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Grandes malas ideas: el antifascista que nominó a Hitler al Nobel de la Paz
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Grandes malas ideas: el antifascista que nominó a Hitler al Nobel de la Paz

"Adolf Hitler es en todos los sentidos el auténtico campeón de Dios por la paz en la Tierra, y millones de personas en todo el mundo depositan sus esperanzas en él"

Foto: Imagen: Irene de Pablo.
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En su cabeza, era espectacular.

"Por la presente, sugiero que el Nobel de la Paz de 1939 se entregue al canciller y Führer Adolf Hitler, un hombre que en opinión de millones de personas merece más que nadie en el mundo este galardón tan respetado".

Era una genialidad, una pieza de orfebrería política. Se iban a enterar sus pusilánimes compañeros.

"Documentos reales revelan que, en septiembre de 1938, la paz mundial estaba en gran peligro. Era cuestión de horas que una nueva guerra europea estallase. El hombre que durante estos momentos peligrosos salvó nuestra parte del mundo de esta terrible catástrofe era sin duda el gran líder alemán. En el momento más crítico, decidió voluntariamente silenciar las armas, aunque tenía el poder de comenzar una guerra mundial".

Foto: Imagen: Irene de Pablo.

¿Por qué no ir un paso más allá? Si la gente se molestaba, siempre les podría llamar 'ofendiditos'.

"Por su amor a la paz, ya documentado en su famoso libro 'Mi lucha', junto a la Biblia tal vez la mejor y más popular pieza literaria, gracias a su pacífica hazaña [la anexión de Austria], Adolf Hitler ha evitado el uso de la fuerza liberando a sus compatriotas de los Sudetes".

No quería ni imaginarse la cara de los ingleses. Tenía que seguir adelante.

"Adolf Hitler es en todos los sentidos el auténtico campeón de Dios por la paz en la Tierra, y millones de personas en todo el mundo depositan sus esperanzas en él".

Erik Gottfried Christian Brandt se relamió una última vez, firmó el documento, lo dató —27 de enero de 1939– y lo plegó para enviarlo a su destinatario: el comité noruego del Nobel al que, como parte del Parlamento sueco, tenía el privilegio de proponer candidatos. El suyo de aquel año de 1939 era Adolf Hitler. Concretamente, para el Premio Nobel de la Paz.

Brandt no era un apoyo del Führer, sino un antifascista que quería denunciar irónicamente la buena reputación del genocida en Europa

Como sospechará el lector avezado, la historia tenía truco. Erik Gottfried Christian Brandt no era uno de los apoyos del Führer en Escandinavia, sino más bien un antifascista escandalizado que con su propuesta pretendía denunciar irónicamente la buena reputación del genocida en la Europa del momento y la inacción de las democracias occidentales, especialmente durante los pactos de Múnich.

Por recapitular, apenas tres meses antes de que Brandt firmase su carta, el primer ministro británico, Arthur Neville Chamberlain, y su homólogo francés, Edouard Daladier, habían aprobado la incorporación de los Sudetes a Alemania sin que Checoslovaquia pudiese decir "esta región es mía". Las palabras de Brandt, que hoy suenan extemporáneas fuera de su contexto histórico, eran en realidad un lamento sarcástico ante la nominación de Chamberlain al Nobel. Queda bastante claro en este fragmento:

"Tristemente, hay muchas personas que todavía no son capaces de ver la grandeza en la lucha de Adolf Hitler por la paz. Basándome en este hecho, no habría sido capaz de nominar a Hitler al Nobel de la Paz si no hubiese sido por un cierto número de parlamentarios suecos que han nominado a otro candidato, el primer ministro británico, Neville Chamberlain. Esta nominación parece poco meditada. ¡Aunque es cierto que Chamberlain, gracias a su generosa comprensión de la lucha de Hitler por la pacificación, ha contribuido a la salvación de la paz mundial, la decisión final fue de Hitler y no de Chamberlain! ¡Hitler y nadie más es a quien deberíamos agradecer la paz que prevalece en la mayor parte de Europa!".

El chiste ya está contado. El parlamentario sueco, en realidad, no pretendía otra cosa que ridiculizar a los defensores del criticado Chamberlain, a quien se le agradecía haber cedido territorios ajenos a cambio de retrasar la guerra, una de las grandes disputas históricas que envuelven los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Tampoco es que Hitler hubiese podido aceptarlo, ya que en 1935 él mismo prohibió que ningún alemán recibiese el Nobel después de que su archienemigo el escritor pacifista Carl von Ossietzky se hiciese con él.

Lo malo es que Brandt no era un gran humorista, ni los suecos tienen un gran sentido del humor ni estaba el horno para filibusterismos irónicos

Lo malo para Brandt es que ni era un gran humorista ni los suecos tienen un gran sentido del humor ni, seamos sinceros, estaba el horno para muchos filibusterismos irónicos, con la guerra más devastadora cociéndose a fuego lento. Así que en cuestión de cuatro días, para el 1 de febrero, decidió que había metido la pata y retiró la nominación. Con lo que tal vez no contaba era con que los Premios Nobel archivan todas las candidaturas, e incluso hoy puede seguir consultándose en la página, eso sí, con un matiz oportuno:

"La nominación fue retirada el 1 de febrero de 1939 por el nominador E.G.C. Brandt, un miembro antifascista del Parlamento sueco que nunca pretendió que esta nominación fuese tomada en serio".

En realidad, el Premio Nobel de la Paz no se lo llevaron ni Hitler, ni Chamberlain ni nadie, sino que quedó desierto y, en apenas unos meses, la Segunda Guerra Mundial comenzó. Con unos cuantos millones de muertos a sus espaldas, eso de que el Führer estuviese nominado al Nobel de la Paz era mucho más que una broma de mal gusto.

La principal víctima de la ocurrencia fue el propio Brandt, cuyos logros han desaparecido de la historia, con una salvedad. La de ser el hombre que nominó a Hitler para el Nobel de la Paz.

En su cabeza, era espectacular.

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