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¿Invadieron alguna vez los alemanes Andalucía? El craso error de Pablo de Olavide
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¿Invadieron alguna vez los alemanes Andalucía? El craso error de Pablo de Olavide

Repasamos la historia de este sabio ilustrado en el contexto del proyecto Nuevas Poblaciones para llevar habitantes a la zona de Sierra Morena durante el reinado de Carlos III

Foto: 'Alegoría de la colonización de Sierra Morena por Pablo de Olavide en el reinado de Carlos III', por Felipe Abás Aranda. (Wikimedia Commons)
'Alegoría de la colonización de Sierra Morena por Pablo de Olavide en el reinado de Carlos III', por Felipe Abás Aranda. (Wikimedia Commons)

«No hay viento favorable para el que no sabe adónde va»

Séneca.

Durante los siglos XVI y XVII, España se había convertido en un pais vacío por la despoblación, emigración a las indias, falta de natalidad manifiesta, almas llevadas por las guerras, abandono del agro en pos de una vida mejor en las américas, etc. En suma, parecíamos cada vez más un erial. Mientras, allende los mares, las actividades horizontales eran más prolijas y exponenciales cada vez y por ende, los cantos de sirena transatlánticos tenían abducidos a los peninsulares con las promesas de una vida mejor. Tras el primer impacto de los agresivos patógenos que llevamos y mermaron sustancialmente las poblaciones locales, las estadísticas demográficas al otro lado del Atlántico se disparaban sin control y los mulatitos crecían como setas.

A partir de 1550, la despoblación peninsular se había convertido en una anomalía endémica que era objeto de preocupación por primera vez en las altas instancias. La depauperación del pais por la mala gestión de los recursos provenientes de América no cubría las necesidades estructurales ni la insaciable demanda de las guerras de la monarquía. La debida atención a los problemas generados por estos procesos de deterioro se iba sorteando con parches (préstamos de usura de los genoveses, los Fugger y los Welser) y no se veía un horizonte claro al final de las estériles guerras de religión y su verdadera tramoya, que no era otra que la independencia del poder mundial que ejercía aquella España temprana llena de iniciativas y frenos a la vez. Este escenario se perpetuó durante el siglo siguiente y…Es cuando llega la Ilustración donde su influencia y la de sus más señalados representantes empiezan a poner orden ante lo que ya era una decadencia evidente en medio de los anhelos de una población resignada.

Por entonces, el Consejo de Castilla, a partir de informes compilados por los intendentes agrarios de Andalucía y de un informe crucial proporcionado por Pablo de Olavide, una de las mentes más preclaras del momento, intentó y materializó una prueba piloto que, sin llegar a tener las pretendidas dimensiones de una ley agraria de alcance nacional, daría sus modestos frutos. Una sociedad rural autárquica en un enclave muy conflictivo (Sierra Morena y su famoso bandidaje de la época) se tradujo como un experimento social y económico en pequeños enclaves urbanos que arrojaron esperanza en aquel yermo y agreste lugar. El pensamiento ilustrado que había arrancado con Fernando VI (1713–1759) un rey joven y con implicaciones afines a esta corriente, además de con una clara vocación de reformar el pais, haría resurgir de la nada la idea de una sociedad agrícola casi perfecta en la ruta estratégica entre Madrid y Sevilla. Esta apuesta surtiría efecto en el momento del advenimiento de Carlos III y el apogeo de Pablo de Olavide y sus geniales e imaginativos desafíos.

Voltaire decía de Pablo de Olavide que, con cuarenta hombres como él, España se salvaría de la delicada situación en la que estaba

El propósito de poblar la ruta que conducía a Sevilla, la protección a los viajeros de los bandoleros y la activación de una enorme cantidad de tierras baldías era el objetivo de este cultivado criollo al servicio del probablemente mejor rey que haya tenido este pais, Carlos III. Voltaire decía de Pablo de Olavide (que tiene dedicada una bulliciosa y amable plaza en el barrio madrileño de Chamberí) que, con cuarenta hombres como él, España se salvaría de la delicada situación en la que estaba. Ya en las tertulias a la que asistía con Campomanes y el Conde de Aranda había cuajado un profundo reconocimiento entre los tres; esto haría que Olavide escalara brillantemente en la función pública por derecho propio. El detonante de ese reconocimiento venia dado por el famoso informe de situación del agro andaluz en el que como bien señalaba Pablo Olavide, más de dos tercios eran o pura maleza o terrenos baldíos, sobre el tercio restante argumentada que estaba pesimamente cultivado. Este informe causó el efecto de una bomba en manos del rey.

Pero no hay reto por difícil que sea que la voluntad no pueda vencer. La idea de repoblar Sierra Morena estaba en la primera página de la agenda de aquel cultivado funcionario. En aquel tiempo, era el paraíso de los chorizos de andar por casa y de los bandoleros más osados, de contrabandistas y asesinos fugados; los secuestros estaban a la orden del dia. Era la sierra un microcosmos de especialistas en descargar a los viajeros de sus posesiones, de asaltar pueblos enteros y huir a través de sus alambicados recovecos y profundas gargantas hacia sus refugios en lo más recóndito de aquellos lugares dejados de la mano de Dios. Sierra Morena era el paraíso de los “chungos”.

placeholder Paisaje de la Sierra de Aracena, que forma parte de Sierra Morena. (Wikimedia Commons)
Paisaje de la Sierra de Aracena, que forma parte de Sierra Morena. (Wikimedia Commons)

Todo comenzó a cambiar con Campomanes, Olavide y Carlos III, un rey visionario. Se hacían necesarias unas leyes que dieran a los agricultores un sentido e identidad de individualidad frente a los grandes señores de la tierra. Un militar bávaro y empresario de fortuna u oportunista para el caso, Gaspar de Thurriegel, recibiría 326 reales por cada candidato que cumpliera unos requisitos tales como que deberían de ser agricultores, artesanos, gente sana en edad productiva y conocedores de sus oficios. Además, y para rematar, tenían que rezar como los ángeles. El alemán intentó estafar al rey y lo pagó caro. Le echaron el guante en la frontera navarra y lo pusieron a la sombra durante diez años. Cuando salió de su presidio había perdido la mitad de su peso y no le quedaba un pelo que diera testimonio de que aquel cuero cabelludo estuvo poblado por una buen mata.

El proyecto Nuevas Poblaciones

Para desarrollar el proyecto de Nuevas Poblaciones en aquel inhóspito lugar entre Córdoba y Sevilla además de arquitectos e ingenieros, de albañiles y carpinteros, hubo que llevar ganado, simientes y desplazar tropas para asegurar la tranquilidad del proyecto. Aquello prosperó ciertamente, pero los lugareños temerosos del bandolerismo que habitaba el lugar estaban inquietos. Hubo que repoblar con tropas desmovilizadas de los frentes, lansquenetes, mercenarios, campesinos de Centroeuropa, etc., la inmensa mayoría provenientes de los territorios que hoy configuran Alemania, Suiza, Austria y los territorios de Flandes.

placeholder 'Carlos III entregando las tierras a los colonos de Sierra Morena', por José Alonso del Rivero. 1805. Óleo sobre lienzo. (Wikimedia Commons)
'Carlos III entregando las tierras a los colonos de Sierra Morena', por José Alonso del Rivero. 1805. Óleo sobre lienzo. (Wikimedia Commons)

Alrededor de seis mil colonos procedentes de la Europa central, la mayoría desmovilizados de las guerras de turno, aterrizaron en aquel inhóspito lugar a miles de kilómetros de sus hábitats originales. El rey les proporcionó ganado y semillas, material de construcción y protección además de diez años de exoneración de impuestos. ¿Cuáles eran las condiciones? Ser católico, demostrarlo y carecer de antecedentes. Las pésimas cosechas y la devastación de las guerras habían creado una profunda crisis en el campesinado pues centenares de miles de personas malvivían en situaciones de precariedad y la opción que se les ofrecía era poco menos que la salvación; por las mismas, todos se pusieron a rezar. En la primavera de 1767 el llamado Fuero de Nuevas Poblaciones registrado en una Real Cédula con firma y sello del monarca especificaba en un perfecto y asequible lenguaje sin excesos formales, como revitalizar Sierra Morena.

La gran obsesión de los ilustrados del siglo XVIII era el proyecto poblacional y la natalidad, a mayor densidad de población más recaudación, más proyectos, más futuro; el estado se hacía cargo del bosquejo, de las alternativas; el contribuyente a lo de siempre. Las apuestas civiles y sociales y por extensión, lo que generara consumo y riqueza con la que recaudar quedaban al amparo de la autoridad. Aquella España que se había vaciado de ilusión, en la que la emigración era el comodín de todo aquel que aspiraba a algo, se iba quedando de a poco, famélica.

Condiciones y resistencias

Este ensayo de repoblación de la Sierra Morena conllevaba mucho trabajo para sus nuevos inquilinos, pero a cambio recibían, en medidas de superficie castellanas, el equivalente a cincuenta fanegas (una fanega castellana medía el equivalente a 3.424 m2), cinco ovejas merinas, un par de vacas lecheras, cinco gallinas y un atribulado gallo, que es de imaginar estaría muy ocupado haciendo horas extras, más cinco cabras y una cerda; del cerdo no se hace mención alguna por lo que es de suponer que la fertilidad funcionaba por esporas. Si el usuario aguantaba diez años el tirón, era propietario del cotarro adjudicado en usufructo. Pero no todo era miel sobre hojuelas. Olavide tropezó con la Iglesia. Un grupo de capuchinos presto a evangelizar 'a todo quisqui', se mostró reacio a seguir las normas del rey y pretendían tener mando sobre aquellas almas. Un tal fray Romualdo de Friburgo, que venia con la comitiva de clérigos desde Alsacia se quiso erigir en el líder de la colonia. ¿O quizás intervenir sobre la caja sisándole al rey la pasta de los colonos?

El clérigo germano, ayudado por la Inquisición, le metió un susto en el cuerpo al pobre Olavide que lo tuvo descompuesto una buena temporada

El caso es que el fraile prusiano se chivó al confesor del rey, el Padre Eleta, de que Olavide tenía un verbo bastante impío que podía desatar las iras del Señor y para rematar, lo acusaron de que, en el sentido coloquial, era un pelín borderline. Total, que el clérigo germano, ayudado por la Inquisición, le metió un susto en el cuerpo al pobre Olavide que lo tuvo descompuesto una buena temporada. Eso sí, antes de pasarlo por la pena máxima le aligeraron de todas las posesiones que tenía, dejándolo en paños menores.

Cuando le iban a chamuscar, una mano discreta (se cree que fue el propio rey) propició la fuga de este gran ilustrado a Francia con una bolsa de pepitas de oro alojada en las alforjas. Campomanes y Floridablanca no dijeron ni pues habían estado encausados en varias ocasiones por el Santo Oficio, aunque sus causas habían quedado archivadas tras hacer las debidas donaciones a la Santa Madre Iglesia y pagar un porrón de misas. En el trasunto de todo esto, había una pugna entre los de la sotana y los ilustrados; los primeros no querían que las ideas corrosivas llegaran al vulgo no fuera a ser que se pusieran a pensar. A la postre, tras una compleja adaptación, pueblos de confección geométrica e impecable, como Guarromán, La Carolina, Linares, Santa Elena, Bailen, etc. han llegado al dia de hoy como un legado revolucionario rodeados de latifundios. El espíritu de los ilustrados está presente en Sierra Morena; su artífice, Olavide, una víctima más de la sinrazón.

«No hay viento favorable para el que no sabe adónde va»

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