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Napoleón Bonaparte explicado en cuatro movimientos (según Beethoven)
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Napoleón Bonaparte explicado en cuatro movimientos (según Beethoven)

Escuchar atentamente la Tercera sinfonía de Beethoven, la 'Eroica' (en italiano) es conocer la vida del hombre al que estuvo dedicada: el emperador de Francia

Foto: Clip de Napoleón Bonaparte en una reciente exposición en el Wellington Museum de Waterloo (EFE)
Clip de Napoleón Bonaparte en una reciente exposición en el Wellington Museum de Waterloo (EFE)

Dos golpes secos. Furiosos. Si la 'Quinta sinfonía' de Beethoven, al menos según Woody Allen (‘Si la cosa funciona’, 2009), suena como los nudillos del destino llamando a tu puerta (pa-pa-pa-paaaaam), los dos solitarios acordes que abren, violentamente, su 'Tercera', invocan una ruptura musical anterior y no menos revolucionaria. ¡Esto va en serio! O en palabras del director de orquesta y compositor Michael Tilson Thomas: “¡Presta atención!”.

Prestemos atención, entonces, a la 'Tercera sinfonía' de Beethoven, la 'Eroica' (en italiano). Porque hacerlo es contar la vida del hombre al que estuvo, al principio, dedicada: Napoleón Bonaparte. Cuatro son sus movimientos como cuatro solían ser las partes de la llamada nueva sinfonía revolucionaria francesa: vida, muerte, resurrección y apoteosis. Las cuatro cosas están en la vida de Bonaparte.

Primer movimiento: 'Allegro con brío'

Todos aquellos nobles perfumados y bien vestidos, reunidos en un salón vienés propiedad del príncipe Joseph Franz von Lobkowitz, se removían entre sorprendidos e indignados. Los músicos estaban agotados. Aquel primer movimiento se alargaba y se alargaba. Y lo hacía en toda su intensidad, sforzando, atacando cada acento de la partitura. ¿Qué se suponía que era toda aquella furia? “La pieza es monstruosa”, se dice en la película de la BBC (‘Eroica’) que recrea aquella velada. El monstruo era Napoleón campando por palacio.

La 'Tercera sinfonía' se estrenó allí, de manera privada, en diciembre de 1804. Las normas marcaban que la exposición (el planteamiento) de una sinfonía nunca excedía los diez minutos. Y una sinfonía al completo no solía durar más de media hora. El príncipe von Lobkowitz y su cliente, Ludwig van Beethoven, obsequiaron aquella tarde a los presentes con un programa más largo. La 'Tercera' discurrió a lo largo de más de tres cuartos de hora con una primera parte que se extendió, con todas sus repeticiones estructurales y temáticas, más allá de los 16 minutos. Era muy larga. Y sonaba absurdamente vertiginosa... y subversiva.

Subversiva en fondo y forma. Beethoven exponía, valiéndose de las síncopas y de la tonalidad en mi bemol mayor (que desde entonces asociamos con lo heroico) el viaje de un soldado cualquiera hacia la gloria. De un país, de hecho, que cambió los diezmos por la guillotina y La Marsellesa.

La historia del héroe no era nueva, pero jamás se había contado de manera tan gráfica y torrencial. En este Allegro con brío oímos al héroe ganar y perder batallas. Cabalgar y lamentarse. Gritar de alegría, maldecir, rehacerse. Pero, además, no estamos ante el héroe clásico, el hombre de destino trágico que supera obstáculos y que, en realidad, ni siquiera quiere ser héroe, como tan bien cuenta Carlos García Gual en su libro ‘La deriva de los héroes’. El campeón de la 'Eroica' es, ante todo, uno hecho a sí mismo. De cuna lo más humilde posible. De ascenso lo más improbable posible. Y de fortuna talentosa y meritoria, nunca hereditaria. Bonaparte satisfacía, con creces, todas estas parábolas.

El campeón de la 'Eroica' es uno hecho a sí mismo. De cuna lo más humilde posible

Nacido en 1769 en una familia noble de la isla de Córcega, el joven Napoleone di Buonaparte sólo aprendió a hablar y escribir bien francés en la Academia Militar de París. Allí llegó como francófobo y con el corso y el genovés como lenguas maternas. Allí entró como un “alfeñique” (el apodo es de sus compañeros) con botas parcheadas y venido de un lugar que, para la mayoría, ni siquiera era Francia (oficialmente lo era sólo desde 1769). De allí salió graduado con una anónima reputación de huraño empollón de la historia (militar), la geografía y las matemáticas. Como afirma uno de sus biógrafos, Emil Ludwig, jamás necesitó dominar ninguna otra disciplina.

No pasó en absoluto desapercibido para Beethoven y muchos de sus contemporáneos el ascenso fulgurante de aquel taciturno cabo de artillería. Ludwig ya era un compositor de éxito en Viena (rebelde, pero integrado en corte) cuando Napoleón volvió por su cuenta y riesgo de la fracasada campaña de Egipto para dar un golpe de Estado, utilizando a su favor el caos y la decadencia de la Revolución Francesa y el capital militar y político que había acumulado en torno a sí mismo.

placeholder Bonaparte ante la Esfinge, por_Jean-Léon Gérôme
Bonaparte ante la Esfinge, por_Jean-Léon Gérôme

En 1799 la Revolución buscaba la manera de no regresar a la anarquía y el furor inquisitorial (Robespierre) pero tampoco morir de aburrimiento burocrático y de la corrupción del Directorio de Paul Barras. Se trataba de consolidar y liderar el cambio desde arriba. Ahí apareció Bonaparte, un Fouché con ejércitos. Fue nombrado cónsul sólo años después de haber pasado por la cárcel. De haber esquivado la muerte varias veces y sobrevivir a las mareas de la Revolución y de la propia guerra. “Si hubiera sido soldado en la época de Luis XV, tal vez [como mucho] hubiera llegado a mariscal”, afirmaba sobre las impagables y peligrosas oportunidades de su época. Todo eso es lo que cuenta, a lo largo de un vibrante cuarto de hora, el primer movimiento de la sinfonía.

Escribe el actual crítico musical del New York Times: “Comenzando con el primer movimiento, de proporciones épicas, esta pieza rompe el libro de reglas de la sinfonía clásica”. No sólo por sus 695 compases iniciales. No sólo por anticipar el romanticismo musical y dar traducción sonora a su época (“Por culpa del mal tiempo, la revolución en Alemania se hizo con la música”, bromeó una vez el cómico Kurt Tucholsky). No sólo porque eleva a lo sublime, samplea genialmente, un tema musical más bien simple de Mozart en su ópera para niños Bastián y Bastiana. Y no sólo por su vibrante y divertida variedad de temas (motivos), que el locutor de Radio Nacional Luis Ángel de Benito bautiza con mucho sentido aventurero (el tema del héroe, el tema de los camaradas, el motivo galopante, la elegía, el lamento…) y que, en palabras del compositor Wilhelm Furtwanger, interactúan entre sí como si fueran los personajes de un drama.

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Beethoven

Este primer segmento ya sintetiza la peripecia vital de toda una vida. Y es, ante todo, un acto de sinceridad de Beethoven. Porque desentraña “el genio misterioso de un hombre capaz de unificar todas las contradicciones en una sola entidad perfecta”, afirma Leonard Bernstein, que invoca al compositor tocando este Allegro con brío al piano (es digno de ver) dando respingos que le levantan un palmo del asiento y le agitan el pelo blanco. Todo sucede triunfalmente… hasta que cae el héroe.

Segundo movimiento: 'Marcia funebre'

Ser bonapartista a principios del siglo XIX debía ser como ser de Felipe González en 1982. Napoleón había domado la revolución, le dio cuerpo legislativo y civil y expandió sus fronteras. Muy distintos partidarios del nuevo régimen se alinearon bajo esta orgullosa bandera reformista y guerrera. También Beethoven. Que quiso saludar el ascenso del hombre que llegó al poder (por la fuerza; estas cosas entonces no importaban) para afianzar los frutos burgueses de la revolución. Y que se propuso, de paso, atemorizar a los príncipes que le pagaban el sueldo.

Al genio de Bonn (ya en proceso de quedarse sordo) la devoción bonapartista le duró hasta que Napoleón se autocoronó como emperador en 1804. Fue la demostración más sincera de un régimen tan vanguardista como despótico y autoritario. En Napoléon ambas cosas son siempre indistinguibles.

placeholder 'La coronación de Napoleón' (Jacques-Louis David, 1806-1807)
'La coronación de Napoleón' (Jacques-Louis David, 1806-1807)

Beethoven, defraudado ante la entronización del cónsul vitalicio, le cambió el nombre a la sinfonía. De 'Bonaparte' pasó a llamarse 'Sinfonía Eroica'. Su aprendiz Ferdinand Ries afirmó que su maestro, furioso tras conocer la noticia, pronunció las siguientes palabras: "¡No es más que un hombre común y corriente! ¡Ahora pisoteará los derechos humanos, solo perseguirá sus propias ambiciones; se encaramará al poder como todos los demás, será un tirano!". Parece una reacción demasiado elaborada para un momento de ira. Pero el borrón y el desgarro quedaron sobre la partitura.

Bastante después, cuando Bonaparte falleció en la prisión flotante de Santa Helena en 1821, se supone que el compositor dijo: “Hace ya tiempo que compuse música para esa catástrofe”. Se refería, por supuesto, al segundo movimiento de la 'Eroica'.

La Marcia funebre emplea 14 minutos para despedir al héroe. Es una pieza musical que todavía se utiliza en funerales y actos de Estado. Beethoven no encomienda a los tambores, sino a las cuerdas, la labor de hacer sentir la percusión de la muerte y su cortejo callejero, tan habitual durante las Guerras Napoleónicas. Sobre esos sones fúnebres se eleva el famoso oboe, tan dulce, cuyo solo representa la voz particular de la pérdida.

Algunos culparon a las lluvias de la noche anterior, que dejaron impracticables los campos belgas y robaron una horas preciosas a los franceses

Napoleón cayó dos veces, si no contamos su propia muerte. La segunda, la definitiva y más famosa, fue la de Waterloo, acorralado y muy debilitado físicamente y con un ejército reclutado a duras penas de entre las filas de un país demográficamente exhausto. En aquel año de 1815 Napoleón se rearmó para tratar de enfrentar uno a uno (nunca juntos) a británicos, prusianos, rusos y austriacos. No lo consiguió. Algunos culparon a las lluvias de la noche anterior, que dejaron impracticables los campos belgas y robaron una horas preciosas a los franceses a la ofensiva. Otros dijeron que a Bonaparte ya le fallaban los reflejos. Que la rapidez y la resolución que le hicieron grande le habían abandonado. Que el gran corso ya era carne de réquiem, no de sinfonía.

No era nada un emperador sin ejércitos (así se sintió en su islote inmundo del Atlántico) como tampoco era nada un compositor sin oído. En 1802, Beethoven sufrió una fuerte depresión y se replegó al campo, a las afueras de Viena. Por su incipiente sordera y por otros problemas de salud se veía a sí mismo como el cuerpo amortajado del segundo movimiento de su sinfonía, y coqueteó con el suicidio. Allí, con tiempo y silencio, encontró el impulso para escribirla y para remontar. Se dio una nueva oportunidad a los 32 años. Trabajó a fondo y escribió un tercer y cuarto movimientos que la pieza no necesitaba para ser grandiosa y cerrar la historia. Tomémoslo como un regalo, entonces. Como su particular fuga de la isla de Elba.

Tercer y cuarto movimientos: 'Allegro vivace' y 'Allegro molto'

Beethoven reanima al héroe y todo vuelve a empezar. Como Bonaparte. Es una de las mejores historias de Napoleón y sucedió cuando las monarquías europeas ya habían derribado del caballo al dictador, y su país, Francia, asentaba la restauración borbónica. En 1814, el emperador se evadió de su cautivero mediterráneo de once meses. Sus captores habían cometido el error de vigilarle mal y de recluirle peor, demasiado cerca, en la isla italiana de Elba, a sólo 250 kilómetros de Niza. Habían olvidado, además, lo más importante: Bonaparte seguía teniendo a los franceses de su parte. Por lo menos a los que vestían uniforme.

Se abrió paso hasta París sin disparar un solo tiro, sin dar una sola batalla. Los soldados galos debían lealtad al nuevo Borbón pero vencían sus fusiles a su paso y gritaban “¡Viva el emperador!”. Bonaparte recobró sin esfuerzo un poder que aún estaba tibio. Fue el inicio de los llamados Cien Días. Una prórroga de su reinado europeo, triunfal al principio pero imposible de sostener después, con todas las casas reales, de nuevo, en coalición contra él. Le derrotaron, y el resto es una historia que a Beethoven no le interesa anticipar ni imaginar.

placeholder Napoleón abandona Elba el 26 de febrero de 1815
Napoleón abandona Elba el 26 de febrero de 1815

Porque los dos últimos movimientos de la Eroica llevan en volandas al héroe renacido. Son una exhibición musical de 18 minutos que reformulan y culminan todos los temas anteriores y los llevan a la apoteosis. La victoria final. La gloria. Pero también escuchamos el coste del triunfo y de la guerra, los peajes del héroe. Que no son tan diferentes del precio que paga su semejante, el compositor (tres años de trabajo, un socavón anímico y unos tímpanos que se apagaban) para componer una pieza tan extensa y compleja.

Porque.... ¿quién era el héroe de aquella sinfonía, una vez tachado Napoleón? Su título completo rezaba: 'Compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre'. Se ha especulado con distintos nombres (nobles, mecenas), pero la tesis más factible es la más sencilla. Afirma la musicóloga Eva Sandoval que “Beethoven se veía a sí mismo como a un héroe”. Y dejó el compositor un testimonio elocuente al respecto, con este pescozón al Príncipe Lichnowsky, uno de sus patrocinadores: “¡Príncipe! Lo que sois, lo sois por azar y por nacimiento. Lo que yo soy, lo soy por mí mismo. Príncipes ha habido y habrá miles, pero Beethoven sólo hay uno”. Puro bonapartismo.

Explica, sobre esta época, Ted Gioa en su libro 'La música: Una historia subversiva' (Turner): “Si los músicos solían ocultar la subversión y los comportamientos extravagantes, mantenerlos fuera de la vista de sus mecenas, ahora los cultivan y los exhiben. Y, lo que es todavía más raro, se espera de los músicos que tengan opiniones. La propia música se convierte en una especie de manifiesto sociopolítico”.

Encarnó, con la ayuda de Beethoven y su aliento prometeico, la figura del nuevo héroe burgués

Una vez ha cesado la música y la furia, quedan los logros de Napoleón, por mucho que Jean Beanville dijera aquello de que “tantas victorias para luego volver a las fronteras de Luis XVI” y Stendhal que “su única ambición fue fundar una dinastía de reyes en lugar de afianzar una república”. Logros de orden material como los sistemas de canalización de agua de París. Inmateriales como el Código Civil o la Legión de Honor. Estadísticos, si se quiere, como estos números que se ha molestado en hacer Le Monde: de 87 batallas sólo perdió 9, es decir, acumuló un 90% de victorias. Pero sobre todo simbólicos. Encarnar, con la ayuda de Beethoven y su aliento prometeico, la figura del nuevo héroe burgués. Tan emparentados los dos. “En su música cada nota es siempre la correcta”, dice Leonard Berstein del alemán. "Ningún compositor tuvo esa capacidad para que todo resulte impredecible y al mismo tiempo acertado. ¿Cómo lo lograba? Nadie lo sabe, pero se destrozó la vida tratando de alcanzar esa inevitabilidad”.

Dos golpes secos. Furiosos. Si la 'Quinta sinfonía' de Beethoven, al menos según Woody Allen (‘Si la cosa funciona’, 2009), suena como los nudillos del destino llamando a tu puerta (pa-pa-pa-paaaaam), los dos solitarios acordes que abren, violentamente, su 'Tercera', invocan una ruptura musical anterior y no menos revolucionaria. ¡Esto va en serio! O en palabras del director de orquesta y compositor Michael Tilson Thomas: “¡Presta atención!”.

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