Más allá del fomento de la natalidad: otras formas posibles de cultivar el medio rural
Las personas LGTBIQ están sembrando el futuro sostenible recuperando los sistemas tradicionales de agricultura
El pasado mes de marzo el Gobierno presentaba el Plan de Medidas ante el Reto Demográfico bajo la premisa de “establecer una agenda efectiva de igualdad y cohesión territorial que incorpore a los pequeños municipios en una recuperación verde, digital, inclusiva y con perspectiva de género”. Un plan para el que el ejecutivo invertirá más de 10.000 millones de euros con el fin de luchar contra la despoblación reforzando los vínculos rurales y urbanos. Conectar pueblos, aldeas y pequeñas ciudades con grandes capitales resulta fundamental en los ejes de actuación de los agentes políticos, una tarea que ha derivado, según voces expertas como las de Luis Camarero, Mari Luz Castellanos Ortega, José Ramón Díaz Castro, Iñaki García Borrego, Juan Carlos Llano, Pablo Martín Pulido, Jesús Oliva Serrano y Rosario Sampedro Gallego, en la imposición de la llamada “estética urbana” en zonas rurales, que delimita los procesos psicológicos de sus habitantes. Parques eólicos, proyectos de urbanizaciones privadas o el propio turismo rural mantienen una imagen distorcionada de actuación y mejora mientras crece un discurso reaccionario que evoca a un pasado mejor en la España Vaciada: el fomento del medio rural ya ni siquiera depende solo de decorarlo al estilo de la ciudad, sino del fomento de la natalidad bajo la premisa de la familia tradicional y las mujeres como mecanismos para hacerlo posible, porque ¿si no hay procreación cómo podría pensarse en el futuro de los pueblos? La inclusión real es, quizás, una respuesta.
En un momento en el que la España vaciada es fondo del debate social, el estigma sigue siendo parte de su imagen, entre lo bucólico y lo primitivo, también en cuanto al tejido social. Si bien el envejecimiento y la masculinización de su población son un hecho consecuencia del abandono por parte de las instituciones, olvidar la diversidad rural y la posibilidad misma de que esta germine podría ser contraproducente. La mayoría de las mujeres siguen condicionadas por el machismo para acceder a la tierra, y esta cultura hace que también se torne más difícil para las personas LGTBIQ que buscan involucrarse en el trabajo agrícola saber por dónde comenzar, y para quienes ya forman parte tampoco es fácil encontrar un grupo de apoyo y los mecanismos necesarios para permanecer en un modelo de lógica discriminatoria.
Las personas rurales se ven obligadas a marcharse por la falta de infraestructuras y de incentivos, pero también por la falta de educación sexual, una carencia que no es exclusiva de los pueblos, pero sí sostiene lo que desde la Asociación Delta de la Sierra de Cádiz denominan como “profecías autocumplidas” en torno a las áreas rurales: “Ya no solo es la homofobia directa sino sobre todo la indirecta, la que permanece en nuestro pensamiento heredado, nos creemos antes de tiempo las barreras que nos llevan a marcharnos porque el imaginario colectivo que envuelve a los pueblos sigue reproduciendo el pasado y nos ha calado a todos”, apunta su portavoz, Rafael Gil.
Una educación sexual que repueble
La realidad rural es, como la urbana, resultado de un compendio de pautas discriminatorias: al machismo, el sexismo, el racismo y la homofobia hay que sumar la centralización. Todas ellas establecen lastres para aquellas personas históricamente oprimidas por su condición. En el caso de las personas LGTBIQ, los discursos predominantes sobre la ruralidad siguen sin contemplarlas. “Sigue habiendo bastante población que por su orientación sexual o por su identidad se ve obligada a irse de sus pueblos, o bien porque se sienten amenazados, o porque han aprehendido que si no se van no podrán ser nunca quienes realmente son”, señala desde Teruel Giu, del colectivo juvenil Terqueer. Es “incoherente”, afirma, que se intente incidir tanto en la despoblación sin abordar nunca la educación sexual: “Trabajar en una educación que normalice la diversidad es fundamental para evitar que muchas personas dejen el medio rural en el que han crecido por sentir que en él no pueden ser quienes son”.
De hecho, el imaginario social está repleto de figuras LGTBIQ emigradas del medio rural. Nacidas en pueblos o pequeñas ciudades y obligadas a dejar su entorno para desarrollarse, muchas de ellas no dejaron de aludir, sin embargo, a unas raíces rotas: Federico García Lorca, José Pérez Ocaña, Manuela Saborido Muñoz (Manolita Chen) o Cristina Ortiz La Veneno son solo algunos ejemplos de cómo la identidad rural atraviesa la identidad sexual y de género y se torna, incluso, parte del éxito del trabajo artístico, desde la literatura a la pintura o la performance, mientras la persona de quien este brota es discriminada y excluida, incluso asesinada. Décadas después, el llamado sexilio sigue sucediendo pese a una cultura que se sigue valiendo del contexto rural, generando una imagen de respeto e igualdad difusa.
Pero la tierra y la identidad van de la mano: Muchas de las identidades no binarias que existen (y resisten) en el mundo forman parte del medio rural. No es nuevo ni extraño, sino retazos de la historia de la humanidad. En este sentido, la disidencia queer se sitúa como algo parecido a una conexión ancestral o el esfuerzo por un retorno a ella en lugares donde el modelo occidental judeo-cristiano la ha expropiado. Para Giu, la conciencia LGTBIQ ha menudo implica otras luchas porque “mientras buscamos que respeten nuestra manera de vivir vamos dándonos cuenta de cuál es el sistema que no impide la igualdad entre personas y así, también las formas que no dañan a otros animales, y al planeta. La conciencia de cuidados y de sostenibilidad es instrínseca a la existencia de mucha gente del colectivo por el proceso psicológico que recorremos”.
Reimaginar los sistemas tradicionales
Marta Álvarez es granjera y lesbiana. De familia ganadera, empezó hace 21 años en la granja de su padre "por casualidad". Reconoce que hasta que no se marchó a la ciudad no adquirió "la actitud, que es algo fundamental para que las personas te respeten". Estudió empresariales en Vigo, una formación que acabó empleando rodeada de vacas porque "una granja también es una empresa", señala. Para esta ganadera gallega la conciencia de lucha transversal es algo natural. "En nuestro caso cae de cajón ser sostenibles porque vivimos en el rural. Somos rurales, para nosotras el respeto es fundamental", asegura. Se refiere a todas las mujeres que habitan la comarca de Ulloa, un matriarcado actual que demuestra que estos no solo fueron parte del pasado sino que, en común, ellas siguen construyendo la historia de Galicia.
"Se sigue considerando que quien se queda en el medio rural es tonto"
Precisamente a partir de esa conciencia sostenible se intenta “reimaginar los sistemas tradicionales de agricultura y allanar el camino hacia una industria más inclusiva” en las llamadas granjas queer de Estados Unidos, donde los agricultores y las agricultoras queer “están desafiando no solo las prácticas agrícolas y de producción de alimentos convencionales, sino también la imagen de la agricultura en sí”. En España, estas nuevas redes comienzan a germinar a partir de numerosos grupos y organizaciones que responden al debate hegemónico que les interpela sin contar con ellos, porque su realidad siempre ha estado ahí. En la agricultura, en la ganadería y en cualquier profesión vinculada al campo trabajan doblemente personas no normativas que desempeñan sus labores al tiempo que representan la resistencia y la normalización de lo diverso. “Muchas veces se sigue considerando que quien se queda en el medio rural es tonto o no vale porque dedicaciones como la agricultura continúan estigmatizadas. La gente en el campo tiene una sabiduría y unos conocimientos muy infravalorados, si no despreciados” reconoce Chuse, agricultor y ganadero de la Red Rural LGTBIQ de Aragón que actualmente realiza ensayos agrónomos para el Gobierno de dicha comunidad, y añade que esa valorización que sostiene los saberes de quien cuida la tierra proviene a menudo de personas LGTBIQ.
Chuse asegura que “hay gente que tiene carreras y estudios, que se marchó a la ciudad para buscar esa formación idealizada, pero quieren volver y el estigma no se lo permite, porque parece que es como si renunciaran a la vida mejor”. Sin embargo, en los últimos años ha irrumpido en las ciudades una tendencia inversa, la de ruralizar lo urbano construyendo huertos en balcones y azoteas y buscando por inercia el contacto con la naturaleza, por eso para quienes siguen teniendo que abandonar el rural la situación es aún más incoherente. "Hay mucho despacho y poco campo", sostiene en este sentido Marta, que aunque afirma que nunca se ha escondido, su camino no ha sido fácil ni lo es en la actualidad, porque no lo es para nadie que quiere permanecer vinculado o vincularse al medio rural, aún menos para una mujer: "Acudo habitualmente a reuniones de mujeres rurales con la Xunta de Galicia, pero ya no sé ni para qué, porque siempre planteamos los mismos problemas y año tras año ahí siguen, como una sombra, acompañándonos", lamenta.
Las personas LGTBIQ y la revitalización de los entornos
Marta no entiende cómo la conexión a internet, por ejemplo, apenas funciona en la zona en la que reside y trabaja cuando "ahora todo es telemático". Confiesa que cada día tiene que "invocar a la santa red" para poder sacar adelante su negocio: una granja de vacas, "Granxa Maruxa", en la que fabrica de forma ecológica y sostenible productos lácteos. "En el confinamiento, internet fue nuestra salvación, pero las infraestructuras no acompañan y es un esfuerzo doble diario", apunta.
No obstante, esta granjera reconoce que "el cambio a favor del medio rural es una realidad. Creo que mucha gente se va dando cuenta de que el sector primario y el rural es la base de la vida. Es lo que tiene la globalización: que ha demostrado que una pandemia puede volver a pasar, y la gente se va dando cuenta del peligro que esto supone". Lo mismo piensa Chuse, quien asegura que el último año ha supuesto un punto de inflexión y cree que puede ser el inicio de un camino positivo en el que descubrir que la agricultura también puede cambiar la percepción misma sobre lo que significa ser LGTBIQ, ser diverso: “Mucha gente ha vuelto a su pueblo o ha cambiado la idea preconcebida de que la ciudad es mejor, y están trabajando por revitalizar sus entornos, revitalizando al mismo tiempo su manera de pensar”.
"En los pueblos, la gente de la tercera edad está mucho más abierta a conocernos que mucha gente joven"
Por todo ello, coinciden en que ese camino hacia el futuro debe basarse en una pedagogía que no incurra ni parta de la dicotomía rural-urbano sino del respeto al entorno y sus tiempos. “En los pueblos, la gente de la tercera edad está mucho más abierta a conocernos que mucha gente joven, tal vez porque tienen un recorrido vital más amplio pero sobre todo porque han vivido las cosas de manera más natural que como las vivimos ahora”, asegura Rafael. Los mencionados matriarcados que componen las áreas rurales de todo el país, donde las mujeres al contrario del estigma que las describe desde fuera “han manejado siempre el cotarro” son puntos de partida para entender que la homofobia, así como el machismo o el racismo en los pueblos no son símbolo de ellos y a menudo tampoco es una característica basada en la edad. “En la percepción de la gente más joven han influido los medios, las redes sociales y por tanto la lógica de las propias ciudades” añade. Rafael, que trabaja como profesor, asegura que es "básico" seguir generando conciencia desde los centros educativos: “Es increíble cómo a veces los chavales y las chavalas hablan más desde la ignorancia que desde una opinión formada y basada en algo sólido, al contrario de lo que se puede tender a creer de ellos”.
Sin diversidad no habrá ruralidad
De manera que, como apuntan las fuentes, acciones como incentivar la natalidad no resuelven por sí solas la problemática de la despoblación, porque “se da por hecho que les niñes que nazcan en el medio rural se quedarán, pero no será así si no hay oportunidades y tampoco si se siguen sosteniendo estereotipos discriminatorios, si no se hace pedagogía ecologista y se mantiene un contacto sano con la tierra; en definitiva, alternativas que surjan de los cuidados”. La suerte de que cada vez haya más personas LGTBIQ en los pueblos es un sentimiento común y esperanzador que ahora busca cobijo en las instituciones para que más allá de los intentos por elevar textos legislativos exista la voluntad de poner la pluralidad también rural en el centro del debate, porque si los colectivos despreciados se van del medio rural "se asentará un modelo de vida sin vida, por más natalidad en la que se invierta”, advierten.
Asímismo, en el plano laboral, más allá de ideas como la construcción de macrogranjas, son las pequeñas empresas las que resistiendo sostienen un medio rural resiliente. "El campo tiene muchas posibilidades y muchos agentes pequeños hacemos las de dios, generando trabajo en red y redes de trabajo mientras la solución a la despoblación que plantean las instituciones se basa en la explotación sin límites, ¿cómo no va a haber cambio climático?", cuestiona Marta. Cuando esta ganadera se inició en su proyecto ganadero, había 60.000 granjas locales en Galicia y ahora, asegura, "ya solo quedan 10.000". ¿La causa? Las grandes empresas lácteas, en torno a las que gira toda la lógica administrativa impuesta a pequeñas ganaderas como ella. "Los trámites son laberínticos. Nos tratan como si fueramos macroempresas, se nos analiza bajo el mismo prisma que a estas, pidiéndonos análisis incongruentes de aguas cuando nuestro agua proviene directamente de la montaña. Análisis que además son carísimos", añade. Al final, quienes quieren poner en marcha un proyecto propio en el ámbito rural desde el respeto a este, están sujetos al mismo capitalismo desde el que se está buscando solución a la España Vaciada.
Marta siempre ha trabajado por un negocio de proximidad, sin pesticidas ni hervicidas pese a que los costes de hacerlo no son pocos. Este esfuerzo le lleva a reafirmarse como mujer y como lesbiana, y se considera orgullosa parte de una "nueva ruralidad", pero reconoce la suerte que ha tenido y que otras personas siguen sin tener. Con una experiencia y una formación distinta a la de generaciones pasadas, agradece y lamenta al mismo tiempo haberse tenido que marchar en su juventud porque le hubiera gustado no tener que hacerlo para conseguir la formación que ahora tiene. Fruto de esta nueva ruralidad crítica nacen proyectos esperanzadores como "Muuhlloa", la empresa de cosmética elaborada con leche fresca de sus vacas y extractos vegetales de plantas tradicionales y locales que ha creado junto a otras cinco mujeres; y "Sen máis", el proyecto cooperativista con el que promoverá la leche local de las vacas de su granja.
Un sentir común en las calles y en los campos
Además, por si fuera poco, forma parte de Agrocuir, un festival que, como su nombre indica, acerca a la comunidad LGTBIQ rural en Galicia. La idea, que surgió desde el hartazgo hacia el orgullo capitalista y centrista, se ha convertido en un reclamo de la zona que ya va por su séptima edición. "Mucha gente joven viene a hablar con nosotros para salir del armario. En el primer festival, un chico se me acercó de madrugada a darme las gracias porque su hermano había salido del armario ante sus padres que eran aldeanos, y fue difícil hasta que el festival les ayudó a entender que había mucha gente como su hijo". Pese a que, por ahora, debido a la pandemia no se celebrará, Marta aboga por ese espacio al aire libre, sin guetos, en el que se basa este proyecto.
No es el único punto de encuentro de la diversidad rural. También en la Sierra de Cádiz Delta organiza cada año desde 2015 el "Orgullo Serrano", una serie de actos y actividades con la que recorren hasta 19 municipios gaditanos para reivindicar y celebrar que "la diversidad está por todos lados, solo hay que dejarla ser". El propósito ahora es generar una red de comarcas de todo el país. Que su sentir común esté en las calles, en los campos y en las montañas, demostrar que son el presagio de un futuro mejor, porque como apunta Chuse: “No se dan cuenta de que el medio rural o es capaz de vivir desde la diversidad o no es posible".
El pasado mes de marzo el Gobierno presentaba el Plan de Medidas ante el Reto Demográfico bajo la premisa de “establecer una agenda efectiva de igualdad y cohesión territorial que incorpore a los pequeños municipios en una recuperación verde, digital, inclusiva y con perspectiva de género”. Un plan para el que el ejecutivo invertirá más de 10.000 millones de euros con el fin de luchar contra la despoblación reforzando los vínculos rurales y urbanos. Conectar pueblos, aldeas y pequeñas ciudades con grandes capitales resulta fundamental en los ejes de actuación de los agentes políticos, una tarea que ha derivado, según voces expertas como las de Luis Camarero, Mari Luz Castellanos Ortega, José Ramón Díaz Castro, Iñaki García Borrego, Juan Carlos Llano, Pablo Martín Pulido, Jesús Oliva Serrano y Rosario Sampedro Gallego, en la imposición de la llamada “estética urbana” en zonas rurales, que delimita los procesos psicológicos de sus habitantes. Parques eólicos, proyectos de urbanizaciones privadas o el propio turismo rural mantienen una imagen distorcionada de actuación y mejora mientras crece un discurso reaccionario que evoca a un pasado mejor en la España Vaciada: el fomento del medio rural ya ni siquiera depende solo de decorarlo al estilo de la ciudad, sino del fomento de la natalidad bajo la premisa de la familia tradicional y las mujeres como mecanismos para hacerlo posible, porque ¿si no hay procreación cómo podría pensarse en el futuro de los pueblos? La inclusión real es, quizás, una respuesta.