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Un asesinato, un cadáver y el dolor: la novela del momento, en exclusiva para suscriptores
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Un asesinato, un cadáver y el dolor: la novela del momento, en exclusiva para suscriptores

'La última Paloma', de Men Marías, publicada por Editorial Planeta, está llamada a convertirse en una de las grandes novelas del año. Ahora, en exclusiva para suscritores

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Frente a la base naval de Rota (Cádiz), tras el cordón policial que delimita la brutal escena, un grupo de vecinos clama por que se haga justicia: el cuerpo de la joven Diana Buffet yace salvajemente mutilado y con unas enormes alas cosidas a su espalda. Ni las cámaras ni el helicóptero de vigilancia de la base han captado una sola imagen que pueda servir a la investigación; algo incomprensible.

La sargento de la Guardia Civil Patria Santiago sabe que el asesino va a volver a matar, pero nadie la cree, ni siquiera el cabo Sacha Santos -a quien le gustaría ser algo más que su compañero-, porque al igual que piensa el resto de Rota, Patria ha convivido con el dolor demasiado tiempo como para ser de fiar.

Una sola pista, la investigación que Diana estaba haciendo sobre la base, y su relación con la desaparición de una joven hace sesenta años, cuando los americanos llegaron a Rota, parecen ser los únicos hilos de los que tirar. 'La última Paloma', de Men Marías, publicada por Editorial Planeta, está llamada a convertirse en una de las grandes novelas del año. Ahora, en exclusiva para suscritores, puedes disfrutar del Adelanto Editorial de uno de los libros más atractivos del año.

La Paloma

El señor de la barba dice que es su padre. No se ven desde hace mucho, mucho tiempo. Por eso no lo recuerda. Pero es su padre. El verdadero. "¿Lloras? Tampoco a mí me gusta. Estás manchado, igual que ella". Al niño le queman los ojos como si mirara una bombilla. El señor de la barba agarra su diminuta mano con firmeza y tira de él hacia el bosque. El niño siente que una ola lo arrastra mar adentro.

Sólo hay nieve y árboles allá donde mire. El frío le ensarta las mejillas como mil agujas de coser. Está muy lejos del pueblo, eso seguro, pero no sabe dónde. En su pueblo hace frío, pero no tanto. Y hay gente. Y gatos. Y perros. Aquí sólo nieve y el señor de la barba, su nuevo padre, que lo conduce por el bosque con ahogo. Y murmura. "Criatura de la vergüenza".

Cuando lo despertaron lloró mucho, pero ya no. Algo le dice que ante el señor de la barba, su nuevo padre, ha de estar muy callado. Suda a pesar del frío, las manos encarnadas, pequeños tubos de luz donde la espesura del bosque mengua. Con esfuerzo sortea los troncos, pero el señor de la barba tira tan fuerte que el niño choca contra uno de ellos. El dolor llega segundos después del impacto. El niño, con dos caños de sangre y cierta sensación de ingravidez, cree que ha muerto.

Un sabor parecido al hierro lo despierta. Su cara palpita. El señor de la barba lo mira desde las alturas, lleva un dedo en vertical a los labios y con la mano libre lo levanta por la tela del jersey. "Mira allí", ordena. El niño tiene tanto miedo que no llora. Tanto frío que no siente dolor en el rostro. Entonces lo ve. Le parece un caballo, pero sabe que los caballos no tienen cuernos. Ni gruñen. Deja diminutas huellas sobre la nieve, los mira con curiosidad, se lame una pata; el niño hubiera dicho que sonríe. Le gusta. Le gusta mucho.

Frente a la base naval de Rota, el cuerpo de la joven Diana Buffet yace salvajemente mutilado y con unas enormes alas cosidas a su espalda

"Es un alce" dice el señor de la barba. Dispara una bala a su lomo. La explosión suena mil veces, cada tronco la devuelve. "¡No!". El niño corre hacia el animal, que abandona la vida entre gruñidos. Pero no puede moverse. Su nuevo padre lo sujeta por el cuello del jersey. "No llores al puro. La sangre no es más que otra clase de vino. Teme a tus manchas. Las que arrastras por haber nacido de ella. Teme al Fuego". El niño llora. Un insoportable dolor en la cara le hiere como un cepo. El caballo de la nieve quiere levantarse mientras su pelaje marrón se empapa en sangre, pero tiembla y cae. "¡Se va a morir! ¡Se va a morir! ¡No quiero que seas mi padre!".

Pero el niño calla al ver a las seis personas que lo miran. Frente a una cabaña de piedra, tres hombres con barba, camisa blanca y chaleco negro. Sentados. Entre el segundo y el tercero, un niño de su misma edad, el rostro colmado de pecas. Tras ellos, dos mujeres con largos vestidos negros. Las cabezas cubiertas con pañuelos que anudan en la garganta. De pie. Todos mantienen los brazos en cruz y sonríen hacia abajo, como los payasos tristes que el niño ha visto en el circo.

El niño mira al señor de la barba, su nuevo padre, que dice algo en un idioma extranjero. "El Sucio", concluye en su misma lengua. Los hombres asienten, las mujeres no se mueven, los lamentos del caballo de la nieve expiran. Todos liberan los brazos con lentitud. Hay una navaja en la mano derecha de cada uno de ellos.

Un hilillo de orina calienta las piernas del niño.

Patria Santiago, 2 de mayo de 2019

Marlene llega tarde. ¿Quién diablos llega tarde a una entrevista de trabajo?

Mi bolso está en la silla de enfrente, como si guardara el sitio. Dentro hay una placa con el símbolo de la Guardia Civil, una Parabellum semiautomática y un test de embarazo aún en su envoltorio. De tanto manosear la caja le he hecho dos rajitas que parecen ojos. O puñaladas. Me miran desde ayer. "Eh, tú, sácame de aquí y utilízame. ¿Para qué me has comprado si no?".

Puede que la lluvia esté retrasando a Marlene. No ha parado en toda la noche. Cuando la alcaldesa inauguró el alumbrado —"treeeeees, doooooos, uuuuuuno..., ¡feliz Feria de la Primavera!"—, mil bombillas de colores enmarcaron un relámpago que dibujó las raíces de un árbol en el cielo. Fortu deja mi desayuno encima del barril.

—Café con leche y cruasán plancha para la sargento. Con mucha mantequilla. Y su vasito de agua. ¿No prefieres entrar? Hace un día de perros, Patria —dice su voz aguardentosa.

Aun con los plásticos bajados prefiero la terraza de La Mala Madre. Algo de viento se cuela, pero del viento en Rota no se puede huir. Hasta las ocho no abre, pero estamos en Feria y Fortu amplía el horario desde las siete. Como en Año Nuevo. El mejor chocolate con churros del pueblo. Todos los adolescentes terminan la fiesta aquí.

Un mechón de pelo me sacude un latigazo en la mejilla. Fortu, pantalón negro y camisa blanca, sube cejas y hombros. Me enseña las palmas con gesto triunfante.

—¿Lo ves? Entra, anda, y me pones a los chavales firmes. La Guardia Civil, aun de paisano, todavía los deja tiesos.

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Una chica —empapada, rímel corrido, medias rotas— cuenta calderilla mientras su amiga moja un churro y castiga la pantalla del móvil con el pulgar. Su gesto deja claro que va a arrepentirse de mandar ese guasap a mediodía. Al otro lado, un grupo de chicos comenta el tamaño de unos pechos, las manos en forma de cuenco separadas medio metro del tórax.

—Estoy bien aquí, Fortu, gracias. Espero a alguien.

No tengo ganas de hablar. Mi humor está más nublado que el día. Fortu, sin embargo, no se da por vencido.

—En plena Feria de la Primavera, Patria —la bayeta rosa al hombro y la bandeja en vertical entre el brazo y el costado—, y mira qué nubarrones. Nos hacía falta un poco de agua, pero nos va a arruinar las fiestas. ¿Cómo se os presentan en la comandancia, por cierto?

Voy del cuerno tostado del cruasán a la esquina del test de embarazo, que sigue asomando por el bolso. Espero que Fortu no lo haya visto. El retraso de Marlene corona los diez minutos. Un cañonazo de viento azota los plásticos de La Mala Madre y una chica cruza a toda pastilla por mi izquierda para vomitar fuera, en el baño hay cola. "Trabajo" murmuro, las manos abrazando la taza de café. No ha sido buena idea citar aquí a Marlene, pero entro a trabajar a las ocho. "Mucho trabajo".

El locutor de radio anuncia una hora de música sin pausa y nos desea un buen jueves. Fortu saca entonces un mando del bolsillo y activa Spotify. La Mala Madre no se entiende sin sus listas de reproducción, que alternan el flamenco con música ochentera. Camarón da paso a Alaska, Alaska a Paco de Lucía, Paco de Lucía a Mecano y Mecano a Lola Flores. Pero, sobre todo, La Unión. 'Lobo hombre en París', que casi es la banda sonora de mi vida, suena, al menos, cinco o seis veces al día: la primera vez que Sacha me besó, sonaba. Cuando mi hermano Víctor y yo nos reunimos después de años, sonaba. En mi promoción a sargento, que celebramos aquí, sonaba. Y, por supuesto, ahora que llevo un test de embarazo en el bolso, suena.

—Tú misma. ¿Y un chocolate calentito? Mira que la lluvia se ha llevado el calor. Yo estoy tieso.

Una sola pista y la desaparición de una joven hace sesenta años, cuando los americanos llegaron a Rota, parecen ser los únicos hilos de los que tirar

La terraza cruje con el vendaval. Ocho barriles blancos con tres taburetes alrededor de cada uno. Y un noveno aislado, el maldito, como decía Sacha, separado del resto por un par de metros, bajo la pizarra con los remedios caseros que hoy recomienda Pedro Ximénez para el resfriado común. Sal, pimienta y aceite, servilletero de Coca-Cola y la carta plastificada sobre todos ellos. Los hay, como el mío, con una estufa de gas encima.

Al fin, un diminuto cuerpo aparece detrás del cocedero y atraviesa la plaza de la Cantera. Se atrinchera bajo un paraguas fucsia que la lluvia castiga con saña. No conozco a Marlene, pero debe de ser ella por las orientaciones que me dio hace un par de noches.

"Soy muy chiquitica, señora Patria. Cabello oscuro y bien corto, que los calores de Rota bien podían ser los de mi país. Iré vestida de negro, pero no vaya a creer que estoy de luto, es que el negro me adelgaza. De luto estuve años atrás, señora Patria, y por la gente, no piense, que ese malparido hace mejor bajo tierra que encima. Yo me hubiese puesto un vestido rojo con escote hasta los ombligos cuando se lo llevó el diablo a lamerle el culo allá a los infiernos".

Fortu me recomienda que no trabaje demasiado. Aprieta mi brazo con la mano izquierda y vuelve al interior de La Mala Madre, la bayeta al hombro. Ocupo los segundos que le faltan a Marlene en cerrar la cremallera del bolso y atacar el cruasán. La boca se me llena de mantequilla y hojaldre.

—Señora Patria —dice Marlene empapada. Sus ojillos son tan negros como los de un pulpo—, le pido perdón por el retraso. No suelo hacer esperar a la Policía; bueno, nunca he tenido problemas con la Policía, han sido unos diablos de quinceañera que...

Marlene escupe las frases como una ametralladora. Lleva el rostro maquillado sin piedad. Siento un impulso muy invasivo de descepar una hoja del servilletero de Heineken, mojarla en un vaso de agua y quitarle toda esa porquería de la cara. Se recoge el pelo en un moño tan diminuto como el pomo de una puerta. En una pausa para respirar, la invito a sentarse. También le pido que deje de llamarme señora. Patria es suficiente.

—¿No es usted policía? A mí me dijeron que usted era policía. No es que ande preguntando, señora Patria, no piense, pero como acá todos se conocen...

placeholder Men Marías, autora de 'La última Paloma', de Editorial Planeta.
Men Marías, autora de 'La última Paloma', de Editorial Planeta.

Desde su sitio casi roza mi bolso. Mi bolso, que desde anoche custodia entre la placa y el arma una prueba de embarazo que no soy capaz de abrir y que sigue asomando como una vieja cotilla. Debí haberla comprado en Cádiz, no en el pueblo; a estas alturas, todo el mundo lo sabrá. Lo que le pase a un hijo de Rota es de dominio público, le ocurre a todo el pueblo a la vez. Como un cuerpo al que le duele una muela o una pierna: el organismo entero se resiente.

—Ah, guardia civil. No es usted policía, señora Patria, sino guardia civil. Pues no, con ustedes los de verde tampoco he tenido problemas —dice Marlene, que ha pedido zumo de naranja sin pulpa.

Una pareja de no más de catorce años se sienta en el barril maldito, el único separado del resto, donde Sacha me besó por primera vez. Parece que él le pide perdón por algo.

—Y a su mamá, la señora Candela, ¿cuándo me la va a presentar?

Doy un trago al café con leche, helado, y le explico a Marlene que Candela no es mi madre. Es mi tía. Y mi hermano Víctor y yo estamos preocupados por ella.

—Normal. Con ochenta y seis años..., normal. Yo trabajo acá, en otras casas de Rota, con más viejitos enfermos.

—Mi tía no está enferma, Marlene. De hecho, tiene una salud envidiable. Pero empieza a olvidar cosas: apagar el fuego, cerrar la puerta —mi móvil vibra a la altura del muslo. No le presto atención. Quiero irme a casa y enfrentarme al test del diablo—, limpiar, incluso preparar la comida. Necesitamos a una persona que vaya unas horas al día a supervisarla. Mi hermano Víctor y yo nos encargamos del resto.

'La última Paloma', de Men Marías, publicada por Editorial Planeta, está llamada a convertirse en una de las grandes novelas del presente año

Marlene me detalla su experiencia mientras mordisqueo el cruasán con mantequilla. Crujiente por fuera, esponjoso por dentro. Hoy he podido ponerme los guantes que me dejan los dedos al aire, pero, aun así, la tela se pringa. Una banda con la leyenda 'Feria de la Primavera 2019' atraviesa la plaza de la Cantera de extremo a extremo. Veo el cocedero de La Mala Madre levemente distorsionado por los plásticos. Parece que la nécora abre y cierra las pinzas por el efecto. La luz del día aún es tan oscura, tan azul, tan tétrica que parece que estamos bajo el agua. Me vibra el muslo otra vez.

Sacha.

Sacha, jueves de feria y siete y media de la mañana son problemas. En otra época se trataría de algo divertido. Ahora son problemas.

—¿Mi sargento?

Es el cabo Covarrubias quien responde. Con la voz de quien ha corrido una maratón. Me indica que no cuelgue y grita: "¡Mayor Santos! ¡Tengo a la sargento Santiago al teléfono!". Marlene me explora con curiosidad. Apoya el vaso de zumo sobre el pecho y mordisquea la pajita. Oigo al otro lado del aparato las botas de Sacha. Se acerca. Y el viento. Parece que pisa piedras pequeñas. Grava. ¿Dónde están? Escucho sirenas.

—Patria —jadea. Es la primera vez que ignora el "sargento" para usar mi nombre en muchos meses—. Patria, ven a la casa de Mongoli. Cuanto antes. A la entrada, en la verja de la base naval.

Me levanto para rehuir los hambrientos oídos de Marlene y pregunto qué diablos pasa. Sacha está en la calle y la lluvia y el viento me impiden entender todo lo que dice. Me resbala el móvil entre los guantes.

Un cadáver, Patria. Un cadáver con alas.

Frente a la base naval de Rota (Cádiz), tras el cordón policial que delimita la brutal escena, un grupo de vecinos clama por que se haga justicia: el cuerpo de la joven Diana Buffet yace salvajemente mutilado y con unas enormes alas cosidas a su espalda. Ni las cámaras ni el helicóptero de vigilancia de la base han captado una sola imagen que pueda servir a la investigación; algo incomprensible.

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