Al compás de las olas: historia, filosofía y valores alrededor del surf
Repasamos los orígenes de este deporte que tiene tantos adeptos en nuestro país y que sin duda fue emblema del desarrollo cultural de la sociedad española al término de la dictadura
En 1970, en la provincia de Málaga, un muchacho de 16 años llamado Pepe Almoguera acude al desaparecido cine Albéniz con su padre para ver una película norteamericana en blanco y negro. Como tantos otros chicos del tardofranquismo, adoraba sentarse frente a la gran pantalla: esta era tal vez la única forma de asomarse a realidades sociales y culturales totalmente distintas en una España que todavía vivía bajo la tiranía de un dictador falangista y en la que solo había un canal de televisión. En una edad en la que todo el mundo es demasiado influenciable, de pronto advirtió que, al fondo de una escena en una soleada playa californiana, varios jóvenes se subían a lo que parecía una tabla de madera para después lanzarse al mar.
¿Qué estaban haciendo? Parecía un mito bíblico: esos chicos estaban caminando sobre las aguas, toreando las olas que llegaban a la costa, realizando fintas al viento, deslizándose por la espuma de mar. Nada más llegar a su casa, localizada en el barrio marinero de Pedregalejo, se obsesionó con la idea de poder diseñar un objeto que, como el de los jóvenes californianos, le permitiera erigirse en pie en el agua. Hasta entonces, lo más parecido que había visto en las playas de Málaga era una especie de 'skimboarding' primitivo, más un juego que un deporte de altos vuelos como el surf, diferenciado de este en que se realiza en la orilla. Entonces, aquel entusiasta joven malagueño, de origen argentino, decidió acudir a los astilleros de Nereo en los que trabajaba su padre Julián, carpintero de profesión, preguntando si alguien podía fabricarle una tabla de madera sobre la que poder balancearse para cortar las olas.
"El surf se había convertido en su pasión. Estuvo casi dos años haciendo surf en solitario"
Así narra este acontecimiento tan trascendental en la historia del surf en nuestro país el historiador Daniel Esparza en su libro 'La historia del surf en España' (publicado en 2014) que también podemos encontrar en su blog personal. "Si bien la mayoría de los niños y jóvenes del barrio las usaron como un pasatiempo durante el primer verano, Pepe fue el único que continuó de forma asidua e incluso en invierno, cuando nadie se baña en el Mediterráneo", relata. "El surf se había convertido en su pasión. Estuvo casi dos años haciendo surf en solitario, desconectado de los demás núcleos pioneros en España y sin tener noticias de nadie en la provincia ni de fuera hasta que se le unió Javier Gabernet, vecino de la calle Manuel de la Revilla, que con 15 años se fabricó su propia tabla de chapón hueca, tras verle hacer surf".
Un origen repentino y en varias localizaciones
Como describe Esparza, quien es profesor de la Universidad de Olomouc y editor de la Revista Internacional de Ciencias del Deporte (Ricyde), este muchacho de la costa mediterránea vivía ajeno a una actividad deportiva que ya había empezado a captar adeptos en otras costas españolas. Al habitar en una zona tan al sur de la Península, Pepe Almoguera no se había percatado de que su invento ya estaba proliferando en las playas del norte. Según otras fuentes históricas, el surf llegó a España mucho antes, en 1957, de la mano de Peter Viertel, guionista de la película 'Fiesta' (adaptación de la novela de Hemingway) que se había rodado en Pamplona. Al parecer, el director de cine decidió traer unas cuantas tablas de surf de Estados Unidos y empezó a practicar el deporte en el sur de Francia, en la localidad de Biarritz, llegando así al norte peninsular y, en concreto, a Asturias, en donde se cree que se empezó a expandir la costumbre.
Surfear empezó a tener una connotación rebelde y vitalista frente a la represión franquista que todavía hacía estragos en la sociedad
Fue precisamente en las playas de Gijón donde dos jóvenes crearon su propia tabla de surf a partir de una plancha de madera labrada a mano: Félix Cueto y Amador Rodríguez descubrieron el deporte no a partir de una película norteamericana como Almoguera, sino a través de la portada de un LP de los Beach Boys, emblema estrella de la música surf junto al guitarrista Dick Dale.
"If everybody had an ocean across the USA
Then everybody'd be surfin' like California"
Casa Lola: la Meca 'hippy' del surf
La historia de Cueto y Rodríguez está narrada en el documental 'La primera ola' (2013) que, a partir de su tráiler, podemos ver los primeros documentos audiovisuales de jóvenes practicando surf en el Mar Cantábrico. A estos dos se les unió Jesús Fiochi, quien encargó una tabla de surf a una fábrica de Bayona para presentarse él solo en la playa de El Sardinero y empezar a surfear. Como vemos, la irrupción de esta actividad en España fue repentina y en varias localizaciones, tanto al norte como al sur. Diversos protagonistas, en distintos puntos de la Península, influenciados por los productos culturales norteamericanos, se lanzan con tablas de madera al mar para tomar las olas.
"Gracias al boca a boca, una gran cantidad de personas visitaron la playa de Somo para hacer surf y aprender de la experiencia de los demás"
Pronto, surfear empezó a tener una connotación rebelde y vitalista frente a la represión franquista que todavía hacía estragos en la sociedad. Tanto es así que se empezaron a fundar las primeras casas comunales y de fabricación de tablas de surf. La más famosa, Casa Lola, en el municipio cántabro de Loredo, al lado de la playa de Somo, un lugar de poder y peregrinación para miles de aficionados en la actualidad. Aquí podemos ver fotos de aquella época, en 1976, en los que jóvenes melenudos de estética 'hippy' diseñan las tablas. Estos apasionados pioneros fueron unos valientes, ya que como se cuenta en el documental, recibían a diario el hostigamiento de la policía.
"Casa Lola se convirtió en algo más", explican desde la web 'Plea'. "Fue el polo a partir del cual se desarrolló la cultura del surf y la primera comunidad de surferos de nuestras costas. Gracias al boca a boca, una gran cantidad de personas aficionadas a este estilo de vida, tanto extranjeras como de todos los rincones de la Península, fueron visitando la playa de Somo para hacer surf, aprender de la experiencia de los demás y conocer a otras personas con sus mismos intereses".
"Éramos los chavales más felices del mundo... Esa noche montamos una tienda en la playa de Somo, al borde de un pinar, y aunque estaba ya casi de noche nos metimos Arturín y yo en el agua para probar la mejor tabla del Cantábrico, que desde esos momentos nos pertenecía...". Esta cita está extraída del blog 'Diario de un churfer' en la que se narra la llegada de unos amigos a este enclave sagrado en el mundo del surf español. La redacción es de Roberto Hevia, uno de tantos que vivió aquella explosión y, como si estuviera imbuido por Jack Kerouac, habla de aquellos días haciendo autoestop con colegas, noches al raso y trasbordos de trenes.
Las primeras mujeres surferas
Otro de los puntales de esta revolución cultural fue que estos grupos de surferos estaban poblados por mujeres, que comenzaban a respirar por el aire de modernidad que traía el surf, quitándose el hábito religioso y de ama de casa con el que el franquismo constriñó al cuerpo femenino. "Desde los años 60 hasta 1975 fueron surgiendo las primeras mujeres surfistas en diversos núcleos de la costa cantábrica y andaluza", explica Esparza en otra entrada de su blog.
"Supuso un avance en la conquista del espacio público de las mujeres, donde estas tenían que 'luchar' con los hombres por el dominio de los recursos: las olas, en una época poco propicia para el desarrollo del deporte femenino, menos aún para un deporte de riesgo como el surf, debido a la mentalidad conservadora predominante en las instituciones franquistas", recalca el autor. En 1969 se fundaría la primera asociación nacional de surf, convirtiéndose líder en el territorio europeo en poco tiempo. Poco duró, ya que tras el cambio de régimen se disolvió hasta 1997, cuando se constituyó la Federación Española de Surf.
El deporte más "inútil"
Yvon Chouinard, escalador y ecologista, además de ser uno de los surferos más famosos del mundo, pronunció una frase en la que asegura que el surf es "uno de los deportes inútiles" que "carecen de valor para la sociedad". Como debería ser en cualquier otra actividad deportiva, la competencia entre rivales se relaja para dar protagonismo al disfrute personal. Una de las palabras que más se usan en el argot surfero viene a ser "stoke", que los primeros surferos californianos empezaron a usar para referirse a ese estado de emoción y excitación, felicidad y euforia, que suele sobrevenir al individuo cuando la ola aparece y, en cuestión de segundos, se hace más y más grande, pudiendo patinar sobre ella.
"El surf, por tanto, puede conceptualizarse como una actividad a camino entre lo meditativo y lo atlético"
Podríamos estar de acuerdo con Chouinard y pensar que por ello es un deporte "inútil", ya que la única finalidad es divertirse. Pero, en realidad, podría ser de gran utilidad en caso de que llegara a más personas, sobre todo a aquellas con problemas de salud mental, ya que como se comprobó en un estudio publicado en 2011, surfear las olas promueve un estado de relajación antes, durante y después de la sesión que minimiza las posibilidades de sufrir algún síntoma relacionado con la depresión o la ansiedad. Incluso, puede llegar a encontrar similitudes con otro tipo de actividad a simple vista inane: la meditación. Así lo creen Benjamin J. Levin y Jim Taylor, autores del ya mencionado estudio, quien sospechan que los mecanismos cerebrales que se activan en el cerebro del surfista son similares a los de quien se encuentra en un "estado disociativo" como fruto de la meditación.
"La meditación se caracteriza por la capacidad de ignorar las preocupaciones personales y los impulsos de acción y, en vez de eso, centrarse en el mundo sensorial", escribieron en el estudio. "El surf, por tanto, puede conceptualizarse como una actividad a camino entre lo meditativo y lo atlético, llegando así a la conclusión de que la psicología surfista refleja elementos del atletismo y de aquellos que practican la atención plena". A esa emoción que surge cuando alguien se encarama hacia una ola, tan difícil de describir, la llamaron "sentimiento oceánico", ya que por un momento el surfista está solo consigo mismo y el mar, aprovechando su física para bailar y danzar sobre él, en una curiosa y precisa coreografía.
Sí, puede que sea el deporte más inútil como decía Chouinard, pero no por ello el más placentero o auténtico, ya que aprovecha un bien natural tan inconmensurable como es el océano y reúne en sí mismo cualidades de esos otros deportes que no exigen menos esfuerzo, aquellos que se realizan en reposo y entrenan la mente para que no se pierda en sus propios demonios.
En 1970, en la provincia de Málaga, un muchacho de 16 años llamado Pepe Almoguera acude al desaparecido cine Albéniz con su padre para ver una película norteamericana en blanco y negro. Como tantos otros chicos del tardofranquismo, adoraba sentarse frente a la gran pantalla: esta era tal vez la única forma de asomarse a realidades sociales y culturales totalmente distintas en una España que todavía vivía bajo la tiranía de un dictador falangista y en la que solo había un canal de televisión. En una edad en la que todo el mundo es demasiado influenciable, de pronto advirtió que, al fondo de una escena en una soleada playa californiana, varios jóvenes se subían a lo que parecía una tabla de madera para después lanzarse al mar.