, ni Isabel ni Fernando dejaban nada al azar, ni nada sin ocuparse de ello. Eran otros tiempos. Nápoles tuvo además un nombre propio que formaría parte de la leyenda: Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Además, para Maquiavelo, la política bélica y diplomática de Fernando inspiró su obra 'El Príncipe', el ideal de gobernante del Renacimiento. Entremedias, Francia y El Vaticano se interpusieron, y se les derrotó en el campo de batalla y con los espías italianos.

Nápoles y Sicilia estaban ligados a la corona de Aragón desde fecha tan temprana como 1282

La historia del Reino de Nápoles y Sicilia estaba ligada a la corona de Aragón desde fecha tan temprana como 1282, con la conquista por parte de Pedro III del territorio, tras las 'Vísperas sicilianas', una revuelta interior que aprovechó Aragón para echar a Carlos de Anjou y la tutela papal. Sin embargo, el Reino de Nápoles y Sicilia como tal fue incorporado plenamente por Alfonso V en 1458 y perdido de nuevo en 1494 con la invasión francesa. Fernando el Católico había intensificado, desde 1494, la expansión de sus redes de influencia sobre el Reino de Nápoles, patrimonio de una rama Trastámara de origen bastardo heredera de su tío Alfonso el Magnánimo.

Ultra Farum y Citra Farum

"La sucesión de eventos que llevaron al avance de la influencia fernandina en el Sur de Italia fue desencadenada por la muerte de Ferrante I de Nápoles, por la cual el reino revertía al Papa a quien estaba enfeudado, para que este lo entregara a su sucesor. La decisión de Alejandro VI de entregárselo al hijo de Ferrante, ignorando los reclamos de Carlos VIII, rey de Francia, quien reivindicaba sus derechos hereditarios sobre el Reino Partenopeo por ser heredero de la casa de Anjou, llevó a que el rey francés invadiese Italia" —Tambella y Franco Luciano 'Los Colonna y su rol en la política exterior fernandina (1503 – 1510)'—.

Dividido en dos territorios, Sicilia Ultra Farum y Sicilia Citra Farum (Nápoles), el segundo era crucial para Fernando de Aragón porque restituiría el legado de Alfonso V y además jugaba un papel importante en cuanto a la defensa de la retaguardia por tierra, mientras que Sicilia Ultra Farum contenía al imperio Otomano, una unificación de ambos territorios para la corona de Aragón tras la invasión francesa.

placeholder Reino de Nápoles y Sicilia. (Cedida)
Reino de Nápoles y Sicilia. (Cedida)

Tal y como describe Carlos Hernando Sánchez en 'El soldado político: el Gran Capitán y la Italia de los Reyes Católicos' (Revista de Historia Militar), el Mediterráneo era "una prioridad ineludible de la Monarquía de España a partir del ámbito más inmediato a la península ibérica, donde confluían los intereses castellanos y aragoneses desde los antiguos acuerdos medievales de demarcación en la expansión de ambas coronas. Si en esa zona se trataba de controlar las vías del oro saharianas, los espacios pesqueros y, sobre todo, la seguridad de las costas peninsulares hacia Levante, la nueva Monarquía iba a reforzar el control de las islas y las rutas italianas a través de un dispositivo naval para el que serían vitales los intercambios con el emergente espacio atlántico de Castilla, en competencia a su vez con Portugal".

Además de las armas, constituyó un reto de diplomacia y espionaje dentro de El Vaticano

Con ese objetivo, la guerra contra Francia y el papa era ineludible y en ese contexto Castilla asumió como propia la estrategia y diplomacia aragonesa en el Mediterráneo, sumando todo su potencial naval y militar para la conquista de Nápoles, y al igual que la campaña castellana en el Norte de África, se la dotó de la idea de Cruzada contra el musulmán aunque la prioridad era aislar a Francia para asegurarse la hegemonía en el Italia, llave del Mediterráneo que en último término sí representaba una lucha contra los musulmanes otomanos y los corsarios berberiscos.

En ese aspecto se continuaba de alguna forma con la Guerra de Granada y la campaña del norte de África castellanas para guardar la retaguardia de la península. El plan tenía una última arista: las difíciles relaciones con El Vaticano, a quien era necesario atraerse en el contexto de la operación, ya que desde tiempos normandos el Reino de Sicilia (con Nápoles) era vasallo del papa Alejandro VI. Hacia finales del siglo XV, para complicar más las cosas, Alejandro VI cambió de bando apoyando a Francia en sus pretensiones sobre el Reino de Nápoles. Las gestiones diplomáticas, el espionaje y la intriga se desarrolló así en Roma, mientras que el centro militar para las operaciones se trasladó a Sicilia. Además, la flota castellana participó por primera vez con esta campaña en Italia y se movilizaron ingentes recursos.

La amenaza de la Sublime Puerta

La excusa final para poder intervenir se basó en la alianza de los gobernantes italianos con los otomanos, que permitió que el papa Alejandro VI accediese a las pretensiones francesas y aragonesas y lo calificase de cruzada. Todo se sustentó con el Tratado de Chambord-Granada, por el cual "Fernando el Católico se quedaría con Apulia y Calabria, mientras que el resto del reino correspondería a Francia, incluida la capital. Las rentas se dividirían en partes iguales. El papado y Venecia también formaban parte del acuerdo, ya que César Borgia se convertiría en señor de La Marca, Umbría y la Romagna, mientras que Venecia recibiría la ciudad de Cremona, por la que llevaba tiempo litigando con Nápoles".

Con la muerte de Isabel la Católica en 1504 se complicó el virreinato del Gran Capitán

Sin embargo, en 1501, Fernando de Aragón comenzó a reclamar el Reino de Nápoles aludiendo que Ferrante era hijo ilegítimo de Alfonso V y ante la posibilidad de romper el acuerdo, Francia la invadió ocupándola. La campaña del Gran Capitán acabó con la resistencia francesa en 1503 en la crucial batalla de Ceriñola contra el duque de Nemours en la que murieron cerca de 3.000 franceses y entró en Nápoles el 16 de mayo. El uno de enero de 1504 se rindió la última fortaleza francesa en Gaeta quedando en manos de los reyes católicos.

Terminada la guerra murieron el papa Alejandro VI y la Reina de Castilla Isabel la Católica, complicando un tanto el legado del Reino de Nápoles. Fernando perdió la confianza en su lugarteniente, el Gran Capitán, erigido en Virrey, persuadido de que podía negociar con Felipe el Hermoso —marido de su hija, la heredera Juana de Castilla— o los mismos Habsburgo y por su creciente poder en la gestión del reino hasta el punto que embarcó hacia Nápoles en 1506 y lo depuso. La conquista de l Reino de Nápoles, junto con el de Sicilia, sería un eje fundamental para el Imperio español en Europa y el Mediterráneo. Según Bartolomé Benassar, además de su importancia para lucha contra el turco, Cerdeña se convirtió en una reserva de mercenarios para las guerras imperiales y Sicilia, un granero de trigo importante durante la primera mitad del siglo XVI y como base operacional de gran valor hizo de la ruta Barcelona-Génova uno de los grandes ejes del imperio español.

Mientras que Isabel la Católica había advertido en su testamento sobre la necesidad de salvaguardar la retaguardia del Reino de Granada con la conquista del norte de África, su esposo Fernando el Católico hubo de enfrentarse al otro gran reto mediterráneo, que consistía en recuperar el Reino de Nápoles. El Imperio español, que surgiría del reinado de ambos monarcas. Necesitaba para su expansión el dominio de la orilla norteafricana, de la que se ocupó Castilla, pero también del otro extremo, Nápoles, que fue la gran aportación de la Corona de Aragón al sueño imperial. Castilla no estaba sola, es la historia de dos reinos que forjaron un imperio.

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