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El 'secreto' del almirante Nelson para derrotar a Napoleón a las puertas del Nilo
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El 'secreto' del almirante Nelson para derrotar a Napoleón a las puertas del Nilo

Con una posición estratégica desfavorable, unas fuerzas ligeramente inferiores y ante la eventualidad de una batalla nocturna, la osadía de Nelson parecía excesiva. Para nada

Foto: Imagen: Irene de Pablo.
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Hacia las dos de la tarde del 1 de agosto de 1798, la flota británica finalmente avistó los barcos franceses, tras más de dos meses de persecución infructuosa por las aguas del Mediterráneo. La escuadra que dirigía el joven contraalmirante Horatio Nelson, compuesta de 14 buques, aún se encontraba a unos 15 kilómetros de la bahía de Abukir —una de las desembocaduras del río Nilo—, donde estaban anclados los 13 buques y cuatro fragatas al mando del vicealmirante François-Paul Brueys d'Aigalliers. Si decidía emprender la ofensiva sin más dilación, parecía inevitable que la batalla se dirimiera bajo la luz de la luna, un escenario aparentemente poco sugestivo para una fuerza que se adentraba en aguas desconocidas.

"La mayoría de los almirantes, en tales circunstancias, habrían esperado hasta el amanecer", explica John Julius Norwich en su obra ' Sicilia' (Ático de los Libros, 2019). "No obstante, al ver que los franceses no estaban preparados y que soplaba un viento favorable del noroeste, Nelson decidió atacar de inmediato", prosigue.

Con una posición estratégica desfavorable, 'a priori', unas fuerzas ligeramente inferiores (especialmente en términos de potencia de fuego) y ante la eventualidad de una batalla nocturna, la osadía de Nelson parecía excesiva —el mismo Napoleón Bonaparte la denostaría como una acción "desesperada"—, pero el marino inglés se mostraba especialmente confiado en sus posibilidades de éxito. ¿Contaba con algún secreto para estar tan seguro de su victoria?

Foto: Imagen: Irene de Pablo.

Una carta fechada apenas una semana antes parece indicar que sí. En ella, Nelson agradecía al embajador británico en el Reino de Nápoles y a su esposa, William y Emma Hamilton, su ayuda durante los días en que su flota estuvo anclada en el puerto siciliano de Siracusa: "Gracias a vuestro esfuerzo, nos hemos abastecido de comida y agua; y ciertamente habiendo tomado agua del manantial de Aretusa, debemos obtener la victoria. Navegaremos con la primera brisa y te aseguro que regresaré coronado de laurel o cubierto de ciprés".

El marino, ya manco tras una fallida incursión en aguas canarias, atribuía así propiedades especiales a una fuente que se encuentra entre las más citadas en la literatura clásica. Virgilio, Ovidio, Pausanias, Estrabón, Píndaro, Cicerón o Alexander Pope son algunas de las numerosas plumas que dedicaron su atención a aquel llamativo manantial de agua dulce, ubicado en el islote de Ortigia, y en torno al cual se estructuraba la leyenda clásica de Aretusa y Alfeo. El atractivo de aquella fuente que vertía al mar las copiosas aguas que le llegaban por vía subterránea la había dotado de una fama que trascendía fronteras, capaz de convencer al propio Nelson de su poder para obtener el triunfo en la difícil batalla hacia la que se dirigía.

Supersticiones al margen, no obstante, el triunfo de Nelson en la batalla de Abukir o batalla del Nilo puede explicarse exclusivamente a través de los aciertos y, sobre todo, desaciertos estratégicos de los contendientes. Cuando las fuerzas británicas avistaron las costas egipcias, hacía ya un mes que la expedición francesa —encabezada por el emergente general Napoleón Bonaparte— había desembarcado, iniciando la conquista de aquel territorio otomano, que ya podía darse casi por lograda el 24 de julio, cuando el propio Napoleón hizo entrada en El Cairo.

placeholder Batalla de Trafalgar, donde Nelson tuvo un papel principal. (CC/Wikimedia Commons)
Batalla de Trafalgar, donde Nelson tuvo un papel principal. (CC/Wikimedia Commons)

Para llevar a cabo sus planes militares en territorio egipcio, Napoleón había llevado consigo a los 600 mejores marineros de la expedición, encargados de dirigir la flotilla que acompañaría a las tropas francesas a través del Nilo. Así, la flota comandada por Brueys había quedado en manos de "soldados achacosos, la escoria del ejército", según descripción de Michèle Battesti, profesora de la Universidad París-Sorbona, en un artículo publicado en 'Desperta Ferro. Historia Moderna' (2019). Sin contacto con el contingente napoleónico, las tripulaciones galas se mostraban ya al inicio de agosto indisciplinadas, al borde de la hambruna y diezmadas por enfermedades como la disentería.

Pero si sus hombres ofrecían pocas garantías, el plan de defensa pergeñado por Brueys acabaría resultando fatal, empezando por el emplazamiento elegido para esperar el combate. "Brueys nunca debería haber anclado en una zona tan insegura como Abukir, demasiado alejada de la costa para que le protegieran las baterías de cañones y dejando suficiente mar a sotavento como para que penetrase la 'Banda de Hermanos' entre la línea de batalla y la costa", asegura David G. Chandler en su obra ' Las campañas de Napoleón: un emperador en el campo de batalla, de Tolón a Waterloo (1796-1815)' (La Esfera de los Libros, 2005).

Con su movilidad reducida por la decisión de Brueys de combatir al ancla y de unir sus barcos mediante cables para evitar la ruptura de la línea, la flota francesa no pudo impedir que Nelson llevara adelante su plan de ataque por partes a la línea gala, empezando por la vanguardia, mientras varios de sus buques ejecutaban una maniobra de envolvimiento que sería decisiva. Poco a poco, la armada británica fue destrozando los barcos franceses. A la caída de la noche, su vanguardia estaba fuera de juego y los ingleses concentraron su fuego sobre el centro de la línea, provocando, entre otras, la muerte de Brueys. Hacia las 10 y media de la noche, el Orient, el buque insignia de la flota francesa, saltaba por los aires, en lo que suponía la viva imagen de su aplastante derrota.

"En la retaguardia francesa imperaba el caos absoluto; los buques cortaron amarras para evitar los restos en llamas y colisionaron entre sí o fueron alcanzados por sus propios disparos. El desastre se había consumado: uno a uno, diez navíos franceses arriaron la bandera", apunta Battesti. A su término, el balance de la batalla resultaba concluyente: los franceses habían sufrido 1.700 muertos, otros tantos heridos y hasta 3.000 prisioneros, junto a la pérdida de 11 navíos y dos fragatas, mientras que los británicos apenas habían encajado la muerte de 218 de sus hombres, a los que se sumaban 678 heridos, amén de la pérdida de dos navíos.

Los franceses sufrieron 1.700 muertos, otros tantos heridos y 3.000 prisioneros; los británicos apenas encajaron la muerte de 218 hombres

Aquella expedición que se había puesto en manos del afamado general Napoleón como parte de un plan para desafiar el control de Inglaterra de las rutas de Oriente había tornado en una durísima derrota naval que entregaba a la armada británica el dominio del Mediterráneo y que deterioraba severamente la imagen de la Francia revolucionaria, dando pie a que sus enemigos alumbraran en los siguientes meses la Segunda Coalición, que condenó a Europa a 16 años más de guerra.

Napoleón no había estado presente en aquella batalla, pero, como cabeza visible de la expedición, sus responsabilidades parecen fuera de todo lugar, como parecen acreditar sus esfuerzos por enjugar sus culpas, achacando a Brueys la decisión de mantener la flota en Abukir o acusando a Pierre Charles Silvestre de Villeneuve (el responsable de la flota derrotada en Trafalgar siete años después) de haber actuado como un "espectador ocioso" por no haberse atrevido a combatir a los barcos franceses. La fama de Bonaparte saldría indemne de aquel episodio, pero de momento aquella expedición había resultado en fracaso.

Por su parte, Nelson pudo hacer realidad el presagio expresado en aquella carta a los Hamilton y, a su llegada a Nápoles a finales de septiembre, sería recibido como un héroe por aquella victoria, la que los estudiosos en su trayectoria consideran la más completa de su carrera. Un logro al que pudo ayudar el agua obtenida en Aretusa, pero al que sin duda contribuyeron más su arrojo y los errores de sus rivales.

Hacia las dos de la tarde del 1 de agosto de 1798, la flota británica finalmente avistó los barcos franceses, tras más de dos meses de persecución infructuosa por las aguas del Mediterráneo. La escuadra que dirigía el joven contraalmirante Horatio Nelson, compuesta de 14 buques, aún se encontraba a unos 15 kilómetros de la bahía de Abukir —una de las desembocaduras del río Nilo—, donde estaban anclados los 13 buques y cuatro fragatas al mando del vicealmirante François-Paul Brueys d'Aigalliers. Si decidía emprender la ofensiva sin más dilación, parecía inevitable que la batalla se dirimiera bajo la luz de la luna, un escenario aparentemente poco sugestivo para una fuerza que se adentraba en aguas desconocidas.

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