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Pierre Alechinsky no quiere ser examinado: “Yo soy mi pincel y mi mano”
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retrospectiva del pintor informalista

Pierre Alechinsky no quiere ser examinado: “Yo soy mi pincel y mi mano”

El Círculo de Bellas Artes de Madrid, además, condecora al artista con su medalla de oro por romper con las normas y hacerlo desde la ironía y el sentido del humor

Foto: El artista Pierre Alechinsky (Bruselas, 1927), con la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. (EFE)
El artista Pierre Alechinsky (Bruselas, 1927), con la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. (EFE)

Pierre Alechinsky baja a las cinco de la mañana a calcar una alcantarilla de Nueva York. Dice que a esas horas sólo hay corredores que le miran y le animan. Está plantado en medio de la calzada, con su papel y su grafito. Actúa con rapidez y lo estampa. Porque hay que caminar mirando al suelo, como si nos hablase: "Las calles están llenas de imágenes interesantes”. En la ciudad de las ciudades se encuentra bien este pintor belga que ha pasado por mil y una naciones, que se ha vestido con mil y un experimentos, desde el surrealismo al expresionismo, pasando por la caligrafía japonesa hasta crear el caldo informalista y jovial, en el que ha desembocado uno de los últimos cascarrabias tras una nonagenaria trayectoria.

Alguien que frota el suelo antes de que la calle arda con el tráfico es la mejor imagen que define a quien no ha faltado al enfrentamiento con la lógica establecida y lo previsible en todo este tiempo. Propio de quien no atiende a reglas es no dejarse examinar. Se revuelve ante las preguntas, que le incomodan. Todas. Se jacta de haber escapado de todos los exámenes. No soporta tener que dar explicaciones. No es por humildad o timidez, simplemente no le da la gana referirse a su trabajo públicamente. Por eso el Círculo de Bellas Artes de Madrid le condecora con su medalla de oro, no por su soberbia, por romper con las normas y hacerlo desde la ironía y el sentido del humor.

placeholder Pierre Alechinsky visto por Adrien Iwanoski, en 2009. (BBAA)

Su incapacidad para mantenerse en los límites previsibles queda patente en la exposición retrospectiva que la institución ha montado en dos espacios. Las paredes hablan de un mundo en papel de formas intratables e irreconocibles. Alborotado, imprevisible y lúdico. “Eso salta a la vista. Quien no vea mi lado lúdico desde el primer trazo es que tiene un problema en la vista. Yo soy mi pincel y mi mano. Yo soy irónico”, contesta a este periódico.

¿Cómo es su mano? Fluida, una mano sin temores, que camina con libertad desde que adoptó la fórmula oriental de la pintura –en los años cincuenta- y tiró el papel y la tela al suelo, para trabajar en picado, volcándose sobre ella, dejando que la materialidad y gesto fuesen uno. En medio del silencio y la intimidad. “La vida del pintor es eso, soledad y silencio. No es fácil pero yo me he habituado a ello y la prueba es que he hecho unos cuantos cuadros”, asegura con ironía en referencia a su proteínica capacidad para no parar de producir.

La mano que juega y se excita, que improvisa, se exalta y se asombra. Esa, la mano izquierda: “La que los profesores han dejado intacta, que dibuja, pinta y graba de diestra a siniestra”, ha dicho. “En la misma dirección con la que escribe quien devuelve a la providencia la creación”, explica en el catálogo siempre certero Javier Arnaldo. “Karel Appel, Christian Dotremont, Asger Jorn o Walasse Ting, mis amigos socios de dibujos, pinturas, estampas, son diestros. Yos soy zurdo”, ha escrito el artista fundador del –breve e influyente- colectivo CoBrA.

"Recuperaremos el trabajo con nuestras manos y volveremos a ese diálogo mudo que se da entre el papel y el lápiz”

En 1968 Julio Cortázar escribió País llamado Alechinsky, un texto protagonizado por hormigas desviadas del hormiguero, que se aventuran a habitar territorios cuyos caminos hacen de ellas “un pueblo vehemente de libertad”. Arnaldo define a Alechinsky como un “maravilloso obrero” del dibujo, la pintura, la estampa y el libro, las disciplinas donde su mano se desenvuelve con más soltura. Utilice la técnica que utilice. “Estamos saturados de tecnología, pero volveremos al arte más directo. Recuperaremos el trabajo con nuestras manos y volveremos a ese diálogo mudo que se da entre el papel y el lápiz”, ha dicho el artista esta mañana.

La pintura no es perfección, porque “la perfección es la muerte”. La pintura para Alechinsky es encuentro en marcha, un poema que crece bajo fórmulas primitivas. “Me gusta leer un cuadro como un grafólogo mira una escritura”, apuntó en una entrevista. De ahí que el dramaturgo Eugène Ionesco dijo de él: “No hace pintura de artista, sino de brocha gorda, y pintarrajea. No quiere representar cosas, no tiene significado que darles. En este sentido, es el artista o el artesano más objetivo del mundo. Deja que las cosas exteriores o interiores se coordinen, se hagan y se pinten entonces solas, no dibuja, no pinta para significar, deja que los significados y los fantasmas se enganchen por sí mismos”.

placeholder 'Central Park' (1965).
'Central Park' (1965).

Prueba de esa pintura inmediata y automática es el gran lienzo Central Park, presente en la muestra, que le otorgó fama mundial: acrílico de 1965, colorida en su centro y rodeado por escenas en blanco y negro. Contiene el azar de formas monstruosas como serpientes que se atrapan, pájaros que se retuercen y, a veces, sobre papeles reciclados, como facturas o documentos. Octavio Paz le dedicó a este cuadro un poema: “No hay puertas de entrada y salida,/ encerrada en un anillo de luz/ la bestia de yerba duerme con los ojos abiertos,/ la luna desentierra navajas,/ el agua de la sombra se ha vuelto un fuego verde./ Don’t cross Central Park at night”, dice una de sus estrofas.

Demos la bienvenida a esta mano zurda sensible, triste, vacilante, determinada, brutal, precisa, nerviosa, soberana, adorable, disciplinada, azarosa, alegre, impulsiva, triste. Celebremos una exposición necesaria, en la que la caligrafía del pintor se confunde con la de un escritor, aunque discrepen en las intenciones.

Pierre Alechinsky baja a las cinco de la mañana a calcar una alcantarilla de Nueva York. Dice que a esas horas sólo hay corredores que le miran y le animan. Está plantado en medio de la calzada, con su papel y su grafito. Actúa con rapidez y lo estampa. Porque hay que caminar mirando al suelo, como si nos hablase: "Las calles están llenas de imágenes interesantes”. En la ciudad de las ciudades se encuentra bien este pintor belga que ha pasado por mil y una naciones, que se ha vestido con mil y un experimentos, desde el surrealismo al expresionismo, pasando por la caligrafía japonesa hasta crear el caldo informalista y jovial, en el que ha desembocado uno de los últimos cascarrabias tras una nonagenaria trayectoria.

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