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Cómo un misterioso médico del siglo XIX está salvando vidas hoy
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Cómo un misterioso médico del siglo XIX está salvando vidas hoy

El doctor húngaro Ignaz Semmelweis fue condenado al ostracismo hace más de un siglo por intentar inculcar algo que hoy nos parece vital: la importancia del lavado de manos

Foto: Ignaz Semmelweis. El padre del lavado de manos.
Ignaz Semmelweis. El padre del lavado de manos.

Últimamente lo oímos en todas partes. Lávate las manos. La única manera efectiva de evitar el contagio por coronavirus, a espera de la conveniente vacuna, es mantener una higiene elevada, y eso pasa por limpiarse las manos aunque sea de manera compulsiva. En los últimos meses hemos asistido a la desaparición en muchas tiendas y supermercados del desinfectante de manos y en algunas ocasiones, debido a su elevado precio, hemos optado incluso por crear el nuestro propio (aunque para que sea efectivo de tener una composición de, al menos, un 70% de alcohol). Sin embargo, el agua y el jabón siguen siendo los mejores aliados para combatir la pandemia.

Es un gesto simple y, sin embargo, todavía parece que muchas personas no lo hacen bien. Esta costumbre elimina hasta el 80% de los microbios presentes en la superficie de la piel pero, según un estudio de la Universidad Estatal de Michigan, solo el 5% de 3.749 personas se lavaron las manos el tiempo suficiente para matar los gérmenes después de ir al baño. Peor aún: el 33% no usaba jabón y el 10% ni se molestaba en limpiarlas, informa 'Prevention'. Parece natural, entonces, que se nos recuerde continuamente que para que el lavado sea efectivo debe durar al menos 20 segundos, hay que crear espuma y no olvidarse de limpiar entre los dedos y las uñas ya que las bacterias pueden esconderse entre las grietas.

Semmelweis descubrió que muchas mujeres sanas morían al dar a luz porque los médicos no se lavaban las manos antes de atenderlas

Quizá parezca una obviedad pero, en realidad, lavarse las manos para prevenir futuras enfermedades no siempre fue un consejo de las autoridades. Si nos remontamos al siglo XIX, sin ir más lejos, la ciencia no participaba en todas las decisiones médicas. Durante esta época, el doctor húngaro Ignaz Semmelweis aún no sabía la importancia de su futura contribución a la medicina: con 28 años trabajaba como asistente en la primera clínica ginecológica de Viena. Durante esa época comenzó a darse cuenta de que muchas mujeres embarazadas y sanas que daban a luz (una de cada cinco, aproximadamente) moría poco después de fiebre puerperal, una infección que aparece poco después del parto.

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Semmelweis comenzó a anotar datos y llegó a la conclusión de que, muchos médicos y enfermeros que tenían que transportar cadáveres o hacer autopsias, a veces asistían o estaban al cargo de estos partos. Propuso en 1847 que los médicos se lavaran con una solución de cloro antes y después de atender a sus pacientes, y descubrió que con estas medidas, las muertes disminuyeron. Lo sorprendente de todo esto fue que, a pesar de su insistencia porque la comunidad médica optara por incrementar las medidas de higiene, los médicos en general no querían cambiar sus costumbres y se opusieron. A medidados del siglo XIX se seguía creyendo que las enfermedades se transmitían por los malos olores en el aire y los médicos se ofendían de que pudiera creerse que ellos también podían propagar infecciones con sus manos.

Louis Pasteur trató de convencer a los médicos, ellos no podían creer que pudieran contagiar enfermedades con sus manos

Tuvo que ser, tiempo después, Louis Pasteur, el que tratara de convencer a los médicos de la importancia de lavarse las manos. El 7 de abril de 1864 dio una conferencia ante los académicos de la Universidad de la Sorbona de París y les ofreció en la que argumentó y demostró lo equivocados que estaban en cuanto al conocimiento de cómo se originaban los microbios y microorganismos. Mucha de la información recopilada para su estudio bebía de la información que Semmelweis había dado años antes y había sido desoída. En aquella ocasión la comunidad médica hizo caso a su colega, y gracias a otros científicos como Joseph Lister se inventó el antiséptico. Gracias a Robert Koch se descubrió el bacilo de la tuberculosis y el del cólera y, a partir de ese momento, se conoció los gérmenes y las bacterias.

Sin embargo, Semmelweis no vivió para experimentar estos cambios, fue defenestrado y condenado al ostracismo, y pasó sus últimos años intentando convencer a la gente de la importancia del lavado de manos hasta que murió, con 47 años, en una clínica psiquiatrica. Tuvieron que pasar décadas hasta que el lavado de manos se institucionalizase y cobrase la importancia que tiene hoy en día. Fue realmente en el siglo XX cuando se convirtió en una rutina, según informa 'BBC'. Quizá, por ello, la pandemia actual sea el momento para que abramos los ojos y tomemos conciencia de un gesto muy simple que, sin embargo, puede salvar muchas vidas. Incluida la tuya.

Últimamente lo oímos en todas partes. Lávate las manos. La única manera efectiva de evitar el contagio por coronavirus, a espera de la conveniente vacuna, es mantener una higiene elevada, y eso pasa por limpiarse las manos aunque sea de manera compulsiva. En los últimos meses hemos asistido a la desaparición en muchas tiendas y supermercados del desinfectante de manos y en algunas ocasiones, debido a su elevado precio, hemos optado incluso por crear el nuestro propio (aunque para que sea efectivo de tener una composición de, al menos, un 70% de alcohol). Sin embargo, el agua y el jabón siguen siendo los mejores aliados para combatir la pandemia.

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