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La versión punk de Teddy Bautista
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David garcía aristegui y los derechos de autor

La versión punk de Teddy Bautista

Sí, existe la casta cultural. Y crece al calor del reparto injusto de las entidades de gestión de derechos de autor. “Por desgracia”. Es la cultura

Foto: David García Aristegui, autor del libro '¿Por qué Marx no habló de Copyright?' (Enclave). (PABLO LÓPEZ LEARTE)
David García Aristegui, autor del libro '¿Por qué Marx no habló de Copyright?' (Enclave). (PABLO LÓPEZ LEARTE)

Sí, existe la casta cultural. Y crece al calor del reparto injusto de las entidades de gestión de derechos de autor. “Por desgracia”. Es la cultura que ha vivido del privilegio del descontrol, como esos once socios de la SGAE que ingresaron 25 millones de euros desde 2005, después de registrar como propios alrededor de 25.000 temas. Es la casta del escándalo, la que todavía mantiene el poder, la que tiene los días contados si la medicina regenerativa de David García Aristegui termina tomándose en serio. Después de años de riñas y enfrentamientos defendiendo los derechos de autor y alentando el descrédito de la Cultura Libre, este licenciado en Ciencias Químicas y especializado en el software libre científico ha concentrado sus análisis sobre la propiedad intelectual en ¿Por qué no Marx no habló del Copyright? (Enclave).

Y la primera conclusión es que es un converso de la alabada Cultura Libre. ¿Por qué? Porque mata de pobreza al creador y porque es un mecanismo de colonización cultural de la ideología californiana (Microsoft, Google, etc). Pedrada uno: nos hemos creído el discurso cibereufórico de las licencias libres, “de sesgo notablemente neoliberal”. “Los que veníamos de la grapa pensábamos que lo íbamos a tener muy fácil a niveles de producción, difusión y distribución de nuestras obras. Pero no nos dimos cuenta de que el Copyleft precariza al autor, desde los músicos a los periodistas”, dice.

Dos: hay que devolver la fuerza a los autores frente al mercado, a través de organizaciones sindicales, acabando con los monopolios de las entidades de gestión de derechos, fomentando el entramado cultural y no el inmobiliario y poniendo fin a la voracidad recaudatoria. Han leído bien. O sea, desarrollo de locales de ensayos baratos y de salas donde actúen más grupos que los amiguetes de la cúpula de la SGAE.

Tres: las sociedades de gestión deben defender las propuestas culturales “al margen del dictado del mercado”. Menciona al periodista Guillem Martínez y al libro colectivo CT para aclarar que los problemas vienen de las industrias culturales, que las rejas durante la Transición no eran políticas ni legales, sino culturales. Para Aristegui la mayor complicación de la cultura española ha sido su nefasta capacidad para asociarse. “De eso se ha aprovechado la industria”. “En España, el autor no está muy maltratado a nivel legal. El problema está en el mercado”, asegura sin miedo a meterse en complicaciones con su gremio. Ahora señala el caso del libro prohibido en España de Marta Sanz, Amor Fou.

Renovar o morir

Esa labor de protección y contrapoder frente a las industrias es la que no ha visto nunca en la SGAE. Porque una alimentaba a la otra. “Teddy Bautista renovó por completo la SGAE y apostó por un modelo que pudo parecer legítimo y que no comparto. Creó un monopolio irreductible, el del ganador se lo lleva todo: quien más recauda más beneficio y más voto tiene. En la SGAE sólo tienen poder los que más discos venden”, nos recuerda. Podría haber apostado por algo más democrático y transparente, “podría copiar los modelos más equitativos como los que ya emplea DAMA, CEDRO o VEGAP”.

Es curioso, y bastante perturbador, imaginar en esa actitud reformadora desde la izquierda que ejecutó Teddy (primero con apoyo de la hegemonía cultural del Partido Comunista y luego del PSOE), un talante similar con el que sueña David. Aunque en las antípodas, el autor de ¿Por qué no Marx no habló del Copyright? explica que no es el único que plantea una nueva vía. “Estamos en contra de la voracidad recaudatoria y tampoco pensamos que el mercado se regulará solo. Creemos en la posibilidad sindical del ejercicio de los derechos como creadores culturales”.

Se hace complicado pensar en alguien que se sienta satisfecho al ser señalado como el renovador de la saga (con perdón), aunque sea en la versión punk de Teddy Bautista. Sin embargo, y esto es inevitable señalarlo, no solo predica una tercera vía que haga renacer a las sociedades de gestión, sino que la SGAE corre por su árbol genealógico. Su padre trabajó toda su vida para la entidad en “fonográficos”, hasta que le prejubilaron hace poco. Además de los vinilos de una de las mejores colecciones de americana music, le ha mostrado la indefensión de los artistas ante las editoras. David es socio de la sociedad desde que era parte de la escena indie punk de los noventa, “tan denostada ahora por el libro de Víctor Lenore”.

La teta de la vaca

La cosa no acaba ahí. La estirpe SGAE de García Aristegui continúa: ¿recuerdan Mi vaca lechera? La compuso su abuelo, Fernando García Morcillo, con letra de Jacobo Morcillo, un comisario franquista que se dedicó a la publicidad, que le escribía discursos a Durruti y fue el primer representante de Julio Iglesias. Cada año, David recibe unos 2.500 euros en recompensa por los derechos heredados -repartidos con el resto de su familia- de una canción que su antepasado creó hace años. Así hasta 2071, cuando caduquen.

Pero también en esto del bolsillo se muestra punk. Primero consiguió lo imposible –beneficiarse de la creación cultural-, luego lo asombroso: rechaza los beneficios. “Esto no tiene ningún sentido”, reconoce. “Es razonable la supervisión por los herederos de la integridad de la obra, una ha muerto el creador. Pero no lo es que 70 años después de la muerte del autor haya personas que vayamos a cobrar por la obra”, dice apurando el café solo. No será suficiente con uno.

Ahí va otra perlita: “El Gobierno del PP tiene el enorme mérito de acabar con el Canon Digital, algo muy discutible e indiscriminado, porque criminalizaba a todo el mundo. El pago del Canon parecía una subvención encubierta”. Explica, en modo metralleta-ideológica, que la compensación por copia privada parte de un concepto demasiado escurridizo, el del lucro cesante. Es decir, lo que se deja de vender por el préstamo gratuito en las bibliotecas, por ejemplo.

Los parches de la LPI

“El Canon se fue de madre”, se refiere a los más de 100 millones de euros que se repartía anualmente entre todas las sociedades y que se ha quedado en 5 millones de euros tras la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual (LPI) y a coste de todos los españoles. “El parche del PP ha logrado que la compensación sea todavía mucho más indiscriminada, porque ahora va grabado a los Presupuestos Generales del Estado”. Avisa: el PP ha legislado en contra de Europa y todos estos años sin pagar los más de 100 millones “va a crear un agujero de deuda, quele tocará abonar al próximo”.

Entonces, ¿a favor o en contra del Canon? “No creo que un libro prestado en una biblioteca sea un libro menos vendido, pero también entiendo que tiene alguna repercusión sobre el mercado. Y que es muy difícil de cuantificar. Debe haber bibliotecas y copia privada, y una difusión de la cultura, pero también deben existir mecanismos de compensación razonables”. Quiere debatir, en España, sobre el lucro cesante, sobre la compensación, hablarlo todo lo que forma parte de la Propiedad Intelectual. “Ese debate todavía no se ha producido”. Y ya tenemos una nueva norma.

¿Qué salvaría de la reforma de la LPI? “Incidir en la fiscalización de las entidades de gestión de derechos de autor. Además, se posibilita la ruptura del monopolio. Es probable que una entidad de gestión alemana empiece a operar en España en breve”. Arremete contra la “tasa Google” porque es un derecho irrenunciable a favor de las cabeceras, no de los periodistas. "Además, es una tontería decir que se va a tener que pagar por enlazar”, añade. Sea como sea, tiene la impresión de que no importará la reforma de la LPI que se plantee, siempre recibirá críticas. “Porque dicen que internet se autorregula…”

Antes de pedir otro café y subirnos a la azotea del edificio del apartamento en el que vive –ojo, es inquilino de un miembro de la SGAE- se mete en un jardín del que estará arrepintiéndose el resto de la mañana: la izquierda y la cultura. Tema espinoso. Habla del discurso esquizofrénico que ha tenido con la cultura, porque reivindican la popularización y democratización, al tiempo que invierten recursos y esfuerzos en autores de referencia.

“Es un enorme elitismo cultural”. ¿La casta? “Sí, eso. Un discurso de cultura popular profundamente elitista”. Y como una cosa lleva a la otra… “Empatizo con los artistas que se han mojado alguna vez con temas políticos, porque han salido todos abrasados. De un lado y del otro. Lo fácil es triturar a Miguel Bosé por una canción espantosa que hable de sí se puede”.

Sí, existe la casta cultural. Y crece al calor del reparto injusto de las entidades de gestión de derechos de autor. “Por desgracia”. Es la cultura que ha vivido del privilegio del descontrol, como esos once socios de la SGAE que ingresaron 25 millones de euros desde 2005, después de registrar como propios alrededor de 25.000 temas. Es la casta del escándalo, la que todavía mantiene el poder, la que tiene los días contados si la medicina regenerativa de David García Aristegui termina tomándose en serio. Después de años de riñas y enfrentamientos defendiendo los derechos de autor y alentando el descrédito de la Cultura Libre, este licenciado en Ciencias Químicas y especializado en el software libre científico ha concentrado sus análisis sobre la propiedad intelectual en ¿Por qué no Marx no habló del Copyright? (Enclave).

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