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¿De verdad ser buenas personas nos hace tener más éxito en la vida?
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VALORES MORALES Y ÉXITO

¿De verdad ser buenas personas nos hace tener más éxito en la vida?

Muchas veces se asume que para ostentar alguna posición de poder o relevancia se necesita ser un "calígula" con los demás. ¿Cuánto de verdad hay en esto?

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Hubo una vez hace mucho tiempo un hombre que marcó la diferencia. Se juntaba con los leprosos y los oprimidos, con las prostitutas y los pobres. Hizo de su vida un camino de virtud y predicó una de las máximas más conocidas de la historia: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". Ese hombre no era otro que Jesucristo. Y a pesar de su buen hacer en una época de tiranía y esclavitud, acabó siendo asesinado por los suyos, a voluntad de su propio pueblo. Evidentemente, no fue la primera ni la última persona con una rectitud moral impecable en ser crucificada, pero su ejemplo marcó un antes y un después, hasta el punto de ser el fundador de una religión cuyos valores cambiaron el rumbo de la historia.

Más allá de las connotaciones religiosas, podemos ver en el crucificado un ejemplo de que aquellos que han venido a esta vida a hacer el bien, acaban como acaban: de la peor manera. No en vano existen refranes que podrían sintetizarse en la idea de que "de tan bueno, era tonto". Existe, por tanto, la creencia de que el mundo de ahí afuera es poco compasivo, que para triunfar se necesita pisar unas cuantas cabezas, que "hay que venir llorado de casa". La ingenuidad, aquel atributo de las almas puras que tienden a creer que todos los de su alrededor van a obrar bien, está vista como un valor negativo desde el punto de vista utilitario. Pero, a la hora de la verdad, ¿los buenos de corazón pueden llegar a ostentar un buen lugar no ya en una hipotética vida más allá de la muerte, como esgrime el cristianismo, sino en la más terrenal y viciada de pecado?

Foto: 'Satán, el antagonista', de Gustave Doré para el poema 'El paraíso perdido' de Milton. Aquí, no tan demoníaco.

Desde hace un tiempo, los grandes gurús del empleo vienen esforzándose en transmitir que se busca antes a una persona que sabe trabajar en equipo y es empática que a una que posee mucha inteligencia y conoce muy de cerca una disciplina. Lo que llaman soft skills lleva ya en su propio nombre una connotación negativa. Se supone que para lograr el éxito debes esforzarte mucho y trabajar duro. Entonces, ¿no es una paradoja que las habilidades más blandas sean las más valoradas en un entorno tan competitivo como es la realidad laboral de hoy en día?

¿Qué preferirías?

A decir verdad, cualquiera preferiría desempeñarse en un ambiente laboral bueno, en el que la gente se ayuda y no se pisotea, al igual que gozar de un jefe que te trata bien y te ayuda a desarrollar todo tu potencial. Pero también son muchos los que antepondrían un ambiente de trabajo detestable en el que pagan muy bien que conformarse con vivir con lo puesto y estar a gusto con sus compañeros y sus superiores. Obviamente, como muchos argumentarán, no se puede tener todo en la vida, y la realidad es que existe la creencia de que cuanto más ganas o asciendes, debes hacerte cargo de más responsabilidades, y eso viene asociado a que vas a tener que aguantar más marrones y, en último término, más broncas.

"Un ambiente laboral en el que existe una fuerte competición entre sus trabajadores alberga más empatía de lo que se podría pensar"

Las soft skills representan la entrada del 'buenismo' al mundo laboral, aunque bien es cierto que sin un mínimo de compañerismo los bienes producidos o servicios prestados salen como salen. Sin embargo, tal y como reconoce Claudia Hammond, periodista de la BBC, "cada vez hay más pruebas científicas de que las personas amables pueden llegar a ser ganadoras". Ella fue coautora de un gran estudio realizado por la Universidad de Sussex en el que se valoraba cualitativamente cómo de buenas eran las personas en realidad.

El Kindness Test recogía la voz de más de 60.000 personas de 144 países a partir de un extenso cuestionario en el que se abordaba qué consideraban actos de bondad y en qué lugares y momentos se daban más. En el podio figuraban el hogar, el centro médico y en tercera posición el centro de trabajo, respectivamente. "Así pues", concluye en un artículo reciente para el medio británico, "un ambiente laboral que se considera despiadado y en el que existe una fuerte competición entre sus trabajadores, alberga más empatía y consideración de lo que se podría pensar", lo cual es paradójico. ¿Esto es porque, de alguna forma, aunque existan situaciones injustas siempre va a predominar un sentido de rectitud moral, aunque esté soterrado o nadie lo practique? Se trata de una idea un poco platónica. Suponemos que porque, por norma general, nadie se siente del todo bien tratado, pero a pesar de eso considera que no es tan malo o podría ser peor.

Foto: Alumnos de la Universidad Alfonso X El Sabio.

"Los encuestados que sí que consideraban que tenían buenos jefes eran más propensos a contestar que permanecerían por ello un año más en su empresa, que estaban contentos con su equipo y que su empresa iba bien económicamente", prosigue Hammond. "Además, el 96% de los empleados que participaron en la encuesta creían que ser amable en el trabajo era muy importante para ellos, lo que sugiere que la bondad en un entorno laboral es un aspecto a tener en cuenta si una organización empresarial aspira al éxito".

Buen ambiente, mejores resultados

Otro estudio que menciona la periodista, esta vez de un psicometrista estadounidense llamado Joe Folkman, concluyó que sí, la empatía y la simpatía (que aunque sean dos cosas distintas están muy relacionadas) en el trabajo era un rasgo especial que hacía mucho más eficaces a las compañías. "Descubrió que las empresas con líderes simpáticos obtuvieron una puntuación mucho más alta en toda una serie de resultados positivos, como ser rentables o que el cliente se sintiera satisfecho", remarca Hammond.

Sí, como es lógico, si hay un buen ambiente laboral y la figura de liderazgo presume de ser compresiva y prestar atención a las necesidades de sus empleados, el rumbo de la compañía como es lógico tenderá a ser positivo. Aunque los resultados de una organización, medidos a partir de números y estadísticas, siempre mandan y se pueden cumplir o no, si existe una figura de autoridad empática y simpática, sabrá inmediatamente cómo corregirlos al conocer de cerca la realidad cotidiana de aquellos a los que dirige.

Hubo una vez hace mucho tiempo un hombre que marcó la diferencia. Se juntaba con los leprosos y los oprimidos, con las prostitutas y los pobres. Hizo de su vida un camino de virtud y predicó una de las máximas más conocidas de la historia: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". Ese hombre no era otro que Jesucristo. Y a pesar de su buen hacer en una época de tiranía y esclavitud, acabó siendo asesinado por los suyos, a voluntad de su propio pueblo. Evidentemente, no fue la primera ni la última persona con una rectitud moral impecable en ser crucificada, pero su ejemplo marcó un antes y un después, hasta el punto de ser el fundador de una religión cuyos valores cambiaron el rumbo de la historia.

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