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Carlos Pardo: "He perdido los mejores años de mi vida entre envidias literarias"
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Carlos Pardo: "He perdido los mejores años de mi vida entre envidias literarias"

El poeta madrileño publica su tercera novela, 'Lejos de Kakania', una extraordinaria autobiografía literaria que despliega al tiempo una celebración tortuosa de la amistad

Foto: Carlos Pardo. (Foto: Daniel Arjona)
Carlos Pardo. (Foto: Daniel Arjona)

Dos amigos viajan en un autobús despendolado a Granada. Son poetas pobres que dialogan entre curvas salvajes y olivares de tragedia de la memoria, la madurez o la literatura. Y así, entre chistes procaces, retruécanos, juegos de palabras y confidencias, la amistad se ofrece encandilada. Encandilados los amigos y los lectores del pasaje que no quieren que el trayecto termine, que no quieren atisbar, como el Amargo, las luces de Granada. La nueva novela del poeta Carlos Pardo (Madrid, 1975) se titula 'Lejos de Kakania' (Periférica) y es una extraordinaria autobiografía literaria que despliega al tiempo una celebración tortuosa de la amistad.

Después de 'Vida de Pablo' (2011) y de 'El viaje a pie de Johann Sebastian' (2014), el poeta hastiado renacido como novelista ejecuta su tercer salto mortal narrativo usando sin abuso de su vida como material narrativo. En 'Lejos de Kakania' el foco ilumina la historia de dos amigos, Carlos y Virgilio, en un escenario que derrocha tanto patetismo como humor, el de las vicisitudes de los tabernáculos poéticos españoles, esas ollas podridas de envidias y pedanterías, pero también de amistades, felicidad y lecturas compartidas.

placeholder 'Lejos de Kakania'
'Lejos de Kakania'

Cuando nos encontramos con Pardo en una terraza malasañera, viene ya vacunado de casa para la inevitable pregunta acerca de la autoficción que no cesa. "A mí no me interesa nada lo testimonial", nos adelanta". "Mis libros son novelas, son libros de ficción. A mí lo que me interesa es lo que los cínicos llamaban la parresía, la franqueza absoluta. Uno debe asumir su propia verdad y construirla como proyecto humano. Pero no es una verdad testimonial, no es una verdad que pueda atarse a una supuesta interpretación fidedigna de algo. Escribir una novela como esta es un ejercicio de ventriloquia, de espiritismo".

PREGUNTA. Tengo que empezar con una confesión. Me he saltado las 125 páginas de poemas del libro. ¿Qué me he perdido?

RESPUESTA. ¡Pero, hombre, te has perdido lo mejor! Jajaja. Ahora en serio, esos poemas, que son en realidad un solo y largo poema narrativo cumplen aquí una función. Me gusta meter en mis libros esta especie de entretenimientos, juegos de distintos niveles de lectura. Y hacerlo de una manera divertida, por puro gozo lector, pero también porque creo que en un libro supuestamente autobiográfico uno necesita crear diferentes distancias. Muchas veces, lo que consideramos autobiografía se basa en una fe ciega en que hay un punto de vista desde el que se puede contar la verdad de una persona y no es así, existen diferentes planos desde los que nos podemos mirar a nosotros mismos. La parte del poema, larga y paródica, enfoca a los protagonistas de la narración desde fuera, como si fueran monigotes 'gógolianos' que juegan a desmentirse.

P. En entrevistas pasadas manifestaste tu hartazgo de la poesía. ¿Este largo poema incluido en 'Lejos de Kakania' supone una recaída en un largo proceso de desintoxicación?

R. Pues probablemente. A ver, este libro es la historia de una amistad. No hay nada que odie más que las novelas en las que se ve lo postizo, las temáticas de moda en las que te da cuenta de que el autor se ha documentado lo justo para cumplir el expediente. Es uno de los males de la literatura. Me interesaba narrar una amistad con sus claroscuros, ruindades y envidias, pero también con sus momentos de pasión y confianza absoluta, y hacerlo en el escenario de un pequeño mundo de seres envidiosos. Como el de la poesía, que conozco muy bien. Puedes verlo como una recaída, sí, pero también como un homenaje a cierta forma de entender la poesía que tiene poco que ver con lo cursi y más con algo vivo, tal vez un poco anacrónico pero también más potente que el discurso de la actualidad. Y, en fin, creo que me he liberado ya de mis murrias pasadas, cuando me metía con los poetas. Porque lo que en realidad hacía era meterme con mis propias limitaciones como poeta.

placeholder Carlos Pardo. (Foto: Daniel Arjona)
Carlos Pardo. (Foto: Daniel Arjona)

P. El esbozo del ultraminoritario ecosistema poético español en el libro es tan patético como divertido porque parece explicitar esa ley que reza que, a medida que los grupos son más reducidos, las divisiones, envidias y guerras de ego son más pronunciadas. Me recuerda al célebre chiste trotsko: "¿Qué es un trotskista? Un partido. ¿Y dos troskistas? Una escisión. ¿Y tres troskistas? Una Internacional".

R. Sí, cualquier micromundo que se alimenta del secreto es así. La poesía durante mucho tiempo ha defendido su inutilidad en muchos sentidos contradictorios: estar al margen de la sociedad pragmática y de la política como en una especie de abismo sublime de esencias. Muy poca gente se reconoce hoy en los poemas. A mí me interesa ver cómo funcionan estos submundos que se toman muy en serio su trabajo y que, a la vez, tienen que vivir en un mundo que no les presta ninguna atención. Uno de los clichés cuando se habla de los poetas es que la falta de dinero o de proyección económica incrementan la vanidad y los egos. Los poetas no quieren ser millonarios, sino pasar a la posteridad, lo que no deja de ser otro tipo de locura.

La falta de dinero incrementa la vanidad. Los poetas no quieren ser millonarios, sino pasar a la posteridad, otro tipo de locura

P. Demos un poco de contexto, basado en tu libro, a los lectores que no conozcan los pasados juegos de tronos poéticos españoles. Después del auge en los 80 y los 90 de la llamada poesía de la experiencia que impostaba una voz ajena para encadenar plomizos endecasílabos, tu generación se rebela en la primera década del siglo con una poesía no sé si más posmoderna o más macarra, entre versos y líneas de coca, que podría encarnar de alguna forma tu figura de poeta pinchadiscos.

R. Jaja, sí pero date cuenta que luego el poema del libro está escrito sobre todo en endecasílabos para que se ve que tampoco hay que tomar muy en serio al narrador. Pero más allá de mis diferencias con la poesía de la experiencia, en realidad la suya es una generación bastante alegre y fiestera. Uno puede salir con las grandes poetas de la experiencia y pasárselo muy bien. Nosotros, los que pertenecemos a esa "generación inexistente" como se la llama en el libro, en el fondo, lo que representamos es, resumiendo mucho, los años más tontos de la poesía española. Una época en que teníamos serias dificultades para promocionarnos porque la generación anterior tenía una especie de complejo saturniano: no podía venir nadie después de ellos. Eso lo interiorizamos los poetas de mi edad como una maldición. Cuando algunos poetas sabían que yo era pinchadiscos, miraban mis patillas y me decían: "Oye, que los jipis ya murieron". Su prototipo de poeta era de un seriedad funcionarial, alguien que tenía miedo a hacer el ridículo. Lo positivo de los poetas de mi edad fue, por un lado, estar hartos de la necesidad de encarnar una generación poética y, por otro, perder esa seriedad funcionarial. Y date cuenta que en la generación anterior no había presencia de mujeres y eso se empieza a romper con nosotros.

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Carlos Pardo. (Foto: Daniel Arjona)

P. Resumiendo casi ridículamente. Si en 'Vida de Pablo' se exhibía el primer amor y en 'El viaje a pie de Johann Sebastian' se diseccionaba la familia, 'Lejos de Kakania' habla seguramente de la amistad. Lo que no sé es si es una celebración o un epitafio. O ambas cosas...

R. Pues igual ambas cosas. 'Lejos de Kakania' es sin duda una celebración de la amistad pero entendida con cierto realismo. Hay una frase que me gusta mucho de Jules Renard que dice: "No hay amigos, sino momentos de amistad". Esa fluctuación, esa no identidad de la amistad, ese juego de imitación, envidias, distanciamientos casi 'guadianescos', cuando parece que la amistad casi ha desaparecido y de repente vuelve a brotar, todo eso es lo que interesaba mostrar. También creo que no hay tanta literatura de la amistad y muy poca sobre la amistad masculina.

P. ¿Pero por qué las mujeres escriben más de su amistad que los hombres? ¿Tal vez por ese temor atávico masculino de parecer gay?

R. Pues no lo sé, pero es posible. Yo tengo muy claro una cosa. La propia literatura autobiográfica no habría logrado nada de no ser por los escritores que antes se consideraban 'outsiders'. ¿Quiénes eran? ¿Gracias a quiénes sobrevive la literatura autobiográfica durante mucho tiempo? Gracias a las mujeres y a los homosexuales.

A los 40 no todo el mundo ha conseguido ser campeón de petanca de su pueblo, comienzan los resentimientos y se pagan con los amigos

P. Es curioso, uno se divorcia con facilidad de sus parejas pero, aunque puede ocurrir, es tremendamente más difícil ‘divorciarse’ de los amigos. Los amigos, más bien, se pierden con la edad casi sin darte cuenta. La poderosa llama de la amistad juvenil parece extinguirse con el soplo de la familia entre los 30 y los 40. ¿La amistad sólo se repite primero como tragedia y después como farsa?

R. No tiene por qué. Hay épocas negras para la amistad que, como tú dices, llegan entre los 30 y los 40 pero no creo que sea tanto por la competencia de la pareja o el amor como porque esos son los años de la frustración de las perspectivas vitales. En estos micromundos como la poesía, pero también le puede pasar a los jugadores de petanca, hay mucha competencia y sólo puede quedar uno. Y, de pronto, a los 40 años, no todo el mundo ha conseguido ser campeón de petanca de su pueblo y comienzan los resentimientos. Y los resentimientos se pagan con los amigos. En ese libro maravilloso de René Girard que se llama 'Mentiras románticas y verdad novelesca' se dice que tus mayores envidias, lo que él llama "el deseo triangular", dependen sobre todo de tu imitación de los que tienes muy cerca. Si a alguien le dan de repente el premio Nacional, muchos de sus amigos lo vivirán como una auténtica tragedia. Yo he perdido los mejores años de mi vida entre envidias literarias y rivalidades muy tontas y envidiando a los que me envidiaban a mí. Pero la envidia es una forma de amor al igual que los celos, aunque bastante retorcida.

P. Sé que el debate sobre la dichosa autoficción ya está casi muerte de tan pesado como se ha puesto el asunto en los últimos años pero parece imposible no preguntarte al respecto. Alberto Olmos cargaba en una de sus columnas contra la autoficción como herramienta de autopromoción. Y añadía: “Así las cosas, ¿cómo distinguir el “yo” mercadotécnico del auténtico “yo” literario? En realidad, es muy fácil: con el segundo sientes que el autor habla de ti. Decenas de autores hoy en día parten de la premisa: “Lo yo cuento interesa porque trata de mí”, cuando la literatura autobiográfica interesa porque, bien hecha, trata de todos nosotros. Es la diferencia entre lo doméstico y lo íntimo (que es lo universal)”.

R. Lo que dice Olmos son "forma amargas del elogio ahí descifre tu orgullo", que diría Cernuda. Jajaja. A ver eso que me ha leído es en el fondo una defensa de la autoficción. Oscar Wilde decía que la moral de un libro importa poco, lo que importa es cómo está escrito. Y Annie Ernaux, que me fascina, defiende que lo más íntimo es lo más universal. Hay buenos y malos escritores e infinidad de maneras de narrar lo autobiográfico. No es lo mismo 'Léxico familiar', de Ginzburg, que los 'Diarios' de Paul Leautaud, Knausgard que las 'Confesiones' de Rousseau. La novela tiene que renovarse con su ficción de realidad y por eso es evidente que la novela de hoy tiene que abrirse a lo autobiográfico o a lo periodístico sin simplificar tontamente como hacemos en España que hay una literatura de ficción y otra de los hechos. Piensa que a cuando Thomas Mann escribe 'Los Budenbrook', le acusan de escribir literatura sin imaginación, él se defiende diciendo que es más importante ver que imaginar y, hoy, joder, él parece el ejemplo de todo lo contrario. Dicho todo esto, las grandes guerras políticas e ideológicas de hoy se están dando en la construcción de la identidad. Pero la autobiografía literaria no es la defensa de la identidad sino su desmantelamiento. No escribes para contar tu vida, escribes a pesar de tu vida.

La novela tiene que abrirse a lo autobiográfico sin simplificar tontamente como en España que hay una literatura de ficción y otra de los hechos

P. Una curiosidad técnica: ¿conviene dar a leer a los que aparecen en el libro el manuscrito antes de publicarlo para evitar que luego se planten en tu casa con una motosierra?

R. Hombre, igual sí. O por si te denuncian... ¿Sabes lo que pasa? Que en esto ya tengo experiencia después de las dos novelas anteriores.

P. ¿Y cuál es esa experiencia?

R. Una experiencia malísima. Jajajaja.

P. ¡Y reincides!

R. Sí, a ver, uno se tiene que hacer responsable de las cosas que escribe. Este es un libro cuidadoso pero muy franco y, en general, se lo he pasado antes a la gente que aparece en él por si algo les molesta.

P. ¿Y cuando ha pasado habéis llegado a acuerdos?

R. Bueno, no tantos, sobre todo he cambiado en ese caso los nombres. Por suerte tengo amigos lo suficientemente adultos. Pero igual que uno tiene responsabilidad moral al escribir algo así, uno también tiene derecho a apropiarse de un discurso que va a llevar su nombre y su firma. Yo digo la verdad que concibo como tal y debe ser recibida como una posibilidad de verdad, más allá de que ponga en duda el status quo. Pero es verdad que he salido un poco escaldado de este tipo de experiencias. Al principio era más ingenuo y pensaba que todo el mundo iba a entenderlo y jugar. Y ahora tengo hermanos que no me hablan.

P. Toda acción conlleva una reacción. Después de estos años de autoficción, ¿volverá una literatura de la imaginación? ¿Tú, por ejemplo, te ves escribiendo como el flamante premio Planeta Javier Cercas un folletín policial?

R. Depende de lo que me paguen. No, en serio, yo espero que ya haya pasado la moda de la autoficción para escribir lo que quiera alegremente.

Dos amigos viajan en un autobús despendolado a Granada. Son poetas pobres que dialogan entre curvas salvajes y olivares de tragedia de la memoria, la madurez o la literatura. Y así, entre chistes procaces, retruécanos, juegos de palabras y confidencias, la amistad se ofrece encandilada. Encandilados los amigos y los lectores del pasaje que no quieren que el trayecto termine, que no quieren atisbar, como el Amargo, las luces de Granada. La nueva novela del poeta Carlos Pardo (Madrid, 1975) se titula 'Lejos de Kakania' (Periférica) y es una extraordinaria autobiografía literaria que despliega al tiempo una celebración tortuosa de la amistad.

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