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"No, no quiero un nuevo 'smartphone', quiero ser capaz de pagar una casa"
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Entrevista a Grafton Tanner

"No, no quiero un nuevo 'smartphone', quiero ser capaz de pagar una casa"

Hablamos con el filósofo estadounidense sobre cómo reapropiarse de la nostalgia de la que hacen gala los reaccionarios para afrontar los retos y problemas de los próximos años

Foto: Grafton Tanner, en una imagen promocional. (Alpha Decay)
Grafton Tanner, en una imagen promocional. (Alpha Decay)

La emoción es el motor, pero debajo de ella se esconden un montón de razones objetivas. Cuando pensamos en una emoción como la "nostalgia" emerge un sesgo negativo. Parece que vivimos atrapados en un bucle en el tiempo: los productos culturales más consumidos tienen un regusto retro. Desde series hasta programas de televisión y, cómo no, discos de música, vivimos en un tiempo solapado que se proyecta hacia el futuro con elementos de antaño. En la política, los líderes reaccionarios no paran de repetir viejas consignas, que hay que volver ser grandes otra vez, como antes, cuando no presentan a candidatos que ya eran políticos hace cincuenta años.

¿A qué se debe esta retromanía por la que volvemos una y otra vez a nuestro propio pasado? ¿Un crónico miedo al futuro, tal vez? No es para menos, entre emergencias climáticas y robots e inteligencias artificiales que se supone que nos van a arrebatar nuestros empleos, es lógico estar aterrorizado. A todas estas preguntas hace frente Grafton Tanner, profesor adjunto en el Departamento de Estudios de Comunicación de la Universidad de Georgia, aunque es más conocido por haber escrito tres ensayos de gran calado cultural y político en Estados Unidos, que han tendido bien a llamar como "la trilogía de la nostalgia".

Foto: Batalla de Auterlitz (François Gérard, 1806)

Su propuesta es clave: si queremos construir un futuro, más nos vale recordar todo lo que hemos olvidado o nos han hecho olvidar por el camino. No por nuestra recalcitrante tendencia a regodearnos en tiempos mejores y con ello procurar traerlos de vuelta, sino para investigar en el daño sufrido, en cómo hemos vivido hasta ahora (y más importante aún, cómo no nos gustaría vivir de ahora en adelante).

De todo ello indaga en tres obras: Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia (Alpha Decay, 2022), la cara política de esa nostalgia que tanto nos cuesta digerir; Un cadáver balbuceante. El vaporwave y los fantasmas electrónicos (Ed. Holobionte, 2022), sobre los aspectos culturales y musicales de vanguardia; y, por último, The Circle of the Snake. Nostalgia and Utopia in the Age of Big Tech, aún no traducido en España, y en el que ahonda en el apartado tecnológico. Hemos hablado con él sobre cómo lidiar con esa pasión tan triste para no dejarnos llevar por la angustia, el miedo al futuro o la desesperación nihilista, cómo surgen estas tres cosas y qué caminos tomar para no acabar oliendo, en el mejor de los casos, a rancio.

PREGUNTA. La nostalgia tiene una connotación muy negativa. Desde el punto de vista personal, alguien nostálgico es un triste, y desde el político es un reaccionario que se opone a los cambios. Sin embargo en tu libro hablas de los aspectos positivos de esta emoción y cómo representa hasta un privilegio en ciertas personas. ¿Por qué?

RESPUESTA. Muchas de las connotaciones negativas están relacionadas con la emoción que representa la nostalgia. Creo que tiene mucho que ver con el hecho de cómo se usa, especialmente en la retórica de la política occidental. Desde hace varias décadas, hemos escuchado un montón de pensamientos nostálgicos en las gargantas de los políticos, mayoritariamente conservadores, que no solo apelaban al pasado, sino que ansiaban traerlo de vuelta. Y lo hacían bajo el argumento de ser capaces de ir hacia delante para gozar de un país funcional otra vez o una nación próspera.

placeholder Portada de 'Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia'. (Alpha Decay, 2022)
Portada de 'Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia'. (Alpha Decay, 2022)

Creo que tenemos que mirar hacia atrás a elementos del pasado que fueron destruidos o desaparecieron. Mucha gente de mentalidad progresista nos hemos mostrado muy escépticos porque la mayor parte de la nostalgia conservadora esconde un subtexto que suele ser bastante intolerante y eurocéntrico, y que no deja mucho espacio a muchas personas para las que el pasado no fue tan bueno, sino atroz. De hecho, su situación de marginación se debe a estas políticas que aparecieron hace mucho tiempo.

"La nostalgia surge cuando los humanos empiezan a compartir recuerdos unos con otros, cuando empiezan a expresarlos y reflexionar"

Por tanto, no queremos volver a eso otra vez, de ahí estas connotaciones negativas. Sin embargo, al estudiar las emociones, una de las premisas fundamentales es que detrás de cada emoción hay una razón, por lo que en ciertos momentos es beneficioso usarlas y otras veces no. Y a menudo establezco comparaciones. Comparo la nostalgia con la ira y entonces pienso que hay un montón de ocasiones en las que es mejor no estar enfadado. Tal vez deberíamos tener esperanza, o estar tristes, o felices. Pero hay momentos en los que está completamente justificado estar enfadado. Y es la ira lo que moviliza a muchos movimientos sociales. Lo vimos en el 2020 con el Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd. La ira fue el mayor motivo por el que salir a las calles. Por eso, pienso en la nostalgia de un modo parecido. Obviamente, viene y va, pero eso no quiere decir que crea que haya que usarla o acabar con sus usos negativos. Así que simplemente acepto las emociones. Y en lugar de preguntarnos si deberíamos deshacernos de ella o no, la mejor pregunta sería: ¿es este el momento y el contexto propicio para ser nostálgicos? Y si es así, vale, de acuerdo. Y, si no, tal vez deberíamos buscar otras emociones.

P. ¿Crees que la pandemia nos hizo más nostálgicos?

R. Creo que en ese momento había un consenso en que todos echábamos de menos el tiempo prepandemia. Hubo un ensayo excelente publicado en The New York Times en 2021 sobre el primer aniversario del inicio de la pandemia. Leslie Jameson, la autora, decía que había aprendido mucho sobre la función y el papel que cumplía esta emoción en su vida. Creo que a muchas personas les pasó lo mismo. Así que no hay manera de medir cuánto de nostálgicos éramos por aquella época, o hasta qué punto todos nos contagiamos de ella. Pero creo que es bastante razonable suponer que era una emoción poderosa. Y así lo fue después, tantos meses después de ese primer aniversario.

P. ¿Son los jóvenes de ahora más nostálgicos que antaño (pienso por ejemplo en la nostalgia por un mundo sin internet o sin tantas crisis) y esa nostalgia es la que les ha ayudado a desarrollar un pensamiento crítico contra problemas como el cambio climático?

R. Podría ser, pero es difícil de determinar. Muchas veces me hago la pregunta sobre cuál es la razón por la que la juventud de ahora es nostálgica. Si están usando esa emoción para impulsar su activismo y así resistir a los sistemas de poder y opresión capitalistas, que agravan problemas como el cambio climático. Pero si la están utilizando, ¿qué es exactamente lo que echan de menos? Entonces pienso que la nostalgia surge cuando los humanos empiezan a compartir recuerdos unos con otros, cuando empiezan a expresarlos y reflexionar sobre ellos.

"La gente debería pensar qué futuro quiere sin que coincida con el de Google o el de Microsoft"

Las personas que ahora son jóvenes pueden sentir nostalgia de cuando eran más jóvenes todavía, cuando yo cuando tenía diez años y ya sentía nostalgia de cuando tenía ocho o siete. Es muy extraño y curioso cómo empezamos a renegociar nuestros propios recuerdos que se han formado de manera reciente, lo que puede en cierto sentido dar forma a cómo damos con un sentido de la historia. Se trata de un proceso por el que las comunidades pueden mirar al pasado para dar con formas de vida alternativas. Estas pueden ser inculcadas a través de la cultura popular, o en la escuela, pero tal vez como una especie de utopías perdidas o algo que dejamos atrás y puede ser traído de vuelta en el presente. En realidad, creo que lo que decanta esa gran predisposición al activismo climático de los jóvenes es una especie de frustración muy intensa por el mundo que les ha tocado vivir.

P. En el siglo XX también hubo muchas crisis, desastres humanitarios y conflictos bélicos y sociales. Sin embargo, tenían una mentalidad de progreso mucho más intensa que ahora. ¿A qué se debe esta ausencia de visiones de futuro positivas hoy en día? ¿Por qué nos obsesionan tanto las distopías?

R. Bueno, creo que se debe, en parte, a haber vivido varias crisis económicas, la pandemia, el auge del supremacismo blanco, especialmente aquí en Estados Unidos. Vivir estos hechos no es que ofrezca muchas esperanzas. Luego también está la alarma climática. Cada poco se publican informes sobre las consecuencias del cambio climático y lo rápido que llegarán, lo peores que van a ser. Y eso tampoco abona un terreno fértil para la esperanza. Por otro lado, creo que cada vez es más difícil vivir, pagar el alquiler y prosperar social y económicamente.

"He conocido a gente que piensa que Elon Musk es el Albert Einstein de hoy en día. Y eso es muy desalentador"

Al margen de eso, las visiones del futuro están siendo monopolizadas y codificadas por las grandes tecnológicas que están compitiendo para lanzar productos cada vez más avanzados: que si criptomonedas, NFT o un nuevo avance en inteligencia artificial. Y esto es lo que ha legitimado a que Silicon Valley sea considerado como el árbitro del futuro y diga “nosotros somos el futuro", ya que cada vez sacan nuevas tecnologías producidas por ellos mismos con nuevas actualizaciones y mejoras, que tal vez resulten insignificantes, pero que se magnifican. Ellos acabaron con todas las posibilidades de dar con un futuro que no sea el que ellos digan. Y no tendría que ser así, sino que la gente debería pensar qué futuro quiere sin que coincida con el de Google o el de Microsoft. Y no, no quiero el próximo smartphone, quiero ser capaz de pagar una casa y vivir en un mundo menos propenso a los terremotos por culpa de este sistema capitalista.

P. Sí, eso me recuerda a corrientes filosóficas de nuevo cuño muy peligrosas como el “largoplacismo radical” que han surgido en los últimos años en universidades de élite y que tienen como estandarte a empresarios de gigantes tecnológicos como Musk y compañía. Estas se basan en asegurar la supervivencia de solo una parte de la humanidad muy selecta e invertir millones en la colonización espacial o la investigación en inteligencia artificial por si acaso hubiera que salir huyendo de la Tierra. ¿Cómo luchamos contra estas visiones de futuro si no queremos ni podemos permitirnos como ellos vivir en un búnker bajo tierra o en Marte después de que la vida en la Tierra sea imposible?

R. Es una gran pregunta. Sí, soy muy crítico con el tema del largoplacismo, porque por un lado se centra en los riesgos existenciales del futuro que son bastante probables, como la emergencia climática, y otras veces con asuntos muy improbables como que las inteligencias artificiales asuman todo el poder. El problema radica en que se basa en la idea de que la vida de las personas del futuro es tan valiosa como las del presente, y que lo que debemos pensar es ante todo en garantizar que haya un futuro, aunque sea muy a largo plazo.

Foto: Que su mirada de inocente filántropo no nos engañe. (Imagen: williammacaskill.com)

Esto hace que se ignoren los problemas del presente para centrarse en los de muchos años vista. Y eso, a largo plazo, redunda en que individuos como Elon Musk se abalancen y digan "aquí está la respuesta para asegurar el futuro a las nuevas generaciones", un futuro que no necesariamente queremos, ya que tiene una visión tecnocrática muy estrecha de la sociedad humana. Y sí, como dices, es muy difícil frenar el empeño de estas figuras como Musk, que tienen una gran influencia y poder en el mundo, y que por ello son alabados por distintas personas. He conocido a gente que piensa que Elon Musk es el Albert Einstein de hoy en día. Y eso es muy desalentador.

"Vivimos un tiempo para repensar cómo reestructurar el trabajo"

Creo que tenemos claro qué hacer al margen de estas personas que son productos y arquitectos de un sistema que solo piensan y se legitiman a partir del crecimiento de sus beneficios económicos cuando lo único que hacen es contribuir a destruir el planeta, o bien se muestran como adalides de que la productividad y el aumento de su riqueza son el requisito para el éxito y la felicidad. Vamos a tener que seguir lidiando con ellos y sus dogmas, al menos en lo que queda de década.

P. Uno de los conceptos que desarrollas en el libro es cómo medimos y experimentamos el paso del tiempo, que en este caso es lineal y viene impuesto por el capital y el tiempo de trabajo. ¿Crees que ciertas ideas como la reducción de los tiempos de trabajo o la jornada laboral de cuatro días, así como el decrecimiento económico, pueden jugar a nuestro favor para ser menos nostálgicos o romper con esa tiranía del reloj? ¿Son buenas herramientas para pensar en un futuro menos distópico y ajeno al que plantean las élites económicas y tecnológicas?

R. Creo que estos debates son buenos puntos de partida para pensar en los límites o la cantidad de tiempo diario que una persona debería o se supone que tiene que trabajar. El problema está en que, claro, tiene su lado negativo, como por ejemplo tener que cumplir con las tareas que te llevan cinco días en solo cuatro. Así visto suena genial, pero sucederá como con el teletrabajo. Al principio piensas "qué bien, puedo dormir más, no tengo que estar varado en atascos todos los días, no tengo que ir a la oficina…". Pero luego, claro, cuando sucede, aparece el problema de que no hay una división clara entre tu vida laboral y tu vida familiar, o que pasas más tiempo en casa que desconectando o disfrutando de la vida, que es para lo que sirve el hogar. Pero sin duda estamos en un tiempo para repensar cómo reestructurar el trabajo y abordar estos debates. Aunque creo que si se redujera la semana laboral a cuatro días seguiría perdurando el mismo discurso e ideología neoliberal de siempre. Deberías seguir produciendo y estando sujeto a esa mentalidad empresarial que domina el mundo y la sociedad.

P. Otra de las derivas ideológicas que criticas en tu libro como resultado de esa nostalgia y de la emergencia climática es el nihilismo. Como las predicciones son tan catastrofistas, mucha gente pensará que da igual luchar por nada, si es irreversible la situación mejor vivir en la ignorancia todo el tiempo que se pueda. Esta no deja de ser una reacción bastante infantil. ¿Cómo salir de esa desesperación nihilista que hace que en vez de aportar acabemos siendo parte del problema?

R. Sí, hay una especie de corriente de intelectuales que se sumergen en este discurso de desesperación, y que creo que es más bien poesía catastrofista que ensayo. Hay un montón de libros que ya tendrán sus diez años, como el de Aprender a Vivir y a Morir en el Antropoceno, de Roy Scranton, que es extremadamente poético y oscuro. Personas como él no benefician a nadie con estas ideas. Al final, la desesperación nihilista es algo que te hace sentir bien porque te exime de la presión y responsabilidad de la situación, y al final deja el campo libre a los arquitectos del capitalismo global. Piensas “ya está todo hecho, así es como va a ser y no hay nada que podamos hacer”. Para mí, esto produce una especie de relajación intelectual que da la discusión por terminada, y que da por sentado el fin del activismo.

"El nihilismo es algo que te hace sentir bien porque te exime de la responsabilidad de la situación"

La gente como Scranton piensa que los individuos pueden reunirse para ver qué hacen con los problemas, pero contando con que ellos no tienen acceso a las palancas del poder. Y creo que es algo muy desempoderante y triste. Encaja con esa vieja idea de que el activismo es algo que se hace y luego te vas a tu casa y se acabó, cuando en realidad es algo permanente en el tiempo, que dura toda tu vida, porque deberíamos mantener constantemente bajo control a los poderes fácticos que rigen el mundo y empeoran la situación del planeta. La primera víctima de este tipo de nihilismo es el activismo, que la gente deje de reunirse en las calles o en redes sociales. Y esta es la primera consecuencia también de que los medios de comunicación de masas no hagan más que polarizar a la sociedad estableciendo esas divisiones tan intensas en cuanto a representación política en los ciudadanos. Esto reafirma la idea de que si estamos tan divididos no hay nada que podamos hacer al respecto. Por ello, estoy muy en contra de los argumentos y las narrativas que hacen que la idea de que podemos efectivamente plantar resistencia sea una ilusión.

P. También escribiste un libro sobre el vaporwave. Me encanta cuando a la hora de definir este género musical que irrumpió a principios del 2010 aseguras que el carácter anónimo de sus obras se deba a que quizá su verdadero origen son todos los ecos reciclados que internet y las máquinas nos devuelven. Ahora que está tan de moda el Chat GPT y todas esas inteligencias artificiales, me pregunto si después de volcar tanto contenido triste y nostálgico en las redes (pienso en los clásicos comentarios de YouTube deprimentes) las máquinas acabarán siendo tan nostálgicas como nosotros.

R. Oh, sí. Sherry Turkle escribió que "las máquinas y las inteligencias artificiales solo pueden imitar las emociones humanas", pero claro, estas no son emociones humanas porque no emergen de los humanos. Si un algoritmo reproduce algún tipo de contenido nostálgico, podrá parecerlo, pero eso no quiere decir que esa nostalgia sea humana. Los chatbots y los algoritmos que seleccionan y recomiendan contenido solo son capaces de comunicarse utilizando la información que tienen disponible. Entonces, por definición, son incapaces de producir cosas nuevas por sí mismos, algo que sí que puede hacer el ser humano.

"Me centro en cómo las comunidades marginadas a lo largo de la historia han tenido que soportar tanto dolor a costa de las pérdidas humanas"

Por ello se produce un bucle de retroalimentación entre la máquina y nosotros. Un "feedback loop". Claro que es posible que exprese emociones nostálgicas o melancólicas si tú no paras de buscar y colgar contenidos melancólicos, al igual que sucedería si solo subieras contenidos que promueven la crispación o el enfado. Pero bueno, esa es la relación al fin y al cabo que tenemos con los medios de comunicación de masas: si ven que la sociedad está enfadada, seguirán fomentando el enfado.

P. Al final del libro hablas de la importancia de reapropiarse de la nostalgia de la que siempre hacen gala los reaccionarios para ganar adeptos. En parte, porque a los grandes perdedores de la historia, como las víctimas de guerras, los esclavos o los trabajadores explotados no se les concede el derecho a recuperar esa memoria, ya que se han ocupado de borrarla. Aquí en España hace poco se exhumó el cadáver de un dictador del monumento al fascismo en el que estaba enterrado y poco a poco se están recuperando los restos de las víctimas que dejó la Guerra Civil española. ¿Crees que esta es una buena forma de hacer memoria y justicia con todas esas víctimas de la explotación humana, de las guerras y de la historia?

R. No sabía que exhumaron a Franco, ¿eso ha pasado hace poco?

P. Sí, en 2019.

R. Bueno, en el caso de las víctimas del franquismo, creo que el hecho de recuperar los nombres y los restos de los que fallecieron, averiguar dónde están enterrados y qué les pasó… es una fuerza bastante empoderante para todos sus seres queridos que tienen esa incógnita. En el libro me centro también en la figura de Pinochet, y ambos casos son ejemplo del papel que juegan las emociones en todas las personas que perdieron sus vidas a manos de regímenes totalitarios y fascistas. La nostalgia, evidentemente, es una de esas emociones.

"Si un algoritmo reproduce algún tipo de contenido nostálgico, podrá parecerlo, pero eso no quiere decir que esa nostalgia sea humana"

También hay una esperanza que las impulsa, un duelo que no ha sido resuelto, una pena que no ha sido calmada. Y, lógicamente, mucha rabia. Así termina mi libro, sí. Me centro en cómo las comunidades que han sido marginadas a lo largo de la historia, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, han tenido que soportar tanto dolor a costa de las pérdidas humanas. El hecho de pensar que no tienen derecho a ser nostálgicos o volcar en ellas todas las connotaciones negativas de la nostalgia no es bueno, porque tienen derecho a echar de menos a un ser querido que ahora añoran antes de su muerte, o a sus casas antes de que las destruyeran, a sus familias o a los paisajes en los que crecieron y que también destruyeron. Y sí, basándome en los argumentos de mi investigación, cuanto más desestabilizado y más vencido está ese mundo que ataba a sus vidas, más van a tener nostalgia de esa estabilidad y familiaridad que les unía.

La emoción es el motor, pero debajo de ella se esconden un montón de razones objetivas. Cuando pensamos en una emoción como la "nostalgia" emerge un sesgo negativo. Parece que vivimos atrapados en un bucle en el tiempo: los productos culturales más consumidos tienen un regusto retro. Desde series hasta programas de televisión y, cómo no, discos de música, vivimos en un tiempo solapado que se proyecta hacia el futuro con elementos de antaño. En la política, los líderes reaccionarios no paran de repetir viejas consignas, que hay que volver ser grandes otra vez, como antes, cuando no presentan a candidatos que ya eran políticos hace cincuenta años.

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