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"OT es la utopía emocional del neoliberalismo, competición con buen rollo"
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"OT es la utopía emocional del neoliberalismo, competición con buen rollo"

Fidel Moreno publica un análisis social sobre la canción popular española, una "memoria de un siglo de canciones"

Foto: Fidel Moreno publica '¿Qué me estás cantando?' (Jorge Fuembuena)
Fidel Moreno publica '¿Qué me estás cantando?' (Jorge Fuembuena)

Publicar un ensayo pop de setecientas páginas es un gesto de valentía cultural en nuestra época de atención impaciente y fragmentada. Este gesto confirma la ambición analítica del periodista Fidel Moreno (Huelva, 1976), autor de ‘¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones’ (Debate). El resultado podía describirse como un retrato robot de los gustos, traumas y contradicciones musicales de un melómano llamado España. “Nuestro país sería un oyente disfrutón, capaz de pasar del cante más festero a la nana más dramática. Tenemos un cancionero rico y variado, acorde con nuestra identidad plural y particular”, explica.

placeholder '¿Qué me estás cantando?' (Editorial Debate)
'¿Qué me estás cantando?' (Editorial Debate)

Estudiar con rigor nuestros temas preferidos también implica aprender sobre las mutaciones sociales de la historia reciente. “Atender a la música de nuestros padres y de nuestros abuelos es el mejor atajo para saber de esos cambios históricos, ideológicos y sentimentales, saber en definitiva cómo fue la vida y el mundo de los que vivieron antes de nosotros. Un mundo del que venimos, pero que es muy diferente al que vivimos hoy. Analizar un siglo de canciones permite ver lo mucho que han cambiado las cosas, por ejemplo, en el amor. Nuestros padres, y no te digo ya nuestros abuelos, se quisieron de una manera muy diferente a como nos queremos hoy”, resume.

PREGUNTA: ¿Cuáles fueron sus motivaciones para escribir este ensayo?

RESPUESTA. Hace quince años me puse a estudiar el fenómeno de la primera temporada de Operación Triunfo a partir de su cancionero y descubrí la utopía emocional de eso que llaman neoliberalismo, desde la competencia feroz con buen rollito (solo puede ganar uno, pero sin acritud) hasta la suplantación de la voz del oyente en una tramposa ficción representativa (“mi música es tu voz” cantaban los chicos). Y lo más sorprendente fue que el himno que fue a Eurovisión, defendido por Rosa de España, era una celebración de una Europa totalitaria, un mensaje que había pasado desapercibido, pero que a poco que escucharas con atención se hacía evidente, en versos como aquel que decía “No sonarán jamás las voces que no nos dejen dar el paso final”, o aquel otro que convertía en obligatoria la dicha de ser europeos: “Es tu fiesta y no hay marcha atrás”.

placeholder Gala final de 'OT 2017' (EFE)
Gala final de 'OT 2017' (EFE)

La primera temporada de OT fue el último gran fenómeno de masas que vivió la música en España, el último gran acontecimiento que puso a los españoles a corear un mismo estribillo, y me pareció importante entender lo que mostraba sobre nosotros. El problema es que me encontré con una foto fija -y poco favorecedora- cuando yo necesitaba ver la película entera. Entonces decidí estudiar el repertorio popular español, las canciones más escuchadas desde la época de nuestros abuelos. Mi intención era llegar hasta hoy, pero había mucha tela que cortar y me quedé en 1976, el año en que nací. Me queda por tanto la segunda parte por escribir, desde el 76 a nuestros días.

P. ¿Cuál es la canción española emblemática que más le seduce?

R. Le dedico muchas páginas a ‘Palabras para Julia’, un tema fundamental para entender el cambio que suponen los sesenta en lo que respecta a las relaciones con la autoridad, visto desde la perspectiva íntima de un padre. ‘Palabras para Julia’ es un testamento vital y político: plantea unas formas nuevas de relación familiar donde la autoridad no es ejercida en términos castrantes por el padre, ni siquiera con consejos paternalistas, al contrario. Lo que viene a decir José Agustín Goytisolo a su hija es que cuando vengan mal dadas recuerde que no está sola y que la vida merece la pena vivirla, a pesar de los pesares. Que el amor y los amigos, el encuentro con los demás, nos libra de las angustias y las penas personales, y que hay que vivir sin servilismos gregarios, con independencia crítica, pero sin abandonar a los otros ni rendirse.

“Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino, nunca digas / no puedo más y aquí me quedo”. La voz narrativa, que encuentra el tono idóneo en la versión de Paco Ibáñez, es cercana, de una intimidad sin artificios, desprovista de esa odiosa ostentación de veteranía tan propia de las voces paternales. Nada que ver con la manera distante en que mis padres habían sido tratados por los suyos. Y ese gran estribillo que desde el presente se lanza hacia el futuro convertido en pasado, rescatando del paso del tiempo una memoria viva que se trasmite en el recuerdo: “Entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti / como ahora pienso”. Un estribillo que suena natural pero que a poco que te fijas descubre un gran logro poético en ese juntar todos los tiempos en un solo golpe.

P. ¿Y la canción que más le espanta?

R. Hay muchas también. Podría ser “El Porompompero”, que encumbró a Manolo Escobar y además es la primera rumba que ascendió al primer puesto de la lista anual de canciones más escuchadas en España. Fue el bombazo de 1960, lo que más escucharon los españoles y los turistas que vinieron de vacaciones esos años, todo un triunfo que marca la ascensión de la rumba al podio de nuestro hit parade. Y es una lástima porque la rumba se convierte a partir de los sesenta en el ritmo habitual de lo que entendemos, con todas las comillas que quieras, por lo español, aquello que una gran mayoría siente o identifica como expresión musical propia de este país. Con la cantidad de rumbas excelentes que tenemos, no es buena noticia que sea ‘El Porompompero’ la que abra el baile, aunque sea en términos comerciales. La letra además tiene su miga, es la historia de Romeo y Julieta, pero agitanada.

El cantante, que hace las veces de Romeo, defiende su amor celoso hacia “Dolores, Lolita, Lola”, una paya custodiada por su hermano y a la que le ronda un “niñato chalao” que no acaba de decidirse. En la tercera estrofa está la clave, el hermano de la Dolores le viene con leyes, a él, que, como gitano que es, lleva sangre de reyes. ¿De qué leyes están hablando? Seguramente aquellas que prohíben casarse con una menor. ¿Consigue el protagonista casarse con la niña? Si atendemos al famoso tarareo que cumple las funciones de estribillo, yo creo que sí. En mi ensayo justifico detenidamente por qué ese “porompompero” del estribillo muestra a las claras que el hombre se sale con la suya: “porompon porompompó”.

P. Leyendo las enormes canciones que analiza en su libro, me da la impresión de que la calidad nuestra música popular se desploma en los años ochenta, con el desembarco final de la sociedad de consumo. ¿Está de acuerdo?

R. En todas las épocas han convivido canciones buenas con canciones malas, desde el punto de vista estético, y el paso del tiempo ha mantenido vivas las mejores. Y, claro, miramos hacia atrás y como lo que ha sobrevivido es lo bueno, nos puede dar la impresión de que el tiempo que nos ha tocado vivir es peor en lo que a música se refiere. Nosotros, los que éramos niños en los ochenta, hemos vivido grandes cambios tecnológicos que han transformado la cultura en un paisaje fragmentado de múltiples opciones. De la autarquía sonora de nuestros abuelos, cuando los oyentes conformaban un público cautivo de la radio, nuestros padres pasaron, gracias a la popularización del tocadiscos, a escuchar nuevos ritmos que fueron causa y consecuencia de la ruptura generacional de los sesenta y setenta en España. Con los ochenta se siguió avanzando en este proceso de fragmentación de los públicos, ya no era una ruptura más o menos uniforme y generacional sino un fenómeno de “tribus urbanas”. Tecnológicamente, en la música, fue el momento del walkman que permitió una placentera inmersión individual en la música, y en esas seguimos, para bien y para mal. Siguen apareciendo grandes canciones, como siempre lo que abunda es lo malo, pero hay excepciones, que luego el tiempo acaba agrupando como las canciones más señeras de su época.

P. En esa década de los ochenta se instala también la anglofilia musical, un proceso que no sufren con tanta intensidad países mediterráneos como Italia y Francia. ¿Por qué cree que aquí pegó más fuerte?

R. Creo que los ochenta es un periodo en el que la música en español tuvo grandes canciones. Mira, por ejemplo, a Radio Futura. Después vinieron los noventa que fue una época donde el pop se ensimismó y perdió parte de su vocación de multitudes y de intervención en el discurso colectivo, con esos cantantes que se miraban los pies mientras cantaban en inglés. Aunque, salvo en el caso de Dover, a estos grupos españoles que cantaban en inglés apenas se les escuchaba, otra cosa es que en algunos círculos periodísticos y revistas especializadas se hiciera creer lo contrario. Eso de la anglofilia comienza en realidad mucho antes, en los sesenta, un fenómeno al que Peret dio respuesta con su ‘Borriquito’, una canción en la que se reía de aquellos que sin tener ni idea cantaban en inglés, de aquellos que siendo de Vigo y llamándose Pedro se hacían llamar Peter. Entonces la música en inglés era embajadora de otras formas de estar en el mundo, tenía un componente liberador, así que es comprensible que nuestros padres cayeran seducidos por los ritmos afroamericanos.

Más espinoso resulta la fascinación por cantar en un idioma que no es el tuyo, tiene algo de travestismo positivo, de enmascarase tras un idioma extraño, pero también muestra la falta de amor por tu propio idioma, aquel que entiende tu vecino. La cultura española es una cultura en perpetua crisis de identidad, y esto afecta a los símbolos patrios y también a las canciones. ¿Es casualidad que en culturas que viven con entusiasmo su identidad o que se sienten oprimidas las canciones jueguen un papel más importante? Cantar en inglés en España es parte de un fracaso cultural, muestra cómo hemos sido incapaces de generar una idea atractiva de pueblo, moderna y amable, que invite a celebrar juntos penas y alegrías y no cree malestar en la expresión de lo íntimo. Pero, seguro que si nos ponemos a estudiar los noventa con detenimiento encontraremos también grandes canciones. Conforme va avanzando el tiempo a las canciones le van surgiendo rivales que distraen la atención del consumidor hacia otros productos culturales como los vídeojuegos o las series de televisión. Las canciones han ido cambiando su manera de estar presentes en nuestra vida.

P. Tengo la impresión de que la izquierda española tiene una relación problemática con el repertorio popular, como se vio en el caso del flamenco y la copla, que durante muchos años se consideraron géneros franquistas. ¿Cree que se ha cerrado ya esa herida?

R. El problema no es tanto una cuestión de izquierda o derecha sino de incomodidad nacional. No tenemos claro lo que somos y como ser español es una forma de enfado, de conflicto permanente, nos da por querer separarnos de aquello que identificamos con España, sea copla o rumba. La herida sigue abierta, lo cual no es necesariamente malo.

P. Hay dos términos enfrentados, música popular versus música industrial o comercial, que suelen envenenar los debates sobre pop. ¿Piensa que son etiquetas útiles?

R. No, no sirven. Para mí, la música popular en la cultura de masas es el pop. Hablar de música comercial identificándola con mala música es siempre confuso. Y tratar de hacer de la música popular algo bueno auténtico per se es equívoco. Gramsci se equivocaba cuando decía aquello de que “lo que distingue el canto popular, en el contexto de una nación y su cultura, no es el hecho artístico ni el origen histórico, sino su modo de concebir el mundo y la vida, en contraste con la sociedad oficial”. Siempre estamos buscando la salvación, pero en cuestión de música popular yo creo que la salvación está en perderse, en dejarse contagiar por el placer de lo que escuchan los otros.

Publicar un ensayo pop de setecientas páginas es un gesto de valentía cultural en nuestra época de atención impaciente y fragmentada. Este gesto confirma la ambición analítica del periodista Fidel Moreno (Huelva, 1976), autor de ‘¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones’ (Debate). El resultado podía describirse como un retrato robot de los gustos, traumas y contradicciones musicales de un melómano llamado España. “Nuestro país sería un oyente disfrutón, capaz de pasar del cante más festero a la nana más dramática. Tenemos un cancionero rico y variado, acorde con nuestra identidad plural y particular”, explica.

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