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¿Cuerpos de vidrio? El misterio de una enfermedad mental que solo afectó a la nobleza
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¿Cuerpos de vidrio? El misterio de una enfermedad mental que solo afectó a la nobleza

En el siglo XIX, la princesa Alexandra de Baviera vivió creyendo que de niña se había tragado un piano de cristal y que corría el riesgo de que este se rompiera en su interior... No era una creencia nueva en palacio

Foto: Carlos VI postrado en cama mientras le atienden los médicos de la corte. (Wikimedia)
Carlos VI postrado en cama mientras le atienden los médicos de la corte. (Wikimedia)

Hubo una vez en que toda dolencia del cuerpo se buscaba en la sangre, o en la flema, o en la bilis amarilla, o en la bilis negra. Ahí estaba todo, o nada; eran los cuatro orígenes, los cuatro humores de los que ya hablamos previamente en otro artículo. Aquella vez, en realidad, no fue una vez sino muchos siglos, tan distintos entre ellos como parecidos en la búsqueda constante por vencer a la muerte. "El ser humano, como todos los animales, es vidrio y puede volver al vidrio", dice el alquimista alemán Johann Becher en su obra Physica Subterranea de 1669. Lo efímero era todo cuanto podía saberse (y en ello seguimos): un grano de arena, un jarrón de vidrio, y el proceso cegador que convierte lo primero en lo segundo, la vida.

Foto: Fotografía de una chica enferma de tuberculosis, por Henry Peach Robinson. (Wikimedia)

Aquellos humores no se trataban solo de la salud física, sino que también estaban vinculados a la salud mental. De hecho, cada líquido estaba relacionado con un estado mental. Así, por ejemplo, un exceso de bilis negra podría llevar a la melancolía, un estado mental que vagamente puede vincularse a lo que, desde la época moderna, entendemos como depresión o tristeza extrema. La melancolía, a su vez, derivaba en estados más específicos (o no), como el "delirio del vidrio" o "delirio de cristal".

Esta curiosa dolencia se tornó una condición mental única y desconcertante porque parece haber plagado solo a las clases altas de la sociedad medieval y del comienzo de la era moderna. ¿Que qué provocaba exactamente? La creencia rotunda de que uno estaba hecho total o parcialmente de vidrio y, por lo tanto, era probable que se rompiera con un simple gesto o, por supuesto, con un simple roce. Reyes, infantas, hombres y mujeres que pululaban por los pasillos de los palacios europeos aseguraron que su piel era de este material, ¿pero por qué solo ellos? Nadie lo tiene del todo claro, aunque lo que sí parece evidente es que estos relatos apelan a lo bueno y lo malo que ofrecen los privilegios sociales.

¿Una enfermedad del cuerpo o del alma?

Relatos que, durante siglos, coparon los manuales médicos, pero también la ficción literaria. El mismísimo Cervantes le dedicó, de hecho, un libro entero a esta creencia, El licenciado vidriera, que publicó en 1613. En él, el protagonista, un héroe, es envenenado por un membrillo, como si de la fruta prohibida se tratase, provocándole la "ilusión del vidrio". A uno y otro lado de los registros escritos, casi siempre son hombres las víctimas. No es casualidad, desde luego.

placeholder Frontispicio alegórico de la tercera edición de 1628, grabado por Christian Le Blon.(Wikimedia)
Frontispicio alegórico de la tercera edición de 1628, grabado por Christian Le Blon.(Wikimedia)

Resulta que el humor de la bilis negra al que se asoció tenía que ver también con el intelecto. Se pensaba que las personas que eran poetas, filósofas o eruditas eran más propensas a una disposición melancólica. ¿Pero quiénes eran aquellas personas? Muchas, muchísimas, eran hombres, en su mayoría pudientes, aquellos que tenían el tiempo como derecho para pensar y relatar su pesadumbre.

Muchos bajo ese perfil fueron poco a poco atrayendo la atención de académicos de distintos campos a lo largo del siglo XVI y, sobre todo, a partir del XVII, hasta que durante este último creció un debate particular para los ya llamados "hombres de cristal": ¿Era una enfermedad del cuerpo o del alma? Y, entonces: ¿Era la medicina la que debía observarlos o quizás era la fe? Aquella "melancolía" del intelecto masculinizado acercaba y alejaba al mismo tiempo la ciencia y la religión desde una forma de adicción: dice Amelia Soth en Jstor que el delirio del vidrio resultaba tanto la maldición de los pensadores como la fuente de su brillantez.

La magia del vidrio

André du Laurens, el médico personal del rey francés Enrique IV (1589-1610), fue uno de los que más teoría quiso aportar a la causa. Así, junto con otros teóricos de la medicina moderna temprana, fue quien aseguró que la causa de aquella nueva enfermedad se encontraba dentro de la causa de todas las demás enfermedades de este período: los cuatro humores. Gracias a sus libros de casos conservados, historiadores e historiadoras han podido encontrar algunos registros a la ilusión del vidrio. Para ellos, Laurens especifica que pese a la idea de estar hecho de vidrio con la que convivían los pacientes, en todos los demás sentidos, eran racionales y podían hacer una vida diaria más o menos normal.

placeholder Ilustración del siglo XVII sobre el humor melancólico. (Wikimedia)
Ilustración del siglo XVII sobre el humor melancólico. (Wikimedia)

Con estas referencias, quienes lo han estudiado creen hoy que esta dolencia de la psique puede haber tenido más que ver con el hecho de que durante el siglo XVII, el vidrio transparente era un material relativamente nuevo, o al menos para algunas personas. Es por eso que a menudo se consideraba mágico, porque no era fácil comprender cómo algo como la arena podía manipularse para convertirlo en vidrio.

Se entendía, por tanto, que había una especie de alquimia detrás. Además, el resultado final era tan delicado como el asombro mismo. Al vidrio se le atribuía la maravillosa propiedad de agrietarse si se tocaba con veneno, un poder "superior al oro, la plata o cualquier otro mineral". (Un cuerpo humano, como una copa de cristal, es un recipiente que se rompe cuando se llena de veneno).

El caso de Carlos VI

Quizás la víctima más famosa del delirio del vidrio fue el rey francés Carlos VI (1368-1422). De él se han dicho muchas cosas, como tantas entre monarcas no poco extrañas, pero entre ellas está la certeza de que se envolvía en mantas y usaba ropa gruesa y rígida para evitar que su cuerpo se rompiera, porque vivía en un eterno pánico porque ocurriera. Por eso también prohibió a todos los cortesanos acercarse a él.

A partir del siglo XVII, en el arte, el vidrio, como las burbujas, los relojes de arena y las flores marchitas, son un símbolo de lo efímero de la vida en la tierra

Parece que aquello que aquejaba al monarca tiene un antecedente claro en la ilusión de estar hecho de cerámica. Según escribió Gill Speak en un ensayo publicado en 1990 sobre el tema en la revista History of Psychiatry, "abundan los relatos clásicos y medievales sobre hombres de loza".

Para el siglo XVII, la cosa había cambiado. Es entonces cuando proliferan las pinturas de vanitas, un género de bodegones en el que se agrupaban objetos simbólicos para representar la fragilidad y la fugacidad de la vida. En estas imágenes, el vidrio, como las burbujas, los relojes de arena y las flores marchitas, son un símbolo de lo efímero de la vida en la tierra. De manera similar, la vasija rota es un símbolo cristiano común de la fragilidad y limitación del cuerpo. Tal vez pensar en uno mismo como una estructura de vidrio delicado era una reacción a la fragilidad del cuerpo humano y la facilidad con la que, en un instante, podía romperse.

placeholder Ejemplo de una pintura de vanitas: Bodegón con calavera y pluma de escribir donde también puede verse una copa de vidrio, por Pieter Claesz. (Wikimedia)
Ejemplo de una pintura de vanitas: Bodegón con calavera y pluma de escribir donde también puede verse una copa de vidrio, por Pieter Claesz. (Wikimedia)

Todo acaba con una princesa

Según la académica Elena Fabietti, que ha investigado durante años el asunto, el hechizo de los cuerpos de vidrio se rompió tan pronto como la realeza se enfrentó a lo absurdo de sus creencias. A punto de morir quemado vivo, con él la realeza rápidamente se retractó de su creencia ilógica de estar hecha de vidrio. Según los informes, el monarca gritó: "Abrid, os lo ruego, mis amigos y queridos servidores. No me creo un jarrón de cristal sino el más miserable de todos los hombres; especialmente si dejáis que este fuego acabe con mi vida", recogen desde History Collection.

placeholder Le Bal des Ardents. Miniatura ilustrada de las Crónicas de Jean Froissart. (Wikimedia)
Le Bal des Ardents. Miniatura ilustrada de las Crónicas de Jean Froissart. (Wikimedia)

Aquella ruptura tiene, por cierto, nombre de baile. Corría el año 1393 cuando el rey y cinco compañeros de la corte se disfrazaron de "hombres salvajes" para una celebración. Mitad humanos, mitad bestias, con harapos voladores y pieles desaliñadas, pretendían amenizar la velada haciendo ellos de arlequines (la gracia de acercarse por un rato a otro estatus). De repente, una chispa aterrizó en uno de los disfraces. La tela no tardó en prenderse, y el fuego en expandirse entre ellos. Pronto, los seis estaban cubiertos en llamas. Solo el rey y otro de los hombres escaparon con vida del "Bal des Ardents" o la "Danza de los Hombres Ardientes", como se le apodó. Este horrible evento también marcó al rey, y sufrió iras salvajes y destructivas por el resto de su vida. La convicción de que estaba hecho de vidrio era solo una de sus muchas excentricidades.

placeholder Retrato de la princesa Alexandra de Baviera en 1847. (Wikimedia)
Retrato de la princesa Alexandra de Baviera en 1847. (Wikimedia)

Cinco siglos después, que se dice pronto, la princesa Alexandra de Baviera (1826-75) también manifestó que padecía el delirio del cristal. Creía que de niña se había tragado un piano de cristal y corría el riesgo de que se rompiera en su interior. Fue una de las últimas personas registradas con esta enfermedad, ya que para la década de 1830, todos los casos de delirio de vidrio desaparecen de los registros que hoy quedan. Muchos han asumido que esto se debió a los avances modernos en la comprensión de las enfermedades mentales, aunque quedan un montón de incógnitas.

Hubo una vez en que toda dolencia del cuerpo se buscaba en la sangre, o en la flema, o en la bilis amarilla, o en la bilis negra. Ahí estaba todo, o nada; eran los cuatro orígenes, los cuatro humores de los que ya hablamos previamente en otro artículo. Aquella vez, en realidad, no fue una vez sino muchos siglos, tan distintos entre ellos como parecidos en la búsqueda constante por vencer a la muerte. "El ser humano, como todos los animales, es vidrio y puede volver al vidrio", dice el alquimista alemán Johann Becher en su obra Physica Subterranea de 1669. Lo efímero era todo cuanto podía saberse (y en ello seguimos): un grano de arena, un jarrón de vidrio, y el proceso cegador que convierte lo primero en lo segundo, la vida.

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