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Merino se lleva sus neveras lejos de España
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inaugura la serie de políticos congelados en nueva york

Merino se lleva sus neveras lejos de España

En 2012 mostró a los españoles la cruda realidad cuando la falta de madurez democrática de las instituciones politizadas se movió en masa contra la libertad

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En un garaje destartalado de un barrio obrero del norte de Madrid se conservan criogenizados Vladimir Putin, Georges W. Bush, Fidel Castro, Mao Zedong y Kim Jong-Il. Falta Francisco Franco, el causante de todo el revuelo. Aquella nevera no era más que el primer paso de un proyecto frustrado al menos en España. Recuerden la pelotera que armó la Fundación que lleva el nombre del dictador, recuerden la posición de José María Álvarez del Manzano, presidente de Ifema, y las denuncias de Eugenio Merino contra la cúpula de la organización de ARCO por falta de apoyo y censura.

Desde aquel 2012, la presencia de Merino ha quedado reducida a la nada en la feria del arte contemporáneo, así como cualquier polémica. El artista, aislado del mercado y de las instituciones españolas, trabaja con sus últimos recursos en un plan que pretendía mostrar el hartazgo mundial contra la clase política: “Si hay una clara crítica es a nuestros gobernantes, que se han alejado por completo del interés común”, dice el artista a este periódico. En total son seis neveras, aunque ha hecho otras en la que también ha encerrado a personajes como Hugo Chávez.

placeholder Eugenio Merino durante el montaje de 'Always Franco'. (Pedro Temboury)

La crítica por la que Merino ha sido cuestionado en tribunales y en su propio sector desveló, además, la incapacidad para ver más allá de lo evidente. El malestar en las instituciones politizadas lo causó un muñeco de Franco y su reacción cumplió con el aviso del artista: las raíces dictatoriales todavía están demasiado frescas, casi cuarenta años después de su desaparición. El problema no es Franco, sino la transición de parte de sus ideales a la España actual: “Utilicé la figura del dictador en un refrigerador para plantear la presencia del franquismo en nuestras instituciones, nuestra cultura y nuestra política”, asegura.

Entre la comedia y el drama

En el angosto espacio en el que trabaja todo está revuelto, dos colaboradoras le ayudan a implantar el pelo a los muñecos. Faltan pocos días para la jornada en la que embale las piezas y lo mande todo a los EEUU. Cambia su galería de Barcelona por una en Nueva York, Unix, para exponer la serie completa. Todo lo paga de su bolsillo. Se la juega a una carta, todos los ahorros marchan en un viaje trasatlántico. Si los coleccionistas norteamericanos no encuentran ningún interés en la obra de Merino, tendrá que replantearse su oficio y su beneficio. Nada nuevo bajo el sol.

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A pesar de cómo hemos pintado su delicada situación, a la que ha llegado por haber tocado donde más duele, a Eugenio Merino le interesa más la comedia que el drama. Él trabaja con iconos y los descuartiza con golpes de parodia. Los nuevos personajes fresquitos están tallados bajo la misma línea de incorrección política. Poliéster, resinas, pelo humano, ojos de cristal y trajes cortados a medida. El tono implacable de la entrega final responde a la actitud del que no pide permiso para actuar. Merino asume que el arte también tiene sus responsabilidades en el refuerzo de la democracia, y que es precisamente en el contacto con sus límites donde se fortalece.

Ha clavado la cabeza de Putin en un punching ball y junto a ella incluirá una hoja con una inmensa lista de mandatarios para “pick and punch”, “elige y sacude”. Y no hay distinción: Barack Obama, Berlusconi, Thatcher, Benito Mussolini, David Cameron, Bashar al-Assad, Ceausescu, Angela Merkel, Hugo Chávez… Mariano Rajoy. Por la versión franquista del mismo artilugio, en los tribunales la Fundación Francisco Franco aseguró que “el arte no puede denigrar ni ofender”; “los artistas no pueden injuriar a personas que han sido de notable relevancia en la nación, en Europa”. Definen la obra del artista como “un atentado”, que “raya en lo grotesco y lo ofensivo”. ¿Qué pasará ahora con Putin?


Arte a tortazos

“La pieza del punching ball que se presenta en Unix es sólo una posibilidad entre un millón. La lista de candidatos es inagotable: todos necesitamos o tenemos en la mente a alguien al que querríamos pegar. Y es a través de estos punchings como podemos desahogarnos”, especifica Merino. Sin embargo, aclara que sólo es la representación de la frustración: “Son la única salida a la presión y al control que se ejerce sobre nosotros. No es una incitación a la violencia, irónicamente se convierte en todo lo contrario”.

Entre las mesas, ocupadas por pinturas, herramientas, dibujos, moldes, aparecen descartes de las figuras más inquietantes y teatrales que ha hecho hasta ahora: dos pequeños seres forman parte de una tétrica escena, en la que proyectan su sombra sobre la pared a la que han sido condenados a mirar. Es inevitable pensar, gracias a estos dos pequeños Kims, en una versión politizada de La parada de los monstruos, de Tod Browning.

Kim Jomg-il y Kim Jong-un aparecen saludando a la nada, en un claro tono tragicómico, “son dos dictadores maníacos, descendientes de una familia de maníacos”. “Extravagantes y crueles con su pueblo, al que tienen apartado de toda realidad y sumidos en propaganda y lavado de cerebro. Las sombras sobre la pared recuerdan el narcisismo y la intención de ser cada vez más poderosos y peligrosos”, resume Merino. Las dos lúgubres personalidades de Corea del Norte destapan la atracción del artista por Juan Muñoz, el Dictador de Charles Chaplin e, incluso, el mini-yo de Austin Powers, como apunta él mismo.


Ha titulado la muestra Always Shameless, sin vergüenza o sinvergüenza, “es lo que vincula a todos los personajes que aparecen en esta exposición”. No hace referencia a su maldad o perversión, sino a la ausencia de responsabilidad con la sociedad que dirigen. “No tienen ninguna vergüenza”, asegura. Eugenio ha vuelto a recurrir al Always del eslogan de Coca-Cola de 1993, porque su referencia es a lo permanente e indefinido.

“Concede a la obra una duración ilimitada, como el refrigerador. La inmortalidad es algo que suelen buscar estos personajes”. Si en 2012 mostró a los españoles la cruda realidad, la falta de madurez democrática de las instituciones politizadas, ahora confirma el contexto de neveras ocupadas no sólo por dictadores, sino por otros gobernantes que “alteran el orden establecido para generar nuevas reglas que los benefician”.

En un garaje destartalado de un barrio obrero del norte de Madrid se conservan criogenizados Vladimir Putin, Georges W. Bush, Fidel Castro, Mao Zedong y Kim Jong-Il. Falta Francisco Franco, el causante de todo el revuelo. Aquella nevera no era más que el primer paso de un proyecto frustrado al menos en España. Recuerden la pelotera que armó la Fundación que lleva el nombre del dictador, recuerden la posición de José María Álvarez del Manzano, presidente de Ifema, y las denuncias de Eugenio Merino contra la cúpula de la organización de ARCO por falta de apoyo y censura.

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