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Soto Ivars: "De la cultura se dicen muchas tonterías en la academia, internet y el Ministerio"
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Soto Ivars: "De la cultura se dicen muchas tonterías en la academia, internet y el Ministerio"

Ofrecemos un adelanto de ´La trinchera de las letras', el ensayo con el que el escritor y periodista de El Confidencial ha ganado la XXX edición del Premio Internacional Jovellanos

Foto: El actor Kerwin Mathews (izquierda) y el director André Hunebelle leyendo en París en los años 60. (Keystone/Hulton Archive/Getty Images)
El actor Kerwin Mathews (izquierda) y el director André Hunebelle leyendo en París en los años 60. (Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

¡Estamos en guerra! Pero tranquilos, es cultural. Para desgracia de quien se interese por el conocimiento, la enseñanza, la política, la libertad, el entretenimiento o el humor, la famosa batalla cultural está abierta en todos esos frentes y algunos más. Hay mucha gente implicada, desde partidos políticos a los habitantes de las casas okupas, pasando por el cura y los medios de comunicación. Y el resto, ay, como los gitanos nómadas que vagaban entre las fronteras de la vieja Europa, tropezamos con este alambre por todas partes. ¿Recuerdas esa canción inocente que te hizo feliz cuando ibas a los bares? Ya no es inocente. ¿Aquella película que te dio tan buenos ratos y revisas una y otra vez? Mejor revísate a ti mismo porque algo has estado haciendo muy mal. ¿Y ese libro con el que te formaste y en cierta forma cambió tu vida? Pues todo lo que subrayaste soslaya el problema central: el autor maltrataba a sus sirvientes.

Uno, a ratos, llega a plantearse por qué este ensañamiento cuando la cultura, creíamos, servía más bien para unir que para separar. Pero es que nunca fue así (dirán los beligerantes), bien porque las culturas diferentes son incompatibles, bien porque la cultura de todos es un sistema que perpetúa la opresión, bien porque la cultura es un instrumento de no sé qué élites y propiedad suya. Ernest Urtasun, ministro de Cultura, proclamó al ser investido que "la cultura es una herramienta de combate contra la extrema derecha". Es decir: que la cultura tiene poderes mágicos y además es el instrumento de perpetuación para cualquier gobierno que llame "extrema derecha" a toda su oposición. Alberto Olmos, estupefacto por la incultura del ministro de Cultura, se maliciaba que si acabamos con la extrema derecha terminaremos por fin con la cultura, pues habrá cumplido su objetivo. Y algo habremos ganado, añado.

Foto: El ministro de Cultura, Ernest Urtasun. (Europa Press/David Zorrakino) Opinión
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La opinión de Urtasun no es rara: coincide con la de sus adversarios, desde Vox a grupos de presión como Hazte Oír. También el nacionalcatolicismo creía en la batalla cultural en el tiempo en que Stalin llamaba a los escritores "ingenieros de almas", pues no estamos hablando sobre algo nuevo: espíritus totalitarios (y totalizadores) han existido siempre. La fe en que la cultura sirve para provocar cambios políticos o para frenarlos está hoy tan extendida como la de la virginidad de María hace cien años. Hablan de la cultura como un teatro, no de espectáculos, sino de operaciones. En ella se concentran los esfuerzos bélicos de la política (vamos a adjetivarla así) populista. Alguien empezó a tirar desaforadamente de una cuerda y, con el paso del tiempo, la tensión innecesaria provocó que otros tirasen en sentido contrario. No hay más. Hoy se puede tocar una polka con el arco sobre la tensión que soporta esa cuerda.

También el nacionalcatolicismo creía en la batalla cultural en el tiempo en que Stalin llamaba a los escritores "ingenieros de almas"

Pero la cultura ¿qué demonios es? ¿Por qué nos importa? ¿Por qué unos la quieren defender cuando sienten que otros la atacan o se la arrebatan? ¿Es un conjunto de ritos y de símbolos y nada más? ¿Es un marco para establecer y transformar las creencias? ¿Es un trampolín que permite cambios sociales? ¿Un muro de discriminación? ¿Es la fuente manantial de la identidad de grupo o su disolvente? ¿Es lo que nos da sentido, lo que nos lo oculta, lo que nos persuade de que existe un sentido y nos engaña? ¿O es todo al mismo tiempo? Y por otro flanco, ¿es cierto que unos la defienden del ataque de otros? ¿No es este ataque también parte de la cultura? ¿O serán tal vez ellos quienes la defienden de nosotros?

placeholder Portada de 'La trinchera de las letras', lo nuevo de Juan Soto Ivars.
Portada de 'La trinchera de las letras', lo nuevo de Juan Soto Ivars.

Las facciones de la batalla cultural ni siquiera se pondrían de acuerdo para establecer los límites de la cultura, ni su definición, ni las fronteras entre una y la otra. ¿Acaso hay límites entre culturas si unas han estado alimentándose de otras desde los tiempos de la escritura cuneiforme? ¿No son todas producto del mestizaje? ¿O es que las culturas las establece el nacionalismo? ¿O el arte? ¿O la religión? ¿O la costumbre? ¿A qué agarrarse? ¿Por dónde empezar? ¿Por la historia? Pero, ¿quién escribe la historia? ¿Con qué objetivo? Después de todo, ¿no pasa a considerarse "fuente histórica" el panfleto más sesgado a condición de que pasen años suficientes y exista poca competencia bibliográfica? ¿No escribían los frailes la historia de Europa ocultando o quemando libros impíos? ¿Quién podría preguntar a los adversarios del autor del poema de Gilgamesh para conocer otra visión sobre la vida de los sumerios?

¿Acaso hay límites entre culturas si unas han estado alimentándose de otras desde los tiempos de la escritura cuneiforme?

Hoy se ponen muchos apellidos a la cultura. Se habla de la "cultura heteropatriarcal", la "cultura popular", "la cultura del cuerpo", la "contracultura", la "cultura de la cancelación", la "cultura de la violación", la "cultura okupa", la "cultura financiera", la "cultura de internet", la "cultura punk", la "cultura woke", la "apropiación cultural" y corramos un tupido velo sobre las subculturas. ¡Incluso se habla de la alta y la baja cultura, tras décadas en que lo alto y lo bajo trocaron su sitio posmoderna y definitivamente! ¿Está situada todavía la cultura en un escalafón? ¿Es más alta la cultura que emana de la novela incomprensible que nadie ha leído, pero unas cuantas decenas de académicos tildan de brillante, o de la cancioncita chabacana que todo el mundo, incluso el erudito, tararea sin saber por qué?

Considero que el uso de la palabra cultura más sospechoso es el más frecuente: el de quienes nos dedicamos de una forma u otra a esa industria con la publicación de libros, la filmación de películas o el microteatro en Lavapiés.

La industria que produce cultura es la menos indicada para hablar de lo que la cultura es y de su importancia, pero desgraciadamente es la que más se aficiona a sacar el tema. Se llama conflicto de intereses, y de estos la cultura anda sobrada. Las industrias culturales se componen de camarillas en las que unos lamen el culo de los otros hasta que brillan tanto que su resplandor se confunde con el prestigio. Tanto en sectores rentables como en los paupérrimos, tanto en la música de masas como en el sector del cuento corto, a menudo existe una relación muy leve entre el conocimiento y los jeques, trabajadores y jornaleros de la cultura.

placeholder El periodista Juan Soto Ivars posa para una entrevista con EC. (Javier Luengo)
El periodista Juan Soto Ivars posa para una entrevista con EC. (Javier Luengo)

Sin embargo, ¿quién si no iba a tener este interés en vender el producto en sociedad con la esperanza de ser financiado por una mayor partida presupuestaria, sino los "trabajadores de la cultura"? En La escopeta nacional, el vendedor de interfonos catalán trataba de impresionar a los gerifaltes franquistas a base de argumentos intercambiables con los que se oyen hoy en las declamaciones de los Goya. Que los fabricantes de un producto deficitario traten de convencer a la sociedad de que beneficia a todo el mundo no es raro. Previsible para las normas del mercado.

Si algo pretendo dejar claro con esta perorata es que las palabras cultura y conocimiento deberían mantenerse a cierta distancia. Llamo conocimiento a una cultura sin sesgos y cultura a un conocimiento prejuiciado y demarcado. Convengamos por lo pronto que sobre la cultura se dicen muchas tonterías. En la academia, en internet, en los suplementos y en el Ministerio de Cultura, cuya función básica es transformar la producción cultural de un país en algo tan inofensivo como una guía turística o tan instructiva como una canción de misa. Abundan en todos los ámbitos clichés ridículos, como que la cultura vacuna contra el fanatismo, que la lectura te hace crecer como persona, que la poesía expresa sentimientos o que la música te transporta a otro lugar. De acuerdo con lo último: si entro en un bar donde suena cierta música, de inmediato voy a otro bar.

Convengamos por lo pronto que sobre la cultura se dicen muchas tonterías. En la academia, en internet, en los suplementos y en el Ministerio

La historia está poblada de fanáticos que han leído muchos libros: basta echar un vistazo a las guerras de religión o poner la oreja en una discusión académica caliente sobre el comercio de la lana en la Segovia del siglo XII. Sea como sea, que la cultura vacuna contra el fanatismo es un brindis al sol del tamaño de este otro, relacionado y socorrido, que reza que los problemas sociales se arreglan con más educación. Esto se convirtió en una creencia extendida desde los tiempos de la Ilustración, pero hoy tenemos suficientes pruebas de que la ignorancia puede galopar con más brío que el conocimiento por las carreteras de un sistema educativo obligatorio y universal. También sabemos que el fanático es como el paranoico, y encuentra pruebas de que tiene razón hasta en el dibujo que dejan las cagadas de paloma. Dale muchos libros a un fanático y obtendrás un fanático pedante. Entonces, ¿tiene realmente la cultura el poder que normalmente se le atribuye? Y más importante, ¿es manejable, se le pueden fijar objetivos?

Como los supersticiosos que colocaban ajos alrededor de su habitación para espantar a los vampiros, hay mucha gente persuadida de que la cultura es un sortilegio, una emanación espiritual, un poder. Yo mismo he caído en esto como el que más. Me atacó con toda razón Enrique Rubio en uno de sus libros por un artículo lacrimógeno sobre el cierre de una librería. ¿El cierre de un comercio por qué afecta a la cultura? ¿Está la cultura a la venta en librerías obligadas a cerrar por falta de clientela? Es fácil pillar a cualquiera en el renuncio, sobre todo si se dedica a la escritura u otro tenderete de venta de productos culturales. ¿Importa más a la transmisión del conocimiento un libro mío que una carretera o una máquina de aire acondicionado en el aula de un colegio? Suponemos vanidosamente que sí y repetimos de una manera u otra el cliché de que la cultura es algo importantísimo, en cualquier caso, queriendo decir que los importantes somos nosotros, por habernos dado cuenta o, ya delirando, por creer que la creamos.

¿Tiene realmente la cultura el poder que normalmente se le atribuye? Y más importante, ¿es manejable, se le pueden fijar objetivos?

Con el paso de los años hemos llegado a un punto en el que la cultura nos importa tanto que podríamos colocarla donde iba la palabra raza en los tratados siniestros de Rosenberg y el mensaje vendría a ser más o menos el mismo. O donde iba la palabra Dios en los de los Padres de la Iglesia. ¿Cómo podría vacunar la cultura contra el fanatismo si hemos asumido este dogma con nuestro sentido crítico puesto a vegetar?

Desde la elevada cima de la universidad hasta el contorno más barriobajero de la periferia encontramos esta atribución de poderes, casi podríamos decir que mesiánicos o mágicos, a la cultura. Los que la consumen poco y los que viven de parasitarla coinciden en colocar esta palabra en un sitial, elevada sobre las otras.

¡Estamos en guerra! Pero tranquilos, es cultural. Para desgracia de quien se interese por el conocimiento, la enseñanza, la política, la libertad, el entretenimiento o el humor, la famosa batalla cultural está abierta en todos esos frentes y algunos más. Hay mucha gente implicada, desde partidos políticos a los habitantes de las casas okupas, pasando por el cura y los medios de comunicación. Y el resto, ay, como los gitanos nómadas que vagaban entre las fronteras de la vieja Europa, tropezamos con este alambre por todas partes. ¿Recuerdas esa canción inocente que te hizo feliz cuando ibas a los bares? Ya no es inocente. ¿Aquella película que te dio tan buenos ratos y revisas una y otra vez? Mejor revísate a ti mismo porque algo has estado haciendo muy mal. ¿Y ese libro con el que te formaste y en cierta forma cambió tu vida? Pues todo lo que subrayaste soslaya el problema central: el autor maltrataba a sus sirvientes.

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