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Saber, plantas, futuro: todo lo que muere cuando muere una lengua indígena
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Saber, plantas, futuro: todo lo que muere cuando muere una lengua indígena

En la actualidad, el 91% del conocimiento médico en la Amazonia solo se encuentra en un idioma, pero más del 30% de los 7.400 idiomas que aún dialogan con el planeta podrían desaparecer para finales de siglo

Foto: Imagen: iStock
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"Ciertos idiomas nativos tienen un término para referirse a las plantas en general que puede traducirse como: aquellas que cuidan de nosotros", dice la científica indígena Robin Wall Kimmerer en su último libro ‘Una trenza de hierba sagrada’. Kimmerer pertenece a la comunidad Potawatomi, una tribu de lengua algonquina originaria del sur de Wisconsin (Estados Unidos). Los Pottawat-um-ees (los que hacen o mantienen el fuego) forman parte de las más de 570 tribus nativas que habitan el paisaje estadounidense actual. Sus 25.595 habitantes (datos según el censo del país para el año 2000) son lumbre entre los 370 millones de personas que, en más de 70 países, se identifican como indígenas. Según estima Amnistía Internacional, existen al menos 5.000 pueblos indígenas diferentes en el mundo. Como una trenza de hierba sagrada que envuelve el planeta, sus bosques y sus montañas, ríos y selvas, musitan sus lenguas que nacen de los labios y de las manos, un eco conectado a través del eco del agua y de los árboles, condenado a morir con ellos abrasado por las llamas de la modernidad.

Los pueblos indígenas constituyen alrededor de un tercio de los 900 millones de personas que viven en extrema pobreza en las zonas rurales del mundo. En México, donde resisten 68 comunidades indígenas, las estadísticas de segregación reflejan la marginación a la que el Estado las ha sometido: el 72% no tiene derecho a servicios de salud, el 70% no tiene agua potable en sus viviendas, advierte el investigador en Antropología e Historia Alejandro Pastrana. A mediados del siglo XIX, el 60% de la población mexicana era indígena, para finales de ese siglo el porcentaje se redujo a un 26%, una pérdida estrepitosa que en 2005 ya solo dejaba un 7%. Si la colonización se tradujo en un proceso de explotación lenta pero inminente, el pensamiento moderno echó sus raíces en aquella lógica para sostenerse, como una planta trepadora que crece hacia fuera y hacia dentro. El planeta muere asfixiado, mueren asfixiados quienes lo protegen, el futuro es el silencio que se hace tras las llamas. En la actualidad, 346 lenguas son habladas por solo 10 mil personas, alrededor de 1500 lenguas son habladas por menos de 1000 personas, 500 lenguas solo tienen 100 hablantes. 51 lenguas solo uno.

Foto: La crisis climática afecta a todas las especies del planeta (EFE)

Son las consecuencias de un capitalismo que languidece en su propia fórmula. Mientras crece el anhelo verde en el entorno urbano y las ciudades se llenan de jóvenes que gritan “No hay planeta B”, lejos del enredo también perece el tacto como respuesta que siempre ha estado ahí, en la espesura del paisaje entrelazado con la manera de entenderlo desde la gratitud. “El vínculo de reciprocidad que se establece puede aumentar la aptitud evolutiva de la planta tanto como la del animal. Una especie y una cultura respetuosas con el mundo natural, capaces de corresponder a sus dones, pasarán sus genes a las generaciones futuras con mayor frecuencua que aquellas especies y aquella cultura que lo destruyen. Los relatos que modelan nuestros comportamientos, entonces, tienen consecuencias adaptativas”, apunta al respecto Kimmerer. Un "tenate de palabras" que es un sentir propio y colectivo, como expresa la poeta indígena mexicana Celerina Patricia Sánchez:

"Con mis pies descalzos he recorrido el camino de los ancestros
donde las abuelas caminaron con pasos firmes y contudentes
bajo el sol de muchas primaveras para no morir
aquí estoy con mi tenate de palabra
con un canto a su historia y su memoria
las palabras son fuerza/valor/camino
y van tejiendo nuestro ser
palabras que construyen mundos."

Un único relato para 8.000 millones de personas

La muerte de una lengua es, por tanto, la muerte del destello infinito que surge de un vínculo con todo aquello que hace posible la vida, del propio vínculo y su relato, que son miles con millones de palabras como palpitaciones. Así, señala Pastrana que “la pérdida de las lenguas implica la pérdida de cosmovisiones del mundo (...) Al dejar desaparecer una lengua, eliminamos maneras distintas de interpretar”, pero también es la pérdida de todo el ecosistema. Si las sociedades modernas huyen ahora de su modelo de vida hacia otros más sostenibles y sanos, las comunidades indígenas (sobre)viven hoy con el peso de una resistencia de siglos luchando por sus derechos que van intrínsecos a la tierra, sobrepasados por el sistema economicista. Las lenguas indígenas contienen una gran cantidad de conocimientos sobre los servicios de los ecosistemas que proporciona el mundo natural que las rodea. Sin embargo, más del 30% de los 7.400 idiomas que aún dialogan con el planeta podrían desaparecer para finales de siglo, según sostiene la ONU. La realidad actual es que el 96% de la población solo habla el 4% del total de las lenguas que hay en el mundo. Eso es la dominación, un único relato para cerca de 8.000 millones de personas.

“Al buscar la igualdad se asume inevitablemente a una parte de los seres humanos como modelo a seguir por el resto. Si lo occidental debe ser el modelo, un fragmento se convierte en universal y el ideal de igualdad es una sombra oscura que no deja ver el gravísimo problema de la dominación. En la lucha por la igualdad, hasta ahora, no hay espacio para la diferencia. La ideología de Estado Nación busca una Nación, un Estado, una cultura, una lengua. Como la realidad es compleja, diversa, multiétnica y plurilingüe, lo fácil es someter y reducir lo múltiple a uno... La homogenización como propuesta política somete y hace desaparecer a muchos pueblos…”, sostiene el atropólogo peruano Rodrigo Montoya en su análisis ‘Movimientos indígenas en América del Sur: potencialidades y límites’.

Foto: Indios brasileños del movimiento 'Occupy FUNAI' protestan frente a las oficinas de la oficina de asuntos indígenas en Brasilia, el 13 de julio de 2016. (Reuters)

Y así lo relata Kimmerer en su libro: “Niños, idioma, tierras: nos lo arrebataron todo, nos lo robaron aprovechando que estábamos demasiado ocupados tratando de sobrevivir. La pérdida fue inmensa, pero había algo que nuestro pueblo no podía entregar: el significado de la tierra. La mente colonizadora considera que la tierra es una propiedad, un activo para la especulación, un capital o una fuente de recursos naturales. Pero para nuestro pueblo lo era todo: identidad, conexión con los antepasados, el hogar de nuestra familia no humana, la reserva de medicamentos, la biblioteca, el origen de cuando nos permitía vivir. En ella se había manifestado nuestra responsabilidad con el mundo. Era suelo sagrado, que solo se pertenecía a sí mismo: un don que recibíamos, no una mercancía. No podía comprarse ni venderse. Con las deportaciones, la gente se llevó estos significados consigo. Fuera, en los territorios donde habían nacido o en aquellos a los que se los envió, la tierra común les daba fuerzas”.

Un asesinato cada tres días

De manera que, cuando una persona indígena habla de desigualdades, no se refiere a una necesidad de recursos en la manera en que estos existen en el mundo moderno, sino a la necesidad de que el mundo moderno deje de destruirlos para abastecerse de ellos saqueándolos hasta agotarlos, hasta matarlos o hasta transformarlos. Por eso se manifiestan los pueblos en Brasil, en Colombia, en México y en cualquier parte del planeta donde aún pueden apretar los puños en comunidad. Durante el pasado mes de junio, se encontraron más de 1.000 cadáveres de niños indígenas en Canadá, en áreas donde durante los siglos XIX y XX existieron internados católicos obligatorios en los que se les aislaba de sus familias para someterles a asimilar y asumir la cultura canadiense occidentalizada. En 2015, la 'Comisión para la Verdad y la Reconciliación' que el gobierno del país creó en 2008 al conocerse la magnitud del genocidio, publicó un informe final de investigación donde recogía que durante décadas, el Estado canadiense había cometido un genocidio cultural contra sus comunidades indígenas. Se espera que sigan apareciendo cuerpos mientras el Vaticano sigue sin pedir disculpas.

La persecución extrema continúa, y no solo en Canadá: Del asesinato de la activista Berta Cáceres en Honduras al reciente asesinato de dos maestros indígenas en la región de Triqui, en Oaxaca (México), la política internacional sigue aniquilando la vida: Según la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic), en los últimos 14 meses del polémico mandato de Iván Duque (cuya política, basada en la privatización de los recursos y la expropiación, ha provocado movilizaciones históricas en el país) hay registrados 120 asesinatos a personas indígenas, esto equivale a un asesinato cada tres días. El asesinato de activistas y profesores contiene además una lectura fundamental para entender su significado: la transmisión de los saberes grupales siembra la posibilidad de enriquecer la resistencia y augurar el futuro contra el sistema capitalista. Por lo que acabar con una lengua (aunque sobrevivan algunos hablantes o existan descendientes de estos) supone la muerte de una parte de la historia que puede tener consecuencias fatales para toda la historia.

Esta pérdida ideada de diversidad lingüística compromete también “la capacidad de la humanidad para el descubrimiento de medicamentos”

“Gran parte de la diversidad lingüística del mundo está siendo salvaguardada por pueblos indígenas cuya cultura y sustento están amenazados a medida que se derriban las barreras entre grupos. A diferencia de las sociedades donde la información se ha transcrito en libros y computadoras, la mayoría de las lenguas indígenas transmiten conocimientos de forma oral”, apunta la periodista Phoebe Weston en The Guardian. En el noroeste de la Amazonia, el 100% de este conocimiento único está respaldado por lenguas amenazadas. También en América del Norte, donde la cifra es del 86%. En otros países como Nueva Guinea, el 31% de los idiomas están en riesgo. Esta pérdida ideada de diversidad lingüística compromete también “la capacidad de la humanidad para el descubrimiento de medicamentos”, según una investigación publicada en PNAS. Lo que, en un momento como el actual, se vuelve fuerte evidencia de la importancia que las comunidades que no desean una narrativa capitalista tienen el mundo.

La importancia de la diversidad cultural

Rodrigo Cámara-Leret, biólogo de la Universidad de Zúrich y responsable del estudio, asegura en este sentido que el impacto de la extinción del lenguaje en la pérdida del conocimiento ecológico a menudo se pasa por alto: “Gran parte de la atención se centra en la extinción de la biodiversidad, pero hay un panorama completamente diferente que es la pérdida de la diversidad cultural”. Su equipo analizó 12.000 servicios de plantas medicinales asociados con 230 lenguas indígenas en las tres regiones mencionadas, áreas con altos niveles de diversidad biológica y lingüística. Los resultados demostraron que el 91% del conocimiento médico en la Amazonia solo se encontraba en un idioma, el 84% en Nueva Guinea y el 73% en América del Norte. El exterminio de comunidades indígenas, y lo que denuncian reconociendo como lenguicidio, puede ser un suicidio colectivo.

Foto: Laura Zúñiga, hija de la líder ecologista asesinada, Berta Cáceres, en un acto para exigir justicia en Honduras. (Reuters)

Ante la problemática, la ONU ha declarado que 2022-32 será la Década Internacional de las Lenguas Indígenas, pero este reconocimiento no parece suficiente si los gobiernos siguen violando derechos humanos, apropiándose de la tierra y la identidad y mermando el futuro del planeta. A diferencia de la filosofía moderna, la filosofía indígena pone su atención en la unidad entre ser humano y naturaleza, durante siglos se han acercado a ella para entregarse, ha tendido sus dedos sobre las plantas y los animales para conocerles. Los indígenas andinos, por ejemplo, creen que como personas están integradas en el universo participando de sus leyes, por lo que todos los seres y cosas del universo están hermanados como una gran familia. Por lo tanto, las piedras, los árboles y todos los animales vivientes son parientes, por lo que hacerles daño sería dañarse a sí mismos. De esta forma sobreviven en el diálogo, un diálogo del que la propia ciencia moderna se ha servido entendiéndolo como otro recurso más. “La pérdida del lenguaje tendrá una repercusión más crítica en la extinción del conocimiento tradicional sobre las plantas medicinales que la pérdida de las propias plantas”, asegura al respecto Cámara-Leret.

Es imposible saber lo que ya se ha perdido, pero si se sigue permitiendo que el lenguicidio y la marginación a grupos indígenas sigan siendo la base de un modelo social dominante, el camino será cada vez más intransitable, porque como dice el poeta mexicano Miguel León Portilla:

"Cuando muere una lengua
entonces se cierra
a todos los pueblos del mundo
una ventana, una puerta,
un asomarse
de modo distinto
a cuanto es ser y vida en la tierra."

"Ciertos idiomas nativos tienen un término para referirse a las plantas en general que puede traducirse como: aquellas que cuidan de nosotros", dice la científica indígena Robin Wall Kimmerer en su último libro ‘Una trenza de hierba sagrada’. Kimmerer pertenece a la comunidad Potawatomi, una tribu de lengua algonquina originaria del sur de Wisconsin (Estados Unidos). Los Pottawat-um-ees (los que hacen o mantienen el fuego) forman parte de las más de 570 tribus nativas que habitan el paisaje estadounidense actual. Sus 25.595 habitantes (datos según el censo del país para el año 2000) son lumbre entre los 370 millones de personas que, en más de 70 países, se identifican como indígenas. Según estima Amnistía Internacional, existen al menos 5.000 pueblos indígenas diferentes en el mundo. Como una trenza de hierba sagrada que envuelve el planeta, sus bosques y sus montañas, ríos y selvas, musitan sus lenguas que nacen de los labios y de las manos, un eco conectado a través del eco del agua y de los árboles, condenado a morir con ellos abrasado por las llamas de la modernidad.

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