Es noticia
José Ribas, el almirante español que estuvo al frente de la flota del zar
  1. Alma, Corazón, Vida
Un héroe lejano

José Ribas, el almirante español que estuvo al frente de la flota del zar

Lamentablemente, sobre la bocina de finales del siglo XVIII, fallece uno de los más grandes marinos españoles que, por la accidentalidad, triunfa en el país de las estepas

Foto: José Ribas, pintado por Johann Baptist von Lampi el Viejo. (1796)
José Ribas, pintado por Johann Baptist von Lampi el Viejo. (1796)

Pero todos sufrieron de un modo indescriptible, sufrieron hasta ese grado en que la angustia se trasforma en enfermedad mental.

"Yo recuerdo" (Boris Pasternak 1957)

Cerca de San Petersburgo, en una de sus murallas asentada en las orillas del río Volkhov, Novgorod, la capital más antigua de la Rusia milenaria, fundada por los vikingos del Rus, da la impresión de haberse quedado congelada en la sórdida época soviética. Una sencilla estación de tren sin más ornamentación que la de un cartel desvaído rotulado con la dirección de la antigua capital es el testimonio de aquella grandeza latente, sello de la actual memoria de Rusia. Pero lo que muchos ignoramos, es que un español formó parte de la grandeza de aquella Rusia en su increíble expansión hacia el este. José de Ribas era su nombre.

En la providencial intervención del Gran Almirante español, radica la modernización de la marina rusa, proceso iniciado en su momento por el controvertido zar Pedro el Grande, sujeto colosal que se apretaba dos litros de vodka diarios y que pasaría a la historia por su conducta extremadamente violenta. En su visionario enfoque sobre la grandeza de Rusia, diseñó una de las marinas más poderosas de la época y así, de esta manera, daría un potente impulso a la construcción naval. El zar Pedro el Grande, gigante de más de dos metros, ansiaba el dominio del mar Negro y para ello debía de competir con los correosos turcos, siempre guerreros de una pasta. Pero sería en la época de Catalina II cuando aquel plan cobraría vida. El planificador delegado para aquella resurrección de la armada rusa era ni más ni menos que el Nelson local, uno de los navegantes más laureados de la historia por sus hazañas en la exploración de la durísima costa ártica de Arkángel. El almirante Ushakov tenía como segundo a José de Ribas y ambos, conformarían una dupla excepcional.

Este futuro alto oficial, sin registros en la amnésica memoria patria, brindó a Rusia lo que no pudo dar a nuestro país. Nacido en Nápoles en el tiempo del ilustre Carlos III, en el año 1743, el joven alférez participó en una de las tramas más audaces de la historia desconocida, o deliberadamente no registrada, ayudando al conde Oleksiy Orlov, un agente doble que ora trabajaba para Rusia, ora para el mejor postor. Se daba la circunstancia de que una de las más hermosas mujeres rusas, miembro de la muy selecta aristocracia, fue requerida por su condición de aspirante al cetro de zarina a la cubierta del barco que comandaba Ribas.

La princesa Tarakanova

Uno de los secuestros más asombrosos de la época se iba a producir para pasmo de los presentes. La impresionante princesa Tarakanova, bajo el paraguas de su supuesto parentesco con la emperatriz Catalina II, pretendía el trono; pero los otros conspiradores no estaban por la labor. Sea como fuere, Alexánder Pushkin escribió sobre ella en La hija del capitán y el pintor Konstantín Flavitski, inmortalizo a Tarakánova en un impactante lienzo que representa una celda anegada en una desbordada inundación del rio Neva.

placeholder La princesa Tarakánova, en un lienzo de Konstantín Flavitski (1864).
La princesa Tarakánova, en un lienzo de Konstantín Flavitski (1864).

El caso es que, como ya sabemos por los antecedentes que operan en la reputación rusa, no hay medias tintas.

Con la flota rusa al pairo en las cercanías de Livorno, en la costa occidental de la Italia actual y de cara al golfo de Génova, el conspirador Orlov pidió la mano de la princesa jurando defenderla hasta su muerte. Mientras tanto, Ribas era testigo de aquella pantomima. Su compromiso en la operación se produjo con la mirada de reojo de las autoridades españolas. Cuenta la leyenda que la aspirante al trono Romanov había muerto en 1777, probablemente de tuberculosis y no ahogada, como refleja Flavitsky. El caso es que, tras el rapto y neutralización de aquella inspirada obra del altísimo, José de Ribas sería invitado a visitar el trono zarista. Y aquí es donde comienza su elevada singladura.

Al mando de los Zaporosvsky

Durante el conflicto ruso-turco de 1768-74, los rusos causaron un enorme destrozo a los turcos en el Egeo y, esgrimiendo una potencia de fuego muy superior se impusieron de manera inapelable a estos; a la conclusión de la batalla los anatolios habían pasado a mejor vida y José Riba había ascendido a capitán de fragata. Como consecuencia de aquel conflicto crepuscular, perderían un nutrido rosario de posiciones seculares en las dos orillas del Danubio. Pero los turcos no tiraron la toalla.

Los rusos siguen a su líder natural. Ribas se convierte en una estrella de perfil bajo por su prudencia y lejos de destacar, cede protagonismo

Eran los Zaporosvsky una infantería de marina rusa de armas tomar, la mayoría de sus miembros eran cosacos y su fidelidad a la zarina Catalina II no se discutía. El entonces general José de Ribas fue puesto al mando de esta horda de soldados de elite que causaban pavor en el frente por su arrojo y desprecio a su propia vida. Desde que Ribas asume la dirección de estos arrojados soldados, las fortificaciones del entorno próximo a Estambul van cayendo una a una hasta causar una alarma general en la cúpula militar turca. Es tal el impacto que causa en el resto de Europa la caída de Odessa (a la sazón Jadzibey), enorme población portuaria que previamente había sido bloqueada por una cincuentena de botes de remo y quilla plana, que el imperio británico se alarma infundadamente ante la expansión de varias flotas rusas hacia el Mediterráneo. Pero el tema no acaba ahí. Los rusos siguen a su líder natural. Ribas se convierte en una estrella de perfil bajo por su prudencia y lejos de destacar, cede protagonismo.

Foto: 'La maja vestida', de Francisco de Goya. Se sospecha que pudo ser Pepita Tudó.

En memoria del recuerdo de un antiguo asentamiento griego llamado Odissos y con la ayuda de ingenieros civiles franceses, la nueva ciudad de Odessa crece y crece hasta convertirse en una gran urbe. Pablo I, el zar entrante, asciende al español a inspector general de la flota. Una cardiopatía le merma de a poco su enjuto cuerpo. No obstante, es promovido al puesto de almirante y mientras dirige la construcción de la famosa fortaleza de Kronstadt, base naval estratégica construida inicialmente en el tiempo de Pedro el Grande, Ribas aporta ideas revolucionarias en la frontera del siglo XVIII para proteger a Petrogrado (San Petersburgo).

Lamentablemente, sobre la bocina del final de siglo, fallece uno de los más grandes marinos españoles que, por la accidentalidad, triunfa en el país de las estepas. José de Ribas, un almirante español muerto dos veces; una, por el natural tránsito hacia la eternidad, otra, por el cruel olvido.

Pero todos sufrieron de un modo indescriptible, sufrieron hasta ese grado en que la angustia se trasforma en enfermedad mental.

Historia de España
El redactor recomienda