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Sigues siendo un cazador recolector y deberías saber qué significa eso para vivir mejor
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Sigues siendo un cazador recolector y deberías saber qué significa eso para vivir mejor

Adelantamos por su interés un capítulo de la 'Guía del cazador recolector para el siglo XXI' (Planeta), el ensayo de los biólogos evolucionistas Heather Heying y Bret Weinstein que ha sido el 'bestseller' del año en EEUU

Foto: Exposición sobre los cazadores recolectores en el el Museu de Prehistòria de Valencia. (EFE/Manuel Bruque)
Exposición sobre los cazadores recolectores en el el Museu de Prehistòria de Valencia. (EFE/Manuel Bruque)

La mayoría de los bosquimanos san del África meridional, que fueron cazadores-recolectores hasta hace apenas unas décadas, son inmunes a las ilusiones ópticas que tanto nos confunden a los occidentales. Por ejemplo, dos líneas idénticas con puntas de flecha en los extremos apuntando en sentidos opuestos parecen tener longitudes diferentes, aunque no sea así. Nuestros ojos nos engañan con la ayuda del cerebro, de manera que si nos preguntan algo tan simple como cuál de las dos líneas es más larga, seguramente responderemos erróneamente. Pero los san no.

placeholder La ilusión de Müller-Lyer.
La ilusión de Müller-Lyer.

Si un bebé estadounidense se criara con los san, al crecer no tendría los problemas que tienen sus padres con las ilusiones ópticas. De igual forma, si un niño san se criara en Manhattan, mostraría susceptibilidad a las ilusiones. En este caso, son las diferencias de experiencia y hábitat, y no las genéticas, las que determinan la capacidad sensorial y la fisiología de los individuos.

La mayoría de quienes leerán este libro seguramente viven en países WEIRD, es decir, occidentales, con tasas elevadas de alfabetización y formación superior, industrializados, ricos y democráticos, por sus siglas en inglés. Como sociedades, nos hemos beneficiado de la industrialización y la democracia, y de las mejoras a las que han contribuido en cuanto a la calidad de vida de casi todas las personas que viven en esos países. Sin embargo, los cambios que afectan a toda una sociedad también tienen muchas consecuencias negativas e imprevistas. Aunque la mayoría de las personas son conscientes de lo mucho que el hábitat WEIRD del siglo XXI ha ampliado el número y la diversidad de las experiencias que tenemos a nuestro alcance, cuesta más reconocer que ese mismo hábitat ha menoscabado al mismo tiempo otras, a menudo en nuestro detrimento. ¿Por qué a nosotros nos engaña un simple par de líneas y a los san no? Eso está relacionado con una alteración de la esfera visual. Nuestros hogares están limpios, climatizados y llenos de líneas rectas. Igual que los cachorros de gato son propensos a la ceguera en la edad adulta si reciben pocos estímulos visuales, puede que nuestras comodidades y ventajas modernas estén limitando nuestros cuerpos y restándonos facultades. O quizás nuestra capacidad visual se está adaptando a un hábitat incomparablemente rectilíneo. Sea como sea, la modernidad nos está afectando a un nivel fundamental. Y es alarmante que no sepamos cómo.

placeholder 'Guía del cazador recolector para el siglo XXI'. (Planeta)
'Guía del cazador recolector para el siglo XXI'. (Planeta)

Aunque sí podemos estar seguros de algo: los modelos de conducta y psicología humana, que suelen basarse en estudios empíricos llevados a cabo sobre estudiantes universitarios de países WEIRD, tal vez sean interpretaciones precisas de la psicología y la conducta de esos sujetos, pero no tienen por qué ser modelos eficaces para el resto del mundo.

De hecho, en la actualidad sabemos que en los países WEIRD somos ajenos a muchos aspectos de la experiencia humana. Las implicaciones de esto van mucho más allá de la sensibilidad ante las ilusiones ópticas, aunque entender el porqué de esa susceptibilidad puede mostrarnos algo sobre los riesgos de la hipernovedad. Seguramente, las casas y los patios con formas geométricas, que suponen una parte enorme de nuestro campo visual durante la más tierna infancia, calibran nuestros ojos y nos hacen mucho más susceptibles a las ilusiones ópticas que el resto de la población mundial. Esa geometría, que damos prácticamente por sentada, es consecuencia, en parte, de nuestra capacidad para cortar leña en los aserraderos y fabricar vigas.

La geometría que damos por sentada es consecuencia de nuestra capacidad para cortar leña y fabricar vigas

Cuando la cultura humana empezó a cortar leña y a construir casas con las vigas resultantes, casi nadie debió de preguntarse cómo afectaría eso a nuestra experiencia y capacidades humanas. Las vigas y las esquinas perfectas que generan son elementos nuevos en el entorno de la humanidad moderna. ¿Cómo han cambiado nuestro modo de percibir el mundo? En parte, este libro se propone reconfigurar tu filosofía para que te hagas estas preguntas, incluso aunque no tengas claras las posibles respuestas.

Compara el cambio provocado por las vigas con el siguiente ejemplo de un cambio evolutivo considerado genético: la persistencia de la lactasa en los europeos adultos.

El problema de la lactosa

A la mayoría de los adultos del mundo no les sienta bien la lactosa, el azúcar de la leche, porque han dejado de producir lactasa, la enzima que procesa la lactosa. La lactosa es un azúcar raro que solo se encuentra en la leche de los mamíferos. Ninguna otra especie de mamífero sigue bebiendo leche tras el destete. E incluso entre los humanos, la mayoría de las personas asiáticas y nativas americanas, así como muchas africanas, tampoco lo hacen. Por tanto, el enigma que envuelve a los humanos no es tanto la «intolerancia a la lactosa» de la mayoría, "sino la persistencia de la lactasa" en esa minoría que sigue disfrutando de los lácteos en la edad adulta.

Ingerir lácteos como adultos tiene varias ventajas adaptativas. Los pastores europeos domesticaron distintas especies de mamíferos y, aunque obtuvieron más cosas de ellos (por ejemplo, carne, lana y pieles), la leche también se hizo un hueco en esa lista. La invención de técnicas culinarias para preservar los lácteos y consumirlos más tarde, en forma de queso o de yogur, aumentó aún más la cantidad y frecuencia de productos lácteos en la dieta de los adultos.

¿Qué mecanismo explica la persistencia de la lactasa en determinadas poblaciones humanas?

Además, las personas que viven en latitudes altas obtienen una ventaja adaptativa de la combinación de la lactosa y el calcio de la leche. Muchos conocemos el papel que desempeña la vitamina D en la absorción del calcio, crucial para el crecimiento y el fortalecimiento de los huesos. Ahora bien, en los polos hay pocos alimentos ricos en vitamina D, y parece que la lactosa es un sustituto funcional de esta, pues facilita la absorción del calcio. Por lo tanto, la leche protege del raquitismo en esas latitudes.

Finalmente, para los pueblos del desierto, uno de los mayores riesgos vitales es la deshidratación. La capacidad de digerir leche supone para ellos una fuente de nutrientes e hidratación. Así, ¿qué mecanismo explica la persistencia de la lactasa en determinadas poblaciones humanas como los pastores europeos, los escandinavos o pueblos del Sáhara como los beduinos? La explicación es heterogénea, pero relativamente simple. En los pueblos que toman leche y sus descendientes se da de forma mucho más habitual una variación genética que permite digerir la lactosa durante la edad adulta, a diferencia de lo que sucede entre poblaciones que no consumen lácteos regularmente tras el destete.

Si criamos a un bebé de etnia japonesa en Francia, no tendrá más posibilidades de poder disfrutar de un cremoso éclair que si hubiera crecido en Asia. Y si criamos a un bebé de etnia francesa en Japón, aunque podrá tomar lácteos, seguramente no los encontrará. La persistencia de la lactasa surgió en unas condiciones concretas del entorno y se introdujo en la capa genética, donde aún pervive. En algunos hábitats supone un factor diferencial y en otros no, pero la experiencia de residir en una parte del mundo que venere o aborrezca los lácteos no afecta a tu capacidad para digerirlos.

El principio Omega

Tras el descubrimiento de la doble hélice del ADN, se fusionaron los caracteres evolutivos con los genéticos. Ambos términos empezaron a usarse como si fueran lo mismo y eso, con el tiempo, acabó dificultando que se pudiera hablar de cambios evolutivos sin raíces genéticas. De haber leído el trabajo de Gregor Mendel con los guisantes, o de haber estado vivo cuando se descubrió el ADN, a Darwin le habría agradado conocer un mecanismo de adaptación por selección natural, pero, en nuestra opinión, no habría asumido que ese era el único mecanismo adaptativo existente. La fusión de los caracteres evolutivos con los genéticos arraigó en la cultura popular, como sucedió con la falaz dicotomía del «nace o se hace». Recordemos el principio Omega: los genes y los fenómenos epigenéticos, como la cultura, son indisociables y han evolucionado juntos para hacer progresar los genes. Preguntar si es más importante la naturaleza o la crianza no solo es un error porque la respuesta será casi siempre que ambas importan lo mismo, ni porque las categorías en sí sean erróneas, sino porque una vez entiendes que existe un propósito evolutivo común, determinar con precisión el mecanismo importa menos que entender por qué surgió un carácter.

La falsa dicotomía de naturaleza frente a crianza es perjudicial porque nos impide entender con exactitud qué somos y las fuerzas evolutivas que nos han traído hasta aquí. El aumento de la susceptibilidad ante ilusiones ópticas que se detecta en los países WEIRD no es menos evolutivo que el cambio en la capacidad para digerir la lactosa entre los pueblos europeos y beduinos. El segundo tiene un componente genético; no hay motivos para pensar que el primero sí. Y, sin embargo, ambos son igual de evolutivos.

Si los hogares con esquinas perfectas nos han hecho más susceptibles a determinadas ilusiones ópticas mediante la alteración de nuestra habilidad visual, ¿qué otros costes pueden acarrear el estilo de vida occidental? En la década de 1990, te habrían tildado de chiflado si hubieras sugerido que trabajar sentado a una mesa día tras día podía, a la larga, tener efectos nocivos para la salud cardiovascular o provocar diabetes tipo 2. Pero ya no.

¿Cómo han influido los mapas en nuestro sentido de la orientación? ¿Y las escuelas en nuestra idea de familia?

Las esquinas perfectas generan susceptibilidad ante determinadas ópticas. Pasar demasiado tiempo en una silla provoca todo tipo de problemas de salud. Así las cosas, ¿pueden haber afectado los desodorantes y los perfumes a nuestra capacidad de oler las señales emitidas por el cuerpo? ¿Cómo habrá afectado a nuestra percepción del tiempo el hecho de vivir rodeados de relojes? ¿Qué efecto han tenido los aviones sobre nuestro sentido del espacio? ¿E internet sobre la percepción de nuestras propias capacidades? ¿Cómo han influido los mapas en nuestro sentido de la orientación? ¿Y las escuelas en nuestra idea de familia? En fin, ya nos entendemos.

En este libro no abogamos por abandonar la tecnología. La solución a los muchos problemas generados por la hipernovedad no es tan sencilla. Lo que defendemos es que se aplique con cabeza el principio de precaución. Ante una innovación, el principio de precaución pondera el riesgo de emprender cualquier actividad y aconseja cautela cuando este es elevado. Si hay mucha incertidumbre en torno a los resultados de un sistema, si no se ven claros los efectos negativos que podría tener para la sociedad tallar vigas perfectas o extraer energía eléctrica de reactores de fisión nuclear, el principio de precaución sugiere que los cambios en las estructuras vigentes deberían producirse poco a poco, o no producirse.

Dicho de otra manera: solo porque puedas hacer algo, no significa que debas.

La mayoría de los bosquimanos san del África meridional, que fueron cazadores-recolectores hasta hace apenas unas décadas, son inmunes a las ilusiones ópticas que tanto nos confunden a los occidentales. Por ejemplo, dos líneas idénticas con puntas de flecha en los extremos apuntando en sentidos opuestos parecen tener longitudes diferentes, aunque no sea así. Nuestros ojos nos engañan con la ayuda del cerebro, de manera que si nos preguntan algo tan simple como cuál de las dos líneas es más larga, seguramente responderemos erróneamente. Pero los san no.

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