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El embrujo irresistible de Alma Mahler, la mujer que fue Europa
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El embrujo irresistible de Alma Mahler, la mujer que fue Europa

Turner publica una biografía apasionada y sin tópicos de la británica Cate Haste sobre la mujer a la que amaron Gustav Mahler o Walter Gropius

Foto: Alma Mahler
Alma Mahler

La escena resume la gran catástrofe europea. Otoño de 1940. En la frontera de Portbou dos jóvenes catalanes despotricaban contra Mussolini y lanzaban improperios a Franco con alegría. Eran antifascistas catalanes, y su presencia a pocos centímetros del control de pasaportes aumentó la sensación de irrealidad para Franz Werfel y su esposa, Alma Mahler, quienes esperaron durante horas la llegada de Heinrich y Golo Mann, respectivamente hermano e hijo de Thomas Mann, autor de 'La montaña mágica' y Premio Nobel de Literatura en 1929.

Este grupo de intelectuales centroeuropeos huía del nazismo con destino a los Estados Unidos gracias a la intercesión en Marsella del periodista Variant Fry. Los Mann no habían dudado en posicionarse contra Adolf Hitler, mientras Franz Werfel corría peligro, tanto por sus opiniones como por ser judío. Alma había profesado durante los años treinta opiniones favorables al Tercer Reich. Sin embargo, era incapaz de comprender ese error, y desde el mismo instante de su retorno al país de las barras y estrellas, lejano ya el recuerdo de su año en Nueva York con Gustav Mahler, intentó borrar de su copiosa prosa autobiográfica esos fragmentos comprometedores.

placeholder 'Alma Mahler' (Turner)
'Alma Mahler' (Turner)

Su vida fue una novela alambicada y con múltiples capas de lectura, en ocasiones áridas de descifrar, algo fundamental para comprender la vigencia de un mito fluctuante. Ahora Turner publica 'Alma Mahler, un carácter apasionado', de la británica Cate Haste, una biografía esmerada que analiza su objeto de estudio sin caer en tópicos. El más frecuentado es el de una devoradora de hombres con talento, punto de incomodidad para enmarcarla dentro de un Feminismo muy a su manera, pues pese a querer independencia creativa al final entendió su existencia como una lucha por ella misma y para mejorar a los genios de su entorno.

Algunos se han empecinado en reducirla a cuatro estereotipos elementales para tergiversar una existencia caleidoscópica

Pese a ello su apuesta fue la de una gran superviviente, y su fortaleza entre laberintos internos y externos puede darnos pistas sobre el reto de algunos empecinados en reducirla a cuatro estereotipos elementales para tergiversar una existencia caleidoscópica, compleja y completa, síntesis desde muchos cauces de la Historia contemporánea de nuestro continente.

El delirio de Viena

Alma vio la luz el último día de agosto de 1879 en Viena dentro de un ambiente rodeado de arte porque su padre, Emil Jakob Schindler, era un pintor de raigambre favorecido por Rodolfo de Habsburgo, el heredero imperial. El suicidio de este no perjudicó a su carrera, truncada en la cúspide en el verano de 1892 al no poder superar una prolongada apendicitis. Su muerte supuso un mazazo traumático para la niña de sus ojos, de modo inconsciente en busca de un sustituto similar, algo asimismo consolidado porque su madre no tardó en volver a contraer matrimonio con un colega del difunto, Carl Moll, fundador de la 'Secesión' junto a Gustav Klimt, excéntrico y muy insistente hasta robar besos a la hijastra adolescente de su colega durante un viaje italiano.

placeholder Gustav y Alma Mahler en 1902
Gustav y Alma Mahler en 1902

La chica plasmó en sus diarios esas inseguridades y acercamientos masculinos, narrados entre el temor y una naturalísima sensualidad teñida de toda la inocencia de su época, incrementada por el respeto casi sacrosanto de Alma para con los artistas, con ella misma entusiasmada en la composición musical, una promesa rota cuando, tras jugar al ratón y al gato con varios aduladores, su enlace con Gustav Mahler la supeditó al compositor y director de la Ópera de Viena porque él debía monopolizar la creación en el seno de la pareja.

Mahler, judío converso al catolicismo, era uno de tantos rara avis de esa edad dorada de la capital danubiana, álgida en muchas disciplinas, de lo arquitectónico a la filosofía, y decadente por la inercia del enorme manto protector de Francisco José I, radical en sus intenciones de congelar el tiempo hasta catapultar el contrapunto cultural de los Joseph Roth, Ludwig Wittgenstein, Adolf Loos, Kolo Moser, Karl Kraus o Arthur Schnitzler.

Tejían sus revoluciones mientras en sus vidas privadas eran burgueses hasta la médula

Todos estos nombres tejían sus revoluciones mientras en sus vidas privadas eran burgueses hasta la médula. Alma se plegó a Gustav como una discípula a un maestro, dándole dos niñas y contentándole hasta en las minucias menos significantes. Para una mujer como ella el decenio con Mahler fue un aprendizaje para el futuro y una transformación de devota a moldeadora, su verdadera misión en un mundo diseñado por y para el género masculino.

Su acatamiento a las reglas de su primer marido conllevó innumerables crisis nerviosas desde la mera obediencia. En una de sus recuperaciones inició un romance con el arquitecto alemán Walter Gropius, a la postre fundador de la Escuela Bauhaus. Mahler descubrió el adulterio por una carta de su rival, quien la mandó equivocándose adrede de destinatario. Tras leerla enloqueció, se prestó a un largo paseo psicoanalítico con Sigmund Freud y se desvivió por su esposa, llenándole las habitaciones de flores y permitiéndole componer, alabándola por su originalidad y recursos técnicos.

Kokoschka pidió a la fabricante de muñecas Hermine Moos una réplica de Alma Mahler para mantenerla consigo

Poco después de este giro de ciento ochenta grados Gustav Mahler enfermó en Estados Unidos, fue trasladado a Europa con un alto en Paris y exhaló su último suspiro en Viena, el 18 de mayo de 1911. La viuda, con pensión imperial otorgada por el mismísimo Francisco José, se erigió en custodia de la leyenda, si bien fueron los demás quienes le confirieron un aura de sacerdotisa a lo Cósima Wagner, con la diferencia de ser más joven y emanar poder y sexualidad.

Era como si los aspirantes a seducirla creyeran imbuirse de los dones del compositor. Alma debía ser racional y calculadora. Sólo trasgredió ese rol con Oskar Kokoschka, el más visceral de los nuevos pintores austríacos. Su relación fue un torbellino inaudito, excesivo incluso en su después, cuando Kokoschka pidió a la fabricante de muñecas Hermine Moos una réplica de Alma Mahler para mantenerla consigo, aunque tras lucirla en palcos y salones se hartó, la depositó en entre basuras y al localizarla unos policías la tomaron por una asesinada. Era 1919.

La hacedora de reyes

Por aquel entonces Alma Mahler residía en Weimar junto a su segundo esposo, Walter Gropius. La atmósfera de la Bauhaus le interesó sin más entre los sinsabores de su matrimonio y una ingente dificultad para estimar como artes aquellas ajenas a su educación sentimental. Había idolatrado a dos hombres, insuperables en su concepción, y el tercero sería una antípoda, idónea precisamente por ser inferior y manejable. No era conformismo, sino la ambición de una hacedora de reyes y así fue como el escritor Franz Werfel, amigo de Franz Kafka y Max Brod, ascendió a los altares de la literatura de entreguerras, domesticado por Alma, hábil en eliminar su chabacanería y reciclar su izquierdismo en compromiso más sólido desde el estilo, como en la novela Los cuarenta días del Musa Dagh, donde retrató con suma crudeza el genocidio armenio.

placeholder Franz Werfel y Alma Mahler
Franz Werfel y Alma Mahler

Werfel era menos, como menor era la esperanza de resucitar el esplendor del pasado. Austria quedó reducida a una pequeña república, humillada en la derrota y atemorizada por sus Estados vecinos, Italia y Alemania. El judaísmo de Werfel no fue obstáculo a la hora de decantarse por los totalitarismos, amiga de Margherita Sarfatti, la predilecta del Duce, y admiradora de la retórica hitleriana hasta en el exilio norteamericano, cuando aún lo juzgaba un político excepcional.

En Estados Unidos, como una repetición en otros escenarios, se juntó con la flor y nata intelectual, entre ellos Arnold Schönberg, su favorito entre los sucesores de Mahler, siempre presente cual sombra suprema hasta eclipsar por el hechizo de su memoria el éxito de Werfel con 'La canción de Bernadette', adaptada por Hollywood en 1943. Alma enviudó en 1945 y transitó hacia otra dimensión de su estatus. Werfel le dejó una cuantiosa herencia con sus derechos de autor, pero ella era la mujer de Gustav Mahler, y hasta su óbito en 1964 fue una pieza arqueológica, adorada por simbolizar un universo referencial, extinto y remoto. Hoy en día podemos verla como una siamesa de Lou Andreas Salome. Ambas codeándose con los genios, ambas mejorándolos sin robarles el escenario.

La escena resume la gran catástrofe europea. Otoño de 1940. En la frontera de Portbou dos jóvenes catalanes despotricaban contra Mussolini y lanzaban improperios a Franco con alegría. Eran antifascistas catalanes, y su presencia a pocos centímetros del control de pasaportes aumentó la sensación de irrealidad para Franz Werfel y su esposa, Alma Mahler, quienes esperaron durante horas la llegada de Heinrich y Golo Mann, respectivamente hermano e hijo de Thomas Mann, autor de 'La montaña mágica' y Premio Nobel de Literatura en 1929.

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