Es noticia
De Salk a Hunter: científicos que pusieron en riesgo sus vidas (y las de sus familias) por el bien de la medicina
  1. Alma, Corazón, Vida
INVESTIGADORES

De Salk a Hunter: científicos que pusieron en riesgo sus vidas (y las de sus familias) por el bien de la medicina

Inventos como la anestesia o los antibióticos para tratar las infecciones gastrointestinales no existirían si alguno de todos estos valientes no hubiera puesto su salud en peligro

Foto: Jonas Edward Salk, creador de la vacuna de la polio.
Jonas Edward Salk, creador de la vacuna de la polio.

A muchos antivacunas de hoy en día les gustaría conocer la historia de Jonas Salk. Este médico estadounidense nacido en Nueva York vivía apesadumbrado por las consecuencias en la población de la poliomielitis, una enfermedad de carácter contagioso que afecta al sistema nervioso por la médula espinal y cuyos síntomas son dolor muscular, atrofia y parálisis. Es mucho más común en los niños, pero cuando se da en adultos se agrava hasta provocar una muerte lenta y dolorosa. El propio expresidente Franklin D. Roosevelt falleció por esta enfermedad. A comienzos de la década de 1950 se convirtió en el mayor problema de salud pública para el país; no solo por sus altas tasas de contagios, muertes y efectos secundarios, sino porque los más afectados eran los menores, algo que afortunadamente no ha ocurrido con el coronavirus.

La Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh reunió en 1947 a un grupo de científicos comandados por Salk para dar con una vacuna. Tras muchas noches sin dormir, llegó el momento de probarla. "Esterilizó el equipo en una estufa, nos alineó a todos y nos administró una inyección de su vacuna experimental". Estas son las palabras de Peter Salk, hijo de Jonas, quien ahora es un importante médico experto en enfermedades infecciosas al frente del Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla, California, siguiendo los pasos de su padre. Como cualquier crío de su edad, odiaba todo lo que tenía que ver con las inyecciones.

"No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el Sol?", declaró Salk tras renunciar a enriquecerse de su importante descubrimiento

"Fue una de las peores experiencias de mi vida", rememora Peter ahora, tantos años después, en una reciente entrevista para 'Mel Magazine'. Sin embargo, gracias a ese sacrificio, su progenitor se convirtió en un héroe al salvar tantas vidas durante los años posteriores. Además, lo más curioso es que Jonas se negó a patentar la vacuna, lo cual le hubiera hecho millonario. Al fin y al cabo, nada era tan apremiante como detener a la enfermedad infecciosa. En un programa de televisión, años después, cuando le preguntaron por qué rechazó patentar la vacuna, respondió con una frase elocuente que quedaría enmarcada para la historia: "No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el Sol?"

Foto: 1932, Imagen del cruel experimento Tuskegee. (Archivos Nacionales de Estados Unidos, en Atlanta)

El caso de Salk no es el único. Antes de que existieran los ensayos clínicos a gran escala, los científicos muchas veces se llevaban el trabajo a casa, de manera literal: los nuevos medicamentos o las vacunas debían ser probadas, en muchos casos, en su propio cuerpo o en el de sus familiares. De hecho, muchos tratamientos médicos que ahora resultan altamente efectivos, como la anestesia espinal, fueron descubiertos gracias a la autoexperimentación. No todos salieron bien, evidentemente, pero si no llega a ser por el coraje y valentía de ciertos médicos que arriesgaron su salud en nombre de la de los demás, la medicina seguiría en pañales. Hoy vamos a hacer un repaso a casos similares a los de Salk para poner en valor el heroísmo de algunos nombres olvidados o poco reconocidos que sentaron las bases de muchos de los tratamientos que hoy salvan vidas a diario.

El pene de John Hunter

Si atendemos al cuadro que ilustra a John Hunter, realizado por John Jackson en 1813, décadas después de su fallecimiento, fácilmente pensaremos en él como uno de los primeros ilustrados ingleses, pluma en mano y mirada hacia el cielo. Lo cierto es que lo que más le interesaba no estaba arriba, sino en su propio cuerpo; fue uno de los primeros en mirar el cuerpo humano como si se tratara de una máquina compleja e hiperevolucionada que, a veces, se estropeaba. Y por ello estudió sin cesar anatomía, para desentrañar las claves de lo que luego sería la cirugía moderna y poder curar a sus pacientes bisturí en mano.

placeholder Retrato de John Hunter. (John Jackson, 1813)
Retrato de John Hunter. (John Jackson, 1813)

Eso sí, era bastante peculiar. Coleccionaba cientos de animales y se dice que acudía a las morgues para llevarse cadáveres con los que estudiar los órganos del cuerpo humano. En 1776 fue nombrado cirujano del rey Jorge III tras haber pasado unos años desempeñando estas labores en el Hospital St. George. Una de las mayores preocupaciones en la época era contraer enfermedades de transmisión sexual (ETS), ya que los profilácticos todavía no se habían inventado y en las grandes ciudades europeas, de reciente fundación, empezaba a abundar el trabajo sexual. En aquel siglo, todavía no había un campo científico sólido sobre este tipo de problemas, de ahí que también la prostitución estuviera tan mal vista al ser el mayor factor de riesgo para sufrir estas afecciones.

Cincuenta años después de la muerte de Hunter, el médico francés Philippe Ricord consiguió diferenciar la sífilis de la gonorrea

No había una conciencia sobre cómo evitar los riesgos de contraer la sífilis (quizás la más común) o diferenciar la sintomatología relativa a cada una de ellas. Pero Hunter tenía la teoría de que había una nueva enfermedad llamada gonorrea, que se manifestaba como fase temprana a la sífilis, pudiendo tratarse de manera prematura para así evitar recaer en la otra, de carácter mortal. Lo que se le ocurrió resultó ser de lo más esperpéntico y asqueroso: distinguió a pacientes que creía que tenían gonorrea de los de sífilis, según su propio juicio, y luego experimentó con el que creía que tenía la primera poniendo sus fluidos (pus) en cortes autoinfligidos en su pene para poder observar cómo la enfermedad seguía su curso en sus propias carnes, como relata 'Healthline'.

¿El resultado? Contrajo las dos enfermedades, lo que le sumió en un doloroso padecimiento físico que solo pudo paliar con vapor de mercurio y cortando las llagas que estaban infectadas. Esto ayudó a médicos investigadores del futuro a saber tratar mejor las enfermedades de transmisión sexual, pero no hizo distinguir entre una y otra. No fue hasta 50 años después cuando el médico francés Philippe Ricord consiguió establecer una serie de pruebas que separaban la sífilis de la gonorrea.

Las bacterias intestinales de Barry Marshall

Barry Marshall y su mentor, John Robin Warren, tenían la teoría de que las úlceras estomacales eran en su mayoría causadas por una bacteria y que esta podía curarse con antibióticos. Era 1985 y había varios trabajos de investigación que ya defendían que la causante de estos males intestinales era la Helicobacter pylori, pero ninguno de ellos había encontrado una prueba suficiente como para confirmar la hipótesis. Hasta entonces, se pensaba que las úlceras eran causadas exclusivamente por una mala alimentación, de ahí que se trataran principalmente con antiácidos. Entonces, el joven médico decidió tomar una solución en agua con dicha bacteria para ver si de verdad podía sobrevivir al ácido del estómago, como se dudaba de que ocurriera en los principales 'papers' de medicina del momento.

Foto: Test diagnóstico del H. pylori. (iStock)

A los pocos días, empezó a notar náuseas y mal aliento, y en cuestión de tiempo empezó a vomitar, incapaz de digerir nada. Tras varios análisis, el médico descartó que su mal fuera la gastritis, ya que las bacterias se habían reproducido muy rápidamente, por lo que decidió tomar antibiótico para atacarlas. A los pocos días empezó a recuperarse, y no hicieron falta más antiácidos ni muchos otros tratamientos. Es por ello que él y Warren presentaron sus resultados en un histórico artículo en la revista 'The Lancet' que demostraba la enorme capacidad (hasta entonces desconocida) de bacterias como la Helicobacter pylori para habitar y reproducirse en el estómago. La comunidad científica no lo recibió con agrado y las farmacéuticas rechazaron sus teorías. Sin embargo, con el paso del tiempo y gracias a que una de estas empresas de medicamentos finalmente aceptó que lo que antes se diagnosticaba como una simple gastritis era en realidad una enfermedad infecciosa provocada por una bacteria.

La curiosa invención de la anestesia

Cabe recordar que algo tan necesario en cualquier intervención quirúrgica como la anestesia se inventó hace relativamente poco. Era el año 1898 y un cirujano alemán llamado August Bier, quien ya había probado otros métodos, decidió experimentar inyectando cocaína en la médula espinal a seis pacientes que iban a ser operados de sus extremidades inferiores. Al parecer, no hubo grandes complicaciones más allá de sensaciones de malestar y náuseas justo después de la intervención. De ahí que decidiera mejorar su receta probándola él mismo.

Así, pidió a su ayudante, el doctor Hildebrandt, que le suministrara una buena dosis de cocaína ligeramente modificada del primer experimento. Desafortunadamente, Hildebrandt usó una aguja con un tamaño incorrecto, lo que provocó que saliera líquido encefalorraquídeo de la columna vertebral de Bier. Pero lejos de achantarse, y lo que podría parecer una venganza por parte del médico, decidió volver a probarlo, esta vez en su ayudante y con un tamaño óptimo. Para su sorpresa, la anestesia funcionó. Hildebrandt no sintió absolutamente nada. Según cuenta 'Healthline', le quemó ligeramente la piel y le golpeó los testículos, y aun así su fiel doctor seguía sin dar muestras de dolor.

placeholder August Bier, el hombre que inventó la anestesia. (Wikipedia)
August Bier, el hombre que inventó la anestesia. (Wikipedia)

Ambos necesitaron semanas para recuperarse del experimento, pero quedaron muy satisfechos al haber dado con una fórmula para evitar ocasionar dolor físico a los pacientes que debían ser operados de las extremidades inferiores. Años más tarde, en 1908, perfeccionó su mezcla con procaína. Sin embargo, con el paso del tiempo los dos se enemistaron (tal vez por haberse tomado tantas libertades el uno con el otro). "Los científicos médicos son gente agradable, pero usted no debería permitir que ellos lo traten", diría Bier en tono jocoso e irónico.

A muchos antivacunas de hoy en día les gustaría conocer la historia de Jonas Salk. Este médico estadounidense nacido en Nueva York vivía apesadumbrado por las consecuencias en la población de la poliomielitis, una enfermedad de carácter contagioso que afecta al sistema nervioso por la médula espinal y cuyos síntomas son dolor muscular, atrofia y parálisis. Es mucho más común en los niños, pero cuando se da en adultos se agrava hasta provocar una muerte lenta y dolorosa. El propio expresidente Franklin D. Roosevelt falleció por esta enfermedad. A comienzos de la década de 1950 se convirtió en el mayor problema de salud pública para el país; no solo por sus altas tasas de contagios, muertes y efectos secundarios, sino porque los más afectados eran los menores, algo que afortunadamente no ha ocurrido con el coronavirus.

Historia Coronavirus
El redactor recomienda