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Ser, esa es la cuestión
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Ser, esa es la cuestión

Esta primera novela del británico Tom McCarthy resulta un debut apasionante. Después de un ensayo mediocre, en el que fallaba ya en el punto de partida

Esta primera novela del británico Tom McCarthy resulta un debut apasionante. Después de un ensayo mediocre, en el que fallaba ya en el punto de partida tanto como en su propósito, se descuelga con una novela intensa, inteligente e insondable. Es una obra con un planteamiento filosófico nada fácil articulado a partir de una trama sumamente original. Al protagonista sin nombre le cae un residuo encima; no sabe qué es, no recuerda nada y no sólo porque el Acuerdo se lo impide, lo ha olvidado como tantas otras cosas. Tras meses de coma y rehabilitación, parece recuperado, pero ha tenido que re-aprender todo. Su cerebro ha sufrido daños y el camino habitual entre el querer hacer y el hacer efectivo está interrumpido, por lo que debe buscar una ruta alternativa.

Con esa mente re-estructurada por caminos alternativos, McCarthy da un repaso a la contemporaneidad y al desenvolvimiento del individuo en su seno, mediatizado por tantas y tantas convenciones y procedimientos aprendidos. Su personaje se siente de “segunda mano”, y que todos los que le rodean son así. El accidente le ha hecho evidente que es un autómata. Mientras estaba en coma, mientras su percepción y reflexión se re-construían, advierte con el cambio de perspectiva que su comportamiento obedece a un “formato” prefijado, el cual “tenía que llenarlo o de lo contrario moriría”. A partir de entonces sólo quiere ser real, auténtico; todas sus actividades “tenían la misma meta, la única meta: permitirme ser fluido, natural, fundirme con las acciones y los objetos hasta que no hubiera nada separándonos, y nada separándome de la experiencia que estaba teniendo”. Es decir, busca la inmediatez con la realidad.

La elevada compensación económica a cambio de su silencio -el Acuerdo- le permite hacer algo al alcance de pocos: volver efectivo su querer hacer. Se pone en contacto con Time Control UK, una empresa dedicada, precisamente, a hacer todo lo que quiera hacer quien pueda pagar por ello. Encuentra asideros a la realidad en re-creaciones de sus recuerdos, a partir de una grieta -elemento simbólico de comunicación entre mundos o realidades- que evoca un instante en el que se sintió real, auténtico. Pero luego quiere re-crear hechos que no le han ocurrido, que evocan lo que le ocurrió. Así, la muerte de un mafioso le parece un “símbolo de perfección”, porque al morir “se había fundido con el espacio a su alrededor”, “cortó el desvío”. Pero el mejor de sus asideros lo encuentra por casualidad, ofreciéndose como podría hacerlo un santo, con las palmas hacia arriba, expuesto en plena Victoria Station.

Al fin y al cabo, ninguna re-creación puede resolver su problema sino que, por el contrario, no dejan de ser simulación, irrealidad. Es el azar, la improvisación que en Victoria le llevó a pedir “monedas, monedas” insertándose así en el ambiente -aunque tenía ocho millones y medio de libras en el bolsillo- lo que le produce la sensación que busca, como un hormigueo en la base de la columna. La sensación de fusión con lo real, el ser auténtico o, en definitiva, el ser consciente de ser. No obstante, sus re-asimientos le separan del otro. Sólo alcanza, como Descartes, a constituirse en una isla, sólo puede alcanzar la conciencia de ser él, pero los demás no son. Si sólo él huele la cordita, “es cordita, indiscutiblemente” y ya se encargará su perturbada mente de figurar a quien corrobore sus certidumbres; al final “la luz del sol no lo está haciendo bien”.

McCarthy emplea un truco viejo, pero muy efectivo -una experiencia trascendental que renueva la percepción- y lo lleva, además, por nuevas veredas. Eso le permite experimentar sin caer en alharacas fútiles. La verosimilitud de un relato tan extravagante la salva con una firme minuciosidad, un espacio reconocible -Londres-, eludiendo complicaciones expresivas y re-creando un personaje alucinado pero no increíble, rodeado de figurones más o menos sólidos. El tiempo del relato lo marca la Bolsa de Londres, lo que es muy sugerente.

LO MEJOR: Merece una segunda lectura.

LO PEOR: No poder o no querer leerla una segunda vez.

Esta primera novela del británico Tom McCarthy resulta un debut apasionante. Después de un ensayo mediocre, en el que fallaba ya en el punto de partida tanto como en su propósito, se descuelga con una novela intensa, inteligente e insondable. Es una obra con un planteamiento filosófico nada fácil articulado a partir de una trama sumamente original. Al protagonista sin nombre le cae un residuo encima; no sabe qué es, no recuerda nada y no sólo porque el Acuerdo se lo impide, lo ha olvidado como tantas otras cosas. Tras meses de coma y rehabilitación, parece recuperado, pero ha tenido que re-aprender todo. Su cerebro ha sufrido daños y el camino habitual entre el querer hacer y el hacer efectivo está interrumpido, por lo que debe buscar una ruta alternativa.