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El verano en que Nueva York vio brotar un enorme campo de trigo bajo sus rascacielos
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Una confrontación

El verano en que Nueva York vio brotar un enorme campo de trigo bajo sus rascacielos

A Agnes Denes le ofrecieron un pequeño terreno en el barrio de Queens, pero prefirió otra ubicación: un basurero en pleno Manhattan, entre el mar de agua y el de coches, a escasos metros de Wall Street

Foto: Wheatfield - A Confrontation: Battery Park Landfill, Downtown Manhattan, 1982 (Agnes Denes, cortesía de Leslie Tonkonow / Artworks Projects)
Wheatfield - A Confrontation: Battery Park Landfill, Downtown Manhattan, 1982 (Agnes Denes, cortesía de Leslie Tonkonow / Artworks Projects)

Una confrontación. Eso es lo que surgió en la ciudad de Nueva York en el verano de 1982. Allí, donde el horizonte son ventanas, ventanas cuyas vistas apuntan a otras ventanas, como si el ojo no pudiera salir de ellas, el trigo asomó: un tallo y otro y otro, y así miles de ellos se elevaron entre el hormigón, el cemento y el cristal de los edificios que habían asumido el paisaje. Nadie parecía recordar ya que, alguna vez, todo aquello fue campo. Que bajo todo aquello, en algún lugar, el campo permanecía, aunque el ojo ya no llegara nunca a él.

Ni siquiera la imaginación parecía recuperarlo. "La gran manzana" no había obtenido aquel sobrenombre por el verdor de sus calles, aunque esa sea otra historia; y sus habitantes, entre tantas ventanas, habían olvidado cualquier origen. El oro, en Nueva York, solo era el que se hilaba en el mercado de valores hasta que un campo de dos acres con más de 500 kilos de trigo, tan verde y luego tan dorado, lo confrontó.

Foto: Fuente: iStock

Aquel campo también tenía un nombre conceptual, pero mucho más evidente que el de la urbe en la que creció. Wheatfield: A Confrontation fue un proyecto llevado a cabo por Agnes Denes. Pionera del arte medioambiental y con un extenso trabajo artístico plagado de contradicciones, de confrontaciones, con el fin de que el espectador reflexione sobre los caminos que acepta sin cuestionar, Denes nació en Budapest, creció en Suecia y se educó en Estados Unidos. Sí, era artista. Sí, un campo de trigo puede ser una obra de arte. Puede crecer en mitad de Nueva York.

"Un lenguaje que cualquiera puede entender"

Un campo de trigo puede ser una obra de arte porque, en palabras de su creadora, "el arte no sigue reglas, es un lenguaje que cualquiera puede entender si está bien expresado. El verdadero arte es sutil pero poderoso, imperceptible pero monumental. Sus materiales, a menudo invisibles, pueden socavar los egos y los sistemas de creencias equivocados. Puede ayudar al mundo si la gente escucha", y eso es lo que buscaba entonces Denes. Su siembra tenía que ver con la conciencia hacia lo que se es y lo que no, lo que se quiere ser y lo que no. ¿Qué podría ser Nueva York en 1982? Todo lo que ya no era.

Para sembrar preguntas, a Denes le ofrecieron un pequeño terreno en el barrio de Queens, pero prefirió otra ubicación: un basurero en pleno Manhattan, entre el mar de agua y el de coches, a escasos metros de Wall Street, con ese tráfico "pasando a menos de una manzana de distancia", como decía ella misma, y los ojos del World Trade Center (las Torres Gemelas) sobre él.

Consiguió temporalmente los derechos de aquellos 5.000 metros cuadrados de una de las últimas secciones sin urbanizar de la isla, una porción "inusualmente serena", como un suspiro (lo que duraría así) y lo más parecido a unas tierras de cultivo que quedaban en toda la ciudad. Allí, frente a la Estatua de la Libertad, brotó su crítica a la división entre ricos y pobres, a un progreso que solo siembra desconcierto. En definitiva, al sistema económico dominante y sus consecuencias.

Dejando al descubierto la paradoja de la globalización

Durante más de cuatro meses, junto a un grupo de voluntarios (tanto niños como adultos), estuvo preparando (reparando) el suelo: retirando desperdicios del lugar, desbrozando la maleza, cavando surcos en los que posteriormente sembrarían trigo de forma manual, regando y fertilizando la tierra. Economía rural y naturaleza tomaron de esta forma el protagonismo en la imagen misma de la ciudad a lo largo de toda la primavera y, de pronto, para cuando el verano el trigo ya estaba listo para su cosecha. Pero primero, cumpliría con su particular cometido de visibilizar la carencia de más trigo, de más tierra.

La pieza dejaba al descubierto la paradoja de la globalización y sus efectos, aquellos negativos que causan desigualdades, escasez de alimentos y otros problemas

El trigo, base de la alimentación humana, dejaba al descubierto la paradoja de la globalización y sus efectos, aquellos negativos que causan desigualdades, escasez de alimentos y otros problemas. En palabras del propio artista: Manhattan es la isla más rica, más profesional, más congestionada y, sin duda, más fascinante del mundo. Intentar sembrar, sostener y cosechar dos acres de trigo aquí, desperdiciando bienes raíces valiosos y obstruyendo la 'maquinaria' yendo en contra del sistema, fue una desfachatez que la convirtió en la poderosa paradoja que había buscado para pedir cuentas.

Una vez cosechado el millar de semillas que ofreció la plantación, se replantaron simbólicamente en otras doce ciudades del mundo. Asimismo, algunas de ellas fueron parte de una exposición itinerante llamada The International Art Show for the End of World Hunger, organizada por el Museo de Arte de Minnesota.

"Fue un instante triunfal"

En el terreno, tras la recolecta, se construyó lo que hoy se conoce como Battery Park, una pequeña zona verde a modo de parque con un mirador a orillas del mar. Bajo él, la artista dejó enterrada una cápsula del tiempo cuya apertura está prevista para el siglo XXX. Mientras tanto, nos queda la fuerza de la memoria para volver a él como un ejercicio que otorgue conciencia y consideración. "Fue un instante triunfal, una confrontación de la codicia humana, la mala gestión y la complacencia que desde entonces se han mantenido igual o empeorado. Las personas que se pararon en silencio alrededor del campo durante mi cosecha, los que lloraron y los que me pidieron que mantuviera el campo en marcha probablemente sintieron eso", señalaba Denes al respecto hace unos años en una entrevista para Cultured.

Han pasado 41 años desde aquel verano, pero el ecologismo y la condena a los excesos del capitalismo siguen presentes hoy como contrapuntos a un devenir cada vez más difícil. Por aquel entonces, se empezaban a impulsar a través del arte, con Denes como una de las pioneras de lo que se denominó Land Art. En 1968, poco después de graduarse en la Universidad de Columbia, Denes creó uno de los primeros eventos de arte ambiental, también en la ciudad de Nueva York. Eco-Logic, como ella la llamó, es la primera pieza con claras intenciones de ser una llamada de atención ante el desastre ecológico del cambio climático que ya asomaba y en el que hoy nos encontramos tan inmersos.

Otros artistas de la tierra, como se les empezó a apodar, entre ellos Joseph Beuys, Alan Sonfist o y Maya Lin comenzaron a trabajar con cuestiones ambientales poco después. Sin embargo, a Denes se la retuvo en los márgenes del olvido, aunque ella no ha dejado de generar preguntas desde entonces: aquel trabajo que hoy asombra (y que lo hizo en su momento) también fue un experimento de agricultura urbana que se adelantó varias décadas. Una y otra vez, hasta hoy, la artista se encontraba rodeada de personas, entidades y marcos que no dejaban de representar o de formar parte de aquello a lo que criticaba: un sistema de machismo desde el que se apoyan todos los cimientos de la catástrofe medioambiental.

"Se necesitan 400 años para crear un bosque virgen, si lo haces bien. Como el bosque que quiero hacer en Nueva York: quiero que la gente plante los árboles. Quiero que venga gente, neoyorquinos y de todo el mundo, para experimentar los árboles. Quiero que la gente entienda. Por la forma en que miro a los árboles, para mí son solo personas sin piernas. Bueno, las raíces tienen patas. Mejores piernas que nosotros. No me dejes empezar con las raíces", dice Denes en Art Space. En 2018, Karrie Jacobs escribía en The New York Times a propósito de su legado: "Por fin, el tiempo la ha alcanzado, y las mismas cosas que la apartaron de la corriente principal (su audacia, sus preocupaciones teóricas) la han hecho, y especialmente su proyecto 'Wheatfield', más necesaria que nunca".

Una confrontación. Eso es lo que surgió en la ciudad de Nueva York en el verano de 1982. Allí, donde el horizonte son ventanas, ventanas cuyas vistas apuntan a otras ventanas, como si el ojo no pudiera salir de ellas, el trigo asomó: un tallo y otro y otro, y así miles de ellos se elevaron entre el hormigón, el cemento y el cristal de los edificios que habían asumido el paisaje. Nadie parecía recordar ya que, alguna vez, todo aquello fue campo. Que bajo todo aquello, en algún lugar, el campo permanecía, aunque el ojo ya no llegara nunca a él.

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