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De Freddy Krueger a Jason Voorhees: ¿por qué nos fascinan los asesinos del 'slasher'?
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De Freddy Krueger a Jason Voorhees: ¿por qué nos fascinan los asesinos del 'slasher'?

En los años ochenta, el cine estadounidense llenó las pantallas de asesinos en serie bastante histriónicos con el pasatiempo de sacarles las vísceras, especialmente, a los adolescentes

Foto: En 'Pesadilla en Elm Street' (1984), Nancy sueña con Freddy Krueger.
En 'Pesadilla en Elm Street' (1984), Nancy sueña con Freddy Krueger.

Dijo Wes Craven que "el primer monstruo al que debe temer el público del cine de terror es a su director". El padre del 'slasher' moderno tenía razón. En parte. Porque al primer monstruo que el público debe temer, sintiendo la contradicción, es a sí mismo. El director de 'La última casa a la izquierda' (1972), 'Las colinas tienen ojos' (1977), 'Pesadilla en Elm Street' (1984) y 'Scream' (1996) refundó el género 'slasher' y lo trajo desde los márgenes hasta convertirlo en un espectáculo de masas. Si, como afirmó Oscar Wilde, "todo en la vida es sexo, menos el sexo, que es poder", en el terror el monstruo no es un monstruo —o, al menos, no sólo—, sino la representación tanto de los miedos más atávicos —¿quién no se retuerce ante la idea del filo de un cuchillo hincándose en un ombligo?— y de las preocupaciones de la sociedad. Es el resultado de una guerra nuclear, del empoderamiento femenino, de la carrera espacial, de una enfermedad altamente contagiosa o de la lucha racial. Es, en definitiva, el hijo indubitable de su tiempo.

Foto: Un fotograma de la ópera prima de Mati Diop, 'Atlantique', ganadora del Premio especial del jurado en el pasado Cannes. (Netflix)

Freddy Krueger, Jason Voorhees, Michael Myers. Un bedel pederasta muerto en un incendio que persigue adolescentes en sus pesadillas. Una madre y su hijo muerto por un descuido de los monitores de un campamento que se vengan a base de cuchillo. Un rondador nocturno obsesionado con una niñera. Personajes icónicos del cine de terror —Jason ha protagonizado una docena de títulos— que transformaron un género que bebe tanto de Hitchcock —'El enemigo de las rubias' (1927) o 'Psicosis' (1960) se consideran títulos seminales— como del cine de Mario Bava —'La muchacha que sabía demasiado' (1962) o 'Seis mujeres para el asesino' (1964)—, pero que hasta finales de los setenta no consiguió salir de los márgenes ni ganarse el favor —aunque eso todavía es cuestionable— de la crítica.

placeholder Fotograma de 'La última casa a la izquierda'.
Fotograma de 'La última casa a la izquierda'.

El documental 'In Search of Darkness' (2019) —en español podría traducirse como 'En busca de la oscuridad'— explora durante sus más de cuatro horas de metraje el auge del terror en los años ochenta y, entre ellas, el subgénero 'slasher' con Craven, John Carpenter y Sean S. Cunningham como tótems indiscutibles. " El terror es una sensación intensa y dolorosa de miedo, pavor o consternación; un sentimiento extremo de aversión o repugnancia", comienza este repaso por el género del crítico David Weiner, que concrega a directores, productores y actores que han trascendido las convenciones de fans del fantástico.

"Mucha gente hace sus primeras películas de terror porque son baratas y no requieren de estrellas o de ninguna persona conocida; es más, en los 80, lo que necesitabas era un montón de muertes creativas", explican en el documental. Historias sencillas con elementos aterradores, en las que en el 'slasher' siempre subyace una pulsión tan violenta como sexual. La escena de 'Pesadilla en Elm Street' en la que Nancy se está bañanado y entre las piernas aparece la garra de Freddy Krueger no puede haber más simbolismo carnal. Además de que esta película da la oportunidad de ver a un jovencísimo Johnny Depp siendo engullido por una cama. "Wes Craven creó un villano redondo que se aparece en las pesadillas de los niños. Un pederasta que también puede matar. Llegó en un momento cuando el slasher empezaba a agotarse. De repente no era un tío que corría con un cuchillo matando gente. Esa película cambió la dirección del cine de terror".

placeholder 'Pesadilla en Elm Street' cambió las reglas del género.
'Pesadilla en Elm Street' cambió las reglas del género.

Casi diez años antes,, en una pequeña sala de montaje Wes Craven y Sean Cunningham, éste último como productor y no como director de 'Viernes 13', revisaban un primer premontaje de 'La última casa a la izquierda'. Cuenta el ensayo ‘Sesión Sangrienta’, de Jason Zinoman, que cuando Craven se lo enseñó a Cunningham, éste le dijo: "es repugnante". Pero, ¿repugnante en el buen sentido? La película de Craven era un festival de víscera y 'gore' sin tapujos. Su idea era sacar adelante un proyecto barato que apelase tanto a los amantes del terror como a los jóvenes que iban a hacer 'petting' en la oscuridad de la sala de cine. Pero, quizás, aquello era demasiado.En la promoción utilizaron la frase "No recomendada para menores de 30".

"El guión original incluía fantasías de violación y una escena en la que los asesinos abren el cadáver de su víctima y devoran sus intestinos", explica Zinoman. "La violación siempre ha formado parte de la temática del cine de terror, generalmente bajo su superficie. En la intersección entre sexo y violencia es donde operan las películas de terror más perturbadoras". Incluso una mujer corriendo en la oscuridad perseguida por un hombre siempre apela a la imagen de un abuso sexual. Craven, casado y con dos hijos, había ejercido hasta entonces como profesor de Literatura en Postdam, una localidad de apenas 15.000 habitantes al norte de Nueva York. Pero entonces se convirtió en el padre del Nuevo Terror, mucho más directo, incrustado en el plano real.

"Estas películas empezaron con ataques contraculturales contra la autoridad y con un rechazo de la frivolidad de la fantasía, pero a la altura de los años setenta su sensibilidad había empezado a cambiar, empezaba a reflejar el tono cada vez más sombrío de la cultura popular", analiza Zinoman. "Reflejaban las quejas de la época: la paranoia sobre el poder público y un nihilismo burlón sobre el sueño americano. Invitaban al espectador a desconfiar de la autoridad y, sobre todo, a apartarse del mundo exterior: los extraños no son amigos; los científicos que quieren salvar el mundo tienen motivos ocultos; en la ciudad, en el campo, o dondequiera que uno viva, pasan cosas malas".

placeholder Un momento de 'Viernes 13'.
Un momento de 'Viernes 13'.

Según John Landis, director de 'Un hombre americano en Londres' y el documental 'Slasher' —también de 'El príncipe de Zamunda'—, hasta los años 70, “las películas de terror no estaban mal escritas ni mal interpretadas ni mal hechas… hasta que aparece el monstruo. Que resulta ser un tío vestido con un traje estúpido. Los monstruos son estúpidos y el guión inteligente. En los años setenta, la cosa cambió: los guiones se hicieron estúpidos y el monstruo inteligente”.

Un asesino ataviado con una máscara de jugador de hockey, o con un sombrero y una manopla de podar, o la piel despellejada de sus víctimas como careta. Los monstruos ya no eran producto de un vertido nuclear o una maldición ancestral. ‘Las colinas tienen ojos’, la segunda película de Wes Craven, se inspiró en la historia de Sawney Bean, “un clan de cavernícolas escoceses que, en el siglo XVI, robó, mató y devoró a viajeros", a partir de un texto encontrado en la hemeroteca de la Biblioteca Pública de Nueva York.

placeholder Una imagen de 'La noche de Halloween'
Una imagen de 'La noche de Halloween'

Otro de los títulos fundacionales fue 'La noche de Halloween' (1978). John Carpenter, convertido ahora en otro de los padres fundacionales del Nuevo Terror, además de uno de los compositores de bandas sonoras más aplaudidos del género, dio a conocer a Jamie Lee Curtis, hija de Janet Leigh, protagonista de 'Psicosis', como la niñera en peligro que intenta escapar del sádico Michael Myers.

La génesis de 'La noche de Halloween', como cuenta Zinoman en 'Sesión sangrienta', no está libre de polémica. Siete años antes, Terence Winkless, un estudiante de la Universidad del Sur de California, proyecta un corto de 14 minutos titulado ‘Fosters’ Release’, en el que un hombre acosa a una niñera y la persigue por toda la casa, intentando matarla. El nombre de Winkless probablemente no les suene. Pero sí el de uno de los compañeros que asistió a la proyección de dicho corto. Ese compañero era, efectivamente, John Howard Carpenter. “John me lo cogió a mí, eso está claro. Pero no se lo reprocho. Fue listo. Yo era demasiado purista para convertir ‘Foster’s Release’ en una gran producción. No pasa nada: tengo una buena vida. Lo único que no tengo es su dinero”, admite Winkless.

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Fotograma de 'Las colinas tienen ojos'.

En los ochenta, la cultura estadounidense bebía de las baladas románticas de Olivia Newton John, el punk, los héroes de acción interpretados por Schwarzenegger, Stallone y Gibson. Pero, de pronto, apareció un grupo de "gente inadaptada, insegura y alienada, a menudo en conflicto con sus padres y otras figuras de autoridad”. Un grupo que había vivido el desencanto hippie de los sesenta y que decidía hurgar en los aspectos más violentos y siniestros de la psique humana para mostrar su rebeldía ante una educación o extremadamente laxa o extremadamente puritana. Una forma de catarsis sublimada en el arte del shock y la violencia. Como dijo George A. Romero: "Algunos éramos fumetas, pero nada más. Ni capas ni colmillos ni nada. Como dijo Stephen King [sí, una cita dentro de una cita], nosotros no tenemos pesadillas porque las regalamos todas".

Dijo Wes Craven que "el primer monstruo al que debe temer el público del cine de terror es a su director". El padre del 'slasher' moderno tenía razón. En parte. Porque al primer monstruo que el público debe temer, sintiendo la contradicción, es a sí mismo. El director de 'La última casa a la izquierda' (1972), 'Las colinas tienen ojos' (1977), 'Pesadilla en Elm Street' (1984) y 'Scream' (1996) refundó el género 'slasher' y lo trajo desde los márgenes hasta convertirlo en un espectáculo de masas. Si, como afirmó Oscar Wilde, "todo en la vida es sexo, menos el sexo, que es poder", en el terror el monstruo no es un monstruo —o, al menos, no sólo—, sino la representación tanto de los miedos más atávicos —¿quién no se retuerce ante la idea del filo de un cuchillo hincándose en un ombligo?— y de las preocupaciones de la sociedad. Es el resultado de una guerra nuclear, del empoderamiento femenino, de la carrera espacial, de una enfermedad altamente contagiosa o de la lucha racial. Es, en definitiva, el hijo indubitable de su tiempo.

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