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Javier Colina: "En Francia nos reciben con cochazos; aquí nos dan cuatro perras"
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Entrevista

Javier Colina: "En Francia nos reciben con cochazos; aquí nos dan cuatro perras"

El contrabajo de Colina habla todas las lenguas. Su carrera ha trascendido el jazz para conquistar el flamenco, los boleros o la música de Cuba, Brasil y Marruecos

Foto: El contrabajista Javier Colina. (EFE)
El contrabajista Javier Colina. (EFE)

Bill Evans, uno de los pianistas de jazz más revolucionarios del siglo pasado, creía que cada persona posee lo que él mismo bautizó como una “mente musical universal”. Las melodías honestas interpelan y señalan a esta mente universal, tomándola por las solapas y obligándola a conversar. Para Javier Colina (Pamplona, 1960), la música es interacción. Uno de los contrabajistas de jazz más valorados de la escena europea repasa su trayectoria con nombres y apellidos: Bebo Valdés, Dizzy Gilliespie o George Benson. Destaca la química y las miradas en el escenario, lo que “se le ha pegado” de tocar con los maestros.

Pero el diálogo de Colina no se reduce al cara a cara con otros músicos. Su carrera ha trascendido el jazz para conquistar el flamenco, los boleros, las coplas, o la música de Cuba, Brasil y Marruecos. El proyecto “Lágrimas negras”, con Bebo Valdés y Diego “El Cigala”, abrió la veda de las colaboraciones con Tomatito, Enrique Morente, Ketama, o los más recientes: el guitarrista Josemi Carmona y Silvia Pérez Cruz. El contrabajo de Colina habla todas las lenguas. Absorbe el sonido de los pueblos y de sus tradiciones en combinaciones únicas. Pero insiste: “La música siempre es una”. Como Evans, se dirige a una mente universal.

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PREGUNTA: Llegó al contrabajo tarde, con veintiséis. Pasó por muchos instrumentos antes.

RESPUESTA: De niño tocaba el acordeón porque era lo que había en mi casa. También la guitarra, el piano… Muchos instrumentos, pero no los estudiaba profundamente. Cuando estaba trabajando en una tienda de música, una chica vino a vender su contrabajo. Yo ya tocaba un poco el bajo, me llamó la atención. Y hasta hoy. Cuando era pequeño y cogía un instrumento nuevo, lo primero que hacía era sacar de oído las siete notas de la escala. Con eso me apañaba para empezar. No puedes conocer un instrumento sin tocar una canción. Yo no sabía nada más que las notas, así es como estudiaba.

P: En los conservatorios suele ocurrir al revés: la música viene después de la técnica.

R: Cogí el acordeón muy pequeño, con siete años. En el mundo occidental, la música se estudia en las escuelas y en los conservatorios. En el resto de los países, los músicos aprenden uno frente a otro, casi por ósmosis. Por circunstancias de mi vida, he tenido la suerte de tocar con grandes maestros como Bebo Valdés o Tete Montoliu. No solo aprendí notas, sino sus afectos, la dicción, el fraseo… Me ha ayudado mucho. Creo que eso no se suele hacer en el mundo de la música clásica. Los maestros no tocan con los alumnos.

El jazz ha tomado las peores manías de la música clásica

Yo no entiendo de enseñanza musical, pero la repetición es fundamental. También el poder aprender del maestro que te gusta. En el mundo del jazz es habitual: no voy a estudiar con cualquiera. Tocaré con este músico que me encanta, a ver si se me pega algo… Solo repetir lo que ellos tocan es aprender música. El resto es mecánico: acordes, armonía, técnica, ejercicios. Es muy diferente.

P: ¿Cómo llegó al jazz?

R: En el jazz a uno no le dicen lo que tiene que hacer. Recuerdo que tocábamos en un club, un poco de todo, de cualquier parte del mundo. Cuando llegaban los ‘standards’ de jazz sentía que era mi momento. Siempre que llevara el ‘tempo’ y la armonía, no había obligaciones. Podía jugar y encontrar otros caminos para llegar al mismo sitio. El jazz tiene su propia mecánica, pero esto puede aplicarse a cualquier música improvisada.

P: Bill Evans dijo que el jazz no era solo un estilo o una sonoridad, sino una forma de entender la música.

R: Los músicos como Evans vivieron la edad de oro. Cuando yo toco flamenco o boleros, la música siempre es una. Mi punto de vista es el mismo, el del jazz: cómo expongo el tema, cómo improviso, cómo es la estructura… Esa mirada está ahí y permanece. Lo que hacían Duke Ellington, Dizzy Gilliespie o Charlie Parker era jazz en sentido estricto, pero tiene mucho en común con otros estilos. En realidad, se le ha ido llamando jazz a cualquier música improvisada.

P.- El flamenco y la música latina son dos ejes centrales en su carrera.

R: La música latina ha sido importante en mi vida. Me vine a estudiar a Madrid, aunque digamos que no era la ciudad de referencia en el mundo del jazz. Yo vivía en Cascorro, un barrio lleno de flamencos. Carlos Itoiz, un guitarrista de Pamplona, me había enseñado algunos palos. Cuando vine aquí, me di cuenta de que la música más poderosa era el flamenco. Me adoptaron y estuve investigando hasta que hicimos el proyecto 'Juan Perro', con Santiago Auserón. Respecto a la música cubana, era la que se escuchaba en mi casa, he crecido con ella. Empezábamos a tocar canciones y yo las conocía, ni siquiera lo recordaba. Eran las de mi infancia: sin darme cuenta, ya formaban parte de mi acervo cultural.

placeholder Javier Colina y Josemi Carmona en concierto. (EFE)
Javier Colina y Josemi Carmona en concierto. (EFE)

P: Esta fusión entre el flamenco y el jazz es fundamental en su proyecto “De cerca”, con Josemi Carmona.

R: Josemi y yo ya nos conocíamos antes de grabar el disco. Sabíamos que musicalmente nos llevábamos muy bien. Nos gustaban cosas parecidas y teníamos los mismos valores. A veces, él está tocando la melodía y toma un camino en el que coincidimos los dos. Entonces nos miramos y nos reímos. La interacción producida por la música es sorprendente.

P: ¿Qué es lo que encuentra en esa música, la que pertenece a los pueblos?

R: Lo que más me gusta es la gente que la sustenta. Necesitan su música para vivir. Es un fenómeno que aparece en todos los países, pero hay algunos especialmente ricos: Cuba, Brasil, Turquía, Camboya, Marruecos… Y las personas hacen que se mantenga porque está ligada a su vida. Si hay melodías que han permanecido 150 años, aguantarán otros 150. Se instalan en la mente del pueblo durante siglos. Cuando trabajo con esos materiales, me doy cuenta de que son poderosísimos. Me enriquecen.

El jazz se ha convertido en una música 'para listos'

P: Ante el auge de los movimientos que rechazan al diferente y a su cultura, que reclaman incluso cerrar las fronteras, ¿cuál es el papel de un músico?

R: Es una cuestión de racismo. Creo que no niegan al diferente, sino al pobre. Cuando vienen jeques con un Rolex no se quejan. En Marruecos, entre los siglos XV y XVI, los reyes tenían guardaespaldas y sirvientes de más de treinta regiones de África. Todos eran esclavos. Convivieron durante cientos de años y crearon la llamada música ‘gnawa’, que me fascina. Lo que quiero decir es que todos se arreglaban con sus instrumentos. En el arte, las reglas son pocas y las mezclas muy bienvenidas. Las diferencias son importantes, y es probable que aquellos que vienen tengan más que decir que los que ya estábamos aquí, un poco podridos… ¡Imagina la que se montaría si sacáramos los instrumentos para tocar! Sería bonito (ríe).

El auge del racismo no rechaza al diferente, sino al pobre

P: ¿El jazz ha dejado de ser una música popular?

R: Esa pregunta da para un libro (ríe). Los festivales de jazz ya no se parecen a los de hace 25 años. La cosa está más seria. No me parece mal, pero todo el mundo va de corbata. Es lo que se lleva. También tiene algo que ver con el negocio y el dinero. El jazz tuvo una gran trascendencia política en su día. El cambio también podría verse de ese modo. Si tengo un festival que me molesta, lo empezaré a organizar yo y se acabó el problema. Los grandes movimientos culturales terminan en manos de gestores, empresas, instituciones…

Me da que la comunicación entre los seres humanos va bastante mal (ríe). Imagino que el jazz continuará su camino. Lo más importante es la interacción con otras personas. Cuando tocamos, la música ocurre: yo toco una nota que simplemente coincide con lo que ha tocado otro. Algo suena y nos despierta, no estaba previsto. Creo que ahora todo está planeado. El jazz ha tomado las peores manías de la música clásica. Me da la sensación de que se ha convertido en una música “para listos”.

P: ¿Y en España?

R: La principal diferencia que veo en el resto de países son las fuentes de financiación. En los festivales de Francia te reciben con unos cochazos… Las empresas patrocinan habitualmente los eventos de jazz. Aquí tenemos cuatro perras, y la situación del país tampoco es buena para la cultura. No existen apenas ayudas privadas. Puede que la Ley de Mecenazgo no funcione.

En cuanto a lo público, no pido nada. Hay niños que se están quedando sin comedor escolar, por ejemplo. Eso es lo primero. Se pueden sacar adelante muchos proyectos con poco dinero, hay que echarle imaginación. Pero tengo mucho respeto al dinero público y a dónde se pone.

Bill Evans, uno de los pianistas de jazz más revolucionarios del siglo pasado, creía que cada persona posee lo que él mismo bautizó como una “mente musical universal”. Las melodías honestas interpelan y señalan a esta mente universal, tomándola por las solapas y obligándola a conversar. Para Javier Colina (Pamplona, 1960), la música es interacción. Uno de los contrabajistas de jazz más valorados de la escena europea repasa su trayectoria con nombres y apellidos: Bebo Valdés, Dizzy Gilliespie o George Benson. Destaca la química y las miradas en el escenario, lo que “se le ha pegado” de tocar con los maestros.

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