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¿Puede un Papa tener cien hijos? El principio del acabose
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¿Puede un Papa tener cien hijos? El principio del acabose

Alejandro VI abrazó como un hábil octópodo la sagrada institución que pervertiría hasta límites insospechados. Consolidó el poder papal con una red de espionaje que dejaba al KGB a la altura del betún

Foto: Alejandro VI, retrato póstumo por Cristofano dell'Altissimo
Alejandro VI, retrato póstumo por Cristofano dell'Altissimo

¿Desde cuándo los ratones votan a los gatos?

Anónimo.

Lo que a continuación se refiere, va de un Papa que no se cortaba un pelo con sus libidinosas conductas, un Papa amoral y de ilimitada ambición que creó una dinastía sin escrúpulos; pero antes de entrar en harina, habría que hacer unas observaciones previas.

El rey de Francia, para evitar el ascenso del Papa “español”, envileció con el vil metal a la curia para que declinaran su interés por el valenciano. Doscientos mil ducados en vano para dar un golpe de estado que les fuera favorable a los galos. Esta maniobra no impidió el asalto al templo donde las más sofisticadas conspiraciones tenían su nido.

Foto: Fuente: iStock

La muerte de Inocencio VIII detonó las lúgubres campanas de Campidoglio. En el litigio posterior, la Fumata Blanca favoreció a Rodrigo Borgia, un hábil esgrimista en situaciones extremas que entraba en el Vaticano con paso firme y decidido; emanaba poder, el poder absoluto. Alejandro VI abrazó como un hábil octópodo la sagrada institución que pervertiría hasta límites insospechados. Pero también, tuvo las agallas de consolidar el poder papal con una red de espionaje interna y externa que dejaba al KGB a la altura del betún. La lucha entre los franceses e italianos por controlar a los papas condujo a la surrealista situación de los Tres Papas.

La verdad es que, entre la filosofía legada por el profeta Jesús el Cristo y la gestión de ella por parte de sus administradores, hay un trecho que deja bastante que desear. Ya sea porque las hermosas y elevadas palabras heredadas de aquel dignísimo hombre tenían demasiada calidad para ser accesibles a los groseros humanos, o tal vez, porque cayeron en manos de gentes a las que les gustaba el poder y la pompa con todo lo que ello conlleva, aquello, que pudo ser la solución mágica para una convivencia razonable de la especie y un futuro prometedor, devino en una monumental estafa. Es lo que tiene el déficit de caja que hay entre el idealismo y la realidad.

Lutero se quejaba con una narrativa bastante hipócrita, de que el Vaticano era el crisol de todos los vicios y con esa coartada (cierta, por otro lado), deslocalizó una parte del negocio y lo trasladó a tierras teutonas en primera instancia, para luego replicarlo con un simple copia y pega, en una dinámica globalización plagiando al original. Nada nuevo bajo el sol.

placeholder Alejandro VI y Jacopo Pesaro ante San Pedro, Tiziano, 1509
Alejandro VI y Jacopo Pesaro ante San Pedro, Tiziano, 1509

Una de las grandes calamidades sobre la que ha girado la corrupción de las autoridades morales de la doctrina cristiana en su desarrollo histórico, ha sido la imposición del celibato a sus huestes, lo que ha derivado en conductas disolutas, absolutamente incompatibles con los postulados del mensaje cristiano primigenio. Pero el tema es más grave de lo su apariencia indica.

Papas, cardenales, obispos y clero corriente y moliente, estaban especializados en transgredir las normas de régimen interno que emanaban de Roma. Aquello que para los creyentes estaba vetado, para la alta magistratura del Vaticano era algo natural y cotidiano.

Siendo aquel místico eremita esenio, habitante de las cuevas de Qumran, curandero de fama probada, probable yogui, magnético profeta, meditador con facultades mágicas, hombre de dos mujeres reconocidas (María Magdalena y María de Betania, una de ellas de probable “vida disipada”), ¿cómo es posible que se haya negado la comunión física a los ordenados para promover el canon cristiano? Y no solo eso, ¿cómo se puede aceptar que las enormes contradicciones y enrevesado lenguaje críptico de esta religión monoteísta hayan calado en el respetable formando parte de un indiscutible – teológicamente- imaginario colectivo?

Foto: Alonso de Ojeda (Fuente: Wikimedia)

Si nos limitamos a los llamados libros canónicos o “verdaderos”; aquellos que configuran los relatos clásicos de la Biblia reconocidos por la mayoría de las religiones cristianas con algunos matices, no hay rastro o evidencia que permita aproximarse a otras verdades ocultas. Sin embargo, se ha hurtado a los seguidores de Cristo, valiosísima información que humanizaba al gran profeta y lo hacía más asequible, más cercano, aunque ello erosionara su imagen divina.

En 1951, el poeta y filosofo Níkos Kazantzákis (1883-1957), expuso tras un minucioso estudio, la hipótesis en "La última tentación de Cristo" sobre la idea probable de un Jesús con una sólida relación con María Magdalena. Martin Scorsese años después llevaría esta obra al cine con toda su crudeza y las críticas de los ortodoxos y de la Iglesia Católica arreciaron con un furor inusual. ¿Cómo el hijo del Altísimo había caído tan bajo?

Y este escribano se pregunta ¿Por qué no seguir al prolífico hedonista y epicúreo Papa Borja (Borgia) o Alejandro VI en sus sonadas andanzas horizontales con la bellísima Vanozza Cattanei y otro larguísimo centenar de afortunadas madres, no reconocidas? Que se quedaron con un hermoso bombo y una bolsa sustanciosa para proteger su silencio y la seguridad de la criatura. Mujeres, por cierto, con las cuales el alto purpurado retozaba sin rubor, obviando las contradicciones que estaba infringiendo. Claro está que una cosa es predicar y otra dar trigo. ¿No habría supuesto a la institución eclesiástica, el ahorro de tantísimos disgustos y escándalos cómo los acontecidos desde siempre? Probablemente, el hecho de no ser italiano le generó demoledoras críticas con la clara idea de apearlo del poder papal para volver al monopolio, acusaciones exageradas, quizás, en las que se vierten invectivas y falsedades de las que el Papa de origen valenciano no era acreedor. En sentido estricto, fue un hombre muy distanciado del mensaje original de Cristo y de su propuesta de humildad y austeridad.

"Confucio dijo en una ocasión, en una críptica frase, que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad"

Se hace necesario recordar que el herético Lutero, visitó Roma en el año 1511 cuando Julio II della Rovere, Papa a la sazón de la cristiandad, dirigía aquel circo. El reformista protestante quedó estupefacto al ver el sarao que tenían montado los prelados del Vaticano. Aquello era el acabose. Y no lo descalifican los errores que posteriormente cometió o por su supuesto desviacionismo de la “auténtica verdad”, no; el escenario romano era un castigo a la moral más esencial y coherente, vamos, una efervescente Babilonia. Prostíbulos frecuentados por los tonsurados, timbas con asistentes inadecuados a todas luces, pederastia normalizada, proles de pícaros callejeros con rasgos aristocráticos, bastardos a tutiplén, etc., era evidente que la ignominia había arrasado el templo del Señor. Lutero volvió abrumado; lo demás es historia.

La esperanza con la que se fían las promesas propuestas por esta alambicada organización religiosa tiene mucho margen de peora. Honorables colectivos como los cátaros, arrianos, husitas e incluso los denostados protestantes, en vano pretendieron mejorar o hacerla volver a los pilares fundacionales. Confucio dijo en una ocasión, en una críptica frase, que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.

En su conjunto, las religiones, aportan un corpus de normas para promover una existencia basada en una convivencia pacífica y reglada, pero cuando son impregnadas por los cantos de sirena del poder, sufren un deterioro que el creyente es incapaz de percibir. Porque así es, el poder huele a marrón, no a tomillo. El horror que sembró el nazismo o el comunismo, los anglosajones en sus periplos coloniales, Atila, Gengis Kahn, las huestes desatadas de Mahoma y su Yihad, etc., no derramó tanta sangre cómo la que se vertió en los siglos vinculados a las guerras de religión, conflictos apuntalados con las vidas de millones de inocentes. Cristo nunca habló de repartir horror, sino amor.

Alejandro VI y su enorme prole, homologada o no, no dejan de ser un clavo más en el descrédito de una institución decadente que con el jesuita Bergoglio parece apuntar a la regeneración. A ver cuánto dura…

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