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Los médicos que predijeron que el lavado de manos era fundamental
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Los médicos que predijeron que el lavado de manos era fundamental

Fueron pioneros que descubrieron la poderosa relación entre la higiene y la prevención de enfermedades. Algunos fueron defenestrados, pero su legado es vital hoy en día

Foto: Florence Nightingale.
Florence Nightingale.

A estas alturas, tras varios meses en los que el coronavirus se ha erigido como el protagonista absoluto de nuestras vidas, casi parece una obviedad hablar de la importancia del lavado de manos. Podemos leerlo y escucharlo en todas partes, mantener una buena higiene en ellas nos ayudará a evitar la propagación del virus, pues según los estudios nos tocamos la cara 23 veces en una hora, aproximadamente.

Sin embargo, los geles sanitarios no siempre han estado ahí y hubo un tiempo en que las enfermedades y muertes no se relacionaban en absoluto con una higiene más bien pobre. El hecho de que puedas evitar infectarte no solo de coronavirus sino de muchas otras enfermedades, con un simple enjabonamiento, se lo debes a varias personas. Pero antes de presentar a personajes tan importantes, hay que ponerse en situación: en 1860, incluso en las manos de un cirujano experto en un hospital moderno europeo, el enfermo tenía muchas probabilidades de acabar falleciendo.

La higiene brillaba por su ausencia: la ropa de cama no se lavaba regularmente y algunos cirujanos reutilizaban los apósitos o vendajes

Como decíamos, la higiene en los hospitales en aquellos momentos brillaba por su ausencia, según informa 'BBC': los médicos no se quitaban la ropa de la calle y llevaban los instrumentos médicos en los bolsillos, la ropa de cama no se lavaba regularmente e incluso algunos cirujanos reutilizaban los apósitos o vendajes para no desechar recursos tan valiosos. A día de hoy nos parece sin duda una locura, pero en esos momentos era bastante común, por lo que no es de extrañar que muchos pacientes acabasen falleciendo por sepsis tras pasar varios días en el hospital.

Foto: Ignaz Semmelweis. El padre del lavado de manos.

El primero en percatarse de que existía una relación entre las muertes y la poca higiene de los médicos fue el doctor húngaro Ignaz Semmelweis. Con 28 años trabajaba como asistente en la primera clínica ginecológica de Viena. Durante esa época comenzó a darse cuenta de que muchas mujeres embarazadas y sanas que daban a luz (una de cada cinco, aproximadamente) morían poco después de fiebre puerperal, una infección que aparece poco después del parto.

Lister estirilizó la herida: en otras circunstancias la pierna se habría gangrenado, pero el niño salió del hospital completamente curado

Semmelweis llegó a la conclusión de que, muchos médicos y enfermeros que tenían que transportar cadáveres o hacer autopsias, a veces asistían o estaban al cargo de estos partos. En 1847 instó a los médicos que se lavaran con una solución de cloro antes y después de atender a sus pacientes, y descubrió que con estas medidas, las muertes disminuyeron. Lo sorprendente de todo esto fue que, a pesar de su insistencia porque la comunidad médica optara por incrementar las medidas de higiene, los médicos en general no querían cambiar sus costumbres y se opusieron. A medidados del siglo XIX se seguía creyendo que las enfermedades se transmitían por los malos olores en el aire y los médicos se ofendían de que pudiera creerse que ellos también podían propagar infecciones con sus manos. Semmelweis fue defenestrado y condenado al ostracismo, y murió con 47 años en una clínica psiquiátrica sin haber presenciado ningún cambio en las conductas de los médicos.

Poco después llegaría Joseph Lister, que trabajó aproximadamente cuatro años como profesor de cirugía en la Glasgow Royal Infirmary. Igual que les sucedía a sus colegas, aproximadamente la mitad de sus pacientes morían por aquel entonces pero, a diferencia de los demás, él estaba determinado a cambiar la situación. Lister también era un científico aficionado. En su tiempo libre, trabajaba examinando tejido infectado en ranas y descubrió que la gangrena era un proceso de descomposición. Esta putrefacción solo parecía ocurrir cuando la carne dañada estaba expuesta al aire. ¿Pero era el aire mismo o algo en el aire lo que estaba causando la infección?

Lister descubrió que unos pequeños microorganismos, a los que nosotros conocemos como gérmenesm eran los causantes de la descomposición. Para evitar que sus pacientes muriesen debido a ello, tenía que encontrar una forma de estirilizar las heridas. Aunque suene a salvajismo, decidió probar su teoría con un paciente: James Greenlees, de 11 años, había sido atropellado por un coche. Fue ingresado en el hospital el 12 de agosto de 1865 con un hueso de la pierna desplazado y una gran herida. Lister utilizó tablillas para fijar el hueso y cubrió la herida con una solución sumergida en ácido carbólico que, a su vez, se cubrió con papel de aluminio para evitar que el ácido se evaporase. Cuatro días después, la herida estaba mucho mejor. En otras circunstancias, la pierna se habría gangrenado y habrían tenido que cortarla, sin embargo James pudo salir del hospital completamente curado seis semanas después.

Nightingale obligó a respetar el distanciamiento social entre las camas y mencionó la importancia del lavado de manos

Aunque Semmelweis no tuvo suerte convenciendo a la comunidad médica, por suerte los que le precedieron fueron más tajantes. Louis Pasteur, por ejemplo, dio el 7 de abril de 1864 una conferencia ante los académicos de la Universidad de la Sorbona de París en la que argumentó y demostró lo equivocados que estaban en cuanto al conocimiento de cómo se originaban los microbios y microorganismos. Mucha de la información recopilada para su estudio bebía de la información que Semmelweis había dado años antes y había sido desoída.

Una mujer también fue fundamental para el cambio de mentalidad: la excelente comunicadora y enfermera británica, Florence Nightingale. En 1854, el gobierno británico la encargó mejorar las condiciones de los soldados heridos durante la guerra de Crimea. Cuando llegó al hospital de Scutari (hoy Estambul), todo era un caos: las salas estaban sucias, había poco personal y la comida escaseaba. No solo se dedicó a mejorar las condiciones, sino que también recopiló datos estadísticos y desarrolló unas reglas de higiene que todavía hoy, con la pandemia del covid-19, se encuentran vigentes. Demostró que los soldados morían con más frecuencia por negligencia y falta de atención que por los problemas derivados del campo de batalla. Además, obligó a respetar el distanciamiento social entre las camas y mencionó la importancia del lavado de manos. ¿Te suena?

A estas alturas, tras varios meses en los que el coronavirus se ha erigido como el protagonista absoluto de nuestras vidas, casi parece una obviedad hablar de la importancia del lavado de manos. Podemos leerlo y escucharlo en todas partes, mantener una buena higiene en ellas nos ayudará a evitar la propagación del virus, pues según los estudios nos tocamos la cara 23 veces en una hora, aproximadamente.

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