"Fusilen a mi hijo, el Alcázar no se rendirá": ¿qué hay tras el gran mito de la guerra civil?
El asedio fue un guion inmejorable para la propaganda de ambos bandos, pero no todo lo que nos han contado es cierto... ni todo lo que ocurrió
No sabía el coronel Moscardó cuando le llamaron del exterior que Luis sería el último hijo que le quedaría con vida. El 23 de julio de 1936, en plena guerra civil, el operador del Alcázar de Toledo le pone al aparato con los milicianos que dirigen el asalto de la fortaleza en la que se ha encerrado con una compañía de la Guardia Civil, los cadetes de la Academia de Infantería los familiares de ambos y algunos otros que pasaban por allí. No todos estaban con los rebeldes. Es decir, que hubo rehenes, la historia que no contaron nunca los franquistas. También es innegable que fue épico. Varios días después de comenzar el asedio sonó el timbre: la llamada de teléfono más importante de la historia de España. La izquierda negaría después que se produjera. Esta es la transcripción.
Jefe de Milicias: Son Uds. responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo, y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar y, de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis que lo tengo aquí a mi lado.
Coronel Moscardó: ¡Lo creo!
Jefe de milicias: Y para que veas que es verdad, ahora se pone al aparato.
Luis Moscardó Guzmán: ¡Papá!
Coronel Moscardó: ¿Qué hay, hijo mío?
Luis Moscardó Guzmán: Nada, que dicen que me van a fusilar si el Alcázar no se rinde, pero no te preocupes por mí.
Coronel Moscardó: Si es cierto encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella. ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!
Luis Moscardó Guzmán: ¡Adiós, papá, un beso muy fuerte!
Vuelve a coger el aparato Cándido Cabello.
Coronel Moscardó: Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, el Alcázar no se rendirá jamás.
La otra llamada
El asedio del Alcázar era en sí mismo un guion inmejorable para la propaganda, de una irresistible épica. Lo protagonizó el entonces coronel Moscardó, aunque sería Franco, el 21 de septiembre de 1936, cuando ya llevaban dos meses largos de asedio, el que le daría la forma definitiva. Sus tropas avanzaban desde julio hacia Madrid para tomar la capital y poner fin a la República. Cuando llegaron a Maqueda, la capital estaba a tiro. Las defensas carecían de orden y armamento, su línea era débil, el camino casi expedito, las puertas de Madrid aguardaban tiritando.
La llamada más importante ocurrió sin embargo, una semana antes, el 18 de julio. El coronel José Moscardó había acudido desde Toledo a Madrid para viajar como comisario a las Olimpiadas de Berlín debido a que era el director de la Escuela Central de Gimnasia. Una vez allí, estalló el golpe de Estado, en el que él no tenía parte, y en cuanto supo de la noticia levantó el aparato para comunicarse con el capitán de caballería Emilio Vela Hidalgo: tenía que avisar a los profesores y cadetes de la Academia de Caballería con toda urgencia.
Se presentaron varios profesores y siete u ocho cadetes. Mientras, el propio Moscardó cogió un coche y se fue a toda velocidad a Toledo para, como oficial de más alta graduación, dar las órdenes. Allí le esperaban varios jefes y oficiales. Reunidos les espetó: "Señores, la provincia de Toledo se suma desde este mismo día al Alzamiento. Ustedes tienen la palabra". Según la crónica del padre Alberto Risco, confesor del Alcázar, se dieron varios "Vivas a España" y se procedió con urgencia. El teniente coronel Romero Basart de la Guardia Civil cursaría las palabras a los puestos de la provincia mientras que, ayudados por la Guardia Civil, se procedería a ocupar militarmente la ciudad. No lo conseguirían.
Era ya el día 19 y, con las órdenes de Moscardó y el teniente coronel Romero, los ya sublevados se habían asegurado el depósito de armas de la ciudad y algunos puntos estratégicos para evitar que cayeran en manos de los milicianos. Aun así, todavía no había pasado realmente nada. Entonces se produce otra llamada, esta vez del jefe de servicio del Ministerio de la Guerra en Madrid, con destino al coronel Moscardó:
—¿Quién habla?
—Soy el jefe de servicio del Ministerio de la Guerra.
—¿Qué desea?
—Que envíe inmediatamente a Madrid todas las municiones que están en la fábrica de armas.
—No distingo bien la voz. Haga el favor de darme la orden por oficio o por telegrama.
—¿No se fía de mí?
—Le repito que curse la orden por el conducto oficial.
Moscardó, que no tenía ninguna intención de cumplir semejante orden colgó el teléfono. Comenzó entonces un tenso tira y afloja entre las autoridades civiles y el coronel que se negaba a desarmar a los cadetes y a la Guardia Civil, ni mucho menos a entregarles las armas tanto del Alcázar como de la fábrica. Mientras, la Guardia Civil ya estaba metiendo todas las armas en el recinto amurallado. Al día siguiente se tomó la decisión de publicar el bando de guerra en la plaza de Zocodover: los militares de la academia y la Guardia Civil se habían sublevado ya oficialmente. Se hicieron los preparativos y se tomaron rehenes también... como el propio gobernador civil de la provincia, Manuel María González López, que fue en calidad de prisionero.
República rusa soviética
Otra llamada más, en la misma tarde del 21. Esta vez del general Riquelme. Contesta Moscardó:
—A sus órdenes, mi general. ¿Qué desea?
—Hacerle una pregunta. ¿Podemos contar con usted? ¿Permanece usted fiel a la República? Conteste de un modo categórico.
—Según a la que sea. A la española, sí. A la rusa soviética, no.
—Bien. Entendido. Entonces entregue las armas y municiones que tiene custodiadas en la fábrica.
—Yo no puedo poner esas armas en las manos de las milicias marxistas.
—Bien, entonces las cogeremos nosotros.
Comenzaron entonces, en la noche del 21, los preparativos finales. Las familias de los allegados se refugiaron dentro de la fortaleza, en los sótanos. Entre ellas no estaban ni la esposa ni los hijos de Moscardó. En un solo día se perdieron los puestos que habían instalado los rebeldes por toda la ciudad y se tuvieron que replegar finalmente en el Alcázar. El asedio había comenzado.
El encierro entre los muros del Alcázar pronto demostraría su brutalidad: como albergaba la Academia disponía de una nutrida despensa, pero al ser periodo vacacional estaba casi vacía. Dentro había cerca de 1.800 personas, a las que no les faltó el agua, debido a los pozos que disponía la fortaleza y que, aunque racionada, no escaseó, pero sí la comida. Las incursiones para lograr víveres fueron en su mayoría fallidas.
Caballos y mulas
Se lograron obtener algunos sacos de trigo de un depósito cercano pero la base de la alimentación, racionada, fueron los caballos y las mulas de las cuadras de la Academia en el perímetro exterior de la fortaleza aún bajo control de los sitiados. 190 caballos de los que al final solo quedó uno. El fuego de artillería fue incesante durante todo el asedio, aunque serían las minas las que provocarían los mayores destrozos.
Coronel Moscardó: "Yo no hice más que decirle que encomendara su alma a Dios"
Las autoridades republicanas se volcaron en su destrucción. Hubo dos grandes asaltos y un intento de negociación que le fue encomendada al prestigioso Vicente Rojo, que había dado clase en el Alcázar. Rojo entró en la fortaleza para parlamentar con Moscardó el 8 de septiembre, ofreciendo la evacuación de las mujeres y los niños primero y la rendición después. Fue también inútil.
Poco después de la llamada con la amenaza de fusilar a su hijo, el coronel Moscardó le escribió a su esposa:
"No te quiero decir la amargura que tengo sabiendo que nuestro Luis está en poder de esa gente. Ya sabrás que el jefe me llamó por teléfono el día 23 y me dijo que si en el término de diez minutos no nos rendíamos, lo mandaba fusilar, y por si yo dudaba, le hizo venir al teléfono y hablara conmigo para convencerme de que era él. Excuso decirte, mi hijo de mi alma me habló con voz tranquila, y yo no hice más que decirle que encomendara su alma a Dios si llegara el caso y diera un Viva España muy fuerte. Yo espero que no sean tan crueles que quieran vengarse en la persona de mi hijo, completamente inocente en esta causa, y no pase de una amenaza, pero no obstante no puedo estar confiado (...)".
Las dos versiones
La versión de la conversación telefónica se puso en duda por algunos autores después de la guerra, especialmente por Luis Quintanilla —que vivió el asedio desde las filas republicanas— en su libro 'Los Rehenes del Alcázar' (1961) y el corresponsal del 'New York Times' Herbert L. Mathews en 'The yoke and the arrows' (1957), aunque el estadounidense se retractaría públicamente en una carta pocos años después. Los argumentos fundamentales fueron que para entonces la línea telefónica había sido ya cortada, aunque en realidad lo que ocurría es que estaba intervenida, al menos durante las primeras semanas: los sitiados no podían realizar llamadas pero sí recibirlas.
Por otra parte, las cartas de Moscardó son reveladoras, porque parece poco probable una invención de la escena en una misiva personal. Hubo varios testimonios en ambos lados de la línea que aseguraron escuchar la conversación como recogerían Luis Togores y Alfonso Bullón de Mendoza. Un aspecto menos difundido es que apenas un día después, un grupo de los guardias civiles sitiados hicieron una incursión en la ciudad, mataron al dirigente del PSOE, Domingo Alonso, y se llevaron de rehenes a su mujer y sus hijas. ¿Cumplieron su amenaza? ¿La de matar a Luis Moscardó?
El 11 de agosto Franco envío un mensaje en el que les prometía a los sitiados que enviaría refuerzos
Luis Moscardó sería fusilado pero no en los diez minutos siguientes, ni siquiera en las diez horas después. El Alcázar seguía resistiendo y se enfrentaba a un verano de pesadilla rodeado como antes lo había sido el santuario de Santa María de la Cabeza en donde la Guardia Civil no pudo sin embargo repeler el asalto. Mientras, en agosto avanzaba desde el sur, camino a Madrid, la columna del ejército de África que mandaba uno de los generales sublevados: Francisco Franco.
El 11 de agosto, al ser informado de que aún resistía la fortaleza, les envío un mensaje en el que les prometía a los sitiados que enviaría refuerzos. Sin embargo, el camino a Madrid estaba expedito, la República había licenciado al ejército y solo se defendía con milicianos. En París comenzaban las gestiones para organizar una tropa de voluntarios con oficiales y pertrechos que ayudara a la II República, las brigadas internacionales, y los sublevados se enfrentaban a las tribulaciones para formar un mando único puesto que la guerra parecía alargarse. Franco podía seguir hasta Madrid ante los evidentes avances de los milicianos en la destrucción del Alcázar en agosto. Era un enclave sin ninguna importancia militar. Pero acabaría definiendo la guerra.
No sabía el coronel Moscardó cuando le llamaron del exterior que Luis sería el último hijo que le quedaría con vida. El 23 de julio de 1936, en plena guerra civil, el operador del Alcázar de Toledo le pone al aparato con los milicianos que dirigen el asalto de la fortaleza en la que se ha encerrado con una compañía de la Guardia Civil, los cadetes de la Academia de Infantería los familiares de ambos y algunos otros que pasaban por allí. No todos estaban con los rebeldes. Es decir, que hubo rehenes, la historia que no contaron nunca los franquistas. También es innegable que fue épico. Varios días después de comenzar el asedio sonó el timbre: la llamada de teléfono más importante de la historia de España. La izquierda negaría después que se produjera. Esta es la transcripción.
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