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¿Por qué los españoles hablamos tan alto? Los motivos y las consecuencias de nuestros gritos
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¿Incurable?

¿Por qué los españoles hablamos tan alto? Los motivos y las consecuencias de nuestros gritos

En el año 2017, Madrid fue considerada la sexta ciudad más ruidosa del mundo, pero hay un ruido en concreto que sorprende a quien viene de fuera: nuestro tono de voz

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"Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne viva. Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre porque tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia hasta desgarrarnos la laringe", decía León Felipe. El poeta, a veces vinculado a la generación del 27, aseguraba con estas palabras que este tono de voz característico se debía a una especie de enfermedad crónica colectiva: algo "incurable" arraigado a la historia.

Tres gritos fueron claves para fijarse su forma a nuestras cuerdas vocales, señalaba en su texto. El primero, aquel "¡Tierra!" Que los miembros de la tripulación de Colón soltaron cuando llegaron a América: "Acabábamos de descubrir un mundo nuevo, un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más tarde, en el gran naufragio de Europa, tenía que agarrarse la esperanza del hombre". La segunda, con Don Quijote y su "Justicia, justicia, justicia". Y la última, en 1936, cuando en las calles de toda España la gente gritaba "¡Que viene el lobo!", tratando de advertir a otros de los peligros de un fascismo cada vez más cerca.

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Puede que León Felipe tuviera razón en que el grito es una cuestión de herencia, pero parece que científicamente hay mucho más detrás de la manera en que tendemos a comunicarnos mientras otros no dan crédito a tanto ruido.

Los más ruidosos

Si de ruido se trata, en el año 2017, Madrid fue considerada la sexta ciudad más ruidosa del mundo, solo después de Bombay, Calcuta, El Cairo, Nueva Delhi y Tokio. Por supuesto, en este concepto caben no solo las voces de sus ciudadanos y ciudadanas, también los sonidos con los que conviven en las grandes ciudades: motores, motores y más motores. Sin embargo, aunque esto último es una consecuencia moderna compartida en todo el mundo (y que incluso puede llegar a mimetizar unas urbes con otras por muy lejos que estén entre sí) lo del tono de voz tan alto siempre parece particular. A veces, motivo de gracia; a veces, interpretado en clave de autoritarismo y dominación.

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Esto último nos devuelve a las palabras de León Felipe, porque está claro que de autoritarismo y dominación España sabe bastante. Ya lo dice él mismo (aunque sin decirlo) cuando achaca las voces elevadas al episodio que puso en marcha siglos de colonización. Pero en este sentido, a veces se nos olvida que Colón era italiano, concretamente de Génova. Allí también es frecuente gritar, como en Grecia, lo que sugiere que la geografía condiciona nuestras cuerdas vocales.

En efecto, si en algo se parecen los tres países es que quedan al sur de Europa, lo que da lugar a muchos más parentescos. En este caso, el clima que comparten, un clima templado, mediterráneo, permite que en ellos la gente viva hacia fuera, es decir, al aire libre. Que si terrazas, paseos, ferias, celebraciones de todo tipo… Gritar forma parte de estos escenarios porque, de lo contrario, no nos escucharíamos entre otros tantos ruidos que ahora conocemos como "contaminación acústica".

El peligro del ruido

Sabemos que esa contaminación acústica nos altera. Al fin y al cabo, acaba provocando un círculo vicioso entre el exterior y nuestro interior, no solo por arrastrarnos hacia el grito, sino porque en sí misma nos provoca enfermedades. Y es que a lo primero se llega por el camino de lo segundo: tanto ruido nos deja sordos, y cuanto más sordos más debemos alzar nuestras voces para reconocerlas.

Se calcula que al menos 113 millones de europeos se ven afectados por una exposición a largo plazo al ruido del tráfico diurno, vespertino y nocturno

Además de dicha pérdida de audición ligada, existe un impacto extra auditivo del ruido que desencadena estrés, fatiga, falta de concentración o problemas para dormir. Así lo recuerda la Agencia Europea para el Medio Ambiente (AEMA) en su último informe sobre la contaminación acústica, con cifras cuanto menos alarmantes: se calcula que al menos 113 millones de europeos se ven afectados por una exposición a largo plazo al ruido del tráfico diurno, vespertino y nocturno de, al menos, 55 decibelios; lo que provoca 12.000 muertes prematuras y contribuye a 48.000 nuevos casos de cardiopatía isquémica cada año en todo el continente.

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De esta forma, la idea de una Edad Contemporánera, es decir, el período de la historia en que nos hallamos, nos marca desde períodos previos a ella, pero también de cara al futuro: si cada vez hay más ruido, nos tocará gritar más, y entonces llegará un momento en que una nueva escala sea imposible.

Si nuestra personalidad depende de ello, Albert Mehrabian, profesor emérito de psicología en la Universidad de California, Los Ángeles, recuerda que en una conversación cara a cara con alguien, el componente verbal es solo un 35%. El resto, un 65%, tiene que ver con la comunicación no verbal, es decir, nuestros gestos. Porque no todo se puede expresar con palabras, ni siquiera si las gritamos.

"Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne viva. Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre porque tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia hasta desgarrarnos la laringe", decía León Felipe. El poeta, a veces vinculado a la generación del 27, aseguraba con estas palabras que este tono de voz característico se debía a una especie de enfermedad crónica colectiva: algo "incurable" arraigado a la historia.

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