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Más se perdió en Cuba: ¿Quiénes eran los Mambises?
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Más se perdió en Cuba: ¿Quiénes eran los Mambises?

Repasamos algunos hitos clave de la independencia cubana, sus causas y consecuencias, hasta que un famoso buque estalló, hundiéndose en el puerto de La Habana una noche de febrero de 1898

Foto: Los Mambises en su campamento de Pinar del Río. (José Gómez de la Carrera)
Los Mambises en su campamento de Pinar del Río. (José Gómez de la Carrera)

“Después de vivir en este país (EEUU) por algunos años, he comprendido que es un país sin alma porque todo está condicionado al dinero”.

Reinaldo Arenas (Poeta cubano).

Decía Dostoievski que nunca podría entender como bajo un cielo tan trufado de estrellas podía existir una civilización tan violenta. El autor más alejado de las idealizaciones, de las historias con final feliz, el más cercano a la realidad del dolor, no daba puntada sin hilo. Este escritor universal que pasó una larga temporada en Siberia, destino turístico por antonomasia de cualquier ruso que se atreva a pensar; definió la condición humana tan perfectamente que quizás sea de los contados autores que hayan penetrado más profundamente en el alma del bípedo huérfano que somos. Su íntimo convencimiento de la urgencia de un cambio radical de los valores humanos hacia un techo más elevado fue puesto de manifiesto en su abrumadora obra y exploración de la conciencia del individuo. Evidentemente, no conocía Cuba, ni la alegría de sus aborígenes, ni la brisa suave y constante, ni el verde mar con un fondo alfombrado de langostas rojas; quizás esto le habría inspirado otra definición de la humanidad más cercana al Buen Salvaje de Rousseau. Pero eso pudo ser en una era pretérita, en un tiempo que se agotó cuando llegó la civilización.

Transcurridas dos décadas tras el primer viaje de Colón, Cuba se incorporaría al imperio español dentro del proceso de obligada ocupación dada la inercia de los viajes de descubrimiento hacia el oeste. La idea primigenia era ir a Catay y Cipango, pero la accidentalidad o la fortuna quisieron que las cosas fueran de otra manera. Diego Velázquez sería el primer gobernador de Cuba, y los indígenas Tainos, de a poco, serían arrinconados en las montañas. Hacia el año de 1510, la geografía de la isla estaría más o menos controlada y las encomiendas comenzaban a funcionar a pleno rendimiento. La rápida reducción de la población indígena vía enfermedades importadas, aniquilación gradual por la erosión de la guerra o esclavitud a la que serían sometidos por la acción de la conquista, dejaría el precario agro local como un páramo y, en consecuencia, la ganadería se convertiría en el activo más importante de cara al comercio.

Nunca se podrá valorar en su justa medida lo que Cuba dio a España (y viceversa) en sus cuatro siglos de esplendor, incluida una agonía inmerecida. Acontecía que se aproximaba el fin del siglo XIX y las ambiciones norteamericanas ya apuntaban maneras. El rumor de la guerra despertaba en un país que vivía de ella y lo haría durante muchos años más. A la opinión pública se le iba calentando de a poco con el típico maniqueísmo y con aquel eslogan de “América para los americanos” y lo demás también.

La intromisión de los americanos

Por si la cosa no estaba clara, grupos de guerrilleros locales financiados y armados por los instigadores del norte, se habían alzado en una incómoda guerrilla que hostigaba a los peninsulares sin mucha eficacia, pero que obligaban a destacar fuerzas desde España con el consiguiente coste. Dos propietarios de los medios más importantes de EEUU agitaban el tema con claras intenciones de conflicto; uno era el infumable William Randolph Hearst que asumía que él y solo él era quien detentaba la verdad última de los hechos; el otro era Joseph Pulitzer, inventor de la prensa amarilla y fundador del "New York World", piedra angular de la “búsqueda de la verdad", elevándolo a altos niveles de popularidad; popularidad adquirida demonizando a los españoles sitos en Cuba usándolos como trampantojo de las desmedidas ambiciones del nuevo imperio y sus intereses en compañías bananeras y hortofrutícolas localizadas en la isla. Para ello, el ya clásico tándem o contubernio de las corporaciones con las autoridades y los medios, comenzó a entrar en ebullición.

La mejora de las infraestructuras favoreció el comercio y nuevas poblaciones comenzaron a proliferar, como la hermosa ciudad de Pinar del Río

A principios del siglo XVIII, los Borbones, además de implantar una administración centralizada, contraria al formato casi federal de los virreinatos austrias, proponían la actualización de la anquilosada estructura mercantilista, muy tradicional y rancia, con nuevos aportes y una visión renovada. A raíz de esto, los granjeros españoles y criollos potenciaron los cultivos de tabaco y caña de azúcar y la isla se convirtió en un emporio de corte fenicio o portugués; esto es, algo más sensato y productivo. La mejora de las infraestructuras favoreció el comercio en general y nuevas poblaciones comenzaron a proliferar, entre ellas, la hermosa ciudad de Pinar del Río, al oeste de la elongada isla que con el tiempo sería aplastada literalmente por la sevicia de los norteamericanos y su corolario de mafias, arrogancia racial e incipiente imperialismo. Más tarde, un régimen totalitario de corte comunista hundiría a este gran pueblo en una miseria endémica. Desde la consolidación de la administración francesa hasta el atentado de falsa bandera del acorazado Maine, promovido por los habituales de estas mañas, el comercio de Cuba con el resto de naciones se elevaría a un nivel antes desconocido.

Un traidor llamado Máximo Gómez

Pero todo lo que sube baja; cosas de la gravedad. La población criolla se había venido arriba y llevaban tiempo enredando con financiación norteamericana; la evolución de los acontecimientos apuntaba a borrasca. Primero fue el poeta Jose Martí y más tarde se incorporó a la fiesta del despropósito un traidor que había hecho carrera en el ejército español; se llamaba Máximo Gómez. Con independencia de su condición de traidor, este general era brillante. Sabía de los entresijos del ejército español y su forma de operar. Por ello, se dedicó en cuerpo y alma a amagar y no dar, con el consiguiente desgaste psicológico que ello suponía. Con acciones audaces entretuvo a los españoles hasta que llegó su colega de armas Maceo con un ejército adicional y ahí sí, se comenzaron a poner las cosas feas. Cuando el general Martínez Campos lo citó para una batalla formal, el cubano se escaqueó previamente avisado por los telegrafistas del ferrocarril. No era fácil meterle mano. Pero Martínez Campos había vuelto a infravalorar a Máximo Gómez; lo persiguió a través del tendido del ferrocarril y cuando quiso darse cuenta, los insurrectos habían entrado en La Habana. Fue un golpe demoledor.

placeholder El general Gómez montado a caballo en La Majagua (1897).
El general Gómez montado a caballo en La Majagua (1897).

Escaso de recursos y con una racionalidad digna de encomio, Máximo Gómez hizo lo posible para fomentar rumores que generaran todo el desasosiego posible en una guerra sicológica en toda regla. A través de mensajes que, a sabiendas de que serían interceptados, revelarían aspectos de una estrategia creíble pero inexistente, confundiendo de nuevo a los españoles. Innumerables emboscadas, penetraciones insolentes en las líneas adversarias y escaramuzas ultrarrápidas, modelo visto y no visto, producirían cerca de 20.000 bajas (según historiadores hasta 25.000), entre desaparecidos, muertos, heridos de gravedad y una enorme miriada de enfermos por disentería, fiebres palúdicas, y enfermedades de comorbilidad. Se calcula con cifras de campo que desde febrero de 1895 y hasta agosto de 1898, 41.000 soldados españoles perecieron solo por enfermedades; esta cifra tan abultada sumaba cerca del 20 % del ejército destacado en Cuba.

Foto: 'Alegoría de la colonización de Sierra Morena por Pablo de Olavide en el reinado de Carlos III', por Felipe Abás Aranda. (Wikimedia Commons)

Para 1897 las posiciones estaban tablas. Los insurrectos estaban bien pertrechados y atrincherados en la zona occidental de Pinar del Río y se llegaría a un acuerdo verbal de no agresión. Pero el 15 de febrero del año 1898, el Maine fondeaba en La Habana sin previo aviso, algo contrario a las prácticas diplomáticas. Con un ejército descomunal, España, mermada por el flagelo de las enfermedades locales, amenazada por los Mambises financiados por Norteamérica, con los rubicundos Rangers y marines al acecho... la situación se hacía insostenible para las arcas estatales. Veteranos de guerra, impregnados de olor a pólvora, envejecidos repentinamente por las atroces condiciones de aquella isla lejana, con el alma flotando en vilo en un callejón sin salida, luchaban más que todo por sobrevivir a la existencia; la fe se tambaleaba, los ateos proliferaban, los curas hacían horas extras mientras contaban unas milongas bien empanadas, etc. Las cosas de la guerra…

“Después de vivir en este país (EEUU) por algunos años, he comprendido que es un país sin alma porque todo está condicionado al dinero”.

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