Houdini, Kardec y unas mesas en las que no se podía comer: la historia del espiritismo
A finales del siglo XIX, los médiums con voces de ultratumba fueron cobrando popularidad, con detractores y creyentes a partes iguales
Cuentan que Beatrice, la mujer de Harry Houdini, estuvo diez años haciendo sesiones de espiritismo y esperando que el ilusionista, después de su muerte, contactara con ella. Por lo menos así lo habían acordado, teniendo en cuenta que él era tremendamente escéptico en esos asuntos. Diez años fueron suficientes para que ella apagara la vela que simbólicamente había mantenido encendida en su honor, demostrando así lo que en vida Houdini había tratado de demostrar continuamente: que el espiritismo no era más que una patraña. Lo había sabido desde que, una supuesta médium, le había comunicado unas palabras de su madre en inglés. ¿El problema? La mujer jamás había aprendido tal idioma.
Sin embargo, hubo un tiempo en que grandes figuras como Arthur Conan Doyle creyeron que podían contactar con el espíritu de los que ya se habían ido. Su mujer, al fin y al cabo, fue una gran médium de la época. No es descabellado, teniendo en cuenta que su hijo había fallecido en la Gran Guerra y él nunca pudo recuperarse del golpe. Conan Doyle y Houdini se enfrentaron durante años, el primero porque ansiaba demostrar, quizá desde la desesperanza, que realmente era posible contactar con los muertos. El segundo, porque se había tomado como algo personal aquello de desenmascarar a los que se lucraban gracias al sufrimiento ajeno.
Arthur Conan Doyle y Houdini fueron las dos figuras más famosas que enfrentaron sus posturas acerca del espiritismo
El espiritismo se hizo tan famoso a finales del siglo XIX y comienzos del XX, que incluso las obras más importantes de la historia lo tratan. "En la electricidad se da el fenómeno de que siempre que usted frote resina con lana se produce cierta reacción, mientras que en el espiritismo, en iguales circunstancias, no se dan los mismos efectos, lo que quiere decir que no se trata de un fenómeno natural", explica uno de los protagonistas en 'Anna Karenina' de Tolstói, intentando aportar un poco de lógica al asunto.
Los orígenes y las mesas giratorias
Originado en Francia a mediados del siglo XIX, con Allan Kardec como máximo exponente del mismo, el espiritismo establece como principios la inmortalidad del alma, la naturaleza de los espíritus, así como sus relaciones con los hombres, las leyes morales, la vida presente y futura y el porvenir de la humanidad. Todo ello según la enseñanza dada por los espíritus superiores, con la ayuda de diversos médiums que serían algo así como los intermediarios entre vivos y muertos. "La ciencia que estudia la naturaleza, origen y destino de los espíritus", la definió Kardec.
Las mesas giratorias se pusieron de moda en Europa: los participantes se sentaban alrededor, ponían las manos sobre ella y esperaban a que se moviese o se elevara en el aire
Aunque la creencia en espíritus es algo que ha acompañado al ser humano desde sus orígenes, fue en 1854 cuando Kardec comenzó a estudiar diversos fenómenos paranormales en París, como las mesas giratorias. Estas fueron el preludio de las ouijas, algo que se puso muy de moda en la Europa de mediados del siglo XIX, cuando la gente en las fiestas solía acudir a ellas: los participantes se sentaban alrededor de la mesa, ponían las manos sobre ella y esperaban a que se moviera, respondiese preguntas o, incluso, se elevara en el aire.
¿Cómo respondía preguntas? Al principio, de una manera bastante rudimentaria: como solían ser mesas de tres patas, se 'ponían de pie' y contestaban con uno o dos golpes en el suelo de su pata, dependiendo de si la respuesta era "sí" o "no". A veces, los participantes iban diciendo las letras del abecedario y la mesa 'contestaba', de una manera similar a la ouija, eligiendo con golpes la letra que conformaba la palabra que quería decir. Fueron el comienzo de estos pasatiempos que irían haciéndose más precisos, y que Kardec estudiaría para 'El libro de los espíritus', que cosecharía gran éxito. "Su misión (de los espíritus) es la de ilustrar a los hombres, abriendo una nueva era a la regeneración de la humanidad. Este libro es la recopilación de su enseñanza", escribiría.
Según Kardec: "la misión de los espíritus es la de ilustrar a los hombres, abriendo una nueva era a la regeneración de la humanidad"
Aunque el éxito fue creciendo a lo largo del siglo XIX, lo cierto es que antes ya se habían alzado algunas voces hablando de la posibilidad de comunicarse con difuntos. En 1760 se había publicado 'Comunicación con el otro lado', de Lord Lyttelton, y famosas son las sesiones que realizaba Mary Todd Lincoln, que apenada por la pérdida de uno de sus hijos (de los cuatro que tuvo el matrimonio Lincoln, solo el mayor, Robert, les sobrevivió) organizaba sesiones espiritistas en la Casa Blanca, a las que asistía el propio Abraham y otros miembros destacados.
Quizá es teorizar, pero el hecho de que el espiritismo se volviera tan popular durante la Belle Époque tendría mucho que ver con el momento que se vivía: una época de grandes cambios sociales y nuevos inventos donde la gente ansiaba divertirse constantemente y descubrir cosas nuevas. La Gran Guerra arrebataría ese falso sueño de felicidad en el que parecían haber estado inmersos durante un tiempo efímero. Las muertes de tantos jóvenes, como el hijo de Conan Doyle, propiciarían la necesidad de sus seres queridos de querer volver a hablar con ellos una vez más, despedirse o, simplemente, saber si sufrieron o se marcharon en paz.
En una sala a oscuras, con un médium
Las sesiones conducidas por un médium podían tener cierto componente teatral, a veces en un escenario. Paschal Beverly Randolph, uno de los primeros en hacerlo, se dirigía a los familiares muertos de miembros de la audiencia o a veces hablaba con personajes históricos antiguos, como Platón. En las sesiones menos teatralizadas pero con una médium de por medio, los participantes se sentaban alrededor de una mesa en una habitación oscura. El médium entraba 'en trance' y transmitía mensajes a los participantes. También escribía mensajes mediante la llamada escritura automática, hacía levitar la mesa o se oían golpes.
En una sala a oscuras, sentados alrededor de una mesa, los participantes esperaban a que el médium entrara en trance y hablase por boca de los espíritus
Cuando se descubría que algunas de estas sesiones no eran más que un puro fraude, los participantes entraban en cólera. Ejemplo de ello fue la historia de la médium Eva Carrière, que causó mucho revuelo en la época: Conan Doyle aseguraba que sus sesiones eran reales, mientras que Houdini (como no podía ser de otro modo) señalaba que eran fraudulentas. Calificadas como 'pornográficas', Eva solía desnudarse y correr por la sala, y su compañera Juliette Bisson, que la acompañaba durante la sesión, le introducía un dedo en la vagina para demostrar que 'no había ectoplasma'. El llamado ectoplasma en cuestión, no eran más que fotografías recortadas de revistas que utilizaba durante las sesiones, en las que algunos espíritus también eran personas disfrazadas. "La señorita Eva preparaba las cabezas antes de cada sesión espiritista y se esforzaba por hacerlas irreconocibles", explicaría el fotógrafo Donald West en 1954, cuando la médium ya había fallecido.
De igual manera fueron famosas las hermanas Fox, impulsoras del espiritismo que durante años afirmaron haber sido testigos de fenómenos paranormales. Acabaron afirmando que no se trataba más que de un engaño y enseñaron públicamente su truco. Su reputación acabó arruinada y, en un lapso de cinco años, las tres hermanas habían muerto. Pese a su confesión, la popularidad del espiritismo continuó en aumento.
Las médiums también solían utilizar las llamadas 'trompetas de los espíritus' (bocinas en forma de cuernos que, supuestamente, aumentaban los susurros de los fantasmas), 'pizarras de los espíritus' (dos planchas atadas juntas que, cuando se separaban, revelaban los mensajes que habían escrito los muertos) y 'gabinetes de espíritus' (armarios portátiles en los que a veces se encerraba al médium, a menudo atado, para impedirle manipular estas herramientas).
Muchos hablaban del fenómeno ideomotor: un fenómeno psicológico en el que uno de los individuos realiza movimientos inconscientemente
En general, los escépticos, como lo era Houdini, explicaban que muchas de estas sesiones no eran suficientemente fiables como para darse por verdaderas. Por ejemplo, en muchas ocasiones se trataba exclusivamente del médium comportándose de manera extraña, lo que cualquiera con unas mínimas dotes actorales podía fingir. Por otro lado, señalaban que generalmente en casos como el de las mesas giratorias o los tableros, intervenía el llamado efecto ideomotor: un fenómeno psicológico en el que uno de los individuos realiza movimientos inconscientemente, lo que explicaría cómo alguien que participa en la sesión, quizá sin darse cuenta, acabaría moviendo el tablero.
Los estudios psicológicos también revelan el importante papel que tiene la sugestión en el espiritismo. De hecho, un estudio de 2003 realizado con creyentes y escépticos de lo paranormal los sugestionó para que creyeran que una mesa estaba levitando. Después de la sesión, aproximadamente un tercio de los participantes afirmaba que la mesa se había movido (siendo, como es lógico, mayor el número de creyentes en lo paranormal que de escépticos los que creían haber visto algo así).
Con el paso del tiempo, como sucede con todo, la popularidad del espiritismo fue decayendo. Algunos, como Conan Doyle, morirían creyendo en la veracidad de aquellas mesas que giraban y mujeres que hablaban con voz de ultratumba. Otros, como Houdini, lo harían convencidos de que no eran más que estafadores que trataban de sacar rédito de aquello a lo que todos tememos. A día de hoy, la ouija es lo más parecido a ese entretenimiento que surgió a finales del siglo XIX, cuando los adolescentes (generalmente) deciden hablar con los muertos moviendo un tablero, con la idea de conocer su futuro o hablar con alguien que ya no está entre nosotros. Un poco como mandar un WhatsApp a un número que ya no está disponible.
Cuentan que Beatrice, la mujer de Harry Houdini, estuvo diez años haciendo sesiones de espiritismo y esperando que el ilusionista, después de su muerte, contactara con ella. Por lo menos así lo habían acordado, teniendo en cuenta que él era tremendamente escéptico en esos asuntos. Diez años fueron suficientes para que ella apagara la vela que simbólicamente había mantenido encendida en su honor, demostrando así lo que en vida Houdini había tratado de demostrar continuamente: que el espiritismo no era más que una patraña. Lo había sabido desde que, una supuesta médium, le había comunicado unas palabras de su madre en inglés. ¿El problema? La mujer jamás había aprendido tal idioma.