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Cómo la cultura española se convirtió en progre: el ejemplo Anagrama
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la editorial que nos enseñó la disidencia

Cómo la cultura española se convirtió en progre: el ejemplo Anagrama

Analizamos la evolución del sello fundado por Jorge Herralde en 1969, pasados cuatro años desde la retirada del editor

Foto: Ilustración: Pablo L. Learte.
Ilustración: Pablo L. Learte.
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No hay muchos estudios acerca de la tutela cultural que llegan a ejercer algunas editoriales sobre la parte más inquieta de la sociedad; estudios sobre cómo anticipan tendencias y logros sociales, cómo arriesgan en relación a las costumbres del momento e incluso a las leyes vigentes; cómo generan dependencia intelectual en generaciones enteras y acaban funcionando como prescriptoras hasta cierto punto ideológicas. La editorial Anagrama protagonizó en el último cuarto del siglo XX una fabulosa agitación de la vida cultural española, y ya bien entrados en el siglo XXI toca preguntarse cómo ha variado su papel en nuestra sociedad, sobre todo al cumplirse cuatro años desde que su editor y fundador, Jorge Herralde, cedió el timón a un nuevo equipo.

El editor, que acaba de publicar un volumen sobre los entresijos de su oficio hasta el año 2000 ('Los papeles de Herralde', en el propio sello), vivió ese cuarto de siglo donde lo progresista solía escandalizar y lo artístico casi siempre se enfrentaba al discurso dominante o encontraba el desdén oficial o, cuando menos, ensanchaba las conversaciones del momento y las volvía incómodas. De todo ello, quizá, queda muy poco en 2021.

Foto: jorge-herralde-el-ultimo-mohicano-de-la-edicion-entrega-las-armas Opinión

Digamos cuanto antes que esta pieza parte de una impresión propia, perfectamente discutible: que Anagrama ya no es, ni de lejos, lo que era. Este juicio tan simple se despliega y entorpece a sí mismo, busca el matiz y la alternativa, y genera numerosas preguntas: ¿no habré cambiado yo, no lo habrán hecho los tiempos? ¿Había alguna forma de que la Anagrama de los años 80 y 90 perdurara? ¿No cambió también el sello desde su fundación en 1969 hasta ese momento estelar de finales de siglo? ¿No es acaso un sello independiente la radiografía moral de su editor, y marchado este, su dibujo editorial resulta imposible de conservar? Pero también podemos hacernos otras preguntas con menos inclinación por la nostalgia: ¿hay alguna editorial que cumpla en estos tiempos el papel que cumplía Anagrama en el pasado? ¿Cuál era ese papel? ¿No tenía algo de entorpecimiento del discurso dominante? Y una más: ¿no está cerca hoy Anagrama de ser el sello donde menos encajan algunos de los libros que, de hecho, la caracterizaban?

Censura, sexo, droga

Fundada en 1969, Anagrama mostró enseguida su más encantador atractivo: la disidencia. La editorial de Jorge Herralde era incómoda, radical, rebelde; o sea, joven. Durante décadas mantuvo esa capacidad para importunar y escandalizar que en sus comienzos llevó a la censura franquista a secuestrar algunos de sus libros. Anagrama traía a España el lado oscuro de la creación y el pensamiento, lo prohibido y espinoso. Mucha droga, mucho sexo; marxismo. Uno de sus primeros libritos fue 'Agencia general del suicidio', de Jacques Rigaut. Cualquier texto perverso o peligroso o estrafalario parecía hecho para ser publicado en Barcelona, vendido y leído como una sustancia ilegal. 'La conjura de los necios', de John Kennedy Toole, iba de un personaje repelente que odiaba a todo el mundo. Su autor se había suicidado antes de ver su libro publicado. Fue el primer gran 'best seller' de Anagrama y, según su editor, la obra que le dio el espaldarazo económico definitivo.

Sin embargo, esto no hizo que Anagrama dejara de importar y producir metralla intelectual, textos sucios, realmente incorrectos, que combinaba cada vez con mayor sabiduría con lo más selecto del panorama literario internacional. La mezcla era inédita: por un lado, el escándalo ('Historia elemental de las drogas', de Escohotado; 'Cacheo', de Coover; 'Trainspotting', de Irving Welsh), por otro, el canon ('Bella del señor', de Cohen, 'El estadio de Wimblendon', de Del Guidice).

placeholder El fundador de Anagrama, Jorge Herralde. (EFE)
El fundador de Anagrama, Jorge Herralde. (EFE)

Incluso en los años 90, cuando yo empecé a leer sus libros, lo que representaba Anagrama, obviamente no con todas sus publicaciones, era la distinción del riesgo, pero no del propio sello, sino de ti como lector que te atrevías con sus títulos. 'La máquina de follar', de Bukowski, resonaba en las librerías con su alegre explicitud. La colección Contraseñas se reservaba para las autorías más averiadas, con su diseño como de urgencia (sin solapas, sin arabesco) y su imaginería grafitera y 'underground'. Parecía inevitable que Almodóvar publicara su único libro ('Patty Difusa') en esa colección. Parecía obligado que Almodóvarsacara un libro de Anagrama en cada película.

Como en Francia el sexo —según avisó Félix de Azúa— es una cuestión de estado, Anagrama publicaba todo lo turbio y desinhibido que allí se producía, de Darrieussecq a Catherine Millet pasando por Despentes o Houellebecq. El libro que menos me gusta de Houellebecq es 'La posibilidad de una isla', y yo creo que se debe a que es el único que no publicó en Anagrama. Irse de Anagrama era peor que escribir mal; era abandonar los márgenes y la insolencia, el cogollito de los lectores que merecían la pena.

Un prestigio aplastante

Quizá haya que explicar a los más jóvenes la impresionante influencia que llegó a tener Anagrama en los años 90, al convertirse en una marca tan fiable, adictiva e intocable como la lograda por el más internacional de los artistas. Anagrama era —ahora que lo pienso— un mandarín cultural (o sea, lo era Herralde), que hablaba de tú a tú con los periódicos, con las librerías, con los ministros, con los premios de los ministros y con las listas de mejores libros de año y de los más vendidos. Prácticamente siempre era algo de Anagrama lo mejor del año, de la década, del siglo. Y también lo segundo y lo tercero.

Nunca habíamos visto un fenómeno como 'Seda', de Baricco; ni como 'Sostiene Pereira', de Antonio Tabucci; nunca habíamos leído a una autora de La India, y todo el mundo leyó 'El dios de las pequeñas cosas', de Arundhati Roy. Los autores ingleses eran todos geniales, salvo si no los publicaba Anagrama. Martin Amis, Kureishi, Julian Barnes, Ian McEwan, Ishiguro... ¿Se podía acertar tanto? Parecía que sí.

Afiliada tu lectura al sello de Herralde por sus publicaciones más libérrimas, con la ayuda de su colección de colorines (los muy baratos Compactos Anagrama), el paso natural era leer también todo aquello que ni siquiera te interesaba. Así descubrimos muchos qué era una buena editorial: la que te hace leer libros que no sabes que quieres leer. En los 90 en España, cualquier cosa que publicara Anagrama merecía una oportunidad, daba igual su país de procedencia, su temática, su autor. Si a un italiano lo publicaba Anagrama, debía de ser el mejor escritor de Italia; y una croata, la mejor escritora de Croacia. Y ese libro de 600 páginas, el libro de 600 páginas con el que de verdad había que perder el tiempo. Ahora mismo sigue pareciéndome evidente que ningún escritor francés vale nada si no lo publica Anagrama. Carrère, Michon, Amélie Nothomb... Díganme uno.

Así descubrimos muchos qué era una buena editorial: la que te hace leer libros que no sabes que quieres leer

Hasta el cuento se leía como nunca: Carver, Sam Sheppard, Richard Ford, amén del 'long seller' que era Bukowski.

Ibas a casa de un amigo y, de 70 libros que tenía, 50 eran de Anagrama. Cualquier persona con un mínimo de autoestima intelectual compraba libros de Anagrama cada mes. Y los tenía muy visibles en el salón de su casa.

Lo que descubrió Anagrama —se me acaba de ocurrir, de hecho, ahora mismo— fue que los periodistas culturales no tenían ni puta idea de literatura, no sabían quién era Rigaut; que es lo que han descubierto luego muchos otros sellos. Es decir, bastaba con anunciarles que el libro que publicabas era la bomba en tal o cual país, o que revolucionaba el arte literario o que, si no lo conocían, solo podían agachar la cabeza y sacarlo en su suplemento castizo y anticuado para que así lo hicieran enseguida y mansamente, si querían de una vez volverse modernos y sofisticados. Son muy conocidas además las llamadas y toques de Jorge Herralde a la prensa cultural cuando no le hacían a sus libros el caso que merecían, o cuando a un autor le caía de pronto una mala crítica. Como es obvio, no habrá nunca en España otro editor como Jorge Herralde.

Javier Marías y el resquebrajamiento del catálogo

En 1995, Javier Marías abandonó Anagrama en la cima de todo su prestigio; de Marías y de Anagrama. Marías venía de publicar dos obras maestras ('Corazón tan blanco' y 'Mañana en la batalla piensa en mí') y Anagrama, en fin, era quien las había editado. Con Javier Marías comenzó la dispersión de autores españoles que, bajo el paraguas de Anagrama, parecían los mejores novelistas del país: Vila-Matas, Azúa, Gopegui, Pombo, Pisón... Todos acabaron marchándose a otros sellos. En general, se entendía casi siempre que era por cuestiones económicas. El 'cariño', que dicen los futbolistas.

Esta sangría de firmas consolidadas no evitó —si acaso, subrayó— el mayor logro del sello de Herralde en literatura en español: situar a Roberto Bolañoen el canon literario occidental. Se dice pronto. También Rafael Chirbes vio recompensada su fidelidad a Anagrama y, en ausencia de rival dentro del sello, alcanzó su mayor fama en nuestro país. No va en demérito del gran autor resaltar que la fuerza e influencia de Anagrama, puesta a tu servicio, hacía de pronto que se te leyera y considerara de otra manera. Lo mismo puede decirse de Marta Sanz, que solo cuando aterrizó en Anagrama empezó a ser tratada con auténtica adoración, sin ir más lejos, por Babelia.

Sara Mesa, una de las autoras estrella en la actualidad de la editorial barcelonesa, ha reconocida en varias entrevistas su conciencia de que, esa misma novela que acaba de publicar con gran éxito en Anagrama, siendo la misma, no funcionaría ni de lejos igual en otra casa.

Foto: El editor Jorge Herralde junto a Coral Majó y Anna Bohigas (Colita)

Sin embargo, la maquinaria de acreditación de Anagrama fue desacompasándose poco a poco a lo largo del siglo XXI, particularmente en su colección Panorama de Narrativas, que antes era alojamiento habitual de los grandes libros del momento en cualquier país. Yo mismo, sin saber que un día iba a escribir esta pieza, solo incluí dos libros de Anagrama en la lista de las 25 mejores novelas del siglo XXI que publicamos en nuestra sección de Cultura. Si elaborara un lista similar sobre novelas del último cuarto del siglo XX, seguramente casi la mitad serían de Anagrama.

De hecho, autoras como Rachel Cusk o Jenny Offill (ambas en Libros del Asteroide), y libros como 'La liebre con ojos de ámbar' (Acantilado), de Edmund de Waal, parecen de Anagrama. Por no hablar de 'La uruguaya' (Asteroide, también), de Pedro Mairal. Puede apelarse —los editores y agentes sabrán— a un mundo exasperado por la competencia y la musculatura financiera de los grandes grupos (Planeta y Penguin), que explicaría en nuestro tiempo la dificultad de Anagrama para pujar por determinados títulos del campo literario internacional, títulos llamados a conformar el canon. Pero lo cierto es que Anagrama misma forma parte ya de un gran grupo (Feltrinelli), y que Libros del Asteroide no creo yo que tenga más dinero que ellos. Simplemente tiene mejor ojo. “Toneladas de información”, declaraba Herralde cuando le preguntaban cómo conseguía determinados libros que luego se volvían insoslayables.

Con todo, nueve de las —para mí— 25 mejores novelas españolas del siglo XXI (otra lista que publicamos en Cultura) salieron en Anagrama, bien que muchas de ellas firmadas por autores y autoras que ya eran nombres reconocidos en los años 90 (Chirbes, Gopegui, Molina Foix...) y no tanto descubrimientos felices del presente.

Anagrama hoy

Desde una subjetividad sumamente representativa (a fin de cuentas, no hay sello del que yo haya leído mas libros que de Anagrama), entiendo que la editorial hoy ha perdido la mayor parte de su influencia y de su espíritu. Habría que preguntarse qué libros debería publicar alguien en este tiempo nuestro para recuperar esa incomodidad, ese riesgo y esa perturbación que generaba buena parte del catálogo anual de Anagrama hasta comienzos del siglo XXI. Quizá, justamente, serían novelas contra la corrección política, la cultura de la cancelación, lo 'woke' en todos sus aspectos y hasta obras críticas con el feminismo ('Maldita feminista', de Loola Pérez, se me ocurre). Es decir, nuevamente, libros que la gente no sabe que quiere leer, que necesita leer y que le viene bien leer. El mandato hoy parece el contrario: publicar exactamente los libros que la gente quiere leer.

De hecho, los libros de Bukowski parecen cada vez menos cómodos en su catálogo, como ese único amigo íntimo al que le toleramos aún determinados chistes. La edición de Anagrama de 'Lolita', de Nabokov, fue siempre una declaración de intenciones en relación a la sexualidad, y que hacía lógico que se publicaran luego otros libros peligrosos, como 'El fin de Alice' (1996), de AM Homes. Ahora, sin embargo, diríamos que buena parte de los autores y autoras que orbitan alrededor de Anagrama son aquéllos que, de vez en cuando, proponen la prohibición de 'Lolita' por tratarse de un libro que defiende la pederastia (sic), campaña censora que además les evita el enojoso trance de medir su talento con el de Nabokov. La colección Contraseñas, eminentemente sulfúrica, creo que está prácticamente cerrada, y se han lanzado nuevas colecciones más bien cuquis, como Cuadernos Anagrama o Compendium, amén de revitalizar Llibres Anagrama, para literatura en catalán, con premio nuevo desde 2016.

Foto: Puedes leer este reportaje con un formato especial: http://www.elconfidencial.com/cultura/2017-04-15/libros-planeta-penguin-editoriales-aramburu_1366425
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Si una característica define la Anagrama de hoy, liderada por Silvia Sesé, es la mayor presencia de autoras, a buen seguro en más del 50% de sus nuevos títulos en Narrativas Hispánicas. Esta abundancia de autoras en Anagrama podría hacernos pensar en una editorial feminista, que da voz a las mujeres o descubre talentos antes ignorados, que pelea contra el heteropatriarcado con visceralidad inédita. Sin embargo, lo cierto es que, salvo una o dos excepciones (Aurora Freijo, este año) lo que hace Anagrama es traer escritoras ya muy conocidas por cualquier lector atento, autoras con cierto recorrido en otros sellos, como Esther García Llovet o Cristina Morales, que todos los que leemos ya teníamos localizadas y en cierta estima. Así las cosas, es probable que con Herralde publicaran por primera vez (Gopegui, por ejemplo) más mujeres que con Silvia Sesé, aunque pueda parecer lo contrario. Más que un sello feminista, Anagrama parece un sello femenino, un Lumen con algo más de vuelo.

En cuanto a literatura internacional, he repasado sus títulos publicados en estos años y debo decir que no me sonaban de nada. Los autores fundamentales de otras lenguas los he leído todos en otros sellos. Es verdad que han publicado a Karl Ove Knausgaard, el gran bluf de la literatura mundial contemporánea, o que siguen en Panorama de Narrativas Houellebecq o Amélie Nothomb, así como McEwan o Barnes. Pero se trata de herencia recibida, no de avispadas contrataciones.

Así las cosas, diría que lo que más se acerca hoy a la Anagrama dominante de los años 90 es Blackie Books, un sello que consigue que cualquier cosa que publique parezca de lectura obligatoria, así sean recuperaciones de Ramón Gómez de la Serna o de Enrique Jardiel Poncela. Es el sello que hoy tiene ese no-se-sabe-qué que hace que numerosos lectores compren sus libros solo porque los publican ellos y que la prensa cultural (pánfila hasta la esclerosis) le haga todo el caso del mundo. En literatura internacional, el gusto y el prestigio lo detenta ahora (entre varios más) Libros del Asteroide, en cuyos libros traducidos yo al menos confío ciegamente.

Más que un sello feminista, Anagrama parece un sello femenino, un Lumen con algo más de vuelo

Por último, es importante señalar un aspecto del sector editorial que el público lector ignora o desatiende, por mucho que, al cabo, le influya en gran medida. Es el diseño. Anagrama tiene ahora el mismo diseño que hace cincuenta años, las mismas cubiertas amarillas o grises con el título en cursiva y el nombre del autor en redonda, arriba, y una foto, encuadrada casi siempre, debajo. Solo Tusquets puede presumir de la misma invariabilidad en su maquetación. Y eso significa una cosa: que venden. Cuando un sello cambia radicalmente su diseño, es que está en problemas.

Así, Anagrama sigue funcionando como signo entre un gran número de lectores, pesando en el criterio de algunos periodistas (tuve la sensación, en uno de los 'ranking' de mejores libros del año pasado, que sus muñidores no habían leído nada, y por tanto se limitaron a citar libros de Anagrama al buen tuntún) y ocupando un espacio nada desdeñable en las librerías. Sin embargo, ya no es un sello situado al margen o a la contra, que ofrece al disidente un arsenal o un refugio, una distinción siquiera frente al 'best seller' o a la literatura oficial, que abre conversaciones alternativas o gozosamente discrepantes, sino una editorial en el centro casi exacto de lo que hoy se entiende como respetable, correcto y moderado.

Foto: Sue Lyon en un momento de 'Lolita' (1962) de Kubrick. (MGM)

Este giro, tal vez, pueda entenderse no solo por la retirada de Jorge Herralde de la primera línea, sino también desde la reconfiguración ideológica que hemos vivido a lo largo del siglo XXI, reconfiguración llena de puritanismo y ánimo compensatorio. Así, si un simple tuit o declaración pública puede arruinar la vida profesional de un cantante o de un presentador de televisión, ¿cómo va a dedicar una editorial colecciones enteras a pensamientos o relatos incorrectos o abiertamente provocadores? Dado que la gente se ofende por el vuelo de una mota de polvo, ¿quién se atreve con novelas enteras que cuestionan los eslóganes ideológicos contemporáneos? La importancia de la cuota y de la representación de minorías, el pavor a ser calificado de fascista o machista, el seguimiento y prolongación de debates ajenos por completo a la realidad del día a día de los ciudadanos —pero que los medios imponen como cruciales— son algunas de las líneas que hoy marcan los catálogos literarios, y no tanto un intento de dar voz a los que no la tienen o de buscar el cuestionamiento de los valores asentados.

Hay que evaluar en su justa medida la ironía de que Javier Marías, considerado hoy un viejo conservador de ideas anticuadas, solo recibiera el premio Nacional pasados los 60 años (o que Enrique Vila-Matas nunca lo haya recibido), después de una larga carrera de enorme éxito internacional; y que además lo rechazara, mientras que Cristina Morales, premiada con apenas 30 años por una obra supuestamente subversiva y deseosa de “acabar con todo (el sistema)” no viera necesidad alguna de decir no al galardón que entrega Felipe VI. Así, sistema y subversión no son ya dos caras de la misma moneda, sino dos antónimos desvirtuados hasta ocupar el mismo espacio en lo que podemos llamar la zona cero de las ideologías.

No hay muchos estudios acerca de la tutela cultural que llegan a ejercer algunas editoriales sobre la parte más inquieta de la sociedad; estudios sobre cómo anticipan tendencias y logros sociales, cómo arriesgan en relación a las costumbres del momento e incluso a las leyes vigentes; cómo generan dependencia intelectual en generaciones enteras y acaban funcionando como prescriptoras hasta cierto punto ideológicas. La editorial Anagrama protagonizó en el último cuarto del siglo XX una fabulosa agitación de la vida cultural española, y ya bien entrados en el siglo XXI toca preguntarse cómo ha variado su papel en nuestra sociedad, sobre todo al cumplirse cuatro años desde que su editor y fundador, Jorge Herralde, cedió el timón a un nuevo equipo.

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