La curiosa historia del tesoro de Príamo
Por culpa de una persona que se tomó demasiado en serio los relatos de Homero, se encontró el que probablemente es el descubrimiento más importante del siglo XIX
Imagina que siendo niño te hubiese obsesionado tanto una historia, uno de esas típicas leyendas de cuentos de hadas que todo el mundo sabe que son mentira, y hubieses decidido probar que todo ese mundo se equivocaba. Esa es, a grandes rasgos, la increíble historia de Heinrich Schliemann, que de algún modo revolucionó la arqueología en su época y descubrió lo que nadie creía que pudiese existir.
Según cuentan, Schliemann, nacido en 1822 en Alemania (Prusia por aquel entonces), recibió como regalo cuando era muy pequeño un ejemplar de la 'Iliada' y se obsesionó con ella. No tuvo una infancia feliz: su padre bebía y su madre había muerto por las complicaciones de un embarazo, pero por lo menos se refugiaba en las historias de los grandes héroes antiguos, hasta el punto de considerar que esas leyendas podían ser historias reales.
Según contaba en su propia biografía, aunque no tuvo tiempo prácticamente para acudir al Gymnasium por problemas económicos, las historias de Homero le acompañaron durante buena parte de su juventud y marcaron su destino: "Nunca dejé de rogar a Dios que me concediera la gracia de poder aprender griego algún día".
Sin embargo, un accidente cuando marchaba hacia Venezuela fue lo que realmente cambió su vida. Su barco naufragó en la costa de Países Bajos y acabó en Ámsterdam donde, casi por casualidad, terminó trabajando en una oficina comercial. Esto le llevó a estudiar idiomas, que desde niño le habían interesado. Se gastaba la mitad del sueldo en perfeccionar inglés, español, francés, portugués, ruso, italiano, griego y árabe, pero también el griego antiguo, el persa o el latín.
Su astucia y conocimientos le llevaron a independizarse como comerciante y a los 30 años ya contaba con una gran fortuna. A los 32 viajó a California, donde fundó un banco para el comercio aurífero. También compró un campo de cultivo de caña de azúcar en Cuba. Su curiosidad le hacía viajar continuamente, y cuando estaba en Londres pasaba buena parte del tiempo viendo las antigüedades egipcias.
Contrató a algunos hombres para realizar pequeñas excavaciones, basándose en otros relatos como los de Heródoto o Jenofonte
Un viaje a Pompeya fue lo que le hizo recordar todas aquellas historias de los libros de su infancia. Comenzó a preguntarse si todas esas historias que la gente creía que no eran más que leyendas podían realmente haber algo de cierto, y también se acordó de las discusiones que solía tener con su padre de niño: pensaba que un incendio no tendría por qué haber acabado completamente con Troya, sino que esta podría haber sucumbido al simple paso del tiempo sin que la mano humana hubiera tenido que actuar en el proceso. Eso daba esperanza.
En 1868 viajó a Grecia por primera vez, visitó Ítaca y contrató a algunos hombres para realizar pequeñas excavaciones, basándose en otros relatos como los de Heródoto o Jenofonte. También estuvo en Micenas y los Dardanelos, e incluso recorrió a caballo la llanura de Troya. Convencido de que los poemas de Homero describían una realidad histórica, emprendió expediciones en Grecia y Asia Menor para encontrar los lugares descritos en ellos. En 1870 empezó a excavar las ruinas de Troya.
En los años siguientes, descubrió lo que parecían tres ciudades superpuestas y excavó la colina Hissarlik en el que era, por entonces, el Imperio otomano. Aunque provocó algún destrozo arqueológico por culpa de su necesidad de descubrir algo, finalmente encontró un hallazgo increíble: una vasija de cobre con una colección de joyas y metales preciosos. Era un 31 de mayo de 1873 y el descubrimiento se hizo a una profundidad de ocho metros y medio. Habían encontrado el Tesoro de Príamo.
Idas y venidas
Se llama así porque Schliemann atribuyó las piezas halladas al rey Príamo, de Troya, rey mítico durante la guerra, que de joven luchó contra las Amazonas. Lo más probable es que dicha atribución se hiciera justamente por el deseo que tenía el alemán por encontrar pruebas de que la historia Homérica era real, de hecho, durante sus descubrimientos declaró que una de las ciudades encontradas era la Troya de Homero (primero Troya I y posteriormente llamada Troya II).
Atribuyó una máscara a Agamenón, aunque las pruebas demostraron que fue datada siglos antes del tiempo en el que, supuestamente, existió
El problema es que el tesoro se encontró en lo que supuestamente era Troya II, y Príamo habría vivido en Troya VI aproximadamente (es decir, una ocupación de cientos de años después). De hecho, en su ilusión por corresponder el tesoro con los sueños de su infancia, atribuyó una máscara al mismísimo Agamenón, aunque las pruebas demostraron posteriormente que fue datada unos siglos antes del tiempo en el que, supuestamente, existió el héroe de la 'Iliada'.
El tesoro contiene más de 9.000 piezas de oro. Un escudo de bronce, un caldero de cobre, una botella de loro labrado, varias copas de terracota, puntas de lanza y hachas de cobre, dagas del mismo material, anillos, una jarra grande de plata que contenía dos diademas de oro (a las que se llamó 'las joyas de Helena')... se convirtió en el mayor descubrimiento del siglo XIX. Con las joyas engalanó a su esposa, Sofía, y según contaban era ella la que había recogido el tesoro con un chal tras su descubrimiento, por miedo a que pudiera dañarse.
En el 93 se descubrió que el tesoro estaba en el Museo Pushkin de Moscú, donde se había llevado como botín tras la guerra
Aunque Schliemann tuvo dificultades para sacar el increíble tesoro de Turquía, que exigía el 50% del mismo tal y como marcaban las leyes internacionales, logró hacerlo. Lo trasladó a Grecia, sin informar a las autoridades turcas, que lo reclamaron y el caso fue llevado a los tribunales griegos. En 1874 se emitió el veredicto de que Schliemann debía pagar diez mil francos de oro al museo de Constantinopla.
No solo pagó esa cifra, sino cuarenta mil francos más, y aunque se quedó el tesoro cedió algunas piezas al museo. Tras ello, prometió que legaría el tesoro a Grecia a cambio de poseer, mientras viviera, todos los hallazgos de todos los lugares donde consiguiera el permiso de realizar excavaciones, pero las autoridades griegas rechazaron la propuesta.
En 1879 donó el tesoro a Alemania y durante la toma de Berlín en la Segunda Guerra Mundial se perdió. Durante mucho tiempo se creyó que había desaparecido para siempre, hasta que en el 93 se descubrió que estaba en el Museo Pushkin de Moscú, donde se había llevado como botín tras la guerra.
Pero entonces, ¿de quién es realmente el tesoro?
Hay cierto truco en el Tesoro de Príamo. No porque se trate de una falsificación ni mucho menos, pero Schliemann sí trató de aportar épica a la historia de las 10.000 piezas de oro encontradas en un solo ajuar funerario, pertenecientes todas al rey Príamo. En realidad, no se encontraron en una única tumba, sino repartidas en diversas fosas funerarias halladas fuera de la muralla de Troya.
Según un artículo publicado en 'El País' en el 93, el descubrimiento de Schliemann no solo intentó en su día demostrar que la guerra de Troya había existido, sino que provocó una nueva guerra enfrentando a rusos, alemanes, griegos y turcos, todos ellos con alguna razón para reclamarlo. Continúa en el museo de Pushkin en la actualidad, y Rusia ha dejado claro que le pertenece como compensación a las pérdidas provocadas por los nazis.
Las excavaciones en el yacimiento demostraron la existencia de nueve ciudades superpuestas a lo largo de los siglos en el mismo emplazamiento
Quizá Schliemann se equivocó en atribuir el tesoro a aquellos que convivieron con Paris, Helena y los demás protagonistas de la historia de Homero. A día de hoy, la civilización (o civilizaciones, puesto que las joyas no se encontraban en un único ajuar) que contaron con tan impresionante tesoro es desconocida, y solo se sabe que se desarrolló en la zona 1.000 años antes de los sucesos que se relatan en la 'Iliada'. Pero eso no significa que el alemán no tuviera cierta razón en sus pesquisas: las excavaciones posteriores en el yacimiento demostraron la existencia de nueve ciudades superpuestas a lo largo de los siglos en el mismo emplazamiento.
Eso significa que es, a día de hoy, la llamada Troya VII la principal candidata a ser la Ilión que menciona Virgilio en la 'Eneida', una fundación de Heleno tras la guerra de Troya en la tierra de los caonios, a imagen de su patria, Troya. Por lo tanto, los sueños de juventud de Schliemann y todas sus quimeras no estaban mal encaminadas, y aunque su fórmula arqueológica no era la clásica, le permitió descubrir increíbles secretos enterrados por el paso del tiempo. En su último gran viaje, en su 'regreso a Ítaca' fue enterrado en un mausoleo en Grecia, a petición propia. Un friso relata sus propias excavaciones. Como Ulises, el héroe había vuelto a su verdadera casa.
Imagina que siendo niño te hubiese obsesionado tanto una historia, uno de esas típicas leyendas de cuentos de hadas que todo el mundo sabe que son mentira, y hubieses decidido probar que todo ese mundo se equivocaba. Esa es, a grandes rasgos, la increíble historia de Heinrich Schliemann, que de algún modo revolucionó la arqueología en su época y descubrió lo que nadie creía que pudiese existir.