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El año en el que los Oscar se reinventaron para no cambiar
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SETH MACFARLANE NO CONSIGUE REVITALIZAR UNA CEREMONIA CON SÍNTOMAS DE AGOTAMIENTO

El año en el que los Oscar se reinventaron para no cambiar

Django desencadenado, que se llevó el primer Oscar de la noche –al mejor actor secundario, en este caso Christopher Waltz–, brindó también la oportunidad al presentador

Foto: El año en el que los Oscar se reinventaron para no cambiar
El año en el que los Oscar se reinventaron para no cambiar

Django desencadenado, que se llevó el primer Oscar de la noche –al mejor actor secundario, en este caso Christopher Waltz–, brindó también la oportunidad al presentador Seth MacFarlane de hilar su primer par de chistes gruesos en la ceremonia de Los Oscar 2013. El primero sobre la carga violenta de la película, que según MacFarlane no debió impresionar tanto al exnovio de la cantante Rihanna, Chris Brown, tristemente conocido por haberla agredido. El segundo, veinte segundos después del primero, sobre el controvertido uso de la palabra negros en la película, que según MacFarlane debió dejar indiferente a Mel Gibson. Acto seguido continuó con un breve número musical titulado We saw your boobsOs vimos las tetas– rememorando algunos de los desnudos más memorables del cine protagonizados, lógicamente, por actrices allí presentes y bien situadas a tiro del realizador.

A los cinco minutos de gala MacFarlane había ya establecido así su declaración de intenciones, mención incluida a los los "1.000 millones de espectadores" que ven la ceremonia en todo el mundo y omisión a los 40 que la ven tan solo en Estados Unidos, donde los Oscar pierden cerca de un millón de fieles al año desde hace 15 años. De hecho, muchos analistas interpretaron el fichaje de MacFarlane, de profesión enfant terrible, como un intento de la Academia por relanzar las audiencias del evento siguiendo el acreditado método Ricky Gervais, que tan buenos resultados dio en los Globos de Oro: con chistes bestias y el funambulismo calculado por los límites de lo aceptable para la sensibilidad mainstream, muy dilatada pero capaz aún de escandalizarse cuando de chistes de judíos se trata.

Es lo que se esperaba y es lo que ocurrió. MacFarlane incluso se repitió en su estilo Padre de familia, serie gamberra de la que es creador, reservando algunos de sus dardos de mayor calibre para los números musicales inspirados, por sencillos, en el Hollywood clásico, a los que se sumaron celebridades como Charlize Theron, Joseph Gordon-Levitt y Daniel Radcliffe. De hecho todo en la gala, la primera en denominarse de los Oscar y no de los Premios de la Academia en sus 85 años de historia, tuvo un aire clásico, en el sentido soso de la expresión, pese a la proclamada intención de sus nuevos productores, Craig Zadan y Neil Meron, de reinventar la ceremonia.

Y la razón principal está, aparte del ritmo, en los autohomenajes, empezando por los del propio presentador. Por haber hubo hasta un diálogo que mantuvo con un personaje en pantalla que, para más predecible, resultó ser William Shatner en su legendario papel del Capital Kirk de Star Trek –uno de los fetiches que cabía esperar de un fan machacón de la ciencia ficción como MacFarlane–, y la aparición de un personaje digital integrado en el escenario real –Ted, el oso de peluche protagonista de la película homónima dirigida por el propio MacFarlane–. Los productores de la gala tampoco renunciaron a significarse a través, en su caso, de un repaso a los musicales que incluyó un guiño a Hairspray –a través de la presentación de John Travolta– y un revuelque en Chicago, cuyo número principal cantó Catherine Zeta Jones sin importar que se trate de una película de hace 11 años –demasiado tiempo para que sea vigente, demasiado poco para resultar homenajeable– y la aparición posterior de los principales de su reparto entregando el premio a la mejor banda sonora. ¿Por qué? Nadie lo sabe, pero he aquí una pista: ambas, Chicago y Hairspray, fueron producidas por los productores de la gala.

La gran novedad de la ceremonia vino en forma de traca final con la aparición por sorpresa de la primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, que se dirigió a los asistentes mediante una conexión en directo con la Casa Blanca para presentar el premio a la mejor película. Pese a su espectacularidad, la aparición con consiguió remontar una gala que en ese momento iba ya para los cuatro de horas sin más engranaje ni articulación que las apariciones planas del presentador y los interludios musicales. 

La única innovación de la gala fue así retórica, vehiculada por los chistes sueltos de MacFarlane y anulada por el hecho de que se esperasen, cuyo mayor acierto fue la soltura que demostró en el escenario –un particular sobre el que planeaban muchas dudas– y el tono bonachón con el que consiguió relajar el ambiente, muy lejano de la altanería de Gervais, del estilo cinematográfico de Billy Crystal o de la perpetua sorpresa de Ellen DeGeneres. Eso y cantar bien. 

El resto en la noche fueron tonos oscuros, transiciones de violines y un intento por resultar elegante a lo cine clásico en el que se notaba demasiado el intento. Más o menos acertada, desde luego, y a gusto del espectador, que en esto de los Oscar no es de apetitos rupturistas. Pero desde luego, y quizá por eso, los Oscar de 2013 fallaron en su intento por innovar. Más de lo de siempre pero fracasando en el intento, porque esta vez, por una ocasión, pretendían no serlo. Habrá que esperar al año que viene.   

Django desencadenado, que se llevó el primer Oscar de la noche –al mejor actor secundario, en este caso Christopher Waltz–, brindó también la oportunidad al presentador Seth MacFarlane de hilar su primer par de chistes gruesos en la ceremonia de Los Oscar 2013. El primero sobre la carga violenta de la película, que según MacFarlane no debió impresionar tanto al exnovio de la cantante Rihanna, Chris Brown, tristemente conocido por haberla agredido. El segundo, veinte segundos después del primero, sobre el controvertido uso de la palabra negros en la película, que según MacFarlane debió dejar indiferente a Mel Gibson. Acto seguido continuó con un breve número musical titulado We saw your boobsOs vimos las tetas– rememorando algunos de los desnudos más memorables del cine protagonizados, lógicamente, por actrices allí presentes y bien situadas a tiro del realizador.