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¿Se puede fomentar la curiosidad en los niños o es algo innato?
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¿Se puede fomentar la curiosidad en los niños o es algo innato?

Uno de los propósitos principales de todos los padres es que su hijo tenga interés por conocer más sobre el mundo que le rodea, pero ¿es algo que se puede incentivar?

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Dicen que la curiosidad mató al gato, pero en realidad todos asociamos este atributo como algo positivo. El deseo de aprender o descubrir cosas nuevas se asocia con unos mayores niveles de entusiasmo en todas las esferas de la vida, lo que redunda en desarrollar una pasión por el conocimiento que viene muy bien de cara a reducir las probabilidades de sufrir síntomas de trastornos mentales como la depresión. Muchos de los grandes descubrimientos de la humanidad, como el fuego o las leyes matemáticas, no se habrían dado en caso de no poseer demasiadas preguntas que demandaban urgente respuesta.

A medida que vamos ganando años podemos perder parte de esa curiosidad, pues por una cosa o por otra la mayor parte de las personas se acostumbran a una rutina o una forma de vida en la que existe una cierta ilusión de control que nos hace creer y aspirar a tenerlo todo atado y dispuesto. En la vida adulta y moderna, la curiosidad puede aparecer, más no lo hará con tanta intensidad como en los primeros años de vida. De hecho, hay estudios que cifran el número de preguntas que se suelen hacer los niños en edad preescolar: alrededor de 25 por hora, que equivalen a una cada dos minutos.

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Es lógico ver los primeros años de nuestra vida como un descubrimiento paulatino del mundo, de las personas y de las relaciones. Por ello, podríamos deducir que un niño siempre es curioso por naturaleza, en caso contrario nunca podría realizar actividades tan cotidianas como andar o hablar, las cuales implican un enorme esfuerzo y coordinación para su corta edad. Cualquiera que tenga a un niño cerca en su vida diaria es consciente de la gran cantidad de preguntas que pueden hacer en un solo día; a veces, no hace falta ni formularlas, pues sus ojos ya delatan ese afán por querer saber de qué va todo esto.

Curiosos desde pequeños

"Los bebés parecen disponer de mecanismos integrados que les guían hacia cosas que les resultan útiles para aprender", asegura Celeste Kidd, psicóloga de la Universidad de California en Berkeley, a propósito de un artículo publicado en Aeon por la periodista Shayla Love que explora todas estas teorías. "Específicamente, los bebés se preguntan por cosas que rompen sus expectativas". En 1964, un psicólogo de desarrollo llamado Robert Lowell Fantz descubrió que los bebés miraban menos un patrón visual repetido que uno nuevo, lo que sin duda demuestra que, de alguna forma, están abiertos a lo inédito y sorprendente.

"No es que la curiosidad sea un recurso finito, es que los adultos no están dando a los jóvenes los nutrientes necesarios para que no disminuya"

Ahora bien, ¿podemos fomentar esta curiosidad? Más allá de las cualidades vitales que trae consigo, se supone que cuanto más curioso sea un niño, más fácil será que obtenga buenos resultados educativos al disponer de ese deseo de querer conocer más sobre un tema determinado o que todavía no conoce. Efectivamente, la curiosidad se puede avivar de formas muy sencillas, a veces tan solo basta con gestos.

Hay experimentos que demuestran que es más probable que un niño interactúe con un objeto que no conoce si un adulto a su lado comenzaba a hacer expresiones faciales o comentarios de ánimo para que descubriera que es. En cuanto a lo que ya conoce, pero queremos estimular en él, como por ejemplo un idioma o una disciplina artística, debemos intentar buscar cuál puede ser el elemento más llamativo de toda una cadena de sucesos o eventos. O, como afirma Susan Engel, psicóloga del Williams College de Massachusetts, rastreando lagunas en su conocimiento.

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Ella lleva años investigando por qué a cierta edad los niños de pronto sienten menos curiosidad o prescinden de ella. Así lo sintió en sus propias carnes como profesora, cuando percibió que los niños podían prestar más o menos atención a las clases, pero la mayoría de ellos no tomaba una participación activa en las novedades que se les presentaban en su día a día (tanto en el contexto educativo como a la hora de socializar o interactuar con el entorno). Según Engel, la edad media a la que un niño empieza a perder entusiasmo por el conocimiento es a los seis años. "No es que la curiosidad sea un recurso finito, es que los adultos no le están dando los nutrientes necesarios para que no disminuya", recalca. "A veces, cuando los estudiantes jóvenes hacen preguntas, los profesores las desestimaban porque no tenían que ver con el tema que estaban impartiendo".

Para ser más curiosos, basta con "buscar esas lagunas de conocimiento, prestar atención a lo nuevo y saber de todo un poco para aspirar a querer conocer más"

Se cree que, cuando tienes un hijo o estás frecuentemente con niños pequeños, el niño que hay en ti también sale hacia fuera. Por tanto, lo más fácil para estimular su curiosidad es simplemente mostrarte curioso cuando tú estás con él, ya que los niños son como esponjas y no solo se fijarán en aquello a lo que llamas su atención, sino también en el dedo, es decir, en tu manera de mirar y observar las cosas. Esto es especialmente difícil para los adultos, pues se supone que por ley natural vamos perdiendo la capacidad de sorprendernos por las cosas a medida que cumplimos años. Nos acostumbramos a lo que sucede, a los objetos y a las personas que nos rodean y, sobre todo, nos volvemos más selectivos frente a aquello que nos fascina.

Pero, como señala finalmente Kidd, los adultos pueden fomentar su propia curiosidad con las mismas estrategias que se usan para los niños: "buscar esas lagunas de conocimiento personales, prestar atención a lo nuevo o sorprendente y saber de todo un poco para aspirar a querer conocer más sobre un tema determinado". Al fin y al cabo, nos define más lo que no sabemos o estamos todavía en progreso de conocer, que lo que ya damos por sentado, como diría un filósofo.

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero en realidad todos asociamos este atributo como algo positivo. El deseo de aprender o descubrir cosas nuevas se asocia con unos mayores niveles de entusiasmo en todas las esferas de la vida, lo que redunda en desarrollar una pasión por el conocimiento que viene muy bien de cara a reducir las probabilidades de sufrir síntomas de trastornos mentales como la depresión. Muchos de los grandes descubrimientos de la humanidad, como el fuego o las leyes matemáticas, no se habrían dado en caso de no poseer demasiadas preguntas que demandaban urgente respuesta.

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